PIERO
DELLA FRANCESCA, MAESTRO DE LA
ARMONÍA
Por su profundo
conocimiento de la pintura florentina, se cree que pasó una larga temporada en
Florencia, pero su presencia en dicha ciudad sólo está documentada en 1439,
cuando colaboraba con Domenico Veneziano en los frescos (perdidos) de San
Egidio. Su aprendizaje florentino parece indudable en obras como el Bautismo de
Cristo, deudoras del vigoroso planteamiento plástico de Masaccio, del riguroso
orden compositivo de Fra Angélico o de la luminosidad de las gamas cromáticas
de Domenico Veneziano.
Después de realizar otros
frescos, hoy perdidos, hacia 1452 Piero della Francesca empezó a trabajar en el
coro de San Francesco de Arezzo, donde dejó un magnífico ciclo sobre la Leyenda de la Vera Cruz. Esta obra,
que es considerada la más sobresaliente de toda su producción, está basada en
una leyenda medieval muy compleja, y plasmada con grandiosidad y solemnidad,
mediante un perfecto estudio de las proporciones, de tal forma que naturaleza,
arquitectura y personajes se entrelazan y relacion
an con una armonía y un
equilibrio perfectos.
Tras La Virgen y el Niño con
Federico de Montefeltro (h. 1475) y la inacabada Natividad, Piero dejó la
pintura, quizá porque se estaba quedando ciego. A partir de este momento se
dedicó al estudio de las matemáticas y la perspectiva, y escribió tratados
sobre ambas materias. Después de su muerte, su obra cayó en un completo olvido
y hasta el siglo XX no se ha producido una auténtica revalorización de su
figura.
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