Un injustamente
escritor olvidado
Aldo Roque
Difilippo
El 3 de
octubre de 1912, nacía en Mercedes Máximo
Maneiro Vázquez. El año pasado cuando se cumplieron los 100 años de su
nacimiento, pasó sin pena ni gloria, ya que casi nadie lo recuerda y en las
bibliotecas departamentales es difícil encontrar alguno de sus títulos, aunque, paradójicamente
fue un autor prolífico, y uno de los que
quizá merezca destacarse la historia de la literatura de Soriano.
En HUM
BRAL nos hemos encargado casi desde siempre de su obra, de volver sobre sus
textos que son una pintura de aquella sociedad mercedaria con el río Negro como forma de comunicación
y de sustento.
LOS RÍOS INTERIORES
El 7 de noviembre de 1945 la Compañía de Pepita Muñoz
estrena «Perico el Lobisón», en el Glücksmann Palace (actual Teatro “28 de
Febrero”), obra mencionada en el Concurso de Teatro Nacional de 1943, del
coterráneo Máximo C. Maneiro Vázquez. Aunque radicado desde hacía varios años
en Montevideo, Maneiro Vázquez (1912-1974) buscó que el estreno de su obra se
realizara en su ciudad natal. «Este acontecimiento ha despertado justificada
expectativa en nuestro ambiente y es explicable tal cosa, pues nos brinda la
oportunidad de conocer el fruto de la labor intelectual de un coterráneo a
quien se desea ver triunfar para satisfacción propia y para orgullo del solar
chaná...» (Diario Acción 7/1/1945).
Ya había escrito tres obras
teatrales «El Loco San Juan», «Epitalamio», «El Dr. Nimio», y le seguirían «Gleba»
(1945), «El Jubilado», y «Cumbres». Escribió además 5 novelas: «Gleba la del
río» (1950), «El despertar de Mamá Petrona» (1952), «El hombre del Boulevard»
(1957) -aún inédita-, «S.A.» (1963) -con prólogo de Paco Espínola-, y «Servando»;
aún inédita. Editando en forma artesanal, un libro mimeografiado por él, «Pinocha»,
poesías (1967), dejando también inédito
un libro de poesías «Pontón 71», y “Cumbres” (teatro).
Sus obras reflejan cierta añoranza
por la ciudad natal, describiendo personajes humildes que viven a orillas del
río (lavanderas, pescadores, chalaneros, etc.).
Sus coterráneos de «Asir» opinaban
sobre «Gleba la del río» que «el ambiente ribereño no tiene consistencia, ni en
su conjunto - descolorido y hueco-, ni en algunos de sus tipos: no hay
caracteres. Los diálogos, que son abundantes y extensos, incurren en la
facilidad de abrumar; más, no informan»
(«Tres libros mercedarios», Martín Enrique Jaúregui, «Asir» 32-33,
mayo-junio 1953.).
UN HORMIGUEO DE PERSONAJES
Aunque nada menos que Paco Espínola denunciaba cierta vergüenza por no
conocer a un escritor «cuyas excelencias rompían los ojos». Expresando:
«Solitario, modesta, laboriosa, austeramente, Máximo C. Maneiro Vázquez ha ido
erigiendo entre nosotros una obra literaria que, a esta altura, ya merece por
cierto, sea fijada en ella la atención colectiva». Agregando: «Siéndome Maneiro
intelectual y personalmente desconocido, entré en contacto con su actividad en
1950, cuando tuve que apreciar Gleba, la del río, novela sometida al Jurado de
Remuneraciones Literarias del Ministerio de Instrucción Pública, y que resultó
premiada por unanimidad. Me sorprendió ignorar a un escritor de nuestro medio
cuyas excelencias rompían los ojos. El afrontaba en Gleba, la del río un tema
que, además de muy sugestivo, no ha sido frecuentado entre nosotros: el del
ambiente y los seres que viven en poblaciones borderas de nuestros ríos
interiores. (¿Pero, acaso, no son tales todos los del Uruguay? ¿Pero es que esa
tan ancha extensión de agua, al Plata, le podemos llamar río?) Y aquel tema,
digo, y aquellas criaturas están tratados en tal forma, que se tiene siempre la
sensación de enfrentarse a una realidad viva, casi documental, sin que en
ningún momento se disipe durante la lectura -he aquí la hazaña- la sensación de
arte.
Un verdadero hormigueo de
personajes hace dificilísimo el manejar la narración sin tornarla confusa. Sin
embargo, Maneiro la cumple con conmovedora, con admirable -¿a qué vacilar en la
aplicación del término? -, con admirable destreza. Y se permite el lujo,
además, de vincular esos personajes a sus cosas características y al ambiente
que le pertenece, sin eludir el cúmulo de problemas que ello presenta, no
contentándose con dejarlos como colgados altamente en el aire, semejantes a
vacíos esqueletos humanos, lo que es harto frecuente, y no sólo aquí.
Algunas escenas, por lo complejo
de la forma contrapuntística en que están realizados, constituyen ejemplos de
cómo se plantean y se resuelven arduos, muy arduos modos de componer -a veces
exigidos sine qua non por el tema-, y cómo se llega a poder ostentar las palmas
de la victoria a los ojos de aquellos lectores para quienes el arte de leer es,
como quería Claudel, ‘un acto grave’. Y agregando nuevos elementos a esa entre
nosotros insólita orquestación, finuras de relampagueante ironía, finuras
sicológicas, finuras de observación del mundo natural: así una tierna sonrisa
asoma acá y allá como bichito de luz; secretas pulsaciones del corazón humano
hácense sensibles, de pronto, desde un gesto, desde una mirada, desde una
palabra, apenas; todo un caudal de cosas, de costumbres, de usos bien
diferentes de los de la ciudad y del campo, surgen con vivísima nitidez, sin
que en momento alguno, perdidos los estribos del artista por cariño al asunto o
por ostentar galas de conocedor, haga su aparición el afán enumerativo» (Francisco
Espínola en prólogo de la novela «S.A», Talleres Gráficos El Siglo Ilustrado, Montevideo, 1967).
Para quienes quieran tener una pequeña aproximación a
su obra en el siguiente enlace puede leerse un capítulo de uno de sus libros.
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