viernes, 28 de septiembre de 2012

A modo de Editorial

(adelantándonos al 12/10; otros  “descubrimientos”)


 


Breve historia del intercambio entre África y Europa


 

 


Nada de nuevo tenía la esclavitud hereditaria, que venía de los tiempos de Grecia y Roma. Pero Europa aportó, a partir del Renacimiento, algunas novedades: nunca antes se había determinado la esclavitud por el color de la piel, y nunca antes la venta de carne humana había sido el más brillante negocio internacional.

Durante los siglos dieciséis, diecisiete y dieciocho, África vendía esclavos y compraba fusiles: cambiaba brazos por violencia.

Después, durante los siglos diecinueve y veinte, África entregaba oro, diamantes, cobre, marfil, caucho y café y recibía Biblias: cambiaba la riqueza de la tierra por la promesa del Cielo.

Espejos. Una historia casi universal.

 


 
 

Opinión

 

 Jamás podrá el renacuajo rozar el plumaje de las águilas

 

 

Ángel Juárez Masares

 

 

La multiplicidad de posibilidades que ofrecen las redes sociales como medio alternativo de comunicación ya no admite dudas de ninguna especie.

Cada día se publican solicitudes de ayuda, y cada día alguien “encuentra” una persona de su afecto con la cual había perdido contacto; claro, todo esto mezclado con solicitudes de “juegos”, envíos de poemas cursis, y composiciones fotográficas místicas.

Sin embargo las redes son utilizadas cada vez con mas frecuencia para dar a conocer, promocionar, o convocar a actos políticos, recordemos la reciente movilización efectuada en la República Argentina, pues quizá sea una de las pruebas mas claras en ese sentido.

Dentro ese maremágnum donde conviven soledades y resentimientos con actitudes muy nobles, también suelen aparecer publicaciones destempladas, casi rozando la irracionalidad, y es a ellas que hoy queremos referirnos brevemente, en el entendido que tampoco merecen que le dediquemos demasiado espacio.

Días atrás un ciudadano instó a movilizarse “como respuesta del pueblo cansado de tanto abuso de estos comunistas tupamaros chupasangre”, y propuso “una solución electoral para un Uruguay como se debe, unión entre colorados blancos amarillos, verdes azules, todos los que nos vemos ultrajados por estos loquitos”.

Mas adelante escribió que “se impone imaginar una ingeniería electoral que permita sumar a colorados y blancos, que realmente hoy coinciden en sacudirse de encima las Intendencias del Frente Amplio”.

Aseguró que así “recuperaríamos nuestro Uruguay de manos de estos asesinos tupamaros comunistas, corruptos y lo peor, se han creído que son lo mejor, de esta manera los volamos.”

Naturalmente que la decisión de abordar este tema no tiene de nuestra parte ninguna intención político-partidaria, nuestros lectores se encuentran en todos los partidos políticos de nuestro país, y les debemos respeto.  Lo que nos molesta es la generalización y la virulencia que se desprende de lo manifestado por el convocante, a quien se lo manifestamos de la siguiente manera: “Y pensar que yo creía que los "comunistas tupamaros chupasangre" habían sido los pilares de la Cultura uruguaya de la que tanto nos enorgullecemos...tampoco sabía que los Ruben Yáñez, los Wilson Armas, los Sari Torres, las Nelly Goitiño, los Alberto Candeau... eran "asesinos-tupamaros-chupasangre"... me parece que se te entreveraron los tantos...”

La respuesta fue (errores ortográficos incluidos): “Angel, te repito el medico cura, el mecanico te arregla el auto el zapatero los zapatos, el que mato es asesino y de esa no tengo dudas, no me vengas con otro cantar, la realidad que mataron y eso los hace asesinos, no te saques boleto con la cultura ya que para matar no usaron esa cultura que vos hablas, sabes que, hacele un bien a la humanidad, bórrate”.

Naturalmente eso hicimos, nos “borramos” (no porque a la humanidad se le fuera a mover un pelo), en primer lugar porque tenemos muchos amigos militantes de los partidos tradicionales con los que interactuamos diariamente en un clima de humana concordia y respeto mutuo, y en segundo lugar porque consideramos inútil enfrascarnos en una discusión inconducente.

Sinceramente no sabemos si lo antes dicho está fuera de la línea de esta publicación, pero suponemos que la “cultura cívica” forma parte de la cultura general de un país.

De todas maneras insistimos en que nuestra molestia se encuentra enmarcada en la generalización. Evidentemente producto de la falta de información histórica que se desprende de la publicación aludida.

Quienes tuvimos oportunidad de conocer algunas personalidades como las mencionadas mas arriba, como Ruben Yáñez, Nelly Goitiño, Alberto Candeu, y nuestros amigos y referentes, Wilson Armas Castro, o Roberto Sari Torres (solo por mencionar personas públicas) no podemos permitir que sean calificados con ligereza por un ignorante cuyas diatribas –no dudamos- van contra la opinión de la mayoría de los ciudadanos Blancos y Colorados de este país.
El Quijote por dos

 
Nos gusta el cine, y por supuesto también nos gusta la buena literatura. Y qué mejor que volver a disfrutar de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
En dos versiones. La primera 1948 dirigida por  Rafael Gil. Con la actuación de  Rafael Rivelles, Juan Calvo, Fernando Rey, Manolo Morán, Sara Montiel, Juan Espantaleón, Julia Caba Alba, Carmen de Lucio, Guillermina Grin, Eduardo Fajardo,  José Prada, María 'Maruja' Asquerino, Arturo Marín, Manuel Requena, Guillermo Marín,  Nani Fernández, José María Seoane.

Esta versión española es quizá la más cara de todas las producciones cinematográficas que se han rodado sobre la figura del Quijote. Destaca en esta película la actuación de Juan Calvo como Sancho. Gracias a su cómica y desenvuelta interpretación logra mantener el interés en esta larga cinta que debido a su gran duración no fue muy bien acogida en el mercado americano.


 

 

 

 

Si se quedó con ganas de ver más. Le  ofrecemos una segunda opción, la versión de Orson Welles.
Orson Welles empezó el rodaje en 1955 y estuvo 15 años reanudando y parando el proyecto. En ese tiempo, se rodó material para montar tres películas distintas sobre Don Quijote. Cuando se le preguntaba cuándo sería el lanzamiento, Welles ponía excusas varias ya que pensaba que todavía no era el momento de mostrar tal película. Una de ellas es que había una explosión que destruía todo el planeta excepto a Don Quijote y Sancho Panza y no tenía presupuesto para rodarla. Según decía "lo que me pone nervioso es lanzarla; sé que este filme no le va a gustar a nadie. Será un film maldito. Me hace falta un gran éxito antes de ponerlo en circulación".
La película es la única que se completó íntegramente con dinero del propio Welles. Inicialmente iba a ser un mediometraje para televisión, que era el máximo presupuesto que tenía. Pero se enamoró por completo del tema y lo fue alargando gradualmente. "Lo que me pasó es más o menos lo que le pasó a Cervantes: que comenzó a escribir una novela y terminó escribiendo Don Quijote. Es un tema que no se puede abandonar una vez lo has comenzado."

