sábado, 26 de febrero de 2011


EDITORIAL
Un problema llamado Artigas

Aldo Roque Difilippo

Porque seguir su ideario supone comprometernos, implicarnos en las decisiones y no rehuirlas. Y como si nos hubiera formado un maestro godo seguimos esperando que el Virrey nos diga qué debemos hacer, cuándo marchar, cuándo hablar y cuándo guardar silencio.


Homenajear el Bicentenario de la Revolución Oriental, más que exaltar sucesos supone reivindicar la figura de aquellos personajes que los forjaron. Supone ponerle rostro y vivencia a esa obra, contradictoria a veces, como toda construcción humana, y que merece ser expuesta  lo más fielmente posible. Significa además asumir ciertas cosas y repensar otras, redimensionarlas para comprender su real magnitud y sus implicancias futuras.
En medio de todos los rostros, seguramente, surgirá uno que por su vitalidad y carisma, por su claridad de pensamiento y sobre todo por su coherencia, ha permanecido en el recuerdo popular durante estos 200 años: José Gervasio Artigas. Y quizá en esa imagen también  radiquen nuestros problemas actuales –y si se quiere- los traumas culturales que nos acucian, porque Artigas supuso y supone un problema más que una solución.  Lo fue para los españoles y porteños, pues su carisma arrollador hacía que los pueblos se levantaran a su paso y la revolución fuera casi un asunto inevitable.
Los españoles no supieron contrarrestarlo ni en el plano de las ideas ni la acción. ¿Cómo contra atacar a un general prácticamente sin Ejército regular, pero que a una sola orden suya mujeres, hombres, niños y ancianos abandonaban todo, literalmente, para seguirlo?
Para los porteños también fue un problema, porque estaban acostumbrados a decidir por los demás; a autoproclamarse los padres de la Patria, los preclaros regidores de los destinos de una nación, y era impensable admitir a un General sentado en una cabeza de vaca diciendo: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”.
Para los propios orientales Artigas también supuso un problema porque su discurso y su acción implican una contracción a la causa revolucionaria difícil de mantener. Porque después del éxodo y los diferentes combates; de esa descarnada lección de coherencia que fue el campamento de Purificación, después de todo -o en medio de todo- vino el reparto de tierras, y al que empuñó la lanza muchas veces no le pareció justo que la victoria en vez de sosiego y fortuna, obligara a tomar el arado y asumir nuevos sufrimientos y desvelos, al sol o sobre la escarcha.
Artigas también supone un problema para nosotros, que preferimos llamarnos uruguayos a orientales como él hubiera querido, y que convertimos este país en una República y no en una Liga Federal; que terminamos  trazando caminos, carreteras, un sistema político y hasta social,  de concepción porteña, macrocefálica, donde todo confluye en Montevideo. Donde las decisiones las toman unos pocos que algunas veces  obran en su condición de representantes de muchos;  pero que por lo general nunca consultan a quienes representan.
A diferencia de otros procesos revolucionarios, el nacido en la Banda Oriental surgió en el  medio rural. De poblados y villas y no de la capital. De personajes sin linaje y con antecedentes cuasi delictivos, o directamente al margen de la legalidad: contrabandistas, matreros, libertos, indios, analfabetos de toda calaña que se preocuparon por hacer, más que por decir.
Artigas aglutinó esas conciencias por la convivencia que había tenido con el matreraje o la toldería, pero al desaparecer del escenario, se fue con él al ostracismo precisamente ése elemento. El aglutinante que les dio la unidad necesaria para combatir al enemigo.
En ese teatro de operaciones Artigas aparece como un adelantado a su tiempo, aunque quizá no lo sea, sino que así nos lo presentó la concepción europea de los historiadores que vinieron después. Que lo reivindicaron sin entender que en la toldería o en el fogón gaucho, “naides es más que naides” y que en esa fuente forjó su pensamiento y su concepción del mundo.
A 200 años de todo aquello, Artigas sigue siendo un problema para todos nosotros que nos extasiamos con sus ojos azules y su cabello apenas ondulado, y nos olvidamos de su coherencia entre verbo y acción. Nos olvidamos que sus mentores fueron negros y cobrizos más que los padres franciscanos.
Artigas sigue resultando un problema y no una solución, porque seguir su ideario supone comprometernos, implicarnos en las decisiones y no rehuirlas. Y como si nos hubiera formado un maestro godo seguimos esperando que el Virrey nos diga qué debemos hacer, cuándo marchar, cuándo hablar y cuándo guardar silencio.
Apuntes sobre la identidad nacional

Iglesia de Villa Soriano

Los curas en el proceso revolucionario

Aldo Roque Difilippo

Muchos historiadores se han detenido en la figura de nuestro máximo héroe, o en el papel del gaucho y aquella "gente suelta" que protagonizó los hechos, pero poco o casi nada se ha hablado del rol que jugaron los curas en el proceso revolucionario.
Un rol que pasaba por aglutinar conciencias con el papel socializador que podía cumplir las modestas capillas en medio de los rancheríos, donde "la medición del tiempo, ese supremo factor distorsionador de la naturaleza, estaba regulada en el Montevideo de 1850 más por las campanadas del reloj de la Iglesia Catedral y los toques de oración que por los enormes y raros relojes de bolsillo que pasaban como joyas de generación en generación"(1)


