Esquizofrénico
"Desde el hipotético principio oficial, el que Garini estableció con "Una forma de la desventura" (1963), la crítica le fue favorable aunque no entusiasta. Una crítica acostumbrada a la narrativa urbana (Onetti, Benedetti, Martínez Moreno), que todavía miraba con desconcierto las experiencias de Felisberto Hernández o de Armonía Somers, no podía aceptar así, de buenas a primeras, el extraño mundo de L. S. Garini.
A estos últimos antecedentes se lo filió, no sin cierta razón.
Pero en rigor la crítica quedó desconcertada ante sus ficciones y el misterioso manto, con aroma a posible nuevo mito, que cubría la identidad del escritor. Así, a José Pedro Díaz, Mario Benedetti, Cotelo y Visca, les incomodó la rígida sintaxis de los cuentos de Garini; se consideró que fatigaba el uso del "etcétera" y de las conjunciones. (...)
No se advirtió entonces que había un juego de máscaras también en sus relatos, donde un narrador, generalmente en primera persona, intenta objetivarse a través de un extraño distanciamiento que busca diluir la historia, reducir a la mínima expresión los datos de los personajes para expresar el absurdo y el grotesco, el dolor y la desventura.
La suya es una curiosa forma del objetivismo que se adelanta a la experiencia del ahora viejo nouveau roman, y que (con firmes posibilidades) se nutre del ilustre antecedente de esta tendencia de la narrativa francesa: Tropismes (1939), los breves relatos de Nathalie Sarraute. Existe con ellos una relación de consanguinidad, porque en los relatos de Garini como en los de la escritora francesa, ocurre algo que describe Juan José Saer: el alejamiento "de las leyes de la sintaxis, tal como la entienden los amigos del 'buen decir' (...). La prosa tartajeante de la señora Sarraute, plagada de comas que no señalan el descanso calculado del discurso sino las vacilaciones propias de la conciencia".
Así escribía Nathalie Sarraute en la gran urbe, en los mismos días en que Héctor Urdangarín, con el dinero de una herencia en el bolsillo, visitaba las exposiciones de pintura y aprendía del cubismo a observar los objetos. Los mismos días en que deambulaba silencioso y espiaba a la distancia ("soy un observador frío", dice en su magistral cuento "Equilibrio") la vida en las casas sórdidas, las casas de pensión que brotan en los cuentos de Garini. Seguramente en aquellas jornadas parisinas empezó a ensayarse en la escritura de sus relatos, en algún ignorado lugar de la "ciudad Luz" comenzó a pulirlos obsesivamente gestando infinitos borradores hasta alcanzar ese estilo vago y contradictorio que parodia al discurso esquizofrénico".
* Pablo Rocca, "Las vidas de un escritor secreto", en El País Cultural, Montevideo, 11/12/1992.
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