sábado, 29 de marzo de 2014

Serrat, a la Academia

Defensa del cantautor


JUAN FERNÁNDEZ TRIGO




Quizá porque en mi niñez oí difamar a Serrat sin comprender del todo el alcance de aquellas descalificaciones, entre las que sobresalía la acusación de ser un ingrato enemigo de la lengua castellana, me siento empujado a decir algunas cosas, a estas alturas de mi vida, después de vivir en América desde hace más de 12 años. Porque desde América se aprecia mucho mejor la dimensión de una personalidad artística apabullante que ha conmocionado a todo un continente en el que las emociones se hallan a flor de piel, y en el que las denuncias y los reclamos tienen una vigencia mayor. Desde esa perspectiva americ
ana tengo el certero convencimiento de que todos estamos en deuda con la obra de Serrat; y con Serrat probablemente también.
No sabría decir si la discreción innata del cantautor ha trascendido más allá del escenario y se ha instalado en la sociedad española como algo natural, regateándole a Serrat la aclamación que su obra merece. O si fue la controversia lingüística que le acompañó durante cierto tiempo la responsable de tanto comedimiento a la hora de valorarlo en su justa dimensión. El catalanismo de Serrat quizás haya contribuido a dejarle en esa posición de tibio reconocimiento. Su bilingüismo, perfecto, si se me permite el juicio que viene de otro bilingüe, tampoco le ayudó en los inicios de su carrera porque se entendió mal que Serrat sacara a relucir su otra mitad cuando había que retar a la dictadura desde lo exclusivamente catalán. La Nova Cançó, movimiento político cultural que Serrat contribuyó a impulsar de forma decisiva, le dio la espalda en las postrimerías del franquismo, pero Serrat salió a flote con mucha dignidad. Profesional como era, poco amigo de las concesiones y de todo lo que suene a fácil (y ahí están sus canciones para corroborarlo), Serrat supo zafarse del mesianismo y de la tentación ejemplar, dedicándose a hacer música y a escribir letras con contenido y calidad, para dolor de tantos que, habiéndose aplicado a tararear panfletos, tuvieron que hacer mutis por el foro y dedicarse a otra cosa en el transcurso del tiempo. Quizás por eso, por no haberse casado con nadie, en España no le han tratado como en Argentina a Gardel, o como en Francia a Piaf…
Serrat habló sin tapujos en dos ocasiones para jugársela: cuando rehusó representar a España en el Festival de Eurovisión y cuando apoyó las declaraciones del presidente mexicano Luis Echeverría contra el gobierno del general Franco, tras los últimos fusilamientos del régimen. Algunos quisieron ver en esas acciones cálculos comerciales a medio plazo; sin embargo, yo no reconozco en esas interpretaciones otra cosa que ruindad y envidia. Las prohibiciones en la radio y televisión públicas dañaron su carrera, habida cuenta de que las consignas públicas dominaban el espectro de la comunicación audiovisual de forma implacable. Serrat vendía muchos discos a través de las radios, y dejar de escucharlo no fue un favor que se hizo a sí mismo. Ni quedarse sin poder entrar en España durante casi dos años. No creo que muchos estuvieran entonces en esa circunstancia, así que las posiciones estéticas de la época no dejaron de ser un brindis al sol al lado de las renuncias y dificultades que hubo de arrostrar Serrat por sus declaraciones.
Ahora bien, no quiero quedarme en la polémica lingüística surgida en torno a su figura hace ya más de 40 años, porque esta no lo define ni lo caracteriza ya. Precisamente, podría decirse que Serrat creció ante el ostracismo que le impusieron, al unísono, el catalanismo radical y el franquismo. Su exilio en México a mediados de los años setenta dio paso a una fulgurante carrera en América Latina, continente que le abrió las puertas y el corazón de una forma inapelable. Aquí fue donde Serrat pudo desplegar, sin tener que dar explicaciones, sus habilidades como constructor de un lenguaje castellano depurado y sólido; sus canciones fueron comprendidas y ensalzadas, y su sentimentalismo encontró la receptividad propia del alma latinoamericana, tan entregada a las emociones. En América Latina, donde se entiende de música más que de cualquier otra cosa, Serrat se convirtió en un ídolo de masas admirado y respetadísimo; y, sin duda, sus canciones tuvieron un protagonismo especial en la lucha política contra algunas de las dictaduras presentes en el Cono Sur.