Expulsión de los jesuitas de Montrevideo:
¡Váyanse con sus  amigos los gauchos!
 Sembrar cizaña
Ese papel que jugaron los curas gauchos en la revuelta artiguista fue denunciado por Vigodet en una carta al Obispo Lué: "los pastores eclesiásticos se empeñan en sembrar cizaña, en enconar los  ánimos y alterar el orden (...), los curas han sido los más declarados enemigos de la buena causa sin exceptuar a uno". O como informaba Salazar: "los curas de los pueblos son los que más parte han tomado en esta revolución"(2).
Ese protagonismo pasó no solamente por lo dialéctico, convirtiéndose en "encendidos tribunos de la causa revolucionaria, como el apasionado Fray José Monterroso, fray Jul¡an Faramiñan y fray José Benito Lamas y fray Ignacio Otazú que servirían con más sostenido celo apostólico, su misión sacerdotal, como capellanes del ejército oritental en Purificac¡ón y en la función educativa" (3). Sino que mucho de esos curas gauchos no dudaron en empuñar una tacuara. Como lo comenta Francisco Ayarza al maestro Simón Peñalosa en 1882: "en mi caso, habiendo sido cura y después profesor particular y apoderado de mi primo Hernán Ayarza y escribiente en la secretaría del presbítero Monterroso, las armas apenas si las pude empuñar por falta de costumbre pero, con poco o nada de efectividad, puedo decir que yo, un sacerdote, las manejé, aunque de poco valió mi concurso en la oportunidad que me tuve que enfrentar cara a cara con los portugos".

El cura Gomensoro
En mayo de 1810 la Banda Oriental vivía en un clima previo a lo que un año después, con el Grito de Asencio, desencadenaría la revolución, catapultando la figura de José Gervasio Artigas como el conductor de la "chusma", "cuanto indio, liberto, mestizo, peón sin trabajo, gaucho rotoso y chirusa andan sueltos por esta banda", como comentaba despectivamente Hernán Ayarza , y que "van a cobijarse bajo su poncho". El 25 de mayo de 1810 se produjo en Argentina la Revolución de Mayo,
primer gobierno designado por
el Cabildo
Abierto de Buenos Aires. Esto repercutió en la Banda Oriental, desencadenando un hecho inédito en la historia americana, que si bien podría catalogárselo como íntimo, denuncia el estado de excitación que se vivía en la campaña. Donde el cura de Villa Soriano, Tomás Xavier Gomensoro, registró en el libro de defunciones de la Parroquia, la muerte del poderío español en el R¡o de la Plata.
Al llegar noticias de la Revolución de Mayo, este cura
 gaucho, no contuvo su ímpetu, registrando entre las
 defunciones de la Parroquia la muerte "en esta Provincia del Río de la Plata, la tiránica
jurisdicción de los birreyes, la dominación déspota de la
 Península Española y el escandaloso infuxo de todos los
españoles" (ver recuadro aparte). De allí en adelante Gomensoro anota al comienzo de cada
 página, casi en un desafío: "Año I de la Libertad". El cura Gomensoro fue destituido y sustituido por Fray Ángel
Machado, y se pretendió ocultar esa original partida de
defunción, pero quien realizó la tarea, tachó lo escrito de tal manera que aún hoy puede leerse.

Invectivas arrancadas del dolor
El 16 de agosto de 1811, Tomás Xavier Gomensoro regresa a Villa Soriano, anotando: "Me recibí de este libro", y el 24 de setiembre, ya en ejercicio de sus funciones "año segundo de nuestra libertad", antes de registrar las defunciones; continuando con esta actitud hasta el final. Cinco meses después de registrar la inusual defunción Gomensoro escribe: "el día 20 del presente mes de Octubre me ví en la dolorosa necesidad de abandonar mi Parroquia huyendo de las persecuciones de los déspotas de Montevideo, su gobernador envía  aquella ciudad a sustituirme a Fray Ángel Machado, misionero recién llegado de España. Por sus partidos que son los que siguen se puede venir en conocimiento de la literatura, e idoneidad de este Religioso y para esta muestra de conocer  la calidad de esta factura que nos llega de España con la mayor frecuencia. Estas foxas dexó el padre en blanco, creyendo que faltaban mas partidas que asentar; no se estrañe pues este hueco de dos foxas".
Gomensoro debe huir de Villa Soriano ante la violencia "y  persecuciones de los Sarracenos y por aviso que se me dio en  la Capilla de Mercedes, mi ayudantía, que salía de allí ese mismo día una partida en busca mía de orden del indecente Michelena, que se hallaba en aquel destino para pasar al  Arroyo de la China en calidad de jefe", agregando más adelante, que (lamentablemente para nosotros) había arrancado tres hojas donde volcó algunas reflexiones. "Las tres hojas anteriores no tienen partida alguna sino ciertas invectivas que me había arrancado el dolor y por lo tanto las he arrancado".
"El día 12 de noviembre de este año 1811 me embarqué para la capital a consagrar el armisticio con Montevideo, -escribe Gomensoro- temiendo por persecuciones e insultos de los enemigos de la Patria traje conmigo los libros Parroquiales y habiendo renunciado a la Parroquia", agregando que entregó  estos libros al Obispado. En un documento fechado en 1813, en Buenos Aires, Gomensoro denuncia que ha sufrido "no sólo la absoluta privación de los emolumentos de la Parroquia sino también el saqueo y depredación de todos los bienes y muebles que allí poseía, sin que pudiera librar otra cosa que un poco de ropa, que en la precipitación de mi viaje, cargué con una balija y traje conmigo en la canoa en que escapé".


