La
crítica literaria
Es posible que la figura del crítico literario
independiente vaya a desaparecer para siempre. Las páginas culturales de los
periódicos y las revistas especializadas se acercan cada vez más a una guía de
novedades o un boletín de noticias, en las que privan los intereses de la
industria editorial. Salvo excepciones cabales, las reseñas literarias se
ocupan de los mismos títulos, lo que induce a sospechar que detrás hay algún
interés de no sé qué naturaleza. Rara vez aparece una mención a un escritor
desconocido que apunta talento. Para eso hace falta tiempo y ser un poco
rebelde.
Verdad es que la prensa escrita, su medio de
comunicación por excelencia, atraviesa un mal momento. Sufre una crisis
profunda que viene de lejos… desde que los periodistas consintieron en
convertirse en “empleados” de los grupos mediáticos, sometidos a la presión de
los poderes políticos que cubrían sus enormes déficits financieros a base de
ayudas y subvenciones. Algunos de ellos se prostituyeron por unos salarios de
escándalo, nunca vistos hasta el momento, perdiendo así su capacidad para
informar libremente y defender la democracia. Y no parece que la cosa tenga
vuelta atrás. En todo caso, algo podría mejorar si se consolida la apuesta de
los grupos multinacionales por el control de los medios de comunicación. No es
la mejor solución, pero me fío más de ellos que de los otros.
También es verdad que el número de autores que hoy
acceden a publicar un libro es muy superior al de hace cuarenta años —en ese
sentido, habríamos de entonar un tedeum—, siquiera sea por satisfacer su ego.
Si a eso se añade la pluralidad de espacios en la web, se entiende que el
crítico se haya transformado en simple comentarista que recoge la opinión de lo
que tiene más a mano: notas de prensa, la sinopsis en la contraportada o el
contenido del primer artículo que encuentra sobre la obra en Internet. Me
pregunto si no habrá incluso alguno que haya escrito una reseña sin haber leído
la obra…
Una reseña literaria es la presentación razonada de la
opinión que el crítico extrae de un libro, lo que dice en cada momento y cómo
lo dice, con citas a las escenas más importantes y la intención del autor en
cada una de ellas. Su objetivo es valorarlo para que el público decida si vale
la pena leerlo o no, para lo cual suele incorporar al final una reflexión sobre
la totalidad de la obra y su influencia en el medio social en que se
desarrolla.
Según el poeta norteamericano Robert Pinsky (New
Jersey, 1940), las reglas a que debe someterse toda crítica literaria son sólo
tres:
1.- La reseña debe decir cuál es el tema del libro.
2.- La reseña debe decir lo que el autor piensa sobre
el tema del libro.
3.- La reseña debe decir lo que el crítico piensa sobre
lo que el autor del libro dice sobre el tema del libro.
En tiempos pasados, ejercieron su profesión verdaderos
maestros del género. Hoy ya quedan menos. Y es que hacer una reseña literaria
como la que hizo Miguel Méndez Hernández sobre La Fiesta del Chivo, de Mario
Vargas Llosa, no está al alcance de cualquiera. Es un trabajo complejo que
exige una sólida formación intelectual, asociada a una erudición particular
sobre la obra que analiza y el entorno que la rodea. Sólo así es posible
descubrir la esencia de un escritor y las señas personales que lo caracterizan.
Y luego escribirla con prosa concisa y elegante, para salir airoso del trance.
Porque si no… como el burlador burlado. ¡Qué divertido es ponerle los cuernos
al tenorio!
Conocida es la definición de E. R. Curtius (Alsacia,
1886 – Roma, 1956): “Crítica es la literatura de la literatura”. Lo dijo Rafael
Altamira (Alicante, 1866 – México, 1951) en 1907: “Lo que más importa en la
crítica no es el juicio de la obra, sino lo que acerca de ella se le ocurre a
un hombre de talento, de ingenio, que hace arte con motivo de una obra ajena”.
Y más tarde José Antonio Maravall (Játiva, 1911 – Madrid, 1986) en 1933: “Al
nuevo crítico no le interesa ni escribir anuncios, ni emitir fallos… Juzga para
ser juzgado, se coloca frente a los demás, quiere hacer gravitar toda la
atención hacia él y lo criticado no es sino un pretexto”.
