viernes, 30 de septiembre de 2011

EDITORIAL

¿Hasta cuando habrá HUM BRAL?



Ángel Juárez Masares

Hablar de globalización y de la complejidad que el término contiene sería volver sobre un tema del que las ciencias sociales ya se han ocupado. No obstante, la respuesta obtenida por HUM BRAL al cabo de un año nos sigue sorprendiendo. En ese sentido hemos tratado de encontrar los motivos por los cuales esta humilde propuesta escrita desde “una esquina del mundo” -como lo definiera Aldo en reciente nota editorial- llega a más de 57 países;  tiene un promedio de 900 lecturas semanales,  y que ya superó las 38 mil desde su formato virtual.
Es verdad que este trabajo se asienta en las vivencias de quienes lo llevamos adelante, asunto que no nos preocupa demasiado porque toda obra de cualquier índole estará teñida por la impronta de sus creadores. Lo que nos lleva a hurgar en las razones que mueven a las personas a seguirnos, es curiosidad pura, y en ese contexto hemos especulado muchas veces sin encontrarle el meollo al asunto. Indudablemente que –simplificando- sí podemos asegurar que estamos llenando un espacio que la gente no encontraba en otras propuestas. No somos una Revista Cultural en el sentido más literal, y lo sabemos. También sabemos que por nuestra condición de periodistas  -en el caso de Aldo en pleno ejercicio- no podemos evitar (y tampoco queremos hacerlo) hacer periodismo a través de estas páginas, sobre todo teniendo en cuenta nuestra absoluta falta de compromisos con Institución o Empresa alguna, lo cual nos brinda un margen de libertad que sólo está limitado por nuestro sentido de la ética; asunto que defendemos y sobre el cual no admitimos cuestionamientos. Podrá discreparse con algunos temas, pero jamás hemos escrito algo que no estuviera debidamente fundamentado y corroborado. Quienes se han visto afectados o aludidos por el tratamiento de algunos temas, tienen la seguridad de tener “el adversario” a la vista. Nótese y póngase atención en la palabra: “adversario”…nunca “enemigo”.  Quien así lo sienta que se haga cargo porque corre por su cuenta. Del mismo modo ponemos especial cuidado en citar la fuente cuando la nota o artículo lo amerita, ya que esa es premisa fundamental para que la palabra “ética” no sea un mero discurso.
Otro de los puntos hacia los que hemos dirigido la mirada son los grandes medios de comunicación, cada vez menos confiables básicamente por dos razones fundamentales: la economía, y el Poder (puede invertirse el orden).
Naturalmente sabemos que para ellos no existimos, pero alguna razón existe para que alguien nos lea en Ucrania, Bulgaria, u otro lugar cualquiera en las antípodas.
¿Será acaso el tufillo a cosa doméstica, simple, despojada de pretensiones de “cambiar el mundo” lo que impele a la gente a leernos?
Recordemos que Max Weber y algún otro pensador habían  aventurado la atrofia de la imaginación colectiva a causa del consumismo capitalista; la industrialización, y una multiplicidad de factores conectados y derivados de ellos.
¿Será acaso aventurado pensar que muy lentamente los hombres están buscando caminos que los devuelvan hacia la humana esencia?
En definitiva nada se logra en la vida sin imaginación, y si estamos de acuerdo en que ese es el combustible que mueve al hombre, no es descabellado pensar que lo hará con las masas.
También es verdad que no sabemos hasta cuando podremos sostener Hum Bral. Las horas de trabajo que implica renovar la página semanalmente es una condicionante a tener muy en cuenta, además del costo en términos económicos que debemos pagar por hacerla.
¿Que crear un blog no tiene costos y tampoco utilizar la Red? Es verdad. Sólo el pago de la conexión a Internet que eroga cualquier usuario, pero en nuestro caso el tiempo que dedicamos a esta actividad no tiene retorno material, y ese factor tiene su peso.

 En esta edición

“INFINIEDADES”

un libro de cuentos de

Aldo Difilippo.

Léalo en la siguiente dirección:


Municipio de Dolores homenajeó a Roberto Sari Torres


 La pasada semana el municipio de Dolores homenajeó a nuestro compañero Roberto Sari Torres, reconociendo su trayectoria literaria y como  investigador histórico. El  Intendente Guillermo Besozzi, y el Alcalde de Dolores, Lic. Javier Utermark, encabezaron el acto que contó con un importante marco de público.
Roberto Sari Torres nació y vive en Dolores, ha sido activo colaborador de HUM BRAL desde sus inicios.  En 1997 publicó  “Cuento vivo”  obra premiada en el concurso de la Creación literaria inédita de Soriano; y entre otros libros ha publicado  “Desde la enseñanza más antigua en Soriano a la Educación Popular de José Pedro Varela” (2005), “Centenario del Dolores Foot-ball club y otros cuentos” (2008), “Combate de Paso Morlán, urdimbre histórica de la épica gesta” (2010).

