Apuntes de Pintura
El Greco, y la
búsqueda
de la perfección
Ángel Juárez Masares
Algunos aconteceres de esta semana nos llevaron hurgar en
la vida de “El Greco”, ese hombre que pintó otros hombres de pequeñas cabezas y
cuerpos estirados. Cuerpos de formas larvales y color ceniciento sobre fondos
borrascosos.
Doménico Thetocopuli que era un ser reservado y propenso
al recogimiento y que, pese a utilizar frecuentemente a Toledo como fondo de
sus escenas místicas, no dejaría de firmar en griego, recordando así su
nacimiento cretense.
Su patronímico es Theotokopoulus (hijo de Dios), en cuanto
a su nombre Kuriakos (que pertenece al Señor), el Greco lo transformó a la moda
latina en Doménico. En España conservó su sobrenombre italiano adquirido tras
su paso por Venecia, y no fue llamado el “Griego”, sino el “Greco”.
No hay certeza si Doménico nació en 1537, como lo asegura
Willumsem, o hacia 1547-48 como lo supone la mayoría de los escritores
españoles. Se sabe que murió muy viejo, quizá alrededor de los ochenta años.
Si se tiene en cuenta el genio pictórico del Greco, tan
pleno de bizantinismo, puede asegurarse que en verdad poco tenía para
aprender cuando hizo el viaje a Venecia,
pues conocía perfectamente la técnica del pintor de íconos. Por el “Libro del
pintor”, de Athos, sabemos que ésta era una obra colectiva, y todo lleva a
pensar que Doménico aprendió sucesivamente a impregnar de yeso los tableros de
madera, y una vez secos y pulidos, a extender sobre ellos el fondo de oro.
Llenar las siluetas con el tono básico, diseñar con carbonilla el cuadro, a
volver a trazar el diseño sobre la preparación de tiza, a colorear los ropajes
de pliegues rígidos y secos, y por fin –vuelto mas hábil- a pintar las manos y
los rostros.
Sin embargo la gran presencia que anima al Greco desde
Venecia hasta Toledo es el Tintoretto, iniciador del barroquismo y precursor de
la mas expresiva pintura moderna. Se sabe que éste modelaba figuras de cera o
de tierra a las que vestía de sedas poniéndolas en cajas de madera, a las
cuales colocaba ingeniosamente la iluminación interior. Este procedimiento lo
hará suyo el Greco; en Toledo se rodeará de pequeños personajes que suspenderá
de las vigas de su taller para crear las mas raras perspectivas, los escorzos
nunca vistos, y todas esas actitudes contorneadas y singulares en que triunfa
el arte barroco.
Se ha comprobado que el Greco hizo copias directas del
Tintoretto, como en “La curación del ciego”, y mas tarde en España para el “San
Sebastián” de la catedral de Palencia. Dos retratos del período italiano llevan
también profundamente inscripta la marca del Tintoretto.
Naturalmente no puede uno asomarse a la obra del Greco sin
lanzar una mirada al “Entierro del Conde de Orgaz”, la obra que consagró su
reputación.
Dice en “la historia de Toledo”, que “los extranjeros
acudían a contemplar esta obra maestra con la mas extrema admiración, y los
mismos toledanos no dejaban de volver a verla, descubriendo en ella cada vez
una nueva maravilla, o interesándose en estudiar las cabezas de los caballeros
y otros personajes del cortejo, la mayoría retratos de personajes ilustres”.
Greco se volvió entonces en Toledo, semejante a esos
maestros de Italia cuya presencia bastaba para atraer a los más célebres
visitantes a Perusa, Urbino, o Padua. En esa época su altivez y orgullo no
conocían límites, y pronto se le tachará de locura, aunque todo parece indicar
que en realidad había adquirido una idea de la altura de su arte como nadie lo
hiciera antes. Cuentan que La
Inquisición creyó turbarlo reprochándole hacer alas demasiado
grandes a sus ángeles; mas él tuvo el buen sentido de responder que; “o no se
hacían alas, o se las hacía a la medida del cuerpo”.
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