La vigencia de su obra se debe a que Serrat ha creado algo nuevo y distinto en la canción en español, a medio camino entre la poesía y el relato breve, un depurado canto colmado de sentimientos de expresión inmediata, asequible y cercana que se le mete a quien lo escucha en lo más hondo de las entrañas. Todo cuanto ha salido de su guitarra le ha consagrado como un auténtico maestro de las letras, juglar filántropo y misántropo de nuestro tiempo. Serrat es, probablemente, quien ha hecho más por la elocuencia en el mundo de la canción en castellano. Sus composiciones, como solía decirse en los tiempos en que los cantautores ocupaban el centro de la vida política e intelectual española, dicen algo: definen realidades inabarcables (“Mediterráneo”, “El Sur también existe”), cuentan emociones íntimas (“Aquellas pequeñas cosas”; “Entre un hola y un adiós”, “Sinceramente tuyo”), describen personajes entrañables (“Penélope”, “Tío Alberto”, “Benito”, “Caminito de la obra”, “Malasangre”), desentrañan sensaciones cotidianas (“Llegar a viejo”, “Esos locos bajitos”), contemplan situaciones que nos sobrecogen (“Es caprichoso el azar”, “Qué va a ser de ti”, “Los fantasmas del Roxy”), se burlan del mundo (“De cartón piedra”, “Mis amigos”), exaltan y denuestan la condición humana (“De vez en cuando la vida”, “Algo personal”), satirizan convencionalismos sociales (“Señora”, “Antes de que den las diez”, “Disculpe el señor”) o desmenuzan el amor (“Paraules d’amor”, “Dondequiera que estés”, “Un mundo raro”, “Secreta mujer”).
Ni que decir tiene que Serrat fue el artífice de la difusión de la poesía comprometida, al margen de las instituciones oficiales, a la hora de divulgar la obra de los poetas sociales, Antonio Machado y Miguel Hernández, pero también del catalán Joan Salvat Papasseit. Y por supuesto, del uruguayo Mario Benedetti. Esto no es un tema menor, como algunos pretenden hacer creer, porque sacar a la poesía de las librerías, convertirla en algo cotidiano, desatarla de las estacas del elitismo y la intelectualidad mohosa sirve a la causa de la propia poesía.
La obra de Serrat ciertamente rehúye lo comercial, sin desentenderse del público. En ocasiones tiene uno la impresión de que este hombre respeta demasiado a quienes lo escuchan y, por eso, vierte en su trabajo hasta la última gota de sangre en las venas. A veces me pregunto cuánto habrá rodado por su cabeza cada una de sus canciones hasta quedarse tranquilo con el resultado alcanzado. Serrat ha buscado siempre un lenguaje cuidadoso, certero, moderadamente culto, comprensible… y apropiado, sin caer en rebuscamientos ni en formulaciones inasequibles a un público ávido de calidad, a la vez que alejado del esnobismo; Serrat, deseoso de que l
o entiendan y compartan con él sus canciones, ha buscado la expresión cuidada, el destello cómplice, el vocabulario rico alejado del preciosismo poético… pero dentro de unos altos límites de excelencia y de decencia estéticas. Y todo eso acompasado de una música bonita, bien arreglada e interpretada con una gran maestría. Melodías originales claramente híbridas, con influencias diversas: la canción popular de origen rural, la canción francesa de los años cincuenta y sesenta, el flamenco, la copla española, el jazz, el charlestón, el tango, la música latinoamericana… lo que las convierte en piezas apreciables desde diferentes culturas.
Serrat, además de componer canciones, fabrica lenguaje, teje palabras con el mayor acierto y las envuelve en música que se pega al alma de la gente. Condensa sentimientos en frases bien ensambladas, emociona a millones de personas que aprecian sus letras y disfrutan de la riqueza de nuestra lengua. No ha escrito ningún libro, que yo sepa. Pero ha hecho mucho más por las letras que muchos literatos consagrados. ¿Enemigo de la lengua castellana quien la ha difundido de forma tan fecunda? No entiendo por qué este hombre no forma parte de alguna de las academias de la lengua.
¿Por qué no un cantante de esa envergadura en la Academia uruguaya?

* Embajador de la Unión Europea.



Extraído de www.brecha.com.uy

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