En el 2007 un equipo de la UDELAR (Universidad de la República) confirmó el hallazgo del pueblo El Espinillo, origen de la actual ciudad de Dolores. El descubrimiento arqueológico se basó, entre otros elementos, en las investigaciones realizadas  Roberto Sari Torres, que en la década de 1990 había adelantado en un par de libros, que el primitivo pueblo que dio origen a la actual ciudad de Dolores podría ubicarse en la zona delimitada por el antiguo Camino Real, el Camino del Medio y la Ruta 21. Distante apenas a unos 13 kilómetros de la actual ciudad de Dolores. Algo que fue confirmado por el trabajo arqueológico.
A continuación los lectores de HUM BRAL podrán acceder a una entrevista realizada por Doloresweb a nuestro compañero, previo al acto donde fue homenajeado.


Para ver la entrevista haz click en la siguiente dirección:

EL CUENTITO MEDIEVAL


De como los valientes tripulantes del  “Sorykulo I” rescataron de las peligrosas aguas del lago negro a una familia de navegantes  “Ark-gentinos”


Ángel Juárez Masares

De las páginas amarillas (nada que ver con avisos clasificados) de un antiguo cuaderno de bitácora que perteneciera a la nave que lucía el emblema del “Zor-ete”, llegado que han a nuestros días las aventuras corridas por sus tripulantes cuando debieron rescatar de las procelosas aguas del Lago Negro a una familia de navegantes.
Pese a la dificultad para leer dicho informe (no tanto por el deterioro del libro, sino por los errores ortográficos) este humilde hurgador de historias medievales pudo saber que una mañana el airoso barco surcaba raudo las aguas rumbo a la aldea, cuando Mam Otreto -su sagaz vigía- encuadró en el catalejo una embarcación escorada. En la inclinada Cubierta (si no, no estaría escorada) un aterrado hombre agitando pañuelos gritaba: ¡adentro!...!adentro está mi mujer y mis hijos!..
Fue en tal trance que -con hábil golpe de timón- el Capitán Diego Lughan dirigió la proa hacia los náufragos mientras cantaba: ¡tengo que conseguir mucha madera!, con la evidente intención de reparar los daños de embarcación siniestrada.
Cuentan que el “Sorykulo I” navegó como un manatí (más por feo que por ágil) hendiendo furiosas olas de dos pies de altura, hasta ponerse a un tiro de cuerda de la nave encallada.
Allí se escuchó una vez más la voz del Capitán, ordenando:
-¡arrojen un cabo!-
-No tenemos – dijo Mam Otreto- somos todos civiles-
-¡Una soga, imbécil!- aclaró el piloto imbuído de heroísmo.
-¡A vos te hablan! –replicó Mam Otreto dirigiéndose al grumete.
El asunto es que para conservar la cadena de mando, el joven grumete Bueno Paranada terminó lanzándose a las aguas para nadar con la soga entre los dientes hacia los desvalidos navegantes Ark-Gentinos.
Se supo además que a pesar de sus braceos no pudo hacerlo porque el agua apenas le llegaba encima de las rodillas, por cuanto optó por dejar la pose para otra oportunidad y acercarse caminando y con la soga en la mano.
Mientras tanto Mam Otreto no quería dejar pasar la gloria delante suyo, y subido al Carajo gritaba:
-¡Más rápido grumete!.. ¡más rápido que se hunde!... ¡a los botes!... ¡a los botes!... ¡las mujieres y lo cabritos primero (no es un error, era chileno).
A todo esto el grumete había llegado a la nave escorada con el agua al tobillo, y repodrido de los gritos del segundo de a bordo le increpó:
-¡Váyase al carajo Don Mam!-
-¡Y dónde cree que estoy! –contestóle el hombre encaramado al techo de la cabina de mando porque eso no tenía ni palo menor.
Finalmente el azaroso rescate realizóse con buena fortuna merced a la pericia demostrada por los tripulantes del “Sorykulo I”,  quienes lograron inscribir sus nombres en una página de la histeria medieval  (en realidad quise escribir historia, pero como para el caso es igual, lo dejé).
Los registros del rescate se pierden en ese episodio, y lo que ha llegado a nuestros días acerca del arribo de la nave portadora de la insignia del “Zor-ete” (¡pensar que algunos creían que era una semilla!) fue recogido a través de la trasmisión oral.
Se supo por esa vía que en el bucólico atardecer lagonegrino, una multitud dióse cita en el viejo puerto para esperar a los héroes (en el nuevo había concurso de pesca de la boga).
Espontáneamente los habitantes de la aldea llegaban henchidos de orgullo, y cuentan que hasta el mozo navarrense de enredada verba (y al que no le interesaba nada de lo que no pudiera sacar ventaja) se apropincuó a la orilla del lago para ver qué podía encontrar para criticar.
De todas maneras el pueblo no vio empañada la felicidad por tan magno acontecimiento. Cantó y bailó hasta la madrugada llevando en andas al Capitán Diego Lughan y al Segundo Mam Otreto, de cuya valentía y sapiencia en las lides náuticas quedó constancia en la bitácora de la nave Moon y Cipal.

