sábado, 26 de febrero de 2011

Apuntes sobre la identidad nacional

Iglesia de Villa Soriano

Los curas en el proceso revolucionario

Aldo Roque Difilippo

Muchos historiadores se han detenido en la figura de nuestro máximo héroe, o en el papel del gaucho y aquella "gente suelta" que protagonizó los hechos, pero poco o casi nada se ha hablado del rol que jugaron los curas en el proceso revolucionario.
Un rol que pasaba por aglutinar conciencias con el papel socializador que podía cumplir las modestas capillas en medio de los rancheríos, donde "la medición del tiempo, ese supremo factor distorsionador de la naturaleza, estaba regulada en el Montevideo de 1850 más por las campanadas del reloj de la Iglesia Catedral y los toques de oración que por los enormes y raros relojes de bolsillo que pasaban como joyas de generación en generación"(1)


Expulsión de los jesuitas de Montrevideo:
¡Váyanse con sus  amigos los gauchos!
 Sembrar cizaña
Ese papel que jugaron los curas gauchos en la revuelta artiguista fue denunciado por Vigodet en una carta al Obispo Lué: "los pastores eclesiásticos se empeñan en sembrar cizaña, en enconar los  ánimos y alterar el orden (...), los curas han sido los más declarados enemigos de la buena causa sin exceptuar a uno". O como informaba Salazar: "los curas de los pueblos son los que más parte han tomado en esta revolución"(2).
Ese protagonismo pasó no solamente por lo dialéctico, convirtiéndose en "encendidos tribunos de la causa revolucionaria, como el apasionado Fray José Monterroso, fray Jul¡an Faramiñan y fray José Benito Lamas y fray Ignacio Otazú que servirían con más sostenido celo apostólico, su misión sacerdotal, como capellanes del ejército oritental en Purificac¡ón y en la función educativa" (3). Sino que mucho de esos curas gauchos no dudaron en empuñar una tacuara. Como lo comenta Francisco Ayarza al maestro Simón Peñalosa en 1882: "en mi caso, habiendo sido cura y después profesor particular y apoderado de mi primo Hernán Ayarza y escribiente en la secretaría del presbítero Monterroso, las armas apenas si las pude empuñar por falta de costumbre pero, con poco o nada de efectividad, puedo decir que yo, un sacerdote, las manejé, aunque de poco valió mi concurso en la oportunidad que me tuve que enfrentar cara a cara con los portugos".

El cura Gomensoro
En mayo de 1810 la Banda Oriental vivía en un clima previo a lo que un año después, con el Grito de Asencio, desencadenaría la revolución, catapultando la figura de José Gervasio Artigas como el conductor de la "chusma", "cuanto indio, liberto, mestizo, peón sin trabajo, gaucho rotoso y chirusa andan sueltos por esta banda", como comentaba despectivamente Hernán Ayarza , y que "van a cobijarse bajo su poncho". El 25 de mayo de 1810 se produjo en Argentina la Revolución de Mayo,
primer gobierno designado por
el Cabildo
Abierto de Buenos Aires. Esto repercutió en la Banda Oriental, desencadenando un hