viernes, 24 de febrero de 2012

Editorial


Aldo Roque Difilippo 

Carnaval, fiesta pagana, criticada por los excesos que en su nombre se han cometido es, sin lugar a dudas, una de las claves culturales de los rioplantenses. En Uruguay, Argentina y Brasil, fundamentalmente, el Carnaval con sus particularidades locales se festeja casi como un pretexto donde es exterioriza la alegría y mientras dura la algarabía se borran las barreras sociales mezclando a los que más tienen con las clases económicamente menos pudientes.
Una celebración que en América se remonta a los antecedentes europeos, pero en esta mixtura particular de nuestro continente que supo su combinar a todas las culturas que se afincaron. Es así que el tambor africano, dependiendo de la zona geográfica donde se encontraran sus descendientes, se modificó y adquirió nuevos ritmos y entonaciones, combinándose con las formas de expresión europeas de casi todas las regiones. Por eso no es raro que aparecieran y sigan apareciendo en las diferentes agrupaciones de las carnestolendas, entre tambores, pandeiros, maracas y un sinnúmero de instrumentos de percusión, la guitarra y todas sus deformaciones americanas, flautas, cornetines, acordeones y una enormidad de instrumentos.
A continuación, ofrecemos apenas una brevísima reseña de artículos que intentan aportar a la reflexión sobre esta fiesta popular.


Una degeneración

Por más que al Carnaval se le haya extendido la partida de defunción hace mucho tiempo, el se presenta haciendo piruetas y lanzando carcajadas. Le acompañan mujeres livianas con el rostro cubierto y senos desnudos y es bastante para que lo reciban con alegría los “viejos verdes” y los jóvenes que creen que al mundo se ha venido nada más que a divertirse. Es una caricatura y una degeneración, pero como nunca faltan mamarrachos y decadentes, siempre tendrá partidarios. El carnaval es una locura en que suenan los cascabeles de la pecadora y el haragán que se disfraza de estudiante. En Roma decayó, en Venecia es un recuerdo, en Niza una exploración y en Barcelona y París se le quiere galvanizar el cadáver. No hay por lo tanto, motivo para tolerarle. Afortunadamente no dura más de tres días”.

*Periódico “El Nacional”, Mercedes, 1915

Desde sus orígenes más remotos en el medioevo europeo, la sociedad subvertía el orden preestablecido durante los días de fiesta carnavalesca. En los últimos años del siglo XIX el viejo sueño de ser "otro" durante la fiesta se convirtió en mercancía. Prueba de ello era el amplio abanico de productos ofrecido durante el mes de febrero por las tiendas del rubro. En esta misma época, mientras los adultos comenzaban a quitarse sus antifaces para mostrar sus verdaderos rostros y ropajes cuidadosamente confeccionados, los niños se hacían presentes en la fiesta, disfrazándose como "adorables condecitos o diminutas damitas en traje aristocrático"*. Año 1918.

¿De dónde viene la palabra carnaval?

Según el Diccionario de la Real Academia, el término carnaval procede del italiano carnevale, de carne (carne) y levare (quitar). Hace referencia a que es un período anterior a la abstinencia sexual y al ayuno propios de la Cuaresma. De hecho, los grandes banquetes eran propios de los carnavales europeos en la Edad Media. Por ejemplo, en 1583, en Koenigsberg (actual Kaliningrado), los carniceros llevaron en procesión 440 libras de salchichas en el Carnaval. Por otra parte, estudios históricos demuestran que en Francia, la temporada del Carnaval producía más concepciones que cualquier otro período del año. 
El carnaval de Venecia con sus máscaras cobró esplendor sobre todo a partir del siglo XVII. Las máscaras permitían dejar a un lado distinciones sociales, y la nobleza se disfrazaba para salir a mezclarse con el pueblo. En el año 1797 Napoleón Bonaparte derogó los festejos de carnaval, que fueron restablecidos recién en 1979 de forma oficial.

Extraído de: www.muyinteresante.es 


Carnaval : Fiesta Pagana, Popular y Centenaria

Aldo Roque Difilippo
Nuevamente disfrutamos del carnaval. Una fiesta popular donde en Mercedes se han destacado figuras como los “Inflafloi” (Isidoro Cano “Zenona” y “Cuarto Litro” Romero),  el “Gordo Atilio” y su murga “la nueva Ola”, “Río Kid” “Fernandez”, o murgas como “Los Enmascarados”, “Los Diablos Verdes, “Los Santimbanquis”, “La Tunelina”; entre otras, Personajes populares que pueblan las anécdotas de varias generaciones de mercedarios desde antes que el Coronel Pablo Galarza encabezara el desfile del carnaval de 1894, en los albores de esta fiesta tradicional, pese a sus interrupciones y altibajos.
El Carnaval tiene una historia centenaria afianzada en la cultura popular. Algunos documentales mencionan que las fiestas de Carnaval en Montevideo a tan solo un año de nuestra independencia. Como el relato del viajero Eduardo Blandh, que  visitó la capital del país en 1831, describía así la fiesta: “participaban todas las clases sociales (…) en las calles y las plazas se veía una multitud heterogénea de  gente de clase superior e interior, gauchos, negros e indios”
Ocultarse para liberarse
Una celebración en principio espontánea y posteriormente organizada y reglamentada por el poder de turno, donde se invertían los roles: “El asunto era cambiar de personalidad (y de lugar social) –o mostrar la verdad-, ocultar el rostro y el cuerpo para tener libertades antes no usadas o cumplir aspiraciones ocultas: “el muchacho” se hacía hombre “aplicándose patillas”, “la mujer se ponía los pantalones del marido y este se cubría con una cofia”, “el cajetilla de la ciudad se convertía en gaucho melenudo y peleador” o viceversa, y “los flacos se ponían barriga”. Y cada uno realizaba sus aspiraciones…”(1)
Serpentina y papelito
El Carnaval surgía como la necesidad de expresión de las clases menos pudientes, aunque las clases “altas” de la sociedad también se les sumaron, y mientras “grupos de niñas arrojaban flores y serpentinas a los transeúntes”, los pobres lanzaban “maíz y porotos”, desfilando vestidos tan solo con “calzón corto, blanco o colorado, alpargatas, blusa punzo o celeste, careta de alambre y un gorro alto de papel multicolor” gritando “adiós, che, como te va?(…) dando brincos y estúpidas carcajadas cuando no proferían palabras indecentes que levantaban justas protestas de las niñas” (2)
Como dato anecdótico, los pomos  utilizados para jugar con agua, en el siglo pasado eran importados de Inglaterra, en la década de los años 70, y las primeras serpentinas aparecieron en 1894. El diario “El teléfono” de nuestra ciudad, estimo que el kilo de papelitos costaba $0,80 (equivalente al jornal de un peón especializado), el millar de serpentinas costaba $25,-(es decir que diez escasas serpentinas costaba $0,25), por lo que los pobres debían contentarse con arrojar “grandes pelotas de papel fabricados con las serpentinas tiradas por el suelo o juntaba los papelitos de la calle y los arrojaba como si fueran nuevos” (3). Aunque en nuestra ciudad el arrojar papelitos y serpentinas en los desfiles de Carnaval es una practica que ha caído en desuso o reducida a los niños, esta practica se extendió hasta la primera mitad de este siglo, como lo recuerda Eleuterio Luis Almeida carnavalero que por los años 20, siendo un niño, integraba junto a su padre y hermanos comparsas como “La Sanducera,”Los Corazones que Aman” o “La Esperanza”: Me acuerdo que había que parar los coches en medio del desfile para cortarles las serpentinas de las ruedas. Había gente pobre que juntaba las serpentinas y se hacia colchones” (4)
Una tradición  que ha perdurado hasta el presente es juego de agua, por eso no son para nada nuevas las disposiciones policiales que pretenden controlar los excesos.

Todos Festejan
Si bien en la actualidad el Carnaval queda reducido a las Murgas y a grupos de Parodista, en las primeras décadas de este siglo eran comunes las Comparsas.  “Conjuntos musicales y de canto. Se tocaba el clarinete, la flauta, la guitarra, mandolín, violín y se hacia música típica. (...) Yo era botija y salía con mi padre, por cada menor había un mayor que se hacia responsable . Mi padre era guitarrista” (5). Las Comparsas estaban integradas por más de un centenar de personas y participaron del Carnaval hasta 1949, siendo suplantadas desde 1940 por conjuntos corales, de aproximadamente 20 integrantes. En el Carnaval 1909 se presentaron 6 Comparsas: “La Estudiantina Mercedaria”, “Aves Negras”, “Los Mercedarios”, “Los Marinos Uruguayos”, “Los Pobres negros Orientales” y “Buenos Amigos”;  una cifra por demás significativa de participantes, más de seiscientas  personas. Según los datos estuvimos del 3° Censo de población, en 1908 vivían en Mercedes 15.315 personas. Tomando como promedio cien integrantes por comparsa, en el Carnaval de 1909 participaron activamente de los festejos nada menos que el 3,92% de los habitantes.

Alegría de los “Viejos Verdes”
Tanta euforia provoco cientos excesos como lo denuncio el diario “El Nacional” en 1915: “Por más que al carnaval se le haya extendido la partida de defunción hace mucho tiempo, él se presenta haciendo piruetas y lanzando carcajadas. Le acompañaban mujeres livianas como el rostro cubierto y senos desnudos y es bastante para que lo reciban con alegrías los “viejos verdes” y los jóvenes que creen que al mundo se ha venido nada más que a divertirse. Es una caricatura y una degeneración, pero como nunca falta mamarracho y decadente, siempre tendrá partidarios. El carnaval es una locura en que suenan los cascabeles de la pecadora y el haragán que se disfraza de estudiante. (...) Afortunadamente no dura más de tres días”
Todo Cambia
Justo Pozzolo estima que las primeras Murgas comenzaron a incursionar en el Carnaval mercedario a partir de 1915, donde los “Clásicos eminentes” obtuvieron el 1° Premio de $10, y “Los Como Quieras” el 2°, con $6. La formación de las murgas iniciales eran bien diferentes a las actuales: siete u ocho integrantes que al ritmo del redoblante, un bombo con platillos (similar al de los Circos), y a veces una flauta de caña, entonaban versos muchas veces subidos de tono, como criticaba “El Progreso” en 1928: “cada año presenciamos el bochornoso espectáculo de individuos que aprovechan malamente la libertad de esos días, para decir insolencias y hacer alusiones inconfundibles a personas de respeto”. Con el correr de los años las murgas fueron mejorando su presentación, así como su vestimenta, ya que es sus inicios la indumentaria consistía simplemente en pantalón y camisa “porque esa ropa que se compraba o que eran donadas por alguna tienda, después les serbia a los muchachos para salir o para trabajar. Eran otras épocas mucho más difíciles”, nos comenta Justo Pozzolo. Gente modesta, salvo algunas excepciones como la murga juvenil “Buenos amigos”, del barrio del Club Independiente. La mayor parte de los murgueros eran analfabetos , tenían que escuchar ocho o diez veces los versos a los que sabían leer, en torno a un farol, hasta memorizan las letras.
Aunque desde las primeras décadas del Siglo XX la prensa mercedaria ha venido vaticinando “la muerte del Carnaval” esta fiesta popular sigue vigente, y parecería ser con una existencia que  se extenderá por muchos años más.
 Notas:
(1)“Historia de la Sensibilidad en el Uruguay”, Tomo I, José Pedro Barrán, Banda Oriental, Montevideo, 1992.
(2)Diario “El Teléfono”, 20/2/ 1896, y 4/3/1897, Mercedes.
(3)“Historia de la Sensibilidad en el Uruguay”, Tomo 2, José Pedro Barrán, Banda Oriental, Montevideo, 1992.
(4)“Capullito, el Gorrión más volador”, Aldo Difilippo, Revista HUM BRAL, N° 6, Mercedes, 1991.
(5)Idem 6.
 Nuestro especial agradecimiento al Sr. Justo Pozzolo, quien nos aportó valiosa colaboración para la presente investigación.