Moraleja:
                Si notado que has la ausencia del grumete en los festejos, recordad contertulios que jamás, “mandos medios” compartirán halagos con pendejos.

Sobre el poemario “setenta y 4”, de José María Pallaoro

Luis Benítez

En septiembre de 2011, Ediciones El Surí Porfiado (www.elsuriporfiado.blogspot.com - www.sipecu.com.ar), de Buenos Aires, editó una nueva colección de poemas del argentino José María Pallaoro, titulado “Setenta y 4” (ISBN 978-987-1541-31-7).
José María Pallaoro nació en La Plata, Provincia de Buenos Aires, el 28 de febrero de 1959. Conocido animador cultural, antólogo, periodista y editor –dirige el sello “Libros de la Talita Dorada” (http://librosdelatalitadorada.blogspot.com)-  también es autor de los volúmenes: Pájaros cubiertos de ceniza (1982-1990), Breve cielo (1982-1985), Latidos (1982-1990), Cuando llueve el mundo es otro (1985-1990), En medio de la lluvia (1983-1991), Es hora de volver a Jimmy Hendrix (1994), El mago (1998-1999), El bostezo del viento (1998-2000), Andante Tren (2001), Sueños con serpientes (2001-2002), El vino del azar (2001-2004), Son dos los que danzan (2005), y Basuritas (2010), entre otros.
“Setenta y 4” viene a ratificar las cualidades literarias de Pallaoro, quien se distingue en el panorama poético argentino por rescatar y renovar las posibilidades de la poesía social, con una originalidad que ya le es característica. Sin descender al panfleto, adosándole a la denuncia recursos tales como el humor, el sarcasmo y la ironía, Pallaoro logra una efectividad comunicacional trascendente y fácilmente reconocible entre la variedad de estilos que ofrece el espectro poético de su país. Adicionalmente, es de destacar que su obra recupera la tradición poética social argentina, paulatinamente abandonada luego de la plenitud alcanzada por la generación del 60. La impronta de Pallaoro se plasma en textos generalmente breves, siempre filosos, dotados de una penetrante visión de la realidad contemporánea.

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Espaldas

La niña dio su testimonio
El cazador había matado
a su madre
de varios disparos
Los fiscales certificaron
el acelerado avance
de los traidores
Hay que meterse
en el terreno
embarrarse
Hacerlo sin tibiezas
e incluir la espalda del otro
…………………………………………………………

Líder

Fue la roca
contra la que
nos hicimos
pedazos

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Tabaco y vino

Celebrábamos la ceremonia
del tabaco y del vino
para estudiar
la realidad
social argentina
Pero los monopolios
nos quieren
aguar la fiesta
Tenemos
el proyecto de eliminar
la publicidad
para disminuir el consumo
Otra alternativa:
el tabaco de verdulería
La lechuga y la papa
siguen a buen precio
y en el mercado negro
se negocia por una francesa.
Misoginias

Marcelo Simón *


El folklore tiene contenidos misóginos en América latina, que hemos sabido enriquecer, a partir del legado hispánico inicial, con variopinto cultivo en diversas vertientes: zambas, chacareras, chamamés, milongas, cumbias villeras y tangos se han ocupado de la mujer impiadosamente desde hace mucho. Esta fobia puede ser rastreada por lo menos desde la copiosa documentación coplera del español Francisco Rodríguez Marín que tanto inspiró a nuestro Juan Alfonso Carrizo, quien, dicho sea de paso, no trepidó en censurar los versos políticamente incorrectos que dice o canta el pueblo desde siempre. Ahí y en otras fuentes aparece el machismo más enjundioso, generalmente celebrado con estrépitos diversos (por ejemplo en los festivales) o al menos tolerado sin mayores objeciones en otros foros.
Martín Fierro tiene su miga al respecto. El personaje, frecuentemente elegido como prototipo de la nacionalidad, humilla a una mujer negra tanto como para que su compañero, que reacciona en defensa del honor de la morocha, sea achurado por la criatura hernandiana. Fierro, de todas maneras, tiene actitudes piadosas para con otras féminas, presumiblemente blancas: su propia esposa, a la que perdona por haberse ido con un gavilán, y la cautiva, que es víctima de la tortura de otro hombre –claro que aborigen–, quien además asesina a su bebé. En ese admirable y cruel relato no falta un dato estremecedor: uno de los protagonistas, el Viejo Vizcacha, mató a su mujer con un palo porque le cebó un mate frío, como cuenta el Hijo Segundo de Fierro en el reencuentro familiar, sobre el final de la historia en la que este viejo perdulario aconsejaba a los varones, comprensiblemente, no casarse: “Si querés vivir feliz, / dedicate a solteriar”, decía.
En nuestro cancionero hay otros ejemplos más recientes de uxoricidios: el marido de la salteña Juana Figueroa le recrimina a la muerta ¡qué él mató! su comportamiento en vida, según el texto del jujeño Jorge Calvetti; mucho más acá en el tiempo, Víctor Heredia jura que vio al asesino y marido de Alelí bailar con la sombra de la pobrecita en la celda, como si nada hubiera pasado. En fin, tal vez no haya que llegar a esos extremos. Una golpiza adecuada puede corregir conductas femeninas, dice Alfredo Zitarrosa, en “Coplas por cifra y milonga” (que en Carmen de Patagones canta también el soguero Angel Hechenleitner en recopilación propia): “A la mujer cuando es buena / no hay plata con que pagarle; / pero cuando sale mala / no hay palo con que pegarle”.
Algo parecido se afirma en una chacarera de Calixto Brizuela que suele cantar el sanluiseño Juanón Lucero: el hombre le propone a su novia ir a vivir al campo, pero a ella no le gustan esos aires; entonces él el promete una guacha (rebenque de hoja gruesa) de cuero, “no sé si te va a gustar”, le añade. Y por las dudas no alcance, “esta guitarra que tengo te la pongo de collar”. No es raro que en el folklore, sobre todo hace años, las propias mujeres repitan sentencias como ésta: “la mujer engañadora, doscientos palos merece” cantaba la gran Martha de los Ríos, mamá del inolvidable Waldo.

"La mina", óleo de Ángel Juárez

Es pertinente, si uno le presta atención al viejo cancionero: algún bailecito, cierta chacarera, alguna baguala masculina repiten: “La mujer es como el diablo, / parienta del alacrán: / cuando ven al gaucho pobre / alzan la cola y se van”.
Por eso hay que castigarlas.
“A las mujeres, quererlas / y no darles de comer, / porque si comiendo engañan, / muertas de hambre quieren bien”, anotó Jorge Washington Abalos en una recopilación santiagueña. Horacio Guarany, que ha escrito tantas canciones sentimentales tan buenas, en los comienzos de su carrera grabó “Todas las cositas”, un bailecito de Tito Véliz en el que afirmaba: “Mi mujer de cualquier cosa quiere reír, / le doy un chirlo, una patada,/ una trompada, la hago dormir”.
En la vecindad, por las esquinas del tango, el panorama empeora. Con solo escuchar a Edmundo Rivero se entera uno (“Tortazos”, de Maroni y Razzano) de que el varón no la rompe de un tortazo a la mina “por no pegarle en la calle”. Parece que así hay que actuar, como atestiguan los vecinos de una pareja que escuchaban puertas adentro los cachetazos del galán que “parecían aplausos, parecían, de una noche de gala en el Colón”, como creo que cronicó Celedonio Flores.
El premio mayor, de todas maneras, lo deberían recibir este “Amasijo habitual” de Carlos de la Púa refiriéndose al varón y su compartamiento: “La durmió de un cazote, / gargajeó de colmillo, / se arregló la melena / y pitándose un faso, / piantó de la atorranta pieza del conventillo / y silbando bajito rumbeó p’al escolaso”.

* Director de Radio Nacional Folklórica (Argentina)
Extraído de : www.pagina12.com.ar

