GÉNESIS DE LA PINTURA URUGUAYA
(4ta. Parte)
El Taller Torres García inaugura a
través de esa pintura ciudadana una nueva mirada sobre el paisaje local, al
punto que, desde entonces, esas imágenes pasaron a identificarse con el ambiente
humano, portuario, callejero y mundano del Montevideo de mediados de siglo.
En ese período comprendido entre 1930 y
1950, si bien los grupos ya mencionados de pintores en la escuela francesa de
los años ´20 (llamados también de ”la nueva sensibilidad”) eran los tres polos
que caracterizaban la producción pictórica en el Uruguay de la época, existía
un gran número de artistas importantes cuya obra no puede ser referida a
ninguno de estos grupos. Casos aislados como el de Alfredo De Simone,
caracterizado por sus vigorosos paisajes del barrio sur; Eduardo Amézaga,
Washington Barcala, Manuel Espínola Gómez, el propio José Cúneo, que por
entonces trabajaba en su serie de ranchos y lunas iniciada en 1931, y muchos
otros que confluirán con su obra en la fermental década de los años ´50.
Esta década reúne artistas de variadas
tendencias; en su diversidad, se caracteriza por ser la década en que se genera
y decanta el movimiento de los llamados “pintores abstractos”, en el clima de
una extendida polémica entre los partidarios del realismo figurativo y los
partidarios de la “no figuración” en la pintura. En 1952 de creo el Grupo de
Arte no Figurativo, que continuará realizando exposiciones en los años
siguientes y cuyos principales componentes fueron María Freire, José Pedro
Costigliolo, Antonio Llorens, Guiscardo Améndola, , Rhod Rothfuss, Washington
Barcala, entre otros. Estas incursiones en el “arte abstracto” estaban movidas
por una corriente internacional que alentaba, pero también propiciadas por
cierta confianza local en el progreso y en la necesidad de que el arte
respondiera a ese nuevo imaginario industrialista que latía en la región y que
había sido impulsado en el Uruguay hacia 1950.
La exposición que consagra en Montevideo
la “nueva pintura” de la década se realiza en 1955 bajo el nombre “19 artistas
de hoy” y reúne a pintores de diversas tendencias, pero con un marcado énfasis
en los “no figurativos”, ya sea porque cultivan un espacio estrictamente
geométrico, o porque se inclinan hacia la fuerza expresiva del trazo, o hacia
una preocupación de tipo formal y estructural. Aún dentro de la variedad de
criterios y diversidad de obras que presentó la exposición, es posible valorar
en ella el desafío de participar en una situación cultural contemporánea que se
plantean por primera vez muchos artistas uruguayos y que , en pintura, suponía
el reconocimiento indiscutible de códigos estéticos modernos ya
internacionalizados y de lugar preponderante para el problema de la “forma”,
pasando el “tema literario” a segundo plano.
Algunos artistas, incluso, no solamente
abandonan el “tema literario” (entendido como la anécdota narrada en la
pintura, llámese paisaje, retrato, o cualquier otro conjunto de figuras que
remite al mundo exterior), sino que abandonan también todas las reglas de
composición, cromatismo, y estructuración formal del plano propias da la
llamada “pintura moderna”; producen cuadros con gruesas superficies de
materiales rústicos (arena, yeso, cemento; a veces con maderas y metales
incorporados) o cuadros al óleo cuyas extensas superficies oscuras apenas
permiten vislumbrar ciertas modulaciones tonales si que aparezca una intención
figurativa o cromática precisa. A este tipo de pintura, practicado en el país
entre 1959 y 1965 aproximadamente, se lo llamó “pintura informalista”
(denominación bastante discutida en su época) y tuvo ciertos puntos en común
con la pintura española de entonces, cuyo representante mas conocido fue
Antonio Tápies, llegado a Montevideo para exponer en 1960.
Es importante subrayar que tanto esta
pintura “informalista” practicada por artistas como Agustín Alamán, Andrés
Montani, Jorge Páez, Américo Spósito, y Juan Ventayol, entre otros, como
ciertas manifestaciones de la pintura “no figurativa”, así como muchas otras
investigaciones pictóricas que partían de la representación de objetos para
luego distorsionarla dando lugar a diversas modalidades de “abstracción
figurativa”, constituyeron lo que podríamos llamar un verdadero “laboratorio
formal colectivo” en la pintura uruguaya de los años ´50; un laboratorio que
rendirá frutos en la producción artística (pictórica, gráfica, y audiovisual)
de la década del ´60.
En los primeros años de esa década se
abren múltiples espacios de producción y circulación para las artes plásticas
(además de la Escuela
Naciona lde Bellas Artes, que existía desde 1943), como
nuevas galerías que ofrecieron oportunidades a los jóvenes, la escuela del Club
del Grabado, La Feria
de Libros y Grabados, el Centro de Artes y Letras El País, el Instituto de
Artes Visuales, y el Instituto General Electric.
Particularmente este último, bajo la
dirección de Ángel Kalemberg, dio lugar a una dinámica escena cultural donde
tuvieron oportunidad de manifestarse los nuevos movimientos de la pintura, de
la instalación de objetos, de la performance, de la música, en conexión con el
Instituto Di Tella de la ciudad de Buenos Aires.
(Continúa
la próxima semana)
Fuente:
Gabriel Peluffo Linari (Breve Panorama de la Pintura uruguaya 1830-1980.
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