Según relata Milita Alfaro "en los corsos de 1900, surcaron el aire montevideano flores, bombones, pantallitas chinescas e, incluso, bolsitas de raso de colores donde manos femeninas [...] habían estampado la inscripción 'Carnaval 1900' y habían pintado a la acuarela golondrinas, palomitas y caretitas." Para ese entonces " había irrumpido en Montevideo 'una de las invenciones más peregrinas del 'esprit' francés': la serpentina."* Al margen del protagonismo del que gozaba en estos festejos el Centro de la ciudad, cada barrio se vestía de forma peculiar para esta ocasión. Especialmente lujoso era el tradicional desfile en el que los automóviles último modelo transitaban por las ramblas del Parque Rodó y Pocitos. Año 1920 (aprox.).

Cosa de negros


Las comparsas de negros de 1760
El 7 de mayo de 1760 reúnese el Cabildo de Montevideo para deliberar sobre los festejos a realizarse ese año por las calles de la ciudad con motivo de la Procesión de Corpus Christi. Antigua costumbre medieval en que los fieles agrupados en corporaciones profesionales concurrían a ella danzando al compás de las bandas militares. . Pág. 151.Montevideo, 1887).
A la procesión siguiente realizada el día 14 del mismo mes, los soldados revocaron la decisión el Cabildo entonces resolvió que el gremio de los albañiles “pagasen once pares de zapatos ligeros de badana que se necesitan para la danza de los negros” (Ibiem, pág. 153).
Estos documentos demuestran fehacientemente que los esclavos africanos ya habían incorporado su disposición rítmica a la sociedad colonial y no es presumible, desde luego, que sus contorsiones y gestos estáticos se manifestasen en un acto de devoción tan habitual de los habitantes de Montevideo Colonial”. (…)

Los tangos de 1087 y 1808
A principios del siglo XIX el Cabildo de Montevideo certifica l presencia de los candombes, a los que llama indistintamente “tambos o “tangos”, prohibiéndolos en provecho de la moralidad pública y castigando fuertemente a sus cultores. Terminada la segunda invasión inglesa, el gobernador Francisco Javier de Elío convoca al Cabildo el 26 de noviembre de 1807 y de consuno resuelven: “Sobre Tambos bailes de negros”...”Que respecto a los bailes de negros son por todos motivos perjudiciales, se prohíban absolutamente dentro fuera de la Ciudad, y se imponga al que contravenga el castigo de un mes de obras públicas”. En el índice General de Acuerdos, un libro manuscrito de esa misma época, se estampa la palabra “Tangos” por “Tambos” (Archivo General de la Nación. Fondo Ex-Archivo General Administrativo. Libro N° 22; folio 115 vuelta.)
El texto de esta resolución nos sirve para demostrar el amplio predicamento que tuvieron los candombes, ya que el máximo cuerpo estatal se ocupa de ellos en zonas verdaderamente solemnes críticas. No es posible, desde luego, remontar el origen del tango de fines del siglo XIX a esta expresión de casi un siglo antes por la sola similitud de un nombre. La palabra tango, cubre en ese siglo tres expresiones: el tango o tambo de los negros esclavos, el tango español que se irradia desde 1870 por la vía de la Zarzuela española y el tango orillero que florece en 1890.
La resolución del Cabildo de 1807, al parecer, no se tuvo muy en cuenta por cuanto al año siguiente los vecinos de Montevideo solicitan al Gobernador Elío que los reprima más severamente. En este petitorio se habla por primera vez de las “salas” o sitio cerrados en los cuales se efectuaban a veces esos bailes. Dice el documento: “Los Vecinos de esta Ciudad que tienen esclavos se quejan amargamente de que los bailes de éstos, que se hacen dentro y fuera de ella acarrean gravísimos perjuicios a los amos porque con aquel motivo se relajan enteramente los criados, faltando al cumplimiento de so obligaciones, cometen varios desórdenes y robos a los mismos amos para pagar la casa donde hacen los bailes y si no se les permite ir a aquella perjudicial diversión, viven incómodos, no sirven con voluntad solicitan luego papel de venta”. Más adelante se estampa en el mismo documento las palabras “Tangos de Negros” (Archivo General de la Nación. Fondo ex-Archivo General Administrativo. Caja 321. carpeta 3. documento 66)”.