El Cristo articulado de
la Iglesia de Villa Soriano.

Conducta luciferina
La actitud revolucionaria de aquellos curas fue vista con desprecio por Vigodet, que al escribirle al Obispo de Buenos Aires le expresa que "es preciso remediar estos desórdenes". Exparesándole: "­Qué doloroso me es decir a V.S.I. que ésta es la conducta general de casi todos los párrocos y eclesiásticos seculares y regulares que sirven la cura de almas en esta campaña!; partidarios del error, lo difunden con vergüenza audaz, muy ajena a su sagrado carácter; inspiran el odio contra los buenos vasallos del rey; los amenazan con otra nueva invasión de las tropas de esa ciudad, y conspiran por todos los medios imaginables a hacer odiable el superior gobierno", catalogando esta actitud como "¡conducta luciferina!". Agregando que "el de Colonia, y el clérigo Arboleya, que estuvo en el Colla, y cuyo actual paradero ignoro, promueven con  instancia la división; el de las Víboras hace lo mismo; el de Santo Domingo  Soriano le imita; el de San José es tan reprensible como éstos; y de una vez, todos, si exceptuamos al del Arroyo de la China, y al que hoy está  interino en la Colonia, en lugar del revolucionario Enrique de la Peña. Los religiosos mercedarios fray Casimiro Rodríguez y el maestro fray Ramón Irrazábal, y el dominico fray José Rizo, el primero, teniente de San Ramón, y el último de Canelones, abandonados a su capricho y locura, obran como los párrocos a quienes sirven, de modo que las ovejas de la grey de V.S.I. se hallan entregadas a lobos carniceros".

Un Cristo clavado a la  cruz
Actitud que no solamente pasó por hechos dialécticos, sino que estos curas gauchos no dudaron en empuñar las armas. Aunque "jamás había pensado en esa eventualidad" como lo confiesa Francisco Ayarza. "Recuerdo que casi sin darme cuenta, me ví entreverado con un grupo de jinetes que no poseían otras armas que las lanzas, arremetiendo contra un casco de estancia desde donde el enemigo, comodamente parapetado, nos diezmaba con su fusilería", expresa Ayarza. Agregando: "sabíamos que la guerra estaba irremediablemente perdida, que en Montevideo hacía ya tres años que gobernaba Carlos Federico Lecor en nombre de Juan VI con la aquiescencia del Cabildo y que, para colmo de males, Don José peleaba del otro lado del Río Uruguay contra los gobernadores que hasta ese momento habían sido sus aliados (...) -nadie nos había ordenado atacar ese casco de estancia ni se hallaba ningún oficial entre nosotros- nos vimos de repente arrastrados en una desaforada carrera contra aquella especie de fortaleza humeante y mortífera, la lanza  en ristre, como si un viento de locura colectiva nos impulsara a eso que sólo podía llamarse suicidio. Y yo, el ex seminarista de Córdoba y de Roma, el ex cura de la capilla de la Caridad de Montevideo el ex escribiente en la secretaría del presbítero Monterroso, metido entre todos ellos, como si no hubiera tenido otra finalidad en la vida que ir detrás de aquella lanza que parecía tener vida propia; yo iba detrás de esa lanza, la lanza me arrastraba detrás suyo, como lo hacía aquella veintena de desesperados de un ejército en ruinas que atacaba un baluarte donde los uniformes, los morriones y las puntas de las bayonetas brillaban con fúnebre fulgor. (...)y ya con el primer impulso nos metimos con caballo y todo en la galería donde prácticamente arrollamos entre las patas de los caballos a los que no habían tenido tiempo o no habían previsto (¿y quién podía prever aquello?) retirarse del edificio. El impulso de aquella masa enloquecida rompe la puerta de entrada como si hubiera sido de cartón y as¡, con caballo y todo, irrumpimos en la amplia sala de la casona. Y allí, en ese infierno limitado por muebles y paredes, comienza la lucha cuerpo a cuerpo. Se desploma mi caballo, herido de bala, y al mismo tiempo evito con un ágil salto el precipitarme junto al animal y acaso quedar debajo, veo de donde proviene el disparo; y lo veo al hombre, que perdido el morrión, cargar febrilmente el arma para rematarme. Pero no le doy tiempo: arremeto con la lanza como una sobra furiosa, sin ver nada de lo que me rodea, y allí se la introduzco por la boca, y siento que la punta atraviesa el paladar y la piel y se incrusta contra el marco de la ventana. Entonces unos ojos horriblemente abiertos me miran; una marea de sangre brota de esa esclusa abierta, se desliza por la lanza, viborea por el brazo y llega hasta mi mano. Vagamente tengo conciencia que el hombre no ha muerto, que tardar  en morir, y es espantosa su agonía, clavado al marco de la ventana; no tengo un arma de fuego para despenarlo de una vez por todas; no me doy cuenta que hay muchas pistolas y trabucos desparramados por el piso, con la carnicería que está provocando ahora nuestra gente metida dentro de la casa y  alcanzando ya la azotea, y no me atrevo a retirar la lanza de aquella caverna abierta de la cual sigue manando sangre. Entonces, ya completamente fuera de mi, extraigo el cuchillo que llevo cruzado en la parte posterior del cinto y comienzo a acuchillarlo; así lo hiero cinco, diez veces, pero no por odio ¡no por odio!, Dios es testigo que no fue por odio, quiero que me entiendas, Simón, sino para que aquel desventurado dejara de sufrir. Porque clavado con la lanza a aquella ventana me llegó a parecer un Cristo clavado a la  cruz. Cuando termino aquel horrible sacrificio y compruebo que por fin esté muerto y que a mi alrededor casi todos están muertos, y que los que no están muertos se arrastran con sus desgarradoras heridas y que pronto también ellos estarán muertos, de manera artera y sorpresiva me doy cuenta que vuelve a surgir en m¡ el hombre que Dios, el pastor de hombres, y entonces les cierro los ojos, les doy la bendición y los absuelvo. A los nuestros y a los otros. A los portugos y a los criollos. La muerte los ha igualado; ya no son unos de aquí y otros de all , ya no son vencedores y vencidos, mon rquicos y republicanos, sino almas despojadas del cuerpo que se tendrán que presentar ante Dios".
-------------
Notas:
(1) "Historia de la sensibilidad den el Uruguay", Tomo 1, José Pedro Barrán, Banda Oriental, 1992.
(2)"Artigas y los curas rebeldes", Alfonso Fernández Cabrelli, Grito de Asencio, 1968.
(3) "Artigas y el federalismo en el Río de la Plata", Washington Reyes Abadie, Banda Oriental-La República, 1998.


