Aldo Roque
Difilippo
Hace 123
años moría Máximo Santos. Controvertido, resistido y a la vez impulsor de la Reforma vareliana que
transformaría para siempre el sistema educativo en el país.
Máximo
Santos murió el 10 de mayo de 1889, pero
tres años antes, el 17 de agosto de 1886 se produjo un intento fallido para asesinarlo.
Años convulsionados en el Uruguay de la segunda mitad del Siglo XIX.
El 17 de agosto de 1886 el Presidente Santos acudió al Teatro Cibils a ver una
representación de la ópera La Gioconda, de Amilcare Ponchielli,
con un elenco encabezado por la diva italiana Eva Tetrazzini. La función
comenzó a las 20:30. A eso de las 21, cuando el primer acto estaba en pleno
desarrollo, Máximo Santos, vestido de gala, bajó del carruaje e ingresó al
recinto junto a su hija Teresita. Cuando giró la cara hacia su derecha, para
saludar a su amigo Tulio Freire (creador, entre otras cosas, de la banda
presidencial), el joven teniente Gregorio Ortiz se acercó por el otro lado y le
disparó un balazo en la cara, a quemarropa.
El agresor corrió por calle
Ituzaingó hacia Piedras. Uno de los guardias personales del presidente intentó
perseguirlo pero tropezó en su sable y cayó al suelo. Ortiz dobló por Piedras
hacia Treinta y Tres, perseguido por el
teniente Gard y otros guardias, se
detuvo un momento para disparar contra sus perseguidores, pero no dio en
el blanco. Al llegar a la calle Treinta y Tres, y al no ver el caballo que
debía haberlo esperado para facilitar su fuga, se puso el revolver que portaba
sobre la sien y se suicidó.
Gregorio Ortíz |
Este hecho tiene varias alternativas preliminares, en esos
convulsionados años de nuestro país.
La guaranguería política
El
General Máximo Santos había logrado encaramarse en el poder. La dictadura de
Lorenzo Latorre logró, con mano dura, evitar las revoluciones, eliminando a los
caudillos, sucediéndose las desapariciones. Muchos caudillos y otros cabecillas
eran llamados a los cuarteles donde se los asesinaban. En 1878 cerca de 400
presos de la Dictadura
eran obligados a trabajos forzados, utilizados por el dictador como la fuerza
viva que construía obras públicas "y mientras unos tallaban millones de
adoquines, otros, cadena en pie, abrían amplios caminos nacionales que pasaban
el horizonte".
Tras
la renuncia de Latorre lo sucede en forma interina el Dr. Francisco A. Vidal.
"Al retirarme a la vida privada -expresaba Latorre en su manifiesto- llevo
el desaliento hasta el punto de creer que nuestro país es ingobernable".
Hay quienes afirman que esta renuncia fue solo una mala maniobra donde Latorre
quería aparecer como imprescindible, pero sin embargo impidió los esfuerzos que
trataban de disuadirlo de su resolución. Washington Lockhart lo define como la
"guaranguería política con viento a favor o en contra (...) no es siquiera
lo que parecía", catalogando su trayectoria como "ese gran
cero". Un personaje contradictorio, que aplicó mano dura por un lado, y
por otro nombra a José Pedro Varela como Director de Instrucción para que
promoviera su plan de reformas. "Sé que mi actitud contribuye a prestigiar
la dictadura -comentó José P. Varela-, pero sé también, que si por este lado
hago mal a mi país, por otro le hago bien. El prestigio que puedo dar a este
gobierno es transitorio. El influjo de la reforma escolar que proyecto, es
verdadero y profundo".
¿Batlle instigador de Ortiz?
Carrero,
comisario, militar, comandante político en Minas, ministro de Vidal, por fin en
1882 Máximo Santos logró encaramarse en el poder con una personalidad "con
todos los desbordes del mandón", según lo describe Carlos Machado.
Gobernando con la divisa colorada, donde se suceden los atropellos, los abusos,
proscripciones, las torturas y homicidios. Contando con el respaldo de los
blancos ajenos a la inclinación principista del nacionalismo. "Tu sabes,
mi querido amigo, que yo nunca he pertenecido ni a principistas ni a
nacionalistas, -le escribió Aparicio Saravia en 1880- pues yo no soy más que
blanco y verdadero amigo tuyo".
Desde
un principio intentó reprimir los embates de la prensa independiente que
criticaba sus actitudes. Batlle escribía el 4 de noviembre de 1881: "La
siniestra candidatura de Santos solo ha de ser impuesta por la turba de forajidos
constituidos en marzorca; no ha de triunfar sino por la imposición, el saqueo y
la matanza.
¿Quién
afirmará sin rubor que hay uno sólo que de corazón proclame a Santos presidente
de la República ?
¿Qué títulos puede fingir ante los ojos del más iluso?