Bailes de negros durante la Patria Vieja (1813 y 1816)
Todas esas marchas y contramarchas de la autoridad ya autorizando y prohibiendo los candombes, se repiten durante el período artiguista. En 1813, por ejemplo, durante el sitio de Montevideo, Francisco Acuña de Figueroa anota en su célebre diario histórico correspondiente al jueves 4 de noviembre de ese año:

En tanto se miraba
La casa de los negros brillaba
Con hogueras y luces, y se oía,
Allá en sus campamentos,
De músicas marciales la armonía;
Y el rumor de sus gritos de alegría,
Demostración notoria
De la nueva feliz de una victoria”.

Es que el negro sabía que la patria naciente le había de traer su libertad. El 27 de enero de 1816 el Cabildo lanza un bando sobre Orden Público en cuyo artículo 14 establece: “ prohíben dentro de la Ciudad los bailes conocidos por el nombre de Tangos, y sólo se permiten a extramuros en las tardes de los días de fiestas, hasta puesto el sol; en los cuales, ni en ningún otro día podrán los Negros llevar amas, palo o macana, so pena de sufrir ocho días de prisión en la limpieza de la Ciudadela” (Bando impreso en hoja suelta. Biblioteca y Archivo “Pablo Blanco Acevedo”. Colección de impresos. Carpeta 1, Bibliorato 6. Sector Q. Anaquel 4).
Durante las célebres fiestas mayas de 1816, liberados del poder español, los montevideanos en plena plaza mayor vieron a los negros asociarse al júbilo general en su manera auténtica de expresarse, según se refiere en el curioso folleto editado por la Imprenta de la Provincia en 1816 intitulado “Descripción de las Fiestas Cívicas celebradas en la Capital de los Pueblos Orientales el veinte y cinco de mayo de 1816”, página 5: “Por la tarde, una hora antes de las vísperas aparecieron en la plaza principal algunas danzas de negros, cuyos instrumentos, trajes y baile, eran conformes a los usos de sus respectivas naciones; emulando unos a otros en la decencia, y modo de explicar su festiva gratitud al día en cuyo obsequio el Gobierno defirió a este breve desahogo de su miserable suerte”.
El documento es espléndido: por primera vez en un escrito relativamente antiguo se habla expresamente de la decencia de este espectáculo. Es el momento del apogeo artiguista. Promulgada la abolición de la esclavitud por un bando de las fuerzas patriotas de 1814, los negros agradecen emocionados en su más típica manera de expresión: bailarán un candombe en homenaje al fausto día de mayo”.


*Extraído de “El folklore musical uruguayo”, Lauro Ayestarán, Arca, Montevideo, 1978.


La cultura lúdica: el Carnaval


Una mirada hacia los orígenes de la fiesta popular en Uruguay desde mediados del año 1800.