-        -        -        -        -        -        -

Expiró la tiránica jurisdicción de los virreyes

"El día 25 de este mes de Mayo expiró en ésta Provincia del  Río de la Plata, la tiránica jurisdicción de los birreyes, la dominación déspota de la Península Española y el escandaloso influxo en la capital de Buenos Ayres por el voto unánime de todas las corporaciones  reunidas en Cabildo abierto una Junta Superior independiente de la Península y de toda otra dominación extranjera bajo el solo nombre de D. Fernando 7°. De éste modo se sacudió el insoportable yugo de la más injusta y arbitraria dominación y se echaron los cimientos de una gloriosa independencia, que colocar  a las brillantes Provincias de América del Sud en el rango de las  naciones libres y les dará  una representación nacional a la par de los más grandes y gloriosos imperios del globo".


Libro de Defunciones de la Parroquia de Villa Soriano, folio 85, año 1810.



"En la Parroquia de Santo Domingo de Soriano a los cinco días del mes de marzo de 1869, el excelentísimo señor Don Jacinto por la gracia de Dios y de la Santa Sede, Obispo de Megara,  Prelado Domestico de la Santísima Trinidad, Vicario Apostólico y Gobernador del ECeCO en toda la República Oriental del Uruguay y continuando su Santa y General visita la hizo  especial de este libro y habiendo reconocido  y examinar las partidas de difuntos anotadas en el advirtió, a folios 91 y 19 y 95  tres partidas sin concluir por el Padre Francisco José Segu¡ y en su consecuencia dijo SS que debía facultar, y de hecho autorizó al Sr. Cura actual don Martín Orrozuno para que el oportunamente y en cuanto sea posible concluya dichas partidas defectuosas = Habiendo encontrado a fojas 85, 87 y 89 tres notas que no corresponden al objeto de este libro las mandó testar aprobándolo en todo lo demás que corresponde colo (como) lo hizo por  ante mi el infrascripto secretario de visita  de que certifico".