El celuloide estuvo otros 20 años guardado por garajes y almacenes hasta que Jesús Franco y Patxi Irigoren emprendieron la misión de terminar la obra de Welles. El proyecto había sido emprendido antes por otros quienes abandonaron de nuevo.

Jesús Franco, director de la segunda unidad de "Campanadas a medianoche" y amigo personal de Welles, quien estuvo presente durante parte del rodaje de Don Quijote en España explica que las notas que dejó Welles eran manuscritos, grabados en el propio celuloide y los 62 minutos de narración que Orson dejó para las voces del personaje principal y del narrador.

En 1990 Oja Kodar, propietario de los derechos de todo el trabajo no terminado de Welles empezó la búsqueda del material rodado por tres continentes junto a Franco y Patxi. Cuando Orson Welles salió de Italia tuvo que dejar todo el material allí y encargó a Mauro Bonanni que cuidara de él como si fuera su hijo. Pero Bonanni no cooperó con el proyecto y se quedó una secuencia sin incluir en la versión final. En ella Don Quijote invade un cine y corre por el pasillo central arremetiendo lanza en mano contra la pantalla.

Cuando tuvieron todo el material, éste estaba en tan mal estado que tuvo que ser limpiado y restaurado fotograma a fotograma durante dos años. Por fin, la película fue estrenada en la Expo de Sevilla en 1992.

El material encontrado ha llevado a completar una película que refleja la profunda visión de Orson Welles del personaje creado por Cervantes. Welles ve el personaje central exactamente igual que Cervantes, según sus palabras. "Mi filme tiene lugar en los tiempos modernos, pero los personajes de Don Quijote y Sancho son exactamente como fueron; al menos, lo repito, según mi modo de entender".

El filme en su primera versión era demasiado comercial. Estaba pensado para televisión, y tuvo que cambiar ciertas cosas para hacerlo mas sustancial. Lo mas gracioso es que lo rodó con un equipo de seis personas. Su esposa era la guionista; el chófer cambiaba las luces, y él mismo iluminaba y era ayudante de cámara. Desde el principio toda la película fue improvisada lo que dio lugar a secuencias espontáneas maravillosas.

El arranque de la cinta tiene un estilo tradicional con Don Quijote y Sancho Panza cruzando a caballo las llanuras Andaluzas. Pero el primer anacronismo surge cuando el caballero medieval rescata a una mujer de las garras de un monstruo ruidoso que resulta ser un scooter y la dama lleva ropas chic de los primeros 60. Según el film avanza, los protagonistas encuentran todo un conjunto de nuevos inventos, incluyendo automóviles, televisiones, misiles y cámaras de cine. ¡Incluso se encuentran con Orson Welles que está en España rodando una película de Don Quijote! A pesar del anacronismo "Sancho y Don Quijote dicen tan sólo las frases que les dio Cervantes. Yo no he puesto palabras en su boca".

(información extraída de: http://www.divxclasico.com)


 

 

Hablando de Bueyes Perdidos

Catón “el censor”,
hubo uno solo
 
 
Muchas veces cuando uno se pone a “hablar de bueyes perdidos”, acuden a la memoria episodios de la vida que se ponen en palabras teñidas por nuestras propias vivencias, asunto que no sería cuestionable ante la imposibilidad de evadir la subjetividad natural que ello implica.
Sin embargo en alguna oportunidad se nos ha reprochado que nuestras “crónicas” tienen un trasfondo de esa “moralina” que tratamos siempre de evitar. -Tus “Bueyes Perdidos” parecen escritos por Catón “El Censor”- nos dijo alguien una vez…y nos dejó preocupados y pensando en el asunto. Eso nos llevó esta semana a repasar someramente la vida de Marco Porcio Catón, político, escritor y militar romano nacido en el año 234 a. C. y fallecido en 149.
Catón (apodado El Censor), procedía de una antigua familia plebeya que se había distinguido por sus servicios militares, fue criado a la manera de sus antepasados latinos y educado en la agricultura, a la que se dedicaba cuando no estaba integrado en el servicio militar. Sin embargo, Catón llamó la atención de Lucio Valerio Flaco, que lo llevó a Roma, donde, gracias a su influencia, fue ascendiendo a través de las diferentes etapas del Cursus honorum: tribuno en 214 a. C.,cuestor en 204 a. C., pretor en 198 a. C., cónsul en 195 a. C. y finalmente censor en 184 a. C.
Como censor, Catón se distinguió por su conservadora defensa de las tradiciones romanas en contraposición con el lujo de la corriente helenística procedente de Oriente. Además, y en el marco de su labor de censura, protagonizó un duro enfrentamiento con Publio Cornelio Escipión (el Africano). Como político, Catón se distinguió por ser el mayor defensor e impulsor de la guerra con Cartago, aunque prefirió servir al Estado escrutando la conducta de los candidatos a hombres públicos y de los generales en el campo de batalla. Revisó con una severidad inusitada las listas de senadores y caballeros, expulsando de su orden social a aquellos a los que consideraba que no eran merecedores del mismo, ya fuera por motivos morales o por la ambición de estos.
Naturalmente una personalidad tan rica como la de Catón no puede resumirse en cuatro párrafos, pero basta para dejar –por lo menos- dos reflexiones interesantes; la primera, que cualquier intento de comparación con los humildes divagues de nuestro “Bueyes Perdidos” sería una torpeza de marca mayor que no admite mas comentarios. La segunda, y la mas importante, que volver sobre estos tribunos de la antigua Roma que marcaron el sendero del sistema democrático en el mundo, nos hace desear la existencia de un nuevo Catón “El Censor” siglo XXI.
Descartada la tarea de “escrutar la conducta de los generales en el campo de batalla”, nuestro Catón podría dedicarse (incluso desde su casa, y vía internet) a “escrutar la conducta de los candidatos a hombres públicos”, y como le asignaríamos para tal ocupación un salario mas o menos decoroso, también podríamos encargarle que hiciera un “seguimiento” de sus públicas acciones.
Claro…Catón “El Censor” –o “El Viejo”-  como también solía llamársele, hubo uno solo, y como siempre nos aferramos a la idea que “no todo está perdido”, confiemos en que cada ciudadano entienda que a la hora votar el “poder” está en sus manos, y su condición de “censor” a la altura del viejo Catón. Mas aún en nuestro Uruguay, donde los poderes del Estado mantienen una independencia que muchas veces los ciudadanos no valoramos, aunque para ello solo nos baste lanzar una mirada a algunos países de la región, donde los Gobiernos tienden a fagocitar el “Estado” por ambiciones personales que sin duda serían duramente condenadas por nuestro Catón “El Censor”….en fin…lástima que hubo uno solo…


Ahuyentando al silencio

 
 

Dino se jubila, pero no de la música.