¿El
haber sido el brazo derecho de Latorre?
¿El
haber sido comandante del célebre 5º de Cazadores?
¿El
haber inutilizado con el fraude los registros cívicos?
¿Haberse
hecho nombrar Coronel?
¿Haberse
hecho nombrar General?
¡Oh,
que vegüenza!"
Los
embates a la prensa independiente por parte del General Santos se repiten,
siendo denunciados por Batlle, algo que le sirvió para ganarse un enemigo
temible. "A las nueve y media de la noche del lunes, la imprenta de aquel
diario estuvo a punto de ser asaltada.
Numerosos
grupos, compuestos de hombres que todos conocen, por encima de la ropa, vagaba
en sus inmediaciones, con nada tranquilizador aspecto.
¿Qué
objeto los llevaba? No podrá ser otro que el de repetir los sucesos de Mayo.
Había dos razones para que así fuese. Se trataba de la imprenta de "El
Bien Público". En esa imprenta también se publica "El Plata".
Era
matar dos pájaros de una sola pedrada.
Y
la oportunidad se presentaba como nunca".
El
17 de agosto de 1886, a
las 8,30hs, el teniente Gregorio S. Ortiz dispara contra Máximo Santos, en la
entrada del teatro Cibils, precipitando la crisis política y el fin del poderío
del Capitán General. "Se sintió en medio de los compases ruidosos de la
escena culminante... así como un chasquido a nuestra espalda", relata
Domingo González.
Santos
sobrevive al incidente, pero "estará inutilizado para toda tarea durante
seis o siete meses, y luego tendrá que preocuparse de sí mismo durante un año o
dos; es lo menos que necesita para reparar medianamente las pérdidas sufridas;
no puede hablar" ("El Día" 6/9/1886).
Máximo Santos junto a algunos de sus hijos. |
Batlle
y Ordóñez, Juan Campistegy, Mateo Magariños Viera y otros son detenidos. Batlle
es acusado de instigador, quedando detenido por siete días. Santos dirige una
carta al Juez del Castillo el 24 de Agosto: "no cree que ningún oriental
esté complicado en tan nefasto delito", y expresando su deseo "de ver
terminado el proceso criminal". Un día después Batlle recupera la
libertad.
Santos
insiste que Batlle es el instigador de Ortiz, basándose en la violenta campaña
desatada en El Día, que tras el atentado, en varios artículos elogiaban la actitud,
llamándolo "malogrado" y "heroico" lo cual provocó un
verdadero alboroto en Montevideo. Los empleados públicos pensaban lo mismo y
redactaron un manifiesto. Mientras Batlle estaba preso apareció en El Día un
artículo que calificaba de "neurótico" a Ortiz. "Este artículo,
que escapó al contralor de Batlle", apunta Roberto Giuduci.
"Fue
entonces (en el Cabildo) cuando recibí un papelito enviado para Batlle, -recordaba Mateo Magariños Veira en 1922- no
me es posible recordar por que conducto, pero en el que se quejaba de la forma
en que se había hablado de Ortiz, y pedía que el primero que saliese en
libertad rectificase aquellos conceptos. El mismo papelito le llegó a
Campisteguy también, creo estar seguro de ello. El primero en recobrar la
libertad fui yo pues mi padre la obtuvo a las 12 de la noche del mismo día.
Recordando
la recomendación de Batlle, escribí al día siguiente un artículo que creo se
titulaba así: "El malogrado Ortiz o el heroico Ortiz", no puedo
precisarlo bien. Tal artículo me produjo dos disgustos: el primero con Carlos
María Ramírez, quien decía que, siguiendo así, nos iban a matar a todos, y el
segundo con el general don Lorenzo Batlle, que fue a la imprenta manifestándome
que provocábamos el asesinato de su hijo. Resolví entonces renunciar a mi
puesto en el diario, pero Batlle me mandó inmediatamente decir que no hiciera
caso de tales advertencias y que continuara en El Día la misma campaña".
Después
vendrían otros episodios no menos convulsionados en la historia uruguaya.
Santos falleció en Buenos Aires el 19 de mayo de 1889, cuando tenía solamente
42 años. Le gustaba la buena vida, el despilfarro y el lujo. En 1881, antes de
asumir como presidente, mandó construir una suntuosa residencia, conocida como
el Palacio Santos, donde actualmente funciona el Ministerio de Relaciones
Exteriores.
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Fuentes
consultadas:
-"Historia
de los orientales", Carlos Machado, Edic. Banda Oriental, Montevideo,1992
-"Batlle
y el Batllismo", Roberto B. Giudici, Imp. Nacional Colorada, Montevideo,
1928.
-"Aparicio
Saravia, las últimas patriadas", C. Enrique Mena Segarra, Edic. Banda
Oriental, Montevideo, 1981.
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