         Jacinto Obispo o Megara

Por mandato de SS Ilustr¡sima
enterado A de León
Secretario de visita


-        -        -        -        -        -        -

Reportaje ficción

Encuentro con el General



Aldo Roque Difilippo



El presbítero Dámaso Antonio Larrañaga (1771-1848) pasó por Mercedes en el viaje que lo llevaría al encuentro con el Gral. José Gervasio Artigas. Aunque sin vocación política, Larrañaga fue uno de los delegados orientales ante la Asamblea de 1813. Ya en 1811, cuando Artigas sitia Montevideo, el Presbítero Larrañaga es desterrado de la ciudad por el Virrey Elío ante la sospecha de que su pensamiento coincidía con los revolucionarios.
Este cura gaucho hizo su aporte a la causa artiguista. Buen escritor, y considerado uno de los hombres más sabios de la época, Larrañaga se entrevista en Paysandú con el Gral. Artigas (1815), tomando notas de los pormenores de este viaje donde, con trazos precisos, describe el ambiente imperante, al tiempo que realiza rápidos apuntes sobre la flora y la fauna de la Banda Oriental.
El siguiente reportaje ficción al Presb¡tero Dámaso Antonio Larrañaga, pretende recrear el ambiente imperante. Un  viaje rodeado de contratiempos, producto del terreno desparejo y la desolación, hasta el encuentro con Artigas donde el "tren y boato" del gobierno es de un "espartanismo" alcanzando extremos increíbles.

---------------------------------------------------

Sabemos de su estad¡a en Mercedes en oportunidad de visitar al General José Artigas en su campamento en Paysandú. Cuéntenos sobre el viaje, su pasaje por Mercedes, y en encuentro con el General.- Con gusto, y espero que esta entrevista sea de utilidad. No lo dudamos, pues sabemos de sus incontables estudios de la flora y la fauna de nuestro suelo.-¿Por donde quiere comenzar? Nos gustaría que nos hablara de sus primeras impresiones sobre Mercedes.-Recuerde que habíamos salido de Montevideo el 31 de mayo de
1815, y llegamos a Mercedes el 7 de junio.
"En fin, a las dos y media llegamos a Mercedes, que no se ve sino estando muy cerca, por  estar este Pueblo fundado sobre
la misma costa del  Río Negro". Para quienes no conocen la ciudad. ¿Se animaría a describirla?-"Su situación es de las más bellas; tiene buenos edificios de ladrillo y azotea, pero esparcidos por haberse destruido todas las casas de paja y de palo a pique que componían mucha parte de la población. Nada ha quedado de los cercos con que
formaban las calles a cordel; todos han ido al fuego, no obstante que el monte y  la leña estaban próximo. Aún quedan algunas huertas con naranjos y granados; es tierra muy  fértil vegetal con un poco de arena que tiene mezclada la hace suelta y propia para hortalizas, que se conoce había en otro tiempo.
La Iglesia está bien construida de piedra asperón de color ladrillo es capaz y puede tener veinte varas de largo y siete
de ancho; es elevada con el techo de caballete y de tejuela encalada. Tiene una torrecita agraciada; el cementerio está decente y cercado de ladrillo. No tiene atrio ni pórtico ni orden alguno de arquitectura por dentro ni por fuera, pues el altar principal es de madera dorada y pintada sin columnas ni
pilastras y parece compuesta de pieza de varios retablos, a quien han quitado el remate para colocar un escudo de las Mercedes tan mal dibujado como los mamarrachos que están pintados en la entrada de la Sacristía, y que sería mejor pasarles un poco de agua de cal por encima. La Virgen de Mercedes, que está  colocada como titular, es de muy buena
escultura, y no cede a la Dolorosa de Canelones. Hay otro altar de Jesús Crucificado, siendo su efinge de tan mala talla como la de las otras Capillas. En esta iglesia hay  pila
bautismal con todo lo necesario para la administración de Sacramentos, por ser ayudantía de Parroquia de Santo Domingo
de Soriano, que dista siete leguas abajo de este río. No hay
Cabildo sino alcalde comisionado y con comandante militar con
sesenta hombres, todos vestidos de paisanos, pero bien armados
 y jóvenes muy escogidos".¿Dónde se hospedaron?-"Nos alojamos en una casa con techo de paja que estaba abandonada en la plaza, mirando al río, que me dijeron que su dueño se hallaba en Buenos Aires. Había en ella mesas, sillas, una cuja o cama matrimonial y otros varios muebles: la sala solamente era habitable porque al dormitorio le faltaba el
techo".