 


(Foto: Héctor Rodríguez Cacheiro)
Se suele decir que Gastón Ciarlo es un tipo sencillo. Bajo el nombre artístico de Dino se ha ganado el respeto en la elite del canto popular y del rock de Uruguay no sólo por componer “Milonga de pelo largo” -uno de nuestros himnos indiscutidos, que, confiesa, está aburrido de cantar- sino por ser un cultor desde hace 40 años de la fusión, en especial de la denominada milonga rock.
 
-Antes de hablar de tu música contame cuánto hace que trabajás en el molino de Dolores.
-Estuve ocho años en el Molino Montevideo y 18 años acá en Dolores y a fin de mes me jubilo. Hasta hace poquito estaba encargado de asuntos del personal.
 
-¿El retiro te pone contento o triste?
-Me pone contento, porque al fin voy a poder tener tiempo para hacer las cosas que quiero hacer.
 
-Estar con la familia, me imagino…
-Claro, y hacer cosas para mí y todo eso. Sentarme como hacía antes y poder estar dos o tres horas con la guitarra todos los días.
 
-Desde temprano estudiaste guitarra clásica, ¿no?
-Es cierto. Con Carlos Echeverría y después con Bolívar Lima Simoes.
 
-¿Cómo fue que te enamoraste del rock and roll?
-Cuando yo era muy jovencito, allá por el 56, había visto aquella película que era espantosa pero que tenía música de Bill Haley, Semilla de maldad, que en inglés era The Blackboard Jungle, y por esa época conocí a Arnoldo Schuster y a otros que me empezaron enseñar a tocar la guitarra eléctrica.
 
-¿Y la historia de Los Gatos?
-Como yo trabajaba en radio Ariel empezamos a tocar y un día nos permitieron grabar en un estudio, que después usábamos los días que no había grabación de radioteatro y todo eso. Y así empezamos a ensayar. Después vino la idea de hacer una fonoplatea muy grande, hicimos programas en vivo y más tarde nació El club de Los Gatos, que iba el domingo de mañana.
 
-¿Tocaban temas propios?
-Algunos sí y otros no. Todo lo que hacíamos era muy desordenado, por lo general eran en español. Poco a poco se fue corriendo la onda y empezamos a tocar en vivo en lugares. Al principio nosotros teníamos un boliche que quedaba en Convención y Maldonado donde tocamos muchas veces con Los Malditos, banda en la que ya estaba Eduardo Mateo. Y justamente, se llamaba La Cueva del Gato Maldito. Pero por lo general no tocábamos en boliches, sino en bailes.
 
-Una vez Zitarrosa te dijo: “Hermanito, la guitarra eléctrica tiene un secreto que no quiero investigar”.
-Nosotros estábamos todos melenudos y vestidos de jean, meta al rocanrol, y de repente una vez en el lugar en el que estábamos aparece Alfredo, vestido de traje y de corbata, muy peinado, y se toma una grapita. Entonces voy a saludarlo porque él era compañero mío de trabajo: era informativista en radio Ariel y yo estaba en la parte de discoteca. Y me dice: “Che, es muy interesante eso que hacen, pero la guitarra eléctrica tiene un secreto que no quiero investigar”.
 
-¿Por aquello de que el rock es para los gringos?
-No sé, no tengo idea. Él nunca estuvo en esa postura, él simplemente hacía lo que hacía, pero no criticaba para destruir ni mucho menos.
 
-¿En esa época tener el pelo largo te trajo problemas?
-Y… me gritaban “¡Melenudo, ¿por qué no te cortás el pelo?!”. En fin, de todo un poco. Sí, había problemas.
 
-¿Y con la ley? Porque era un poquito antes de la dictadura.
-Claro, estábamos “pachecateando”. Y sí, cuando salíamos con la murga te hacían bajar todo lo que había en el camión y decían “Señoritas, con permiso” y te pegaban con los palos en los tobillos y todo eso. Fue muy jodido.
 
-Antes de experimentar con el candombe habías conocido en Brasil la tropicalia. ¿Fue de ahí que sacaron un empuje para fusionar el candombe con el beat?
-Sí, porque fuimos con Ernesto Soca-mítico pianista de Los Malditos- a ver a Maria Bethânia, y fue como que nos hubieran abierto un mundo nuevo, porque nosotros teníamos un hermoso ritmo que era el candombe. Y curiosamente antes de que nosotros fuéramos para allá, ya Mateo estaba pensando en eso y Ruben Rada también, y fue como una cosa generacional.
 
-Eran milongas, pero estaban tocadas de una forma diferente. ¿Cómo hicieron el clic en lo musical?
-Claro, eran milongas tocadas en la clave del candombe. Con la guitarra bien amplificada se lograban efectos muy interesantes. Habíamos empezado a ensayar con el asunto de la fusión, y de golpe hacíamos un malambo y con dos golpes de batería pasábamos a un ritmo de jazz de 6 x 8. Y de ahí sale la “Milonga de pelo largo” en clave de rocanrol. Una cantidad de cosas que fueron gratificantes pero como las letras eran bastante duras para la época, no trabajábamos nada.
 
-Después llegaron Los Moonlights, que era algo más profesional.
-Sí, era más profesional y disciplinado. Una de las cosas más importantes que aprendí es que la gente se pone lo mejor que tiene para ir a verte, entonces uno no puede ir a tocar hecho un estropajo, ni nada por el estilo.
 
-Saltando a tu etapa solista, ¿cómo te acogió el ambiente del canto popular, cuando vos venías del rock?
-Siempre me llevé muy bien con todo el mundo. Simplemente lo único que quería hacer eran canciones con contenido, tratando de no caer mucho en el panfleto. Pero bueno, mis canciones son tan sencillas que se pueden tocar como milongas y como rocanrol.
 
-¿Quiénes te ayudaron al principio de esta etapa?
-Larbanois y Carrero, por ejemplo, me dieron muchos consejos acerca de lo que no tenía que hacer. Pero también recuerdo a Abel García, a Pareceres, y otra gente que venía del rocanrol que como yo también se volcó al canto popular, porque más que una moda era una forma de respuesta al autoritarismo.
 
