HASTA
3797
Michel
de Nôtre-Dame nació en Saint-Rémy-de-Provence, Francia, el 14 de
diciembre de 1503 y murió en Salon, el 2 de julio de 1566. Médico
y astrólogo famoso por las profecías que publicó en 1555 con el
título Las verdaderas centurias y profecías, en las que
anticipa el futuro de la humanidad hasta el fin del mundo, que situó
en el año 3797.
Jean-Aimes
de Chavigny, magistrado de la ciudad de Beaune en 1548 y doctor en
Derecho y Teología, nos informa cumplidamente de los primeros años
del enigmático profeta: "Michel Nostradamus, el hombre más
renombrado y el más famoso de cuantos se han hecho famosos desde
hace largo tiempo por la predicación deducida del conocimiento de
los astros, nació en la villa de Saint-Rémy, en Provenza, el año
de gracia de 1503, un jueves 14 de diciembre, alrededor de las doce
del mediodía. Su padre se llamaba Jacobo de Nostredame, notario del
lugar; su madre, Renata de Saint-Rémy. Sus abuelos paternos y
maternos pasaron por muy sabios en matemáticas y en medicina,
habiendo recibido él de sus progenitores el conocimiento de sus
antiguos parientes."
Esos
antepasados eran judíos, de la tribu de Isacar, al parecer pródiga
en adivinos. En torno a 1480, un edicto regio había amenazado a
todos los hebreos de Provenza con la confiscación si no se
convertían, de modo que el bisabuelo de nuestro profeta, llamado
Abraham Salomón, pensó que era más práctico bautizarse que
perderlo todo. Tomó el apellido de Nostredame, que más tarde Michel
latinizaría y convertiría en Nostradamus, en un intento de
revestirlo de dignidad y misterio. Así pues, Nostradamus nació en
el catolicismo y rodeado de sabios que muy pronto le iniciaron en las
profundidades de las matemáticas, lo que por aquel entonces
significaba adentrarse en la astrología, y también en el arte de la
medicina y la farmacia.
Desde
muy joven aprendió a manejar el astrolabio, a conocer las estrellas
y a describir el destino de los hombres en sus aparentemente
caprichosas conjunciones. En Avignon y Montpellier estudió letras,
además de medicina y filosofía, asombrando a compañeros y
profesores por sus raras facultades y su infalible memoria. Tenía
veintidós años cuando, durante una epidemia de peste que asoló la
ciudad de Montpellier, inventó unos polvos preventivos que tuvieron
mucho éxito.
Su
espíritu inquieto y errabundo le llevó a recorrer Francia e Italia,
donde tuvo lugar una ya famosa anécdota: en Génova, paseando con
otros viajeros, encontró a un humilde monje franciscano, antiguo
porquerizo, llamado Felice Peretti. Nostradamus se arrodilló ante
él, en medio del estupor de quienes presenciaban la escena. "No
hago otra cosa que rendir el debido respeto a Su Santidad", dijo
con sencillez el adivino; en 1585, Peretti subiría al trono
pontificio con el nombre de Sixto V.
Convertido
en boticario y perfumista, se instaló en Marsella y dedicó su
ingenio a la elaboración de elixires, perfumes y filtros de amor.
Fue en esos días de 1546 cuando tuvo lugar un acontecimiento que
llevaría a Nostradamus a los umbrales de la fama: la terrible
epidemia llamada del "carbón provenzal". Aix-en-Provence
fue el centro de la plaga. Los afectados por ella se volvían negros
como el carbón antes de morir atacados por tremendos dolores, de ahí
el nombre que se le asignó con ironía no exenta de crueldad.
Nostradamus
inventó un mejunje compuesto de resina de ciprés, ámbar gris y
zumo de pétalos de rosa que habían de recogerse en cestos cada
madrugada. El fármaco, inexplicablemente, consiguió cortar el
contagio y revistió a su creador de honores y prestigio, hasta el
punto de ser requerida su presencia en Lyon cuando allí se declaró
un nuevo brote de peste.
Al año
siguiente, Nostradamus se instaló en la villa de Salon, que entonces
se llamaba Salon-de-Crau. En una casa de modesta apariencia abrió su
consulta y se dedicó a atender a una nutrida clientela, ansiosa de
adquirir sus aceites, pócimas y bebedizos contra todo tipo de males.