El Carnaval era la fiesta y el juego de la cultura “bárbara” en Montevideo, la culminación del ciclo festivo que se iniciaba con la “Nochebuena”, sus cohetes, matracas, serenatas, y bandas de jóvenes y seguía el 31 de diciembre con “los grandes bailes de sociedad” y “populares” (ya de “máscaras”) y la quema de fuegos artificiales en la Plaza Constitución, a la que a veces asistía hasta la quinta parte del Montevideo urbano, como en 1869.
Los candombes de negros el día de Reyes, 6 de enero, muy visitados por “las familias y paseantes”, eran precedidos y seguidos por más bailes “de máscaras y de particular” en los teatros, incluyendo el moderno Solís de 1856, creado tanto para la ópera como para los “danzantes”. El crecido número de bailes hizo que se abrieran “abonos” las para las sucesivas funciones. También aparecieron comercios especializados en la venta de disfraces desde mucho antes de Carnaval. Los bailes, donde las señoras podían entrar gratis y los caballeros pagando entre 4 reales y un peso –de acuerdo al rango social del local- se iniciaban a las 10 de la noche y concluían por lo general a las 4 de la mañana de casi todos los viernes, sábados, y domingos de enero y febrero. La sociedad entera los vivía como la preparación de las “carnestolendas”, y la asistencia a los del Solís en una noche de enero de 1870, por ejemplo, podía llegar a los 800 o 1.00 “danzantes”, cifra que comparada con la de los habitantes del Montevideo edificado, tal vez 80.000, equivalía a concurrencias calificadas como masivas, pero que, sin embargo en Carnaval llegarían a cuadruplicarse.
Los juegos propios del Carnaval, el de agua sobre todo, se anticipaban siempre al inicio oficial de la fiesta. Se tiene la impresión que en ciertas épocas particularmente felices en la vida de la ciudad –como bajo la próspera dictadura de Venancio Flores de 1865 a 1867. Por ejemplo- el Carnaval comenzaba en los primeros días de enero. En 1866, seis o siete días antes se jugaba con agua, y “varios aficionados se habían quedado sin huevos”. En 1867 se jugó desde por lo menos quince días antes del comienzo oficial de la fiesta, al grado que la policía debió emitir un edicto especial prohibiendo su “anticipación” –que nadie atendió- pues faltando aún diez días, “ya de noche las señoras no pueden transitar por nuestras calles porque de todas partes salen atrevidos a mojarlas”.
Habían comenzado, como dijera “La Tribunita” el 22 de febrero de 1867, “los días de locura”. El Carnaval Oficial comprendía el domingo, lunes, y martes, pero su “triunfo” se anunciaba desde el “jueves gordo”. El Miércoles de Ceniza debía empezar su “muerte”, pero la ceremonia de su “entierro” sucedía recién el domingo de la semana siguiente.
Sin embargo el “entierro” no era el fin. El Carnaval invadía la Cuaresma, para escándalo del Clero y contento de los jóvenes. En febrero de 1936, luego de concluida oficialmente la fiesta, se continuó usando “el disfraz permitido para los días de Carnaval” por varias noches mas. Era como si esa sociedad no pudiera terminar nunca de jugar. Estaban allí. Por ahora agazapados, los enemigos del juego: el trabajo, la eficacia, el orden burgués quejoso de los días perdidos, la indisciplina social generalizada, la irrespetuosidad hecha norma.
El día que finalizaba la fiesta la ciudad amanecía desierta luego de los “excesos” de la noche. Dirá “El Siglo”, un diario hostil al Carnaval “bárbaro” en febrero de 1874: “El miércoles de Ceniza es el día del sueño, a cualquier parte que uno dirija la mirada no percibe sino rostros lánguidos y ojos soñolientos. Montevideo está sin movimiento…quien se levanta temprano es un héroe, y apenas tienen la gloria de ver salir el sol algunas devotas que al primer toque de campanas acuden a los templos”.
El acto de disfrazarse el cuerpo y enmascararse la cara se asociaba con el cambio de personalidad social, y el afloramiento de tendencias reprimidas, pero también con bromas e injurias desmedidas. La burla al Poder se codeó con el absurdo, lo chusco y estrafalario, y eso dio a la comparsa disfrazada y gesticulante un aire de transgresión total. Se sublevaban las pasiones de todos, pero también se sublevaban temporariamente los oprimidos, los que estaban mucho, y los que lo estaban poco: negros, criados, sectores populares, marginados, locos, niños y mujeres. Por eso las autoridades de la sociedad, los ancianos, el Clero, los “devotos”, los políticos, los ricos, llamaban “bárbaro” al carnaval y procuraban “civilizarlo”.

Desde fines del siglo XIX la iluminación jugó un papel 
fundamental en las noches del Carnaval. Los farolitos 
de papel a vela en la década de 1870, los majestuosos 
arcos a gas de principios del siglo XX y la más 
reciente ornamentación con bombitas de múltiples 
colores, testimonian la algarabía con que la ciudad 
nocturna se preparaba para recibir cada febrero. 
Año 1948.
Esta “civilización” del carnaval fue un proceso lento y lleno de retrocesos hacia la “barbarie”. Aparece también como un plan preconcebido por las clases dirigentes cuyo ejecutor inmediato fue la represión policial. La oposición de clases, empero, no da ella sola cuenta de las fuerzas en pugna. También se enfrentaron los grupos etarios y a veces hasta los sexos. Es así como a favor del Carnaval “bárbaro” militaron los sectores populares, los jóvenes, los niños, y las mujeres, y como a favor de la “civilización” estuvieron sobre todo los hombres maduros. Lo que la documentación prueba sin lugar a dudas, es la existencia de un plan de las clases altas y los dirigentes políticos en pro de la “civilización” del Carnaval. En 1867, “El Siglo” hizo suyo y reprodujo un artículo de “La Tribuna” de Buenos Aires: “A la sociedad culta e ilustrada pertenece dirigir esas diversiones en una vía menos escandalosa, demostrando por su ejemplo que es fácil procurarse el mismo placer sin necesidad de rebajarse a los excesos que deshonran a la humanidad”.

