Apuntes de Pintura
La sutil frontera entre pintura y
escultura
Ángel Juárez Masares
Mucho se ha escrito acerca de los
caminos emprendidos por los artistas para llegar al fondo de la sensibilidad
humana, y también sobre la búsqueda de ellos. Las diferentes corrientes sobre
las que hemos hablado en anteriores entregas así lo determinan, aunque es
imposible encontrar un período “bisagra” en este sentido; quizá –y de una
manera aleatoria- se pueda establecer que el inicio del siglo XIX marcó una
tendencia a la libre asociación de imágenes. A la selección adoptada por
algunos “innovadores” como Picasso y Braque, quienes extendieron su libertad de
asociación plástica; es decir, aunque su campo de objetos estaba
arbitrariamente determinado, relacionaban instrumentos musicales con diarios,
copas de vino con papeles pintados, naipes con pipas, simplemente porque esos
objetos familiares se prestaban a la construcción de una imagen efectiva.
Naturalmente es discutible si estas imágenes tienen un significado mas profundo,
si representan nada mas que el ambiente del artista, o simbolizan –de un modo
mas positivo- su aislamiento de la sociedad ordinaria. Pero lo que vemos en el
desarrollo del cubismo de 1912
a 1914 es la creciente tendencia a apoyarse, no tanto en
el motif, sino en las texturas. Recordemos que Picasso y Braque pasan al empleo
de las texturas originales mismas, encolando trozos de diario, papel pintado,
hule, o tejido de lienzo, enlazando estos elementos con zonas de pintura y
entornos dibujados al carbón. La técnica recibió un nuevo nombre: collage, la normal palabra francesa para
el proceso de armar y encolar . Durante un año o dos, esta técnica conservó su
finalidad pictórica, pero condujo fácilmente a un uso escultórico de los mismos
métodos. La escultura cubista tuvo un desarrollo separado, asociado con los
nombres de Brancusi, Duchamp-Villon, Archipenko, y Henri Laurenz, entre otros,
pero originalmente hubo un intercambio íntimo de conceptos visuales –y hasta
materiales- razón por la cual está justificado que se haga una breve referencia
a la escultura cubista en la historia de la pintura moderna.
El primer escultor que utilizó el idioma
cubista fue Raymond Duchamp-Villon en 1910; Archipenko comenzó a exponer obras
en 1911; fue seguido por Brancusi en 1912, y por Lipchitz en 1913.
Duchamp-Villon fue entonces el primero en advertir las inferencias de una
escultura cubista y en ver que suponía una identidad, o por lo menos una
“confusión” hacia los principios de la arquitectura. Como dijera Apollinaire, “una
estructura se convierte en arquitectura y no en escultura cuando sus elementos
no tienen ya justificación en la naturaleza”. Una escultura abstracta se
convertiría en una arquitectura “desinteresada”.
Señaló además que, “el fin utilitario
que busca la mayoría de los arquitectos contemporáneos es el responsable del
gran atraso de la arquitectura comparada con las otras artes. El arquitecto y
el ingeniero deberían tener fines sublimes: construir la mas alta torre,
preparar para el tiempo y la hiedra las mas bella de las ruinas, tender a
través de una rada o un río un arco mas
audaz que el arco-iris y –finalmente- componer una armonía perdurable, la mas
poderosa que el hombre haya imaginado”.
Duchamp-Villon murió en 1918, pero en
sus últimas obras, como Cabeza de un
Profesor Gosset (bronce, 1914) había alcanzado un grado de intensidad
estructural que presagiaba las próximas realizaciones del movimiento
constructivista.
Archipenko, que se trasladó de Moscú a
París en 1908, tuvo su primer contacto con el grupo cubista en 1910, y fue en
gran medida el precursor con mas inventiva de la escultura moderna, algo que no
se reconoce con frecuencia. Ya en 1912 había introducido (conforme al mismo
principio del collage) diferentes materiales (madera, metal, y vidrio) en una
misma construcción, fue también el primer escultor en comprender el valor
expresivo del agujero horadado como contraste con la protuberancia o como
conexión entre dos superficies opuestas, un recurso que luego Henry Moore
explotaría con tan buenos resultados.
Finalmente no podemos dejar de ver el
concepto que tenía de la escultura el rumano Constantín Brancusi, para quien
“la belleza es equidad absoluta”. Defendía éste su teoría asegurando que “la
escultura es un arte que supone concentración formal”. Para Brancusi,
significaba la reducción del objeto a su esencia orgánica. El huevo se
convertiría en el arquetipo formal de la vida orgánica, y al tallar una cabeza
humana, un ave, o un pez, se esforzaba por ingresar en la realidad esencial del
objeto.
Permítasenos aquí aludir a la obra del
artista de San Gregorio de Polanco (Tacuarembó- Uruguay), Carlos María
Larregui, quien frecuentemente suele tomar las formas ovoides como punto de
partida para crear en torno a ellas. Claro…el infinito mundo que es posible
crear a partir de la línea, la curva, y el “vacío”, aplicados al volumen, hace imposible
encasillar la escultura en un estilo; hacerlo sería –además de una torpeza-
pretender ponerle límites a la creatividad del hombre.
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