En esa época elaboró una de sus más apreciadas mixturas, capaz de
curar la esterilidad. La fórmula se componía de los siguientes
ingredientes: orina de cordero, sangre de liebre, pata izquierda de
comadreja sumergida en vinagre fuerte, cuerno de ciervo pulverizado,
estiércol de vaca y leche de burra.
Al
parecer, Nostradamus empleó este remedio para poner fin a los
desvelos de la florentina Catalina de Médicis, nieta del papa
Clemente VII, hija de Lorenzo de Médicis y esposa del rey de Francia
Enrique II. Catalina -que era tan inteligente como víctima de las
supersticiones- se rodeaba de una nube de adivinos, nigromantes y
astrólogos, y encontró en Nostradamus el crédulo sosiego que
necesitaba. Había permanecido once años sin hijos y sufría viendo
a su regio marido rodeado de amantes. Tras ingerir el que suponemos
repugnante preparado de Nostradamus, Catalina empezó a parir de
forma prodigiosa hasta alcanzar la cifra de diez hijos.
Nostradamus
atendía a sus clientes durante el día y permanecía durante la
noche encerrado en un observatorio que había hecho instalar en la
parte alta de su casa. Todos lo consideraban un maravilloso hechicero
y un habilísimo médico, lo que para las gentes era lo mismo, pero
muy pocos conocían su relación con los astros.
En
aquellos días abundaban los pronosticadores y Nostradamus no quería
ser uno más, sino el mejor. El magistrado Chavigny nos cuenta cómo
"él preveía las grandes revoluciones y cambios que habían de
ocurrir en Europa y aun las guerras civiles y sangrientas y las
perniciosas perturbaciones que iban a asolar el mundo, y lleno de
entusiasmo y como arrebatado por un furor enteramente nuevo, se puso
a escribir sus Centurias y demás presagios".
Por
miedo a que la novedad de la materia suscitase maledicencias y
calumnias, como efectivamente ocurrió, Nostradamus prefirió guardar
sus profecías para sí mismo, hasta que en 1555 decidió darlas a la
luz. El éxito de esos crípticos cuartetos fue inmediato. En la
corte, el rey y su esposa quedaron maravillados. Nostradamus fue
reclamado en París, donde Enrique II lo colmó de regalos y su
impresionante figura barbada hechizó a los cortesanos. En los años
siguientes, su prestigio aumentaría hasta límites inconcebibles
cuando una de sus predicciones, la relativa a la muerte del rey, se
cumplió tal como él había escrito.
Años
antes, el astrólogo Luca Gaurico, consultado por Catalina de
Médicis, ya había pronosticado que su marido perecería en duelo.
Convertido en rey, Enrique había escrito: "No existe apariencia
alguna de que yo vaya a morir de tal manera. El rey de España y yo
acabamos de hacer la paz, y aunque no la hubiéramos hecho, dudo
mucho de que llegásemos a batirnos en duelo ocupando tan alta
dignidad". Cuando aparecieron las profecías de Nostradamus, fue
grande la curiosidad en la corte. ¿Era el profeta de Salon de la
misma opinión que Gaurico? Los más aficionados a los criptogramas
no tardaron en encontrar en las Centurias una
cuarteta en la que podía encontrarse la respuesta:
El
joven león al viejo ha de vencer,
en campo del honor, con
duelo singular.
En jaula de oro, sus ojos sacará,
de
dos heridas una, para morir muerte cruel.
Posteriormente,
los comentadores han encontrado que todo está muy claro. De los dos
leones, el primero trataba de representar el signo astrológico de
Francia y de su rey; el otro era el león heráldico de Escocia, bajo
cuyo blasón combatía el conde de Montgomery, lugarteniente entonces
de la guardia escocesa en la corte de Francia.
Los
hechos ocurrieron así: en uno de los torneos que festejaban el fin
de la guerra con España, el rey quiso medir sus fuerzas con
Montgomery. Este último golpeó involuntariamente con su lanza la
coraza de Enrique, con tan mala fortuna que una astilla penetró bajo
la visera del yelmo real, que brillaba como el oro. Como auguraba la
profecía, el joven león escocés era doce años más joven que el
rey y de las dos heridas, fractura de cráneo y ojo atravesado, sólo
la segunda era mortal, como indicaron los médicos. La crueldad de la
muerte se advierte en que la agonía de Enrique duró más de doce
días. Los versos se habían cumplido con fatídica precisión.
Nostradamus nada más se equivocó en un detalle: no fueron los dos
sino un solo ojo el herido. Lo demás aparecía tan exacto que la
reputación de Nostradamus no iba a decaer ya hasta su muerte.