La religión, el freno más seguro
Los dirigentes de la sociedad habían sostenido, ya en la época “bárbara”, que “la religión era el freno mas seguro para un pueblo ignorante y corrompido”, según dijera en 1834 el Cónsul de Francia en Uruguay. El memorialista anónimo de 1784 al plantear la necesidad de establecer capillas en nuestra “bárbara” campaña gaucha, afirmó: “Desde el momento que va entrando por nuestros ojos la luz del as verdades eternas, se va insinuando en nuestros corazones la obediencia a los superiores y nos va haciendo declinar de nuestro amor a la independencia”.
Los dirigentes de la sociedad “civilizada”, la mayoría anticlericales, no cambiaron en lo fundamental este criterio, lo matizaron. Los liberales espiritualistas pensaron volterianamente en la utilidad de la religión, tanto como valla para los “vicios” del hombre como para sus “pasiones antisociales” decimonónicas: al anarquismo, y el socialismo.
El Ministro de Justicia, Culto, e Instrucción Pública, dijo en 1885: “Sin religión nos es posible que haya un pueblo civilizado”. El ateísmo pareció al liberal Mariano Berro en 1895, “una creencia infundada, perniciosa, e inconveniente para el vulgo, que carecerá aún por muchas edades de la necesaria preparación filosófica para recibir tales doctrinas. El escepticismo anonada el espíritu abriéndole tenebrosos abismos, y no da esperanzas”.
El Ministro de Relaciones Exteriores del Coronel Lorenzo Latorre en 1876, Gualberto Méndez, al asistir a la jura del primer Obispo, Jacinto Vera, dijo: “De este modo, afianzaremos los altos fines de la mas grande Institución que nos haya sido dada para avasallar el desborde de las pasiones antisociales que amenazan arruinar los intereses todos de la civilización”.
La religión entonces, servía no solo para evitar “las pasiones antisociales” (el anarquismo y el socialismo), también era útil para doblegar las “pasiones personales”. Lo dijo en una curiosa vista fiscal de 1880 el anticlerical Alfredo Vázquez Acevedo cuando criticó las excarcelaciones bajo caución juratoria que los jueces concedían a los ladrones de ganado, ya que “entre nosotros” se faltaba con facilidad a un “juramento religioso”, y se volvía a robar-pecar.
Estas ideas sobre la utilidad de la religión no quedaron en palabras. En 1888, la elite racionalista encargó la “reconstrucción” de la “naturaleza moral perdida” de las jóvenes descarriadas a las Monjas del Buen Pastor, y la de los penados al capellán de la nueva “Cárcel preventiva, correccional, y penitenciaría”. Este tendría el deber de confesar, celebrar misa, y “dirigir todos los domingos y días de fiesta la palabra a los presos, demostrándoles el deber que tiene todo hombre de ser honrado, y las ventajas de conducirse bien”.
Los terratenientes, católicos, y liberales, menos transidos por la cultura formal, creyeron con mayor unanimidad en el rol de freno de la Religión. El “pobrerío” rural, protagonista del abigeato, la prostitución, y el “desorden” de la campaña, se “fijaría” a la tierra con la agricultura, pero también con la escuela y la iglesia, sostuvo en 1874 Domingo Ordoñana, fundador de la Asociación Rural.
Según Mariano Soler en su pastoral de 1901, “las creencias religiosas son indispensables para la recta educación de la juventud y para la morigeración del pueblo”. Así, aquella se haría “sana de cuerpo y de espíritu”, y se salvaría de “extravíos y perversiones”, y éste se formaría “moral y honrado”. Para los niños –sobre todo- esas creencias eran “el más sólido y eficaz elemento moralizador, pues el niño que se cree observado por Dios en todas partes…castigado por Dios cuando delinque, está mejor guardado y preservado que aquel que solo tiene que escapar a la vigilancia del ojo humano”.

Fuente: Historia de la Sensibilidad en el Uruguay, de José Pedro Barrán, Tomo I “La Cultura Bárbara”, y tomo II, “El Disciplinamiento”.



Este tipo de tarjeta con contenido sexy se vendía clandestinamente en el Café Tupí Nambá y era de gran aceptación entre la muchachada de la época.
Su precio era alto. Existen varios registros parecidos, incluso con contenidos más subidos, en colecciones particulares.


Los bastoncitos de mimbre

Entre 1940 y 1950 en el carnaval mercedario estuvo de moda el “bastoncito de mimbre”, una diversión a la que el diario “El Radical” le dedicó un pequeño comentario (26/7/1941): “No podemos dejar pasar sin dedicarle algunas líneas a los bastoncitos de mimbre, tan bien formaditos y que otros años eran portados como una cosa original, pero que en este carnaval se presentan como un arma peligrosa en manos de quienes munidos de ellos los utilizan para el gracioso jueguito de darse bastonazos. No hay porque decir que los carnavales de ahora con sus modernos jueguitos son más alegres que los de antes. Ahora, terminado el carnaval, el Marqués de las Cabriolas volverá a ser el popular Pedro Marques”.



El Candombe

El candombe surge en la época colonial como el principal medio de comunicación de los africanos esclavizados que desembarcaban en el puerto de Montevideo. La palabra candombe aparece por primera vez en una crónica del escritor Isidoro de María (1808–1829). Su origen se remonta a fines del siglo XVIII en el Virreinato del Río de la Plata, con su característico tamboril y sus personajes prototípicos. Originalmente concebida como pantomima de la coronación de los reyes congos, imitando en la vestimenta y en ciertas figuras coreográficas, aunó elementos de la religión bantú y la católica. Si bien es original de la actual Angola, de donde fue llevado a Sudamérica durante los siglos XVII y [siglo XVIII|XVIII]] por personas que habían sido vendidas como esclavos en los reinos de KongoAnziqua, Nyongo, Luango y otros, a tratantes de esclavos principalmente portugueses. Los mismos portadores culturales del candombe colonizaron Brasil (sobre todo en la zona de Salvador de Bahía), Cuba, y el Río de la Plata con sus capitales Buenos Aires y Montevideo. Las distintas historias que siguieron estas regiones separaron el tronco común originario dando origen a diversos ritmos hermanados en la distancia. Fue en las grandes barriadas negras de Montevideo donde esta música surge y se mantiene viva, a pesar de extenderse a Buenos Aires. El candombe surge en Montevideo debido a su puerto natural que hizo de esta ciudad el principal centro comercial de trata de esclavos junto con Cuba. El candombe termina adquiriendo su actual fisonomía en el Barrio Sur y el barrio Palermo durante los siglos XIX y XX. La mayoría de los negros se mezclaron en lo que hoy es la cultura global. Sus ritmos africanos y sus rasgos culturales se mezclaron con el fondo cultural común de estos países. Pero en los conventillos de Montevideo como el Medio Mundo y el de Ansina pervivieron grupos de familias extensas que se fortalecieron en la vecindad. Así el candombe se convirtió en emblema representativo de la negritud. No obstante numerosos investigadores concuerdan que el Candombe, a través del desarrollo de la milonga es un componente esencial en la génesis del Tango. En realidad, Tango, Milonga y Candombe forman un tríptico musical proveniente de la misma raíz africana. Pero con evoluciones distintas.
Inicialmente, la práctica del candombe corría exclusivamente por parte de los negros, quienes tenían destinados lugares especiales llamados tangós. Este vocablo origina en algún momento del siglo XIX la palabra tango, aunque todavía sin su significado actual.
Posteriormente surge La Comparsa, es la agrupación que congrega a los personajes típicos del candombe como son La Mama ViejaEl GramilleroEl Escobero y un numeroso cuerpo de baile representado por bailarines de ambos sexos, vibrando con el ritmo generado por La cuerda de tambores.