Poeta, narrador, crítico teatral,  ensayista
Falleció Juan Carlos Legido


El domingo 25 falleció el Montevideo, Juan Carlos Legido. Poeta, narrador de obras considerables, crítico teatral y ensayista. Había nacido en 1923.
Fue profesor de literatura e historia del Arte en Enseñanza Media,  dictando también cursos de su especialidad en ámbitos privados. En 1949 publicó el poemario “Ancla y Espiga”. 
Como dramaturgo ha tenido señalables aciertos avalados por público y crítica. Fue premiado por Casa de Teatro en 1958, Círculo de la Crítica, 1964 y 1965, Futi, 1968, por sus obras "La piel de los otros", "Los cuatro perros", "El tranvía", "Historia de judíos".
Como narrador ha producido "Crónicas de cuatro estaciones" (1967), "La máquina de gorjear" (1970), "El naufragio de la ballena" (1984), "Aviso a los navegantes"(1986), "Los papeles de los Ayarza" (1988), “Paraíso hora cero) (2002), entre otras.
Gabriel Peveroni en  "A Escena con los Maestros" (2011), comenta: “Su primera afición -fiel a la época- fue el cine. Siendo niño y adolescente vio todas las películas que exhibían en el Metropol, el cine del barrio, al lado de la iglesia Tierra Santa de 8 de Octubre y Estero Bellaco. Estudió profesorado de Literatura, y sus incursiones en el teatro empezaron como espectador de obras en El Tinglado y en los primeros grupos independientes.
Su primer viaje a Europa, en el año 1950, fue el disparador de la escritura de su primer texto dramático, titulado “La lámpara”. Eran los años de la posguerra, tiempo de fuertes debates intelectuales en torno al marxismo, al existencialismo, tiempo de autores como Sartre y Camus exponiendo problemas morales desde la escritura dramática.
En el año 1952 gana un concurso organizado por Club de Teatro con “La Lámpara”, obra que se estrena un año más tarde en El Tinglado, protagonizada por Artigas Alcalá. Unos años después, en 1957, se estrena su obra más polémica -“Dos en el tejado”- que trata de la muerte accidental de un policía en una manifestación estudiantil. Estrenada por Club de Teatro, con Berto Fontana y Ducho Sfeir en el elenco, provocó fuertes críticas de la Federación de Estudiantes. Es la obra que el propio Legido considera más lograda en cuanto a plantear un problema moral, un dilema sartreano.
Juan Carlos Legido forma parte de una generación de autores teatrales que trata de desmarcarse de los modelos tradicionales uruguayos -Sanchez, Bellán, Zabala- al influjo de la literatura europea de posguerra. Obras de autores como Maggi, Plaza Noblía, Denis Molina, Pinto y Legido debaten sobre la posibilidad de una vigorosa dramaturgia nacional, con temas propios y abierta a los debates de la época. Entre ellos, Legido tiene una vasta producción que no pierde de vista la “mentalidad” uruguaya y cierto carácter evocativo de los años 30 y una militancia activa por temas sociales.
Otra obra muy importante en la obra de Legido fue “Veraneo”, dirigida por Blas Braidot, con elenco de El Galpón, obra que retrata la vida bohemia de los ranchos del Buceo, lugares de ocio y de comilonas de los montevideanos de los años 50.
Su calidad de testigo y protagonista de las primeras décadas del teatro independiente lo llevaron a escribir un libro esencial sobre la historia del Teatro Uruguayo entre los años 40 y 60, el tiempo de la formación del teatro independiente y la creación de la Comedia Nacional.
Durante su vida escribe varias novelas, cuentos y poesía, incursionando en diferentes géneros literarios. Viajó varias veces a Europa, sobre todo a París, ciudad en la que gustaba sentarse en los cafetines “a ver pasar la vida a través de los vidrios”. Vivió tres años en España en los años de la dictadura, estuvo becado en Italia y también tuvo un intenso pasaje por China”.



A través de la amistad que lo unió con Wilson Armas  los que hacemos HUM BRAL pudimos conocerlo y trabajar amistad. De conversación pausada y amena, alejado de cualquier pose o pretensión  de erudito cautivaba con su calidez de hombre sencillo.
En la fotografía aparecen Florencio Vázquez (escritor y periodista), Wilson Armas, y Juan Carlos Legido, el 26 de junio de 1992, en oportunidad del debut de la Compañía Teatral Hum Bral.  La misma era dirigida por Wilson Armas, poniendo en escena en el entonces Teatro Municipal, la obra “El Crack se muere” de Florencio Vázquez.
El próximo sábado

Hablando de bueyes perdidos

Cuando para ser mendigo no es necesario pedir una moneda

                                                                                                     