-¿Qué era “lo que no debías hacer”?
-En una época abusaba de la grapa con limón y cometí gravísimos errores porque tomaba sobre los escenarios. Me di cuenta de que ellos tenían toda la razón del mundo y que yo era un anormal. A partir de ese momento no tomé más grapa, no tomé más caña, no tomé más Amarga. Empecé a tomar agua mineral en el escenario, y vino tinto tomo después de tocar, cuando llego a casa, porque cuando toco ni como ni tomo.
 
-Has conservado la humildad. ¿Siempre tuviste tu norte tan claro o en algún momento perdiste perspectiva?
-No, yo siempre lo vi igual. Así como vos sos periodista -yo no podría ser periodista-, así como hay carpinteros y mecánicos y conductores de ómnibus y cada uno de ellos hace lo que hace, yo me dedico a hacer esto y es mi forma de trabajar. Por eso nunca me creí eso de la fama, ni que porque pasen canciones del Dino y patatín y patatán, yo tenga derecho a creerme más. Nunca estuvo en mí y no estoy dispuesto a echar por la borda todo lo que me enseñaron.
 
-Contame de la experiencia junto a Tabaré Rivero, Walter Bordoni y Alejandro Ferradás, con quienes integraste Los Kafkarudos.
-Cuando vino la idea de hacer Los Kaf-karudos enseguida me pareció maravilloso porque les tengo un cariño muy especial a todos ellos.
 
-Se habían juntado en 2004 con Eduardo Darnauchans, que fue un poco el motivador de las reuniones de Los Kafkarudos, ¿no?
-Sí, exacto. Lamentablemente pasó lo que pasó, pero el espíritu del Darno está con nosotros. Fue maravilloso, me acuerdo la venida de ellos a Dolores, donde nos juntamos a componer en 2007, fue muy linda, nos divertimos mucho.
 
-¿Cómo era componer con tipos tan talentosos pero provenientes de sonidos tan diferentes?
-Es que entre nosotros no existe el ego. Y todos entendemos que si uno dice “no”, no se discute. Por lo general todos reconocemos un poco la mano rectora de Tabaré, pero para bien. Nunca hubo discusiones y la grabación del disco [Volumen II, 2007] fue muy amena y el resultado creo que fue bueno.
 
-Tabaré decía que aunque todos hacían música diferente tenían raíces en común, como Leonard Cohen, Bob Dylan…
-Sí, los Beatles, Crosby, Stills, Nash & Young, tenemos un montón de cosas que nos unen generacionalmente y podemos unir todo eso y no pisarnos en los estilos de cada uno y trabajar todos juntos en pos de la canción.
 
-¿Qué me podés contar de Darno como compañero y como artista?
-Fue una persona absolutamente adorable. Tuve la suerte de que me escribiera “Como en primera persona”, es una preciosa letra que él me dio para que musicalizara y que vamos a tocar en el próximo concierto de Los Kafkarudos. Darno me contó que un día se levantó y se vio al espejo y en vez de verse a él mismo me vio a mí, por eso me escribió la canción. Y como artista ¿qué te puedo decir? Es superlativo. Como escritor, insuperable. Sentimos una gran falta, nos hizo un gran daño su partida.
 
-¿Vos vas para los 67?
-Sí, cumplo 67 a fin de mes. ¡Junté cumpleaños con jubilación!
 
-En 2010 editaste Vivo y suelto, en el que aparecía la canción “Hombre envejeciendo”. Ahí le hablás a la muerte de frente. “Un silencio me quiere abrazar, con mi guitarra lo ahuyento y orgulloso me pongo a cantar”.
-Esa canción es una fotografía mía. No le tengo miedo a la muerte, es algo natural que a todos nos llega. Cuando llegue trataré de estar viviendo de la forma más digna posible. Ahora ya me retiro del trabajo y voy a estar haciendo lo que más me gusta. El domingo 28 voy a tocar en el Festival de Música de la Tierra, en la capilla de Jacksonville, el 10 de noviembre me presento en Minas y el 18 en la Sala Zitarrosa con Los Kafkarudos.
 
-¿Pensaste en jubilarte de los escenarios?
-No, todavía no. ¡Todavía no he dado lástima!
 
-¿Qué te ha faltado en tu faceta de artista?
-Tocar mejor la guitarra, componer mejor, escribir mejor… me faltan muchas cosas.
 
-Pero tenés muchas que están demostradas.
-Sí, pero yo tampoco soy de los que creen que se tienen que estar demostrando cosas, ni a mí mismo ni a los demás. Eso de la competencia no me llama la atención, en los años que yo iba a la escuela ese mundo no existía aún.
 
-Se fueron varias figuras del canto popular. ¿Qué va pasar con el género cuando ya no estén los referentes?
-Hay una gran ola de recambio. Hay una cantidad de muchachos que son realmente impresionantes. En Montevideo no se conocen, pero en el interior están tocando mucho y muy bien. Y eso no va solamente para la parte de canto popular y folclore, hay una cantidad de músicos de rocanrol y de folclore que son verdaderamente buenos.
 
-¿Y ves que el género avanza?
-Sí, veo que avanza en todos los sentidos. En lo que no avanza es en el apoyo gubernamental. Debería haber una ley de apoyo al artista nacional, no solamente al músico, sino a todos. Se graban una cantidad de discos en el año y muy pocos se conocen.
 
-Sos frenteamplista.
-Todo el mundo sabe por mis letras para qué lado tiro.
 
-¿Cómo te sentiste cuando llegaron al gobierno?
-¡Fue una alegría muy grande! Pero además estaba aquello de que “apeligramos ganar”. Después de ganar hay que hacer las cosas. ¡Y eso no es fácil!
 
-¿Y creés que se están haciendo?
-Creo que sí, de a tropezones y con errores, como ya se han admitido. Sinceramente creo -y con esto no quiero echar sombras a nadie- que es el mejor gobierno que hemos tenido. El Frente ha hecho una cantidad de cosas, ha mejorado la vida de los trabajadores, y todo eso. Yo pienso que como trabajador, y como jubilado que voy a ser, hay que aprovechar que tenemos en el gobierno al Frente.
 
-Un tema que nunca puede faltar en tus recitales es “Milonga de pelo largo”. ¿Siempre tenés ganas de tocarla?
-Y… por lo general trato de hacerme el chancho rengo y no tocarla. Pero es una especie de cosa que si no la tocás te matan, ¿entendés? Y ta, no hay más remedio…
 
-¿No te gusta que te asocien sólo con esa canción?
-No, claro, yo sé que tengo canciones que son casi tan buenas o mejores que ésa, pero es que tiene algo que ha pasado a la posteridad. Y mirá que yo no soy un especialista en relaciones públicas ni nada, pero creo que esa canción la hizo la gente. La gente fue la que logró que se impusiera, quizá porque le gustó la letra, o la música...
 
-La adoptaron como un himno..
-A mí una vez me dijeron en un homenaje a un gran músico, que era como el segundo himno del Uruguay. Y yo realmente me enojé mucho, porque no son comentarios para hacer así nomás.
(Foto: Héctor Rodríguez Cacheiro)
 
Extraído de: http://ladiaria.com.uy

Apuntes de pintura

La “locura” de Doménico Theotocopuli
 

 

Ángel Juárez Masares

 

 

Históricamente la humanidad se ha burlado de lo que no puede comprender, y seguro es que lo seguirá haciendo. De esa manera se le atribuyó a Juana de Arco mas de una tara psicológica, y al afán perfeccionista de Miguel Ángel una obsesión patológica.

El Greco, innovador de genio, heredero de Bizancio y de los góticos, iniciador de la pintura española y precursor del arte moderno no podía ser la excepción.

Sus contemporáneos, no pudiendo entender la prodigiosa evolución de su arte, incapaces de penetrar el designio del Maestro, le tachaban de demente.

Dice Juan Pacheco: “hay dos manera de pintar. Una con arte y estudio, que es el procedimiento científico; otra por la práctica liberada de todo pre-concepto. De aquí dos clases de resultados para los que emplean estos dos métodos. Los pintores que trabajan a lo que salga, sin gran estudio y fijándose solo en el azar, no triunfarán siempre, faltos de conocimientos de los principios aún cuando apliquen a su obra la mayor diligencia. Pero si la pintura es un arte y si las artes son infalibles, es decir, que no fallan nunca y alcanzan siempre su objetivo, cada vez que un artista aplica los preceptos y las reglas del arte, debe obtener la perfección de la obra”.

Se comprende aquí todo el origen del conflicto -que aún hoy nos acompaña- pero el Greco, “el deformador”, no tiene cura. Rechaza el arte de pintar definido por Pacheco, y pronuncia la blasfemia que indigna al andaluz: “no, la pintura no es un arte”.

Habiéndole preguntado Pacheco qué era mas importante en el arte del pintor, si el dibujo o el color; el viejo Maestro respondió que el color, contestación que destruye las teorías de algunos que pretenden que El Greco no era un gran colorista.

Quien creería –escribe Pacheco tras una visita al taller de El Greco donde se amontonaban los estudios de todos sus cuadros- que Doménico toma a menudo sus pinturas y las retoca en muchas oportunidades, a fin de separar y desunir los tonos y producir esos crueles borrones como para afectar la valentía del estilo”.

Las “deformaciones” de El Greco, ecos de la influencia bizantina, abrieron los caminos para que se introdujeran los grandes maestros de la escuela impresionista, como Delacroix, Cézanne, Matisse, y Picasso.

Mas tarde, para muchos críticos de orejas largas, la causa de las deformaciones de El Greco debían buscarse en su astigmatismo. Para ellos no estaba atacado de delirio alguno, y por lo tanto no era digno de manicomio. Los doctores García del Mazo y Germán Beritens, aseguraban que padecía de astigmatismo miópico. Empleando lentes de tres drioptrias el doctor Beritens ha dado a los cuadros de El Greco un ritmo “normal”. Por el contrario, utilizando lentes astigmatizantes ha probado que la deformación se acentúa. Para Elías Tormo, los colores del maestro de Toledo serían debido a una anomalía de la visión, al igual que las líneas de su dibujo. De cualquier manera, todas esas teorías científicas mas o menos pedantescas no tienen la menor importancia a los ojos de un admirador de “La Asunción”, o de “La Pentecostés”. No es en las explicaciones científicas donde se encontrará el secreto del genio de El Greco. Recordemos que mas tarde otro artista fue acusado como él de demencia y astigmatismo; se trataba de Cézzane.

René Huyghe haría justicia ante estas pretendidas “invalideces”, señalando que “no eran mas que el desprendimiento de todo lo adquirido; el momento en que uno ve con la perfecta integridad de la sensación a la que no corrige ningún reflejo del pensamiento”.

No son errores –asegura- “sino por el contrario, un excesivo escrúpulo de la verdad”.

LA CIVILIZACIÓN MAYA Y LO POCO QUE SABEMOS DE ELLA
 
 
Proyectándose hacia el norte sobre el Golfo de México se encuentra la Península de Yucatán, el sitio donde desde el siglo IV al XVI de la era cristiana, floreció la mas brillante civilización del Nuevo Mundo. Esta área, húmeda y tropical en su mayor parte, contrasta con los climas en que se desarrolló nuestra civilización. Los actuales pobladores de la península, escasos y atrasados, hacen patentes los cambios que se han sucedido desde la época en que esta región fue el centro cultural de las Américas. La región en que se desarrolló la civilización maya es la que abarcan hoy día los Estados de Yucatán, Campeche, y Tabasco, la mitad oriental de Chiapas y el Territorio de Quintana Roo, en la República Mexicana; el Departamento del Petén y las tierras altas adyacentes por el lado del sur, en la República de Guatemala; la sección occidental de la República de Honduras, y todo Belice, u Honduras Británica. En total, unos 325.000 kilómetros cuadrados, o dicho de otro modo, el territorio que ocupan las cuatro Repúblicas centroamericanas de El Salvador, Honduras, Nicaragua, y Costa Rica.
Comparando las bases de subsistencia de otras civilizaciones evolucionadas, las técnicas de los mayas eran casi primitivas. Aparentemente el metal no se conoció hasta la Época Postclásica. Los mayas emplearon la piedra para todo, desde cortar las losas para las estelas y hacer los bloques, hasta para ejecutar la escultura mas delicada. Desconocían el principio de la rueda; no tenían vehículos de ninguna especie, y tampoco disponían de animales domésticos –salvo el perro- de los cuales servirse.
Sin embargo los mayas desarrollaron otros rasgos culturales a un grado de complejidad y elaboración nunca igualado por ninguna civilización primitiva del Nuevo Mundo. La característica principal de su arquitectura se encuentra en el interés por la decoración delicada y compleja, mas que en el tamaño.
El arte gráfico estaba también muy desarrollado. Las esculturas tienden a ser demasiado formales y estilizadas, y los dibujos demasiado complejos para el gusto moderno, pese al esmero innegable con que fueron ejecutados. Las figuras en la cerámica están elaboradas libremente y sin tanta formalidad, y muchos dibujos –como las figuras murales de Bonampak- están hechas con un naturalismo que el arte europeo occidental no alcanzó sino varios siglos mas tarde.
De todas maneras la característica mas notable de esta civilización fueron sus conquistas en los campos abstractos de la inteligencia, como la escritura, la astronomía, el desarrollo de las matemáticas, y el sistema calendárico. De todas las civilizaciones del Nuevo Mundo, solo los mayas tuvieron un verdadero sistema de escritura, en las que los caracteres ya no son meramente pictogramas o figuras mnemotécnicas. Durante mucho tiempo se pensó que la escritura jeroglífica maya era completamente ideográfica, pero estudios recientes indican que muchos de los elementos de los jeroglíficos pueden ser silábicos. Se encontraba entonces ya en el proceso de convertirse en un sistema fonético, al pasar sus símbolos a representar sonidos, mas que objetos o ideas.
Desafortunadamente, una gran parte de la escritura maya permanece aún sin descifrar, y aquellas partes que han podido ser descifradas proporcionan sobre todo información acerca de los cómputos calendáricos y conocimientos astronómicos. Las estelas registran los finales de períodos de tiempo, y  los tres códices fragmentarios que se conservan tratan sobre la astronomía, las ceremonias rituales y las adivinaciones.
Recordemos que los mayas calcularon la duración del año solar con una precisión comparable a la de la astronomía contemporánea, e idearon formulas de corrección para ajustar la discrepancia entre el año real y el año calendárico, y que entre nosotros es la corrección del año bisiesto. También desarrollaron un exacto calendario lunar y calcularon las revoluciones sinódicas de Venus, en cada caso, ideando fórmulas para corregir el error acumulado.
Finalmente señalamos que aún se discute acerca de la decadencia de la civilización maya. Algunos expertos aseguran que las causas deben buscarse en la sociedad misma, mas que en fuerzas externas, ya sean humanas o naturales. La actividad sísmica, las enfermedades, los cambios climatológicos y de la vegetación, han sido también presentadas como posibles causas.
La iconografía no indica ningún cambio en la religión única, ningún descontento con la religión o substitución por otra nueva. Tampoco se tienen pruebas de la intranquilidad social que ha provocado tantos cambios en otras civilizaciones. Si las causas fueron acumulativas, no han podido ser identificadas por el registro arqueológico. Mas bien debemos pensar que el cambio fue repentino, por extraño que parezca a la luz del importante papel que desempeñó la religión en la vida de los mayas.
 
 
Fuente: “La civilización Maya”, de Sylvanus Morley

Milonga para los últimos fusilados

 

Pena de muerte en Uruguay. Aurelio González y Manuel Páez asesinaron a cinco personas. Hace 110 años fueron condenados a morir en el mismo lugar de sus crímenes: unos ranchos de campaña

 

 
 

Miguel Arregui

 

 
Aurelio González y Manuel Páez, dos gauchos, escucharon de rodillas la sentencia que les releyó el juez Tardáguila y un actuario: serían fusilados en el mismo sitio de sus crímenes. Cuatro balas para cada uno.
Ese domingo 28 de setiembre de 1902 los dos gauchos estaban en el sitio señalado para su muerte, las rústicas serranías del norte de Maldonado, entre torvos soldados y grilletes. Esta vez no serían victimarios sino víctimas de la Ley del Talión; sometidos a rituales que no entenderían jamás y que, en esencia, no les importaban. Si hasta se les hizo "un simulacro de fusilamiento para mayor seguridad, con excelentes resultados", según escribió un periodista. Los rituales de la muerte pueden ser excelentes.
La historia venía del otoño del año anterior, si es que la historia tiene principio.
 
CINCO ASESINATOS. En la noche del martes 7 de mayo de 1901 cuatro hombres tomaron por asalto un casco de estancia, que no era más que un conjunto de ranchos, en el valle de Aiguá, al norte del departamento de Maldonado, un territorio desolado. Los asaltantes no querían testigos. Asesinaron a puñaladas al dueño de casa, el anciano Adolfo Silveira; degollaron a su esposa, Luisa de los Santos; y al niño Irineo Alonso, un peoncito de 10 años, le cortaron la garganta cuando trataba de huir. Antes habían apuñalado a otros dos peones, Pedro Silveira y Olegario Fernández. Después revisaron la casa y excavaron los pisos de tierra con hachas y cuchillos. Solo hallaron unas pocas monedas y, según ciertas lenguas, una caldera repleta de monedas de oro enterrada en un rincón de la vivienda principal.
Adolfo Silveira era dueño de un pedazo de tierra en la zona del arroyo de la Coronilla, que corre entre densos montes de serranías y afloraciones de granito. Era un paisano frugal, analfabeto y poco sociable que hizo fortuna a brazo partido, como tantos otros colonos orientales en las postrimerías del siglo XIX. No confiaba en el papel moneda, que había provocado tantos desastres desde tiempos de Lorenzo Batlle. Cobraba su ganado vacuno en piezas de oro o libras esterlinas, que reconocía por sus formas y dibujos, y que luego enterraba en torno a su rancho, a escondidas de su esposa y sus hijos.
Su avaricia y suspicacia, que eran leyenda, al fin le costaron la vida junto a sus íntimos. Y también lo mató haber confiado, contra todo consejo, en Manuel Páez, un hombre de ascendencia brasileña, alto, fuerte y musculoso, de ojos azules pequeños, un matón reconocido que frecuentaba los ranchos de don Adolfo, y que sabía de la reciente venta de 500 novillos.
El 16 de mayo de 1901, nueve días después que la sangre corriera en el valle de Aiguá, la Policía detuvo en la zona de Castillos, Rocha, a los presuntos culpables. Al cabo de pocos días uno de ellos, Aurelio González, atormentado por el llanto en prisión de uno de sus hermanos, quien no había participado en el asalto, confesó su responsabilidad y narró el crimen. Él, junto a Manuel Páez, "el brasilero", a quien el dueño de casa franqueó la entrada, fueron invitados a cenar con los Silveira y sus peones. Un rato después, cuando llegaron sus cómplices: Isaías González, hermano de Aurelio, y Juan Carlos Cabrera, amigo de Páez, iniciaron el ataque.
Aurelio González dijo que asesinó a puñaladas al viejo Silveira, pero sostuvo que las otras cuatro muertes fueron provocadas esa noche por Páez y su amigo Cabrera.
 
