viernes, 8 de febrero de 2013


Hablando de Bueyes Perdidos

No tan calvo que se le vean los sesos



                                                                                                                                Ángel Juárez Masares



Cuando el automóvil matrícula 52 en el que el Ministro de Relaciones Exteriores regresaba de una visita al Presidente José Batlle y Ordóñez, atropelló y mató a José Puga Rodríguez en la esquina de la avenida 18 de julio y Yaro (hoy Tristán Narvaja), la prensa montevideana se hizo eco de la preocupación de la gente por “la cantidad de autos que comenzaban a circular por la ciudad”. Los habitantes de aquel Montevideo, aún de los carruajes y caballos, alzaron su voz contra esas máquinas infernales, ruidosas, contaminantes, y cuya presencia en las calles era incompatible con las cabalgaduras que por ellas circulaban.
Hasta aquí la anécdota, risueña, si no incluyera la muerte de un ser humano, que hoy quisimos tomar como punto de partida para reflexionar sobre algunas cosas que tienen que ver con los “extremos”. Quizá por alguna razón procedente de nuestra herencia europea que ignoramos, nuestra sociedad se caracteriza por carecer de términos medios. Nos vamos del blanco al negro sin transición, olvidando la importancia de los grises, y tal circunstancia se aprecia mas claramente cuando algún asunto tiene relación con lo que llamamos “medio ambiente”.
Todos recordamos las consecuencias de la instalación de la planta de celulosa de Botnia (hoy UPM) en el Departamento de Río Negro, y la multitud de manifestaciones en contra de su instalación generadas en su momento. No hablaremos de las acciones impulsadas desde la Provincia Argentina de Entre Ríos que llevaron a un corte del Puente Internacional General San Martín que duró cinco años (que terminó en el Tribunal de la Haya),  porque tal medida tuvo poco o nada que ver con la defensa del medio ambiente, y mucho con cuestiones políticas internas del país vecino. Sí nos gustaría encontrar la, o las razones que impulsan a la gente a “estar en contra” antes de conocer lo positivo o lo negativo de algunos emprendimientos que hacen a la vida moderna y al desarrollo de los pueblos.
En el caso de la mencionada planta procesadora de celulosa, en su momento gran parte de la población esgrimió un cúmulo de argumentos de características catastróficas. Todo parecía indicar que la contaminación devenida de su puesta en marcha tendría consecuencias nefastas para la zona, y alteraría el ecosistema del Río Uruguay sobre todo aguas abajo. Nadie recordó entonces que en la República Argentina -a solo 80 kilómetros de la ciudad de Colonia- se encuentra la Central Nuclear de Atucha,  complejo subdividido en dos centrales, ambas ubicadas sobre la ribera derecha del río Paraná de las Palmas, a unos 115 km al noroeste de la ciudad de Buenos Aires, lo cual –si de buscar amenazas se trata- significaría un asunto prioritario a tener en cuenta.
Hoy aparecen las primeras manifestaciones de rechazo al proyectado puerto de aguas profundas que el Gobierno pretende construir en las adyacencias del Balneario de la Paloma. Sus impulsores no se detienen a evaluar sus posibles beneficios, todo parece indicar que la premisa es “estar en contra”, pero poco se habla de la extracción de oro mediante minas a cielo abierto que se lleva adelante desde hace muchos años en el noreste del país, para lo cual se utiliza el método de lixiviación por cianuro (también conocido como “Proceso de Mc Arthur Forrest). Información al respecto señala que a pesar que el cianuro libre se descompone rápidamente cuando está expuesto a la luz del sol, los productos menos tóxicos, como cianatos y tiocianatos, puede persistir durante varios años.
Mientras estos asuntos se discuten, y las Organizaciones o Grupos Ambientalistas esgrimen sus argumentos y desarrollan sus acciones, la mayoría de los cursos de agua del país están contaminados por dos elementos de los cuales pocos hablan, y que quizá sean mas peligrosos que la chimenea de UPM, la Central Atómica Argentina, o las minas a cielo abierto; la materia fecal, y los compuestos químicos usados en la actividad agropecuaria.
El tratamiento de los deshechos humanos parecería haberse estancado a principios del siglo pasado, pues, a pesar que aplaudimos cuando se inaugura una red de saneamiento -o una extensión de ella- no alzamos la voz cuando toda esa materia desemboca en un río.
De la misma manera evitamos ver los resultados catastróficos –comprobables- de la aplicación de productos químicos sobre la tierra, práctica emblemática en la industria sojera, y una de las principales causas por las cuales hoy día prácticamente no existe fauna ictícola en los pequeños cursos de agua que atraviesan los campos.
Tal vez sería bueno que a la hora de emprenderla contra los grandes emprendimientos, también denunciemos al vecino del  sexto piso, ese que en horas de la noche tira hacia la calle por la ventana la bolsa del supermercado llena de basura, o que al ir a una playa tengamos la educación suficiente para recoger nuestros propios deshechos y depositarlos en los recipientes correspondientes.
Naturalmente cuando hablamos de “los grises” no pretendemos cuestionar las convicciones de las personas, cada uno actuará de acuerdo a su libre albedrío; tampoco significa una defensa o un ataque a los emprendimientos antes mencionados, sólo procuramos reflexionar sobre el costo que estamos dispuestos a pagar para vivir la “modernidad”, y disfrutar de lo que ella proporciona. Ya hemos hablado del equilibrio necesario para hacerlo, y de las dificultades para encontrarlo, pero insistimos en su búsqueda pues –de no hacerlo- estaríamos recorriendo un camino de regreso a la caverna. De las protestas de la gente por la primera víctima de un accidente automovilístico, a las decenas que actualmente se producen por esa causa en ciudades y rutas nacionales ha pasado mucho tiempo, y no por eso dejamos de cambiar el auto -o comprar uno  si aún no lo tenemos- en virtud de la independencia de movimientos que proporciona. Si pusiéramos en práctica la idea de “extremo” a la que hacíamos referencia, deberíamos tener en cuenta que un motor a gasolina en funcionamiento es una alta fuente de contaminación, además de una amenaza mas que latente, real, para el resto de las personas.
Buena cosa es vivir en un Estado de Derecho donde podamos levantar una pancarta de protesta, hacer oír nuestra voz sobre determinado tema en el que no estemos de acuerdo, o debatir decisiones de Gobierno, pero también sería bueno revisar nuestras diarias acciones para saber si no estamos haciendo algunas de las cosas contra las cuales protestamos.

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