¿Suponemos que deseaba observar el río y su vegetación para
seguir sus estudios?-"Ansioso de ver el bosque y este caudaloso Río, bajamos inmediatamente al Puerto; tiene buena playa y una caída suave. Las barrancas aquí son bajas y sus rocas de pedernal para fusil de muy buena calidad. El Río tendrá  unas 600 varas de ancho; y hay una isla contigua a la derecha, baja, llena de arboleda y que podrá tener de largo unas mil varas y doscientas de ancho. Entre la costa y esta isla hay abundante agua, pues me aseguran haber pasado  bergantines por este canal.
Encontré varios árboles que no conocía: entre ellos varios "mimosa"; una de ellas la llamada "ñapindá", porque se agarra a la ropa, y su espina no era alesnada sino en forma de uña y corta, arrojando muchas varazones o mimbres; y aun vi que
sub¡a muy alto envuelta en un tronco de otro árbol, aunque eso
es raro; observé muchos árboles de "chañal" que había visto en
Buenos Aires traídos de Córdoba, en donde creí que solamente se encontraban; los árboles están muy arruinados, pero algunos años dan mucho fruto, que se comen y son muy exquisitos. Recogí algunas otras plantas y nos retiramos.
Lo que llegamos a nuestro alojamiento nos dijeron que no se
había podido encontrar carne de vaca, ni gallinas, ni huevos y que solamente teníamos chorizos para cenar con un poco de pan y queso. Precisamente, desde la mañana no habíamos probado nada, y en el Pueblo en que creíamos proveedor de todo en donde m s ganas hay de comer por la buena calidad de sus aguas que había excitado más que nunca este apetito, tuvimos que
atenernos a este alimento tan indigesto, a lo menos para mi estómago probando de él con mucha parsimonia. Pasamos la noche tendiendo nuestros colchones sobre unos cueros en el suelo; y expuesto por lo mismo al ataque de las pulgas que no faltaban en una casa abandonada".¿Entonces al otro día, el 9 de junio, partieron para Paysandú?-No, recién lo hicimos el diez.
"Ya estaba todo pronto, cuando nos dijo el Comandante que los prácticos del  Paso y que corrían en las canoas eran de parecer
que no podíamos pasar sin riesgo el Río por el mucho viento
que soplaba, y que era preciso lo difiriéramos para el día siguiente. Yo aproveche de este corto tiempo m s para
inspeccionar por tercera vez aquellas inmediaciones, tomando
por diferente rumbo a pie por un camino que esta al Este del Pueblo, llegando hasta un arroyuelo que estar  cerca de una milla distante.  Observé unas aves de rapiña para mi nuevas ("Falco" Linnei), y otra un poco mayor que un hornero y casi del mismo color, que no pude por la distancia determinar su
familia, pero que me pareció una especie de "Corvus" Linn, también dos especies de tunas de penca, una de ellas muy
pequeña y muy erizada de espinas larguísimas, y una nueva
especie de "Heliotrópium". Continuando después por la
barranca, noté mucha tiza o creta, descomposición del "silex", muy diferente a la tierra blanca que hay en las inmediaciones
de Montevideo, que viene a ser una verdadera marga, descomposición de la piedra granito, y muy propia para abonar
la tierra".

 Usted se refiere a la cal natural que luego se procesa allí
en la Calera Real.
-"Supe después volviendo al Pueblo que a una legua más abajo había sobre el Río una gran posesión con horno de cal; pero
por las piedras que yo encontré en el camino infiero que sea ordinaria y admita muy poca mezcla. Pero como tiene las ventajas de la leña y la conducción por el Río, aun cuando la
den a la mitad m s barata que la de las Minas pueden  siempre
ganar mucho".

Entonces, el 10, por fin vadearon el r¡o.
-"Desde bien temprano vinieron las mulas y los caballos que eran necesarios para nuestro viaje a Paysandú, pero se
ofrecieron tantas dificultades que fue preciso dejar el coche, resolviéndose ir a caballo llevando nuestros equipajes con la carretilla. Bajamos al puerto donde nos esperaban tres canoas; nos embarcamos en la mayor con todos los equipajes: era toda una pieza y tendría unas doce varas de largo, capaz de cargar
doscientos cueros de vaca; no tenía sino dos pequeños y malos
remos con otro en popa y dos grandes cañas que servían de botavaras.
Principiamos nuestra traversía a las doce y  tardamos más de un cuarto de hora para llegar a la costa opuesta septentrional.
(...) A las dos y media de la tarde ya estaba concluido todo sin el menor tropiezo. En este estado y prontos ya para marchar observamos que llegaba al Pueblo en tres columnas la
división del ejército oriental, al mando del señor D.Fructuoso Ribero, y que éste dirigiéndose al  puerto en una canoa
pequeña, y puesto de pie dentro de ella, en compañía de un
oficial  venía hacia nosotros".¿Usted conocía a  D. Fructuoso Rivera?-"Yo deseaba mucho conocer a este joven por su valor y buen comportamiento. El fue quien en...(Guayabo) derrotó a  las
fuerzas de Buenos Aires mandadas por Dorrego. Me pareció de unos 25  años, de buen personal, carirredondo, de ojos grandes,
y modestos, muy atento y que se expresaba con finura. Su traje
era sencillo, de bota a la inglesa, pantalón y chaqueta de
paño fino azul, sombrero redondo, sin más distintivo que el sable y la faja de malla de seda de color carmes¡, y este
mismo traje vestía su ayudante. En todo guardaban una perfecta
igualdad estos oficiales y sólo se distinguen por la grandeza
de sus acciones y por las que solamente se hacen respetar de sus subalternos. Detestan todo lujo y todo cuando pueda
afeminarlos".Por fin el 12 de junio pudieron entrevistarse con el Gral. Artigas.-"Nos recibió sin la menor etiqueta.  En nada parecía un general. Su traje era de paisano, y muy sencillo, pantalón y chaqueta azul sin vivos ni vueltas, zapato y media blanca de
algodón; sombrero redondo con forro blanco, y un capote de
bayetón eran todas sus galas, y aún todo esto pobre y viejo. Es hombre de una estatura regular y robusta, de color bastante blanco, de muy buenas facciones, con la nariz algo aguileña; pelo negro y con pocas canas; aparenta tener unos cuarenta y
ocho años. Su conversación tiene atractivo, habla quedo y
pausado; no es fácil sorprenderlo con largos razonamientos,
pues reduce la dificultad a pocas palabras, y lleno de mucha experiencia tiene una previsión y un tino extraordinario.
Conoce mucho el corazón humano, principalmente el de nuestros paisanos, y as¡ no hay quien le iguale en el arte de
 manejarlos. Todos le rodean y todos le siguen con amor, no obstante que viven desnudos y llenos de miserias a su lado, no
por falta de recursos sino por no oprimir a los pueblos con contribuciones prefiriendo dejar el mando al ver que no se cumplían sus disposiciones en esta parte y que ha sido uno de
los principales motivos de nuestra misión.
Nuestras sesiones duraron hasta la hora de la cena. Esta fue
correspondiente al tren y boato de nuestro General: un poco de asado de vaca, caldo, un guiso de carne, pan ordinario y vino, servido en taza, por falta de un vaso de vidrio; cuatro cucharas de hierro estañado, sin tenedores ni cuchillos, sino los que cada uno traía, dos o tres platos de loza, una fuente de peltre cuyos bordes estaban despegados; por asiento tres
sillas y la petaca, quedando los demás de pie”...
 