Los
últimos días del profeta son también narrados con rigor de letrado
por Jean-Aimes de Chavigny: "Había pasado ya de los sesenta
años y estaba muy débil a causa de las enfermedades frecuentes que
lo afligían, en especial artritis y gota. Falleció el 2 de julio de
1566, poco antes de la salida del sol. Podemos muy bien creer que le
fue conocido el tiempo de su muerte, y aun el día y la hora, puesto
que, a finales de junio de dicho año, había escrito de su propia
mano estas palabras latinas: Hic prope mors est, mi
muerte está próxima. Y el día antes de pasar de esta vida a la
otra, habiéndolo yo asistido durante largo tiempo y habiendo estado
cuidándolo desde el anochecer hasta el día siguiente por la mañana,
me dijo estas palabras: ¡No me verá con vida la salida del sol!"
Las
verdaderas centurias y profecías
La
obra que dio fama a Nostradamus es una colección de enigmas y
profecías en verso, publicadas en cuatro "centurias" o
volúmenes de cien cuartetas cada uno. En 1558 la colección fue
completada por otros seis volúmenes.
En un
lenguaje sibilino y hermético, sin orden cronológico, las cuartetas
de las Centurias exponen profecías y pronósticos sobre
una edad histórica que llega hasta el año 3797. Según ciertos
comentadores, muchas de estas profecías se realizaron; de la muerte
de Enrique II en un torneo, a la de Luis XVI; de la caída de
Napoleón a la guerra de 1939.
Enigmáticas
y sugerentes, las cuartetas proféticas reunidas por Nostradamus en
sus Centurias brillan como las estrellas lejanas, cuya
claridad es más misteriosa que la del sol. No obstante, Nostradamus
no redactó sus profecías pretendiendo rigor, sino llevado por su
olfato y su inspiración. En 1542 escribirá a su hijo César:
"Estando a veces durante toda una semana penetrado de la
inspiración que llenaba de suave olor mis estudios nocturnos, he
compuesto, mediante largos cálculos, libros de profecías un poco
oscuramente redactados, y que son vaticinios perpetuos desde hoy
hasta el año 3797. Es posible que algunas personas muevan con
escepticismo la cabeza en razón de la extensión de mis profecías
sobre tan largo período, y sin embargo todas ellas se realizarán y
se comprenderán inteligiblemente en toda la Tierra."
Habida
cuenta de la celeridad con la que evolucionan las sociedades, la
osadía de su empeño merece admiración. Cosa bien distinta es
estimar válidas sus predicciones, como siguen haciendo muchos. Éstas
aparecen redactadas en un lenguaje ambiguo y en cuartetos rimados, lo
cual dificulta aún más su interpretación. Cabe pensar que este
carácter confuso fue desarrollado intencionadamente por Nostradamus
a fin de que sus predicciones pudieran ser interpretadas por las
futuras generaciones tanto en un sentido como en otro. De este modo
son los acontecimientos los que se ajustan a las profecías y no al
revés.
Lo
cierto es que muy pronto comenzaron a reconocérsele sus méritos
como profeta. Ocho años después de que publicara sus Centurias,
una de sus predicciones, aquella que hacía referencia a la muerte de
Enrique II de Francia en un torneo, se cumplió. Tras este hecho
comenzaron a propagarse los rumores sobre el carácter visionario de
Nostradamus, lo que unido a sus éxitos como médico lo convirtió en
una mezcla de terapeuta y mago a los ojos de la sociedad de la época,
hasta el punto de que el rey Carlos IX lo nombró médico de la
corte.
La
admiración social se acrecentó aún más el 2 de julio de 1566, día
en el que, como había predicho unos pocos años antes, aconteció su
muerte. Desde entonces, década tras década, siglo tras siglo,
muchos han sido los encargados de supervisar el cumplimiento de las
profecías de Nostradamus y alertar sobre su eventual consumación.
Tan sólo unos años después de muerto, nuevos acontecimientos
vendrían a cimentar su fama. Así, la batalla de Lepanto (1571) fue
predicha en los siguientes términos:
A
las Españas llegará un rey muy poderoso
por mar y por tierra
subyugando nuestro mediodía.
Este mal hará rebajando la Media
Luna
bajar las alas a los del viernes.
Y, en
efecto, Felipe II, que reinó entre 1555 y 1598, llegó a ocupar
París (mediodía francés) y a enfrentarse militarmente a los
sultanes otomanos (la Media Luna) por el control del Mediterráneo.
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