EL CUENTITO MEDIEVAL


De como se arruina una
noche de fiesta popular


                                                                                                                                   Escriba Medieval

Estimados Cofrades que habéis tenido la bondad compartir historias con este humilde e ignorado Escriba, esta noche os contaré un suceso ocurrido en una pequeña y lejana comarca, si… aquella donde un Señor feudal reinaba sobre su pueblo desde un coqueto y antiguo palacio a orillas del Gran Lago Negro.
Debo confesaros -en honor a la verdad que me complazco en pregonar-
que todo comenzó desempolvando viejos pergaminos llegados a mi scriptorium de la mano de gente de palacio.
De la probada lectura dellos se desprende, que mediados los días del segundo mes de cada año, celebrábase en la pequeña Aldea una fiesta popular llamada Carnaval, de la cual ya os he fablado en otras ocasiones.
Sin que ello signifique dudar de vuestra memoria y saber, os recordaré que en estos años 1.500, las costumbres suelen ser un tanto inflexibles, y el no respetar de las normas religiosas los ayunos, abstinencias y cuaresmas, da lugar a persecuciones cruentas.
Sin embargo, a todos agrada el carnaval y se promueven juegos, banquetes, bailes y diversiones en general, con mucha comida y mucha bebida, con el objeto de enfrentar la abstinencia con el cuerpo bien fortalecido y preparado.
Nobles y Señores suelen disfrazarse en determinados días con el fin de gastar bromas en  lugares públicos (aunque algunos deberían prescindir de la máscara, pues la llevan puesta todo el año).
Pero como los imberbes mozalbetes de esta revisteja (cuyas páginas prestigio con mi genio) acótanme el espacio, debo ir a los asuntos sin más trámite.
Dígoles entonces que en los días de marras, las gentes llegáronse a las calles para presenciar el desfile de bailarines y tocadores de tambores (siglos después serían llamados comparsas), para lo cual los Moon y Cipales (cipayos al servicio de Palacio) pusiéronse a pensar cómo hacer más brillante la fiesta. Hay quien asegura que ello (ponerse a pensar) provocó una grande tormenta que abatióse sobre la región durante tres días con sus noches. Pero como todo en la vida es efímero, también lo fue el cataclismo, y al cuarto día vino el sol.
Apropincuóse entonces una cuadrilla de obreros munidos de grandes cubas de cal, con la cual comenzaron a cubrir el pavimento.
Presúmese, sospéchase, y en algunos casos, asegúrase, que la idea surgió de la mente brillante del nunca bien reconocido Alex Unvago.
Dicen que ordenó:
-¡Pintad la calle de blanco para que las vestiduras de los bailarines luzcan como debe ser!
Y así se hizo.
Llegada que hubo la noche, las candelas de la aldea brillaron a fuerza de aceite de hígado de bagre (en el Lago Negro no había bacalao, so torpes) y allá lejos, en el otro extremo de la calle, oyóse la música sonar. En los estrados levantados para que los Señores de palacio pudieran ver la fiesta con comodidad, todo era expectativa. Ellos sabían que “pueblo que ríe, pueblo que no protesta”.
Avanzaba entonces la carnestolenda aplaudida por el vulgo. En el paroxismo de la danza, muchas bellas bailarinas tiraron sus vestidos, y apenas cubiertas sus partes pudendas comenzaron a danzar con la secreta esperanza que Alex las invitara a “bailando por un sueño”.
“Poca es la vida si no piafa en ella el afán de divertirse”, dirían siglos después los pensadores Ortega, y Gasset (¿O era uno solo?... bue… en todo caso ese asunto incumbe mas a Sir Alfred… que hace uso frecuente de erudición).
Avanzar en la lectura –y estudio- de los pergaminos antes citados, nos permitió saber que de pronto comenzó a levantarse una espesa niebla que lo inundó todo. Músicos y bailarines desaparecieron de la vista; toses y mocos brotaron de bocas y narices de las gentes, los viejos se mearon en los jubones, y las damas apretaron sus esfínteres…
La confusión generalizóse a medida que la niebla cubríalo todo. Algunos visitantes llegados del otro lado del Río de los Pájaros gritaron consternados:
-¡Cortad el puente!... ¡UPM contamina!...
En los estrados de privilegio, los nobles de palacio pedían la cabeza de Alex, y Alex la de los Moon y Cipales que habían pintado la calle, pues todo el pandemónium se resumía a la cal que habían volcado, la cual se desprendía y volaba al ser agitada por los estandartes que portaban los bailarines.
Así fue- queridos contertulios- como una noche de fiesta fuése a la mierda a causa de cuatro iluminados que una vez en sus vidas, pusiéronse a pensar.



Moraleja:
                Si en tu cabecita no tienes otra cosa que un compartimiento estanco, mejor no inventes nada, y deja que tu minúsculo cerebro siga en blanco.



Desenfreno

Según la opinión general de la prensa el carnaval de 1916 fue netamente superior a todos los anteriores destacándose el entusiasmo que reinó con el juego con agua. Respecto al juego con agua se dice que en uno de los carnavales a fines del siglo pasado, arrogaron desde una casa un “baldazo” con agua a un comisario el que la emprendió a balazos con los autores del chiste. Por fortuna no ocurrió ninguna desgracia y el carnaval continuó con sus locuras”.

* Extraído de: “El Carnaval en Mercedes”, Justo Pozzolo Pica, Album Revista del Bicentenario de Mercedes, 1988.

Origen de las murgas

Víctor Soliño

A veces uno piensa cómo la distancia deforma los hechos y cómo los historiadores, sin pretender engañar, ofrecen versiones que no corresponden a la realidad de las cosas. Estas disquisiciones tienen relación directa con el origen de las murgas, esa institución del carnaval montevideano que, aunque totalmente desvirtuada en este momento, mantiene, sin embargo, una vigencia inacabable. Yo he leído artículos referidos al origen de la murga y, aunque la mayoría se aproximan bastante a la verdad, lo cierto es que la verdad verdadera no aparece en ninguno de ellos. Lo que pasa es que los cronistas que recuerdan esa historia escriben de oídas, consultando viejos papeles o preguntando a los sobrevivientes de aquella época. Y como han pasado muchos años y la memoria a veces suele jugar una mala partida, el relato no siempre traduce fielmente los acontecimientos. Yo, en cambio, felizmente, soy un testigo presencial de los hechos, tengo buena memoria y puedo relatarlos al pie de la letra.
En 1908, en la calle Florida entre Soriano y Canelones, funcionaba el Casino que, más que teatro, era un barracón miserable. Después, cuando el Casino se trasladó a su local propio –luego Teatro Artigas, recientemente demolido-, en Andes y Colonia, el Casino viejo se trasformó en Teatro Nacional, donde actuaban principalmente, compañías de zarzuela española que, como la de Gómez Rossel y Gabina de la muela, ofrecieron temporadas exitosas. El Casino era un teatro de varietés por cuyo escenario desfilaban payasos, malabaristas, fenómenos, “chanteuses a voix” y canzonettistas de todas las categorías.
En el año 1908 se presentó un número extraordinario. Se llamaba la Murga Gaditana. Era un conjunto de cómicos andaluces –la Real Academia dice que murga significa un conjunto de músicos que toca en la puerta de las casas con la esperanza de recibir alguna recompensa- interpretaba en el escenario canciones humorísticas, de muy subido tono verde, que hacían las delicias de los espectadores. Terminado su contrato la murga partió a otros escenarios. Pero en el carnaval de ese año apareció la primera murga en nuestro país: “La murga gaditana que se va”. Era el remedo de la que había actuado en el Casino. El mismo atuendo –levitas raídas y melenas abundantes- las mismas músicas con letras adaptadas a nuestro ambiente y los mismos instrumentos: clarinetes, flautas y trompetas de papel maché con una hojilla en la embocadura que permitía un tarareo que acompañaba a los cantantes. Claro que los años lo han desvirtuado todo. Si la murga significa conjunto de músicos en decadencia ¿qué tienen que hacer en el carnaval actual esas murgas que pretenden cantar a cuatro voces , interpretan canciones con letras solemnes o se vistes de astronautas, de mosqueteros o de príncipes, cargados de plumas, de sedas y de lentejuelas?
Las letras de nuestras primeras murgas eran de una zafaduría desbordante y aunque la tolerancia policial cerraba los ojos, muchas veces más de una murga de la época desbordó esa tolerancia en tal forma que hubo de pasar en el calabozo la semana de carnaval. También la política era tema jugoso de las canciones. Recuerdo aquella murga que cantaba: “En la Cámara Frugoni/puso una peluquería/para afeitarlos en seco/a los de la mayoría”. Y el fútbol. Ahí ha quedado como monumento popular aquello de “Uruguayos campeones de América y del mundo”. Y el precio de los artículos en aquel recitado que decía: “¿Y el pan? Ese pan nuestro/ de todo nuestro aprecio./El sublime marroco/que acompaña al mate./El pan es un fenómeno,/un monstruo, un disparate./Enano en el tamaño/y gigante en el precio”.
Y aquellos cuplés con la música de “La muchacha del circo”, popular tango de Mattos, en ese momento: “traemos también la muchacha, que por una moneda nos da, un poquito de humilde belleza, y por cuatro le agrega algo más”.
Claro que todo esto hoy está perdido. La murga, como el tango, se intelectualizan. Y ya no son del pueblo. Los murguistas ahora cantan a tres voces. Pero ya no son murguistas. El tanto moderno no se puede cantar ni bailar. Por eso ya no es tango.


*Extraído de “Crónicas de los años locos”, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1997.