Un servicio poco digno para un General de su importancia.
-"Nuesta mesa cubierta de unos manteles de algodón de
Misiones pero sin servilletas, y aún supe, mucho de esto era prestado. Acabada la cena nos fuimos a dormir y me cede el General, no sólo su catre de cueros sino también su cuarto, y se retiró a un rancho. No oyó mis excusas, desatendió mi resistencia, y no hubo forma de hacerlo ceder en este punto.
(...)Muy temprano, as¡ que vino el día, tuvimos en casa al General que nos pilló en cama; nos levantamos inmediatamente, dije misa y se trató del desayuno; pero éste no fue ni de té ni de café, ni leche ni huevos porque no lo había, ni menos el servicio correspondiente; tampoco se sirvió mate, sino un gloriado, que es una especie de punche muy caliente con dos huevos batidos, que con mucho trabajo encontramos. Se hizo un gran jarro, y por medio de una bombilla iba pasando de mano en
mano, y no hubo otro remedio que acomodarnos a este
espartanismo, a pesar del gran apetito por cosas más sólidas
que tenia nuestro vientre, originado de unas aguas tan aperitivas y delicadas, no sirviendo nuestro desayuno sino para avivarlo más.
Yo estaba impaciente por concluir nuestra comisión, para bajar
al puerto y registrar la costa del Río, lo que no pude conseguir hasta después de la comida que fue enteramente parecida a la cena, con sólo haberle agregado unos bagres amarillos que pescaron en el Uruguay".


Nota: Este reportaje ficción fue realizado en  base a un fragmento del diario de Viaje de Montevideo a Paysandú que hiciera el Presbítero Larrañaga en 1815. El texto que aparece entre comillas pertenece a dichos apuntes, del cual hemos respetado su puntuación, y giros idiomáticos.

Breve boceto del revolucionario febrero oriental de 1811


Roberto Sari Torres

La Junta de Cádiz nombra Virrey a Elío, a quien la Junta de Buenos Aires rechaza de inmediato porque la sola mención de ese título “era una ofensa a la razón y el buen sentido”. El día 13 le declara la guerra a Buenos Aires, y Salazar –jefe de Marina- informa que “es implacable el odio que tienen en la capital por el Sr. Virrey”, y también en la campaña.