CUATRO SENTENCIAS. Aurelio González era un hombre fuerte y templado hasta la petulancia. Trabajó como peón rural, marinero, se dedicó a la matanza de lobos marinos, fue contrabandista ocasional y, durante la Revolución de 1897, se unió a los rebeldes de Aparicio Saravia junto a su hermano Isaías y a su padre, Marcelo. Sirvieron en la columna de Bernardo Berro y ganaron fama de valientes.
El asunto pasó de las autoridades de Maldonado, un pueblo aletargado que por entonces no tenía más de 4.000 habitantes, a la Justicia Penal de Montevideo. Al fin Páez y González fueron condenados a enfrentar un pelotón de fusilamiento en el mismo lugar de sus crímenes: el rancherío del avaro Silveira. Isaías González, hermano de Aurelio, y Juan Carlos Cabrera, fueron sentenciados a 15 años de prisión.
Manuel Páez, "el brasilero", jamás aceptó su participación en el asunto, y además protegió a Juan Carlos Cabrera, con lo que le salvó la vida. Páez tenía una personalidad sinuosa y se mostraba reconcentrado y silencioso, aunque en ocasiones se quebraba y lloraba. Aurelio González, su antiguo cómplice, siempre seguro de sí y entero, le hacía pullas por su protesta de inocencia. "Páez es un bobo, porque de todas maneras va a morir", le comentó González al sacerdote Lorenzo Pons, capellán de la Cárcel Correccional de Montevideo, en donde los condenados a muerte fueron internados después de la sentencia. El director de esa cárcel era Luis Batlle y Ordóñez, hermano menor de José Pablo Torcuato, entonces un líder ascendente del Partido Colorado que poco después, como Presidente de la República entre 1903 y 1907 y 1911 y 1915, sellaría la historia uruguaya del siglo XX.
Manuel Páez admitió delitos antiguos, de cuando era contrabandista y un matón que se hacía valer con su estatura, su cuchillo y su fusil; pero negó el crimen de Aiguá hasta su muerte. "He sido muy sanguinario, pero no vine a casa de Silveira", aseguró al cura Pons, quien le ofrecía el perdón divino a cambio de decir la verdad.
LA ÚLTIMA MILONGA. En la madrugada del 25 de setiembre de 1902, a más de 16 meses del asalto a la estancia de Adolfo Silveira, Aurelio González y Manuel Páez fueron trasladados desde la cárcel de la calle Miguelete al puerto de Montevideo. Los embarcaron en la cañonera General Rivera, un barquichuelo resistente que fue construido en la Escuela de Artes y Oficios en tiempos de Máximo Santos y paseado por 18 de Julio y la calle Sarandí para su botadura. Veinticinco soldados del 2º Regimiento de Cazadores, un cuerpo de elite, hicieron de escolta.
Diez horas después arribaron a pueblo Ituzaingó, una península desolada que los lugareños preferían llamar Punta del Este. Los acompañaba el cura Lorenzo Pons, capellán de la cárcel y veterano en asuntos de vida y muerte: ya había escoltado a otros 16 hombres hasta el pelotón de fusilamiento. González estaba entero, como siempre, y Páez, al igual que varios soldados e integrantes de la comitiva, desembarcó deshecho por vómitos y náuseas.
En el puertito del Este, que incluía un pretencioso edificio de Aduanas, los reos y sus escoltas fueron recibidos por Juan José Muñoz, jefe político de Maldonado, quien en 1897 había liderado una de las columnas del ejército rebelde de Aparicio Saravia. Dadas las deficiencias del sistema electoral, que dificultaba la representación de las minorías, algunas cuotas de poder se obtenían con las armas en la mano. Todos sabían que aunque el Presidente de la República, Juan Lindolfo Cuestas, fuese del Partido Colorado, Maldonado y otros cinco departamentos eran feudos del Partido Nacional y de Saravia.
Aurelio González y Manuel Páez iniciaron su último viaje, hacia el norte por más de 70 kilómetros, desde la punta del Este hasta el valle del arroyo de la Coronilla, al sur del pueblito Aiguá. Marcharon engrillados sobre un carruaje conducido por Pilar Nocetti, uno de esos "gringos" que arribaron a Uruguay en grandes oleadas en la segunda mitad del siglo XIX. Los rodeaban soldados del 2º de Cazadores, policías, baqueanos, sacerdotes y los infaltables periodistas, quienes montaban caballos, carros y carruajes.
El tránsito fue lastimoso y tenso. Casi toda la población de Maldonado y San Carlos se asomó al paso de la sombría caravana. Los curiosos también se reunían en recodos del camino rural. Muertos en vida no se ven todos los días.
"¡Qué suerte que los van a matar!" era el comentario más común. Para el populacho los crímenes de Páez y González eran imperdonables.
Aurelio González, engrillado junto a Páez a una baranda del carro del italiano pero nunca abatido, se lo tomó para la chacota. Era su última milonga, la fiesta más importante de su corta vida.
-¿Vamos al baile? -invitó varias veces a lo largo del viaje cuando pasaba frente a grupos de curiosos, en especial si había mujeres.
El sábado 27, después de recorrer un largo tramo entre quebradas abruptas, llegaron a los ranchos del valle del arroyo de la Coronilla. Los esperaban centenares de curiosos. González y Páez fueron puestos en "capilla" por 48 horas: aislados en una pobre habitación de paredes de terrón y techo de paja, el comedor en que habían iniciado la matanza casi un año y medio antes.
 
