Hablando de Bueyes
Perdidos
No tan calvo que se le vean los
sesos
Ángel Juárez Masares
Cuando el automóvil
matrícula 52 en el que el Ministro de Relaciones Exteriores regresaba de una
visita al Presidente José Batlle y Ordóñez, atropelló y mató a José Puga
Rodríguez en la esquina de la avenida 18 de julio y Yaro (hoy Tristán Narvaja),
la prensa montevideana se hizo eco de la preocupación de la gente por “la
cantidad de autos que comenzaban a circular por la ciudad”. Los habitantes de
aquel Montevideo, aún de los carruajes y caballos, alzaron su voz contra esas
máquinas infernales, ruidosas, contaminantes, y cuya presencia en las calles
era incompatible con las cabalgaduras que por ellas circulaban.
Hasta aquí la anécdota,
risueña, si no incluyera la muerte de un ser humano, que hoy quisimos tomar
como punto de partida para reflexionar sobre algunas cosas que tienen que ver
con los “extremos”. Quizá por alguna razón procedente de nuestra herencia
europea que ignoramos, nuestra sociedad se caracteriza por carecer de términos
medios. Nos vamos del blanco al negro sin transición, olvidando la importancia
de los grises, y tal circunstancia se aprecia mas claramente cuando algún
asunto tiene relación con lo que llamamos “medio ambiente”.
Todos recordamos las
consecuencias de la instalación de la planta de celulosa de Botnia (hoy UPM) en
el Departamento de Río Negro, y la multitud de manifestaciones en contra de su
instalación generadas en su momento. No hablaremos de las acciones impulsadas
desde la Provincia
Argentina de Entre Ríos que llevaron a un corte del Puente
Internacional General San Martín que duró cinco años (que terminó en el
Tribunal de la Haya ), porque tal medida tuvo poco o nada que ver
con la defensa del medio ambiente, y mucho con cuestiones políticas internas
del país vecino. Sí nos gustaría encontrar la, o las razones que impulsan a la
gente a “estar en contra” antes de conocer lo positivo o lo negativo de algunos
emprendimientos que hacen a la vida moderna y al desarrollo de los pueblos.
En el caso de la
mencionada planta procesadora de celulosa, en su momento gran parte de la
población esgrimió un cúmulo de argumentos de características catastróficas.
Todo parecía indicar que la contaminación devenida de su puesta en marcha
tendría consecuencias nefastas para la zona, y alteraría el ecosistema del Río
Uruguay sobre todo aguas abajo. Nadie recordó entonces que en la República Argentina
-a solo 80 kilómetros
de la ciudad de Colonia- se encuentra la Central Nuclear de
Atucha, complejo subdividido en dos
centrales, ambas ubicadas sobre la ribera derecha del río Paraná de las Palmas,
a unos 115 km
al noroeste de la ciudad de Buenos Aires, lo cual –si de buscar amenazas se
trata- significaría un asunto prioritario a tener en cuenta.
Hoy aparecen las primeras
manifestaciones de rechazo al proyectado puerto de aguas profundas que el
Gobierno pretende construir en las adyacencias del Balneario de la Paloma. Sus impulsores
no se detienen a evaluar sus posibles beneficios, todo parece indicar que la
premisa es “estar en contra”, pero poco se habla de la extracción de oro
mediante minas a cielo abierto que se lleva adelante desde hace muchos años en
el noreste del país, para lo cual se utiliza el método de lixiviación por
cianuro (también conocido como “Proceso de Mc Arthur Forrest). Información al
respecto señala que a pesar que el cianuro libre se descompone rápidamente
cuando está expuesto a la luz del sol, los productos menos tóxicos, como
cianatos y tiocianatos, puede persistir durante varios años.
Mientras estos asuntos se
discuten, y las Organizaciones o Grupos Ambientalistas esgrimen sus argumentos
y desarrollan sus acciones, la mayoría de los cursos de agua del país están
contaminados por dos elementos de los cuales pocos hablan, y que quizá sean mas
peligrosos que la chimenea de UPM, la Central Atómica
Argentina, o las minas a cielo abierto; la materia fecal, y los compuestos
químicos usados en la actividad agropecuaria.
El tratamiento de los
deshechos humanos parecería haberse estancado a principios del siglo pasado,
pues, a pesar que aplaudimos cuando se inaugura una red de saneamiento -o una
extensión de ella- no alzamos la voz cuando toda esa materia desemboca en un
río.
De la misma manera
evitamos ver los resultados catastróficos –comprobables- de la aplicación de
productos químicos sobre la tierra, práctica emblemática en la industria
sojera, y una de las principales causas por las cuales hoy día prácticamente no
existe fauna ictícola en los pequeños cursos de agua que atraviesan los campos.
Tal vez sería bueno que a
la hora de emprenderla contra los grandes emprendimientos, también denunciemos
al vecino del sexto piso, ese que en
horas de la noche tira hacia la calle por la ventana la bolsa del supermercado
llena de basura, o que al ir a una playa tengamos la educación suficiente para
recoger nuestros propios deshechos y depositarlos en los recipientes
correspondientes.
Naturalmente cuando
hablamos de “los grises” no pretendemos cuestionar las convicciones de las
personas, cada uno actuará de acuerdo a su libre albedrío; tampoco significa
una defensa o un ataque a los emprendimientos antes mencionados, sólo
procuramos reflexionar sobre el costo que estamos dispuestos a pagar para vivir
la “modernidad”, y disfrutar de lo que ella proporciona. Ya hemos hablado del
equilibrio necesario para hacerlo, y de las dificultades para encontrarlo, pero
insistimos en su búsqueda pues –de no hacerlo- estaríamos recorriendo un camino
de regreso a la caverna. De las protestas de la gente por la primera víctima de
un accidente automovilístico, a las decenas que actualmente se producen por esa
causa en ciudades y rutas nacionales ha pasado mucho tiempo, y no por eso
dejamos de cambiar el auto -o comprar uno
si aún no lo tenemos- en virtud de la independencia de movimientos que
proporciona. Si pusiéramos en práctica la idea de “extremo” a la que hacíamos
referencia, deberíamos tener en cuenta que un motor a gasolina en
funcionamiento es una alta fuente de contaminación, además de una amenaza mas
que latente, real, para el resto de las personas.
Buena cosa es vivir en un
Estado de Derecho donde podamos levantar una pancarta de protesta, hacer oír
nuestra voz sobre determinado tema en el que no estemos de acuerdo, o debatir
decisiones de Gobierno, pero también sería bueno revisar nuestras diarias
acciones para saber si no estamos haciendo algunas de las cosas contra las
cuales protestamos.
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