Ángel Juárez Masares


La idea  fue del editor. Me llamó a su oficina y mirándome por arriba de los lentes como solía hacerlo, me dijo:
-Elija fotógrafo, pida un auto y vaya a hablar con algunos mendigos.
-Ahá… y después de eso me voy para arriba, hasta el New York Times no paro –le dije para provocarlo un poco.
-Déjese de embromar que no estoy en mi mejor día. Quiero las dos centrales para mañana con buenas fotos.
Dicho esto volvió a sus papeles y me ignoró. Pero al retirarme  y con el picaporte en la mano le dije (naturalmente sin esperar respuesta):
-¡Ah!... y cuando esté con su mejor día me avisa.
Algo parecido a gruñidos me llegó a través de la puerta,  y hasta creí escuchar que yo era un rompe no se qué, pero como era fácil de suponer a qué se refería, me fui con una sonrisa a cumplir con el pedido.
A través del tiempo que llevaba en el Diario habíamos establecido con ese hombre una curiosa relación.  Ambos sabíamos muy bien hasta dónde podíamos llegar con el otro, y nos complacía pisar apenas la línea que separaba la provocación de la falta de respeto. Creo que en un lugar donde imperaba la rutina, y además permeado por una buena dosis de mediocridad, ese juego de “tira y afloje” de algún modo nos divertía.
Me fui con Gerardo. El flaco trabajaba como lo hacen todos a quienes les gusta su profesión, más allá del salario que reciben a fin de mes, o dicho de otra manera, a puro amor propio.
Recuerdo que no era de “tirar” muchas fotos. Su dominio de la técnica lo complementaba con una atinada capacidad de observación, y a la hora de seleccionar las que se publicarían uno no sabía con cual quedarse porque eran todas buenas.
Anduvimos en los portales de algunas iglesias, en la plaza “del entrevero”, un poco por “18”, y después tomamos Fernández Crespo rumbo al Palacio.
Por allí fue que encontré al hombre. Estaba sentado en la puerta de una casa abandonada, y apoyaba su única pierna en un par de muletas mugrosas. Me senté a su lado y no fue difícil entablar conversación. Suele ocurrir que en esas circunstancias las personas se tornan introvertidas y hurañas, pero eso no ocurrió en este caso, quizá porque Gerardo  mantuvo la cámara a prudente distancia.
Hablamos. Me contó su historia a grandes rasgos, la que no difería de otras historias conocidas. El hombre había tenido una casa, una familia, y un oficio, pero los avatares de la vida –y según dijo- sus propias acciones de las que se hacía responsable, lo habían hecho perder todo. Sin embargo relató con una sonrisa su arribo a la mendicidad:
-Un día iba por esta misma calle –dijo- ya había perdido la pierna y estaba cansado. Entonces me senté en un portal de otra casa que hace tiempo demolieron, y una señora que pasó me dio una moneda y siguió su camino. Al rato un hombre con ropa de obrero y zapatos amarillos me dio un billete… y así…  yo empecé a dar las gracias, y al rato me di cuenta que tenía la mano abierta apoyada en la rodilla. Después conseguí una lata, y entonces me convertí en mendigo.
El hombre me contó muchas cosas aquel día. De su trabajo como tornero, de su mujer muerta de cáncer, y de sus dos hijos desaparecidos en Argentina. De su enfermedad que le llevó a perder la pierna, y de la escasa expectativa de vida que tenía.
Recordé entonces al hombre de traje azul que había visto salir presuroso de una iglesia esa misma mañana. Llevaba un maletín de ejecutivo y hablaba por teléfono cuando pasó indiferente frente a las manos tendidas en el atrio.
No pude evitar pensar en las variadas formas que adquiere la mendicidad, pero ya no cuando el hambre es del estómago y se mitiga con un pan duro, sino de la otra, del  hambre del alma que no se calma con nada y que suele empujar a los hombres a los templos en busca de alimento. He visto demasiados de esos mendigos, y puedo asegurar que son  más dignos de lástima que quienes habitan en las calles.
Supe conocer por entonces otras formas de la mendicidad; como aquellos seres que viven pendientes de la aprobación de los demás, y que si bien no exhiben su mano abierta, estiran su ego implorando la moneda del halago.
De regreso en la redacción, las dos páginas resultaron escasas para meter en ellas todas las variantes que acudieron a mi mente en estos asuntos de sentirse desvalido. Recuerdo que no tuve valor para buscar en mi interior el lado pordiosero, pero si que me propuse no mostrarle lo escrito al editor. Si quiere verlo, que lo mendigue.
Sin embargo la hora “de cierre” se acercaba, y el tipo… nada. Serían las once de la noche cuando el hombre llegó a mi escritorio. Yo traté de hacerme el distraído pero metió su dedo ante mi nariz y dijo:
-Supongo que eso está pronto.
-Supone bien.
-¿Tituló?
-Titulé.
-Bueno, mándelo… ¿que espera?
-¿No piensa leerlo?
-Por supuesto que no.
El hombre se fue de mesa en mesa puteando al mejor estilo del editor del diario “El Planeta”, y yo me sentí  Clark Kent viendo como Jaime Olsen le birlaba a Luisa Lane.
En el suelo sucio de papeles y puchos clandestinos, a escasos diez centímetros de mi zapato brillaba una moneda. Ambos la vimos, pero ninguno se atrevió a levantarla. No fuera a ser que en una de sus caras estuviera escrita la palabra “halago”. 
Ya está disponible la  primera novela de Conan Doyle


Hace unos meses, cuando se anunció el lanzamiento de la primera novela que desarrolló el talentoso escritor inglés Arthur Conan Doyle, las autoridades de la Biblioteca Británica indicaron que el material estaría listo para noviembre, pero los plazos se adelantaron y “The narrative of John Smith” ya puede ser adquirida en Reino Unido.
De acuerdo a los datos que se dieron a conocer, la institución publicó el relato tras conseguir el consentimiento de los propietarios de los derechos en inglés del legado del autor y lo empezó a comercializar junto a un audiolibro que fue grabado por el actor Robert Lindsay.
Para complementar esta presentación que, sin dudas, constituye un descubrimiento fascinante para quienes admiran al afamado Conan Doyle (creador de propuestas como “El signo de los cuatro”, “El sabueso de los Baskerville” y “Las aventuras de Sherlock Holmes”), se ha inaugurado también una exposición que podrá ser visitada hasta el próximo 5 de enero. Esa muestra permitirá a los visitantes apreciar de cerca el manuscrito de esa novela.
Cabe destacar que este trabajo que hasta hace poco tiempo era desconocido para la mayoría de los aficionados a la lectura posee un gran valor documental y biográfico porque para los expertos que la analizaron es algo más que una simple novela y cautiva con reflexiones inspiradas en temáticas universales como lo son la religión, la educación, la guerra, la ciencia y la literatura.
Por ahora, “The narrative of John Smith” sólo está disponible en inglés, pero no se descarta en un futuro cercano ampliar los horizontes para que este contenido pueda ser disfrutado, por ejemplo, por lectores de habla hispana.

Fuente: EFE
¿Mentira o fingimiento?


Umberto Eco

Algunos lectores toman las novelas tan seriamente como si fueran historias no ficticias, y empiezan a atribuirle al autor las opiniones de los personajes. He estado pensando en este tema desde que empecé a prepararme para pronunciar un discurso en la Milanesiana, evento cultural bien conocido que se celebra todos los años en Milán. El tema del evento de este año, que se llevó a cabo en junio, fue “verdad y mentiras”, y en mi discurso hice algunas observaciones sobre la ficción narrativa. ¿Una novela es un ejemplo de mentira?

Tomemos la célebre novela de Alessandro Manzoni, “Los Novios”. Cuando Manzoni escribió que el personaje de Don Abbondio se encuentra con dos valentones cerca de la ciudad de Lecco, él sabía muy bien que estaba narrando una historia de su propia invención. Pero no estaba mintiendo: él estaba pretendiendo que los eventos de su relato realmente habían ocurrido y le pedía al lector que tomara parte de esta ficción, del mismo modo en que podemos consentir que un chico tome una vara y pretenda que es una espada.
Naturalmente, la ficción narrativa requiere de señales, desde la palabra “novela” impresa en la portada del libro hasta la frase inicial, como “Érase que se era”. Pero en algunos casos, el autor construye una capa adicional de artificio. Consideremos la premisa inicial de “Los viajes de Gulliver” de Jonathan Swift. “El señor Lemuel Gulliver (...) hace tres años, habiéndose hartado de la concurrencia de gente curiosa que venía a verlo en su casa de Redriff, adquirió un pequeño terreno cerca de Newark. (...) Antes de salir de Redriff dejó la custodia de los siguientes papeles en mis manos. (...) Los he leído detenidamente tres veces y tengo que decir que (...) hay un aire de aparente verdad en todo el conjunto. Y en efecto, el autor se había distinguido tanto por su veracidad, que se había vuelto casi un proverbio entre sus vecinos de Redriff, cuando alguien afirmaba algo, decir que era tan cierto como si lo hubiera dicho el mismo señor Gulliver.” En la portadilla de la primera edición de “Los viajes de Gulliver”, el crédito corresponde no a Swift, sino a Gulliver, lo que refuerza la idea de que el relato fue escrito por el personaje titular.

Quizá no siempre se haya engañado a los lectores. Desde las “Historias verdaderas” de Luciano de Samosata en adelante, vemos que, a fin de cuentas, esas exageradas afirmaciones de verdad suenan más bien como señales de ficción. Pero la novela suele poseer una mezcla tan imbricada de imaginación, eventos y referencias al mundo real que el lector corre el riesgo de perder la cordura.

Así pues, llega a suceder que algunos lectores toman las novelas tan seriamente como si fueran historias no ficticias, y empiezan a atribuirle al autor las opiniones de los personajes. Como novelista, yo puedo decir por mi experiencia que, en cuanto las ventas de la novela superan, digamos, los 10 mil ejemplares, nos expandimos de un público acostumbrado a leer ficción a uno más amplio, pero menos consciente, que lee novelas como si fueran una serie de afirmaciones verdaderas. Me recuerda los teatros tradicionales de títeres de Sicilia, en el que los espectadores a veces se enganchaban tanto en la historia que efectivamente insultaban al personaje del villano clásico, Gano di Maganza.

En mi novela “El péndulo de Foucault”, el personaje de Diotallevi se burla de su amigo Belbo, que está obsesionado con las computadoras, cuando le dice: “La Macchina esiste, certo, ma non è stata produtta nella tua valle del silicone” (La máquina existe, cierto, pero no fue producida en tu valle de la silicona). Un colega mío, que da clases de ciencias, me señaló sarcásticamente que la traducción correcta en italiano de “Silicon Valley” es “Valle di Silicio”, no “valle del silicone” (silicio, y no silicona). Yo traté de explicarle que eso tenía la intención de ser un chiste. Le señalé que las computadoras están hechas de silicio y le dije que, si se hubiera tomado la molestia de seguir leyendo, habría encontrado que, cuando Garamond le dice a Belbo que considere a la computadora en su “Historia de los metales” pues está hecha de silicio, Belbo le responde: “Pero el silicio no es un metal, es un metaloide”. Y le dije también que en el pasaje del “valle de la silicona”, no era yo quien estaba hablando sino Diotallevi. En primer lugar, el personaje de Diotallevi no necesariamente tiene un conocimiento perfecto ni de ciencias ni de inglés. Y en segundo lugar, Diotallevi estaba burlándose de las malas traducciones del inglés, como cuando traducen “hot dog” literalmente. Mi colega me dedicó una sonrisa escéptica, convencido claramente de que mi explicación era tan sólo un parche inventado para cubrir mi error.