La tensión de la lucha inminente está en el aire del litoral. El 11 de febrero, el sansalvadoreño Tomás Paredes, es el encargado del pronunciamiento libertario de Belén y Casablanca en Paysandú. Son apresados por la marinería de la flota de Michelena, logrando escapar hacia Mercedes, el después héroe de Paysandú (30-08-1811) Francisco Bicudo.
El 15 de febrero, el proceso revolucionario oriental da un gran salto adelante al abandonar Artigas las filas españolas que revistaban en la plaza fuerte de Colonia del Sacramento. Pareciera que lo casual aquí fuera el pretexto de una gran causa. ¿Por qué? Porque a la hora de la siesta de aquel día, unos blandengues integrantes del escuadrón de Artigas entraron al huerto privado del Comandante Muesa a robar alguna fruta de los árboles. El iracundo español llama al capitán y le ordena reprimir a aquellos “ladrones de fruta” que pertenecían a su comando, amenazándolo que si no lo hacía lo mandaría engrillado a la Isla de San Gabriel. Muesa sabe lo que es Artigas, por eso la respuesta a su amenaza es un terror que le recorre el cuerpo: “!no crea que me dejaré engrillar así nomás!”. A la noche del 15, acompañado de sus amigos, deja atrás Colonia y a los españoles. La noticia recorre velozmente toda la vasta Sudamérica; donde comenzará una historia que tendrá en él uno de los más altos exponentes de un pensamiento que –como el del venezolano Simón Rodríguez- 200 años después sigue estando en la vanguardia de los ideales humanos y sociales a alcanzar.
La adhesión de Artigas es un disparador del entusiasmo general. Pero ya en enero, Pedro Viera hablaba con Justo Correa de la insurrección. El alférez de blandengue le encarga ir organizando gente para el propósito y que esperara el momento oportuno. A Basilio Cabral y a Francisco Bicudo les encomienda la misma tarea. Viera se contacta con Venancio Benavídez nombrándolo su 2do. al mando. El 26, unos 300 gauchos vivaquean bajo la umbría del monte del arroyo Asencio. Al aclarar el día 27, Viera ordena que nos 20 jinetes se dejen ver en la pradera del noreste, como señuelo ante el cantón militar español de Mercedes. El mando “muerde el anzuelo” y ordena a Ramón Fernández, al frente de unos 55 hombres. Que vaya y atrape o liquide a “aquellos impertinentes”. Una vez metidos en el monte, la partida española es completamente cercada y rendida inmediatamente, pasando Ramón Fernández al bando patriota. Al caer la noche la guarnición mercedaria vela el miedo con grandes fogatas que alumbran las esquinas, y cada media hora la ronca potencia del cañón rompe el silencio con un tiro hacia algún lado.
Con los primeros clarores del 28 de febrero, los patriotas aparecen ocupando el horizonte del Sur mercedario. La rendición incondicional de la plaza fuerte es exigida y hecha efectiva en el breve término de tres minutos, de acuerdo al ultimátum de Pedro Viera. El jefe español “entregaba el pueblo a la disposición del Gov. o de Bs. As., libre de vidas y haziendas”.
A partir de aquel último día de febrero, la historia (la nuestra y de Sudamérica) comienza rodar por caminos que nadie entonces podría haber imaginado.
            
Descubrimos el primer libro de poesía editado en el país


En la historia de la literatura uruguaya hay algunos libros que no deben ser olvidados pues no carecen de significación, aunque ella no se asiente fundamentalmente sobre sus calidades literarias. Su valor está en la representatividad que les confiere la época o las circunstancias en las cuales fueron editados.
Tal es el caso de: “Un paso en el Pindo”, cuyo autor es Manuel de Araúcho. Su interés y significación, estriba en que fue el primer libro de poeta uruguayo editado en el nuestro país, y de tener carácter representativo de un período de la vida y la literatura uruguaya.

Con sólo 12 años Manuel de Araúcho
 se incorporó a la vida miliciana,
 y a los 22 peleó en la Batalla del Sarandí.

El libro fue editado en el año 1835, y su autor había nacido en Montevideo el 14 de febrero de 1803. A los 14 años inició su carrera militar, incorporándose en 1825 a la gesta independentista. Participó, el 12 de octubre de 1825 en la Batalla de Sarandí. En 1832, culminada la acción revolucionaria, fue designado Fiscal Militar. Murió en Montevideo el 9 de noviembre de 1842, cuando le faltaban pocos meses para cumplir los cuarenta años.
La vida de Manuel de Araúcho estuvo ocupada fundamentalmente por la acción militar al servicio de la revolución emancipadora, pero paralelamente dio curso a su vocación poética con producciones que fueron publicadas en periódicos de ambas márgenes del Plata. Esos trabajos fueron después reunidos en: “Un paso en el Pindo” Colección de poesías escogidas, de Manuel de Araúcho/ Teniente Coronel de Caballería del Estado Oriental del Uruguay/ arregladas y escogidas por el autor.
En cuanto al “pié de imprenta”, dice lo siguiente:
Montevideo, 1835. Imprenta de Los Amigos. Calle de San Luis, frente a la Batería de San Pascual.
Cabe señalar que al final del libro se ofrece la nómina de los suscriptores y el número de ejemplares adquiridos por cada uno de ellos.
El Excmo. Sr. Presidente de la República Brigadier General Manuel Oribe, que adquirió cuatro ejemplares, encabeza la nómina.
Lo sigue el Excmo. Sr. Ministro de Gobierno D. Francisco Llambí, que sólo compró un ejemplar.
Tras él vienen el Excmo. Sr. Ministro de Hacienda D. Juan María Pérez, y el Excmo. Sr. Ministro de la Guerra, Gral, D. Pedro Lenguas, que adquirieron dos, y cinco ejemplares respectivamente.


AL SOL DE MAYO

 (soneto)

¡Sol augusto de mayo! Tu luz pura,
Benéfica, inmortal y prodigiosa,
A la infeliz América llorosa
Sacó en un punto de prisión obscura.

Toda su libertad y su ventura
Por tu influjo tan solo fueron hechos;
Tu recobraste todos sus derechos;
Tu quebrantaste su cadena dura.

El suelo patrio en su dolor profundo
A sus hijos encuentra conmovidos;
De libertad, escudo entre sus pechos,
Ya sí triunfaron, porque viera el mundo.
Tantos bienes en un solo día adquiridos
Tantos grillos en un solo día deshechos.


Fuente:
 Artículo de Arturo Sergio Visca, publicado en el  Almanaque del Banco de Seguros del Estado del año 1985.