"NO VAYAN A ERRAR". El día de su ejecución los reos se levantaron a las siete de la mañana, comulgaron con devoción y luego desayunaron asado, bebieron caña y fumaron, impávidos, sus cigarros de tabaco Río Novo.
Atravesando las sierras arribó un gran número de paisanos vestidos de domingo aunque era lunes, como para un día de carreras, pues las multitudes gustan de los asuntos de vida y muerte. Aquellos gauchos lucían golillas coloradas, pues Aiguá era territorio del Partido Colorado, pero también había algunas celestes o negras.
El cielo estaba cubierto y hacía frío. Más de dos mil testigos se acomodaban en las laderas, sobre los árboles, en los patios y sobre los techos de los ranchos. Era una milonga silenciosa.
-Me gustaría que lloviera, así hacen un hoyo más grande: porque soy muy largo -había comentado Páez unos días antes, sin asomo de soberbia. Manuel Páez aceptaba su muerte con resignación aunque a desgano, como para confirmar la milonga de Jorge Luis Borges:
Los reos, con sus destinos ya unidos para siempre, fueron sentados en el patio del rancherío en banquillos triangulares hechos de postes de sauce y tablas de pino. Un preso alcahuete, Zenón Martínez, les ató las manos y vendó sus ojos, a pesar del pedido de González de permanecer a cara descubierta.
A las 11 de la mañana del lunes 29 de setiembre de 1902 el pelotón de fusilamiento integrado por ocho soldados se arrimó a cuatro pasos de González y Páez. Silencio absoluto.
González, con el sombrero sobre la nuca y sosteniendo en sus manos una cruz hecha con ramas de sauce, pues el gauchaje es creyente a su manera, sacó pecho ante los tiradores:
-No me vayan a errar, muchachos.
El capitán Julio Canto bajó su sable y el pelotón disparó al unísono sus Remington, fusiles simples y seguros, que entre truenos y resplandores mataron con eficacia absoluta. Cuatro balas para cada uno.
Dos cabos salidos del pelotón remataron a Páez y González con tiros de rifle en la sien.
La multitud de mirones, satisfecha y regocijada, profirió vivas. Lo detuvo el cura Lorenzo Pons, ahora veterano de 18 ejecuciones, quien se los reprochó con dureza. No había nada que festejar. La paisanada guardó silencio y comenzó a retirarse, de a puñados, lentamente. La última milonga de Aurelio González y Manuel Páez, la de la muerte, había terminado. No hubo dramas: lo que quedaba del gaucho solo sobreviviría hasta la próxima guerra civil, la de 1904, y luego sería literatura. No más aire libre y carne gorda.
El cuerpo de Páez fue conducido en carro al cementerio de San Antonio. Entonces llovía, como había deseado el finado para que le hiciesen un pozo más grande y profundo.
Un tío de Aurelio González pidió su cadáver, lo envolvió en un poncho, lo cargó atravesado en un caballo y se lo llevó de regreso a sus pagos.
"No llore, viejo: los orientales no le temen a la muerte"
"Nuestros paisanos no le temen al fusilamiento", repetía el cura Lorenzo Pons. "Entre los 18 reos que he asistido solo he visto un cobarde: Vitalino Vázquez, y ese no era oriental".
El sacerdote Pons, capellán de la Cárcel Correccional -o cárcel de la calle Miguelete, inaugurada en 1888-, sabía de lo que hablaba. Acompañó hasta el fin a 18 reos condenados a muerte por la Justicia uruguaya, entre ellos los últimos fusilados: Aurelio González y Pablo Páez, pasados por las armas al sur de Aiguá el lunes 29 de setiembre de 1902.
Días después de las ejecuciones de González y Páez, el cura habló con un periodista del diario colorado El Día. Se negó a tomar partido por la abolición o no de la pena de muerte, pero afirmó que, "tal como se ejecuta aquí, es completamente inútil: porque no es temida, porque no es ejemplar y porque en su modo de realizarla es bárbara y denigrante". En todo caso, como "ejemplar", prefería la horca, que impresionaba más.
"Los hijos de la campaña, entre los que aparecen algunos grandes criminales, a fuerza de guerrear y oír hablar de guerras, han perdido el temor a las balas", sostuvo. "Y cuando les llega el caso, van al banquillo con la misma despreocupación con que irían a una guerrilla", y muchas veces "altivos, como si fueran a un sacrificio honorable".
Narró el caso de un reo que, cuando era conducido al sitio de su fusilamiento, fue abrazado por un tío anciano que lloraba su suerte. El condenado, con voz firme, le recriminó:
-No llore viejo, que los orientales no le temen a la muerte.
Entonces el tío viejo cambió radicalmente su postura:
-Tienes razón hijo mío; hay que demostrar que uno es hombre.
Días después, erguido y digno, el viejo asistió al fusilamiento de su sobrino.
El cura Pons contó otros casos. "Figueroa, en Santa Lucía, tomó tan en serio su papel de héroe, que al sentarse en el banquillo pidió -y lo que es más raro: obtuvo- que se le dejara dirigir una arenga al público, en la que dijo con lenguaje pintoresco y enérgico que se iba a ver cómo moría un valiente".
Lorenzo Pons se extendió luego sobre el caso de un soldado de Caballería que pasó sus últimas 24 horas de jarana corrida y luego, "al verse en medio del cuadro en que había de acabar sus días, se despedía de sus amigos con tanto entusiasmo como si fuera a sacrificarse por la gloriosa bandera que flameaba a su lado".
Cierta vez un fusilamiento en Nueva Palmira coincidió con unas carreras de caballos. "Hubo música, baile, juego de taba, casi a la vista del reo. Casi en su honor se organizó un asado con cuero y, como era natural, se le mandó el mejor trozo al héroe de la fiesta".
El cura se extendió luego sobre las creencias religiosas del gauchaje y las gentes sencillas. Y contó un caso un tanto extremo de un reo absolutamente convencido de que alcanzaría la salvación eterna: "El célebre bandido Luna, cuando ya estaba sentado en el banquillo, se dirigió a un miembro del Consejo Penitenciario que le había prestado cariñosas atenciones en sus últimas horas de capilla, y le dijo: `Señor, cuando dentro de media hora esté al lado de Dios, tendré muy presentes los servicios que me ha hecho y no dejaré de recomendarlo`".
 
Parsimoniosa decadencia de la pena capital
   La pena de muerte se aplicó en territorio oriental desde la colonización española. La forma generalmente empleada era la horca, y en el caso de delitos militares o políticos, el fusilamiento.
Agustín de la Rosa, gobernador de Montevideo, hizo levantar en torno a 1764 una horca en la actual plaza Constitución, para "afianzar la quietud de la población y atemorizar a la gente inquieta". En ciertos casos, particularmente con los reos de raza blanca, se empleó el "garrote vil": una máquina que apretaba el cuello del reo hasta matarlo. La pena capital fue reconocida en la Constitución de 1830. El Presidente de la República podía conmutarla.
Las ejecuciones, que se hacían por fusilamiento, eran espectáculos públicos. Así, por ejemplo, cuatro personas acusadas de asesinar a un médico fueron fusiladas el 22 de septiembre de 1871 ante miles de espectadores en la actual plaza de los Treinta y Tres Orientales, entonces llamada Artola. El Código de Instrucción Criminal de 1879 determinó que "no podrá ser condenada ninguna mujer", y que la muerte solo podía imponerse por cuatro votos de los cinco miembros del tribunal actuante. La pena fue mantenida en el Código Penal de 1889 aunque estableció limitaciones: no se aplicaría a menores de 21 años ni a mayores de 60, ni a mujeres.
Las ejecuciones fueron reglamentadas en 1895. Se prohibió que fueran presenciadas por más de 100 personas, incluidos los invitados de rigor, como periodistas y miembros del Poder Judicial.
Muchos líderes de opinión, desde el cura Dámaso A. Larrañaga en 1831 hasta masones o liberales como Pedro Figari entre 1903 y 1905, y José Batlle y Ordóñez en 1903, durante su primera Presidencia, abogaron por eliminarla.
Al fin fue abolida, no sin debate, por la ley N° 3.238 del 23 de setiembre de 1907, durante la Presidencia de Claudio Williman, y prohibida por la Constitución de 1918 y las cartas siguientes.
 
 
 
Extraído de:  http://www.elpais.com.uy/ 
 
Montevideo hacia 1880. Ejecución pública en la Plaza del Paseo Artola (hoy Plaza de los 33)

Atan al reo a una estaca ( el reo va de sombrero y corbata).

Vendan los ojos del reo mientras los oficiales toman colocación.


Disparo de la oficialidad a corta distancia. El texto que está en las paredes resulta verdaderamente siniestro.