Éste es el caso de un lector que, aunque con estudios, no obstante no pudo tener la perspectiva de leer una novela en su conjunto, conectando las diferentes partes. También, evidentemente, era impermeable a la ironía. Y por último, tampoco pudo distinguir entre el punto de vista del autor y el de los personajes. Para tales lectores, el concepto de “fingimiento” es completamente ajeno.

*Escritor y ensayista italiano autor entre otras novelas de "La misteriosa llama de la reina Loana", junto con "'Baudolino", "El nombre de la rosa" y "El péndulo de Foucault".

Extraído de: www.laondadigital.com

EFEMÉRIDES

2 octubre
1912
 nace en Mercedes Máximo C. Maneiro Vázquez


Autor de varias novelas, piezas teatrales y libros de poesía: Escribió además 5 novelas: «Gleba la del río» (1950), «El despertar de Mamá Petrona» (1952), «El hombre del Boulevard» (1957) -aún inédita-, «S.A.» (1963) -con prólogo de Paco Espínola-, y «Servando»; aún inédita. Editando en forma artesanal, un libro mimeografiado por él, «Pinocha», poesías (1967),  dejando también inédito un libro de poesías «Pontón 71», y “Cumbres” (teatro).
Francisco Espínola en  Francisco Espínola en el prólogo de la novela «S.A» expresaba: «Solitario, modesta, laboriosa, austeramente, Máximo C. Maneiro Vázquez ha ido erigiendo entre nosotros una obra literaria que, a esta altura, ya merece por cierto, sea fijada en ella la atención colectiva». Agregando: «Siéndome Maneiro intelectual y personalmente desconocido, entré en contacto con su actividad en 1950, cuando tuve que apreciar Gleba, la del río, novela sometida al Jurado de Remuneraciones Literarias del Ministerio de Instrucción Pública, y que resultó premiada por unanimidad. Me sorprendió ignorar a un escritor de nuestro medio cuyas excelencias rompían los ojos. El afrontaba en Gleba, la del río un tema que, además de muy sugestivo, no ha sido frecuentado entre nosotros: el del ambiente y los seres que viven en poblaciones borderas de nuestros ríos interiores. (¿Pero, acaso, no son tales todos los del Uruguay? ¿Pero es que esa tan ancha extensión de agua, al Plata, le podemos llamar río?) Y aquel tema, digo, y aquellas criaturas están tratados en tal forma, que se tiene siempre la sensación de enfrentarse a una realidad viva, casi documental, sin que en ningún momento se disipe durante la lectura -he aquí la hazaña- la sensación de arte.
Un verdadero hormigueo de personajes hace dificilísimo el manejar la narración sin tornarla confusa. Sin embargo, Maneiro la cumple con conmovedora, con admirable -¿a qué vacilar en la aplicación del término? -, con admirable destreza. Y se permite el lujo, además, de vincular esos personajes a sus cosas características y al ambiente que le pertenece, sin eludir el cúmulo de problemas que ello presenta, no contentándose con dejarlos como colgados altamente en el aire, semejantes a vacíos esqueletos humanos, lo que es harto frecuente, y no sólo aquí.
Algunas escenas, por lo complejo de la forma contrapuntística en que están realizados, constituyen ejemplos de cómo se plantean y se resuelven arduos, muy arduos modos de componer -a veces exigidos sine qua non por el tema-, y cómo se llega a poder ostentar las palmas de la victoria a los ojos de aquellos lectores para quienes el arte de leer es, como quería Claudel, ‘un acto grave’. Y agregando nuevos elementos a esa entre nosotros insólita orquestación, finuras de relampagueante ironía, finuras sicológicas, finuras de observación del mundo natural: así una tierna sonrisa asoma acá y allá como bichito de luz; secretas pulsaciones del corazón humano hácense sensibles, de pronto, desde un gesto, desde una mirada, desde una palabra, apenas; todo un caudal de cosas, de costumbres, de usos bien diferentes de los de la ciudad y del campo, surgen con vivísima nitidez, sin que en momento alguno, perdidos los estribos del artista por cariño al asunto o por ostentar galas de conocedor, haga su aparición el afán enumerativo».