sábado, 31 de marzo de 2012


70 años de Búsqueda

El Hombre de Pekín emerge de nuevo






El Hombre de Pekín, perdido durante 70 años podría estar debajo de un estacionamiento de Qingdao. Su primer hallazgo en 1921 dio un vuelco a la historia de la paleontología cuando se le tildó de “eslabón perdido”, tópico eslogan ya de la época y que por fin se materializaba en un estudio científico. El Hombre de Pekín, de un millón de años de antigüedad, revolucionó el estudio sobre nuestros antepasados, porque llenaba uno de los huecos de la cadena evolutiva apenas atisbada por Charles Darwin en 1859. Sin embargo, aquellos valiosos restos óseos se perdieron durante la Segunda Guerra Mundial.
La escena podía haberla escrito Steven Spielberg: En 1941 mientras los japones invadían china, el ejército estadounidense trataba de sacar las cajas con los restos óseos del puerto de Quingdao. Durante la batalla se perdió el rastro: uno de los hallazgos más importantes de la historia de la humanidad se perdía de nuevo.
El profesor sudafricano Lee Berger de la Universidad de Witwatersran cree haber encontrado los restos óseos en el mismo Quingdao. Según el estudio histórico que ha elaborado junto a investigadores chinos del Instituto de Paleontología de Pekín, los restos nunca salieron del puerto. Berger se basa en el testimonio de Richard Bowen, que afirma haberlo visto en 1947 mientras servía como marine en la localidad.
Bowen, que hoy tiene más de 80 años, estaba destinado en la base de Quingdao durante la Guerra Civil china que sacudió el país tras ser repelida la invasión de los japoneses. EEUU apoyaba los nacionalistas del Kuomintang liderados por Chiang Kai-Tsek en contra de los comunistas de Mao Zedong. En 1947 mientras avanzaba hacia Pekín, Mao rodeo la base con 25.000 hombres.
El testimonio del ex-marine que ha recogido el China Daily tras haberse publicado en South African Journal of Science pone los pelos de punta: ”Cavamos un montón de agujeros para colocar ametralladoras, y en uno de ellos encontramos cajas llenas de huesos. Era de noche y nos dio un poco de miedo, así que rellenamos aquel agujero e hicimos otro… Después fuimos evacuados a Tientsin (la actual Tianjin) y luego a Estados Unidos”.



El marine Richard Bowen alrededor
de 1947, cuando vio las cajas con
los huesos en Quingdao.

Las palabras de Richard Bowen evocan la mítica caja de madera con el Arca de la Alianza de Indiana Jones y el arca perdida (1981): como guión para una aventura del célebre arqueólogo de ficción no tiene precio, pero los recuerdos de Bowen eran mucho más emocionantes para Berger y su equipo: estaban quizás ante la resolución de un misterio real, desenterrar de nuevo los huesos del huidizo homínido de hace un millón de años.
El relato es creíble ya que lo que se sabe es que los restos estuvieron en manos de militares estadounidenses en ese mismo lugar, el conocido entonces como puerto de Qwingdao, -a 500 km de Shanghai en la costa del mar de China- por los occidentales en 1941, lo que hace muy plausible la versión.
Las detalladas pistas que ha dado el ex-marine sobre la ubicación donde se produjo el incidente de 1947 , han llevado a Berger a determinar que las cajas con los restos óseos se hallan en un estacionamiento de unos a almacenes de la Compañía de Exportación e Importación de Comida de Hebei, la provincia vecina a Pekín donde se halla Qinhuangdao.
Si sus colegas Johan Gunnar Andersson, de Seucia, Otto Zdansky, de Austria y Davidson Black de Canadá lo arrancaron a la tierra de las leyendas del Dragón entre 1921 y 1927, Bergery el resto de científicos tenían que arrancarlo de las veliedades y vericuetos de la Historia.
Los restos podían haber quedado enterrados otra vez, quizás hasta que no pasara otro millón de años y de forma casual alguien lo encontrase como ya ocurriera la primera vez en 1921, en Zhoukoudian a unos 40 km de Pekín.
Lo cierto que Gunnar Anderson localizó los restos en un mercado de Zhoukoudian, un lugar alejado de todo sobresalto y donde se venían las preciadas piezas como dientes de Dragón.
Para todos eran la personificación de un concepto tan crucial en la cultura china como el yang, simples amuletos, de una intensa carga masculina, que preveían problemas de salud o acababan con las malas cosechas. Sin embargo, a Johan Gunnar se le revelaron como una cruciales reliquias de la Prehistoria que era preciso estudiar y que pasaban totalmente desapercibidas.
Tras unas primeras pesquisas entre los habitantes de Zhoukoudian el sueco llegó a una cueva conocida como la Colina de Huesis de Dragón. En ese punto se unieron a las investigaciones, el peleontólogo austriaco Otto Zdansky, el anatomista alemán Franz Weidenreich el religioso francés Pierre Teilhard de Chardin y por último el paleontólogo canadienswe David Black.
Este último acabaría con los laureles de la investigación ya que fue el único que se quedó tras otro de los accidentes de la Historia: las revueltas campesianas de 1925 que hicieron marcharse al resto de investigadores y que puso en peligro el proyecto.
En 1926, Black publicó su estudios, que supusieron un punto de inflexión, y que reescribían el Árbol Genealógico del hombre al introducir aquellos restos dispersos de huesos fósiles como Sinantrophus pekinensis que desde entonces se conocería como Hombre de Pekín.
Con una capacidad craneal media de 1.093 centímetros cúbicos (aproximadamente el 80% del Homo Sapiens) el hombre de Pekín representaba una forma humana muy cercana al hombre de Java descubierto por Eugene Duvois en 1891. Finalmente su importancia paleontológica hizo que en 1950 el biólogo Ernst Mayr asignara las dos especies al género Homo y que acabara teniendo su propia subespecie, el Homo Erectus, uno de los antepasados directos del Homo Sapiens del que derivamos.

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