Siempre he admirado a esos articulistas de periódico
que se atreven a juzgar acontecimientos de la vida diaria —incluso algo tan
pedestre como un partido de fútbol— a los que sus lectores tienen acceso y
pueden formar opinión propia. Su criterio ha de ser firme y persuasivo, para
ser bien recibido, sin provocar rechazo, aun discrepando. Un oficio complicado
que requiere poseer atributos de genio.
Un genio que además ha de ser ecuánime, estar libre de
prejuicios y redimido de esa malevolencia que a menudo acompaña a los seres
doctos cuando juzgan a un colega. Es pedir demasiado. Una generosidad tal no es
propia del ser humano, y menos si el censor posee vocación literaria, muchas
veces, insatisfecha, como le ocurre con frecuencia al crítico. Por eso, decía
al principio que su papel se ha devaluado, aunque todavía quedan algunos que
realizan su trabajo con pericia y libertad.
Libertad tanto para ensalzar una obra como para
malograrla. De hecho, según el diccionario de María Moliner, criticar es
expresar un juicio desfavorable, decir faltas o defectos de una persona, de una
actuación o de una obra. Comentaba Rodríguez Rivero que a los escritores les
encantan las reseñas positivas de sus libros, pero nunca con la intensidad con
la que detestan y les enfadan las negativas. Las primeras halagan, pero se
olvidan pronto; las segundas producen heridas que tardan en cicatrizar.
¿Qué habrá pensado García Márquez tras leer la crítica
que hizo Coetzee —también Premio Nobel en el año 2003— de su última novela
“Memoria de mis putas tristes”, publicada en 2004? Merece la pena leerlo por lo
mucho que enseña de literatura. No es un varapalo, sólo un reproche de guante
blanco: “En comparación con el resto de los textos de García Márquez, Memoria
de mis putas tristes no es un gran logro”.
Quizá uno sea víctima de ciertas aprensiones, pero me
resisto a leer esas esquelas de libros que aparecen en los suplementos
dominicales, insertadas en recuadros igualitos, con la imagen de la portada y
los datos relevantes en cabecera y, debajo, un texto explicativo, generalmente
banal y siempre laudatorio, siguiendo un modelo prefabricado, parecido al
esquema que aprendimos en el colegio para comentar las obras clásicas de la
literatura.
Hasta hace poco, recomendar libros era tarea que
correspondía al librero y al crítico literario. Hoy ya no tanto. El lector ha
perdido la confianza en los medios tradicionales y prefiere esa opinión anónima
que le proporciona Internet. Surge así la autoridad del prescriptor cultural
que, sin tantas pretensiones estéticas, sugiere títulos alternativos a los best
sellers que todo el mundo conoce, en portales digitales de diferente pelaje:
blogs especializados, revistas literarias, foros de comunicación y redes
sociales.
Pero el nuevo “gurú” se ha transformado, ha cambiado la
forma de comunicar, se ha adaptado a las condiciones que impone Internet. Un
texto breve y conciso para exponer el núcleo fundamental de la obra, quizá una
simple palabra abstracta —que compendia el mensaje que el autor pretende
transmitir—, acompañada de unos cuantos adjetivos bien escogidos, puede ser
suficiente para despertar la curiosidad del lector moderno. En el estruendo
silente de las redes sociales, la paternal figura del crítico literario caerá
en el olvido, sin ninguna misericordia. Total, ¿para qué? Si ya no se escriben
novelas…
Decía Baroja que, en la primera mitad del siglo XX, no
se ha publicado una novela sugestiva. Y luego añadía: “Yo creo que ya no se
harán nunca novelas sugestivas, porque no hay ambiente. Está todo demasiado
claro. No hay misterio y yo creo que debe haber misterio en el hombre o en el
ambiente”. Y acertó, al menos en el ámbito europeo. No así en el
latinoamericano, donde apareció más tarde una hornada de escritores que
supieron transmitir la magia y el misterio de una sociedad que no ha olvidado
sus orígenes. Si el lector quiere profundizar, Carlos Fuentes (Panamá, 1928 –
México, 2012) escribió en 2011 una lección magistral que tituló La gran novela
latinoamericana (Santillana, 2011).
Extraído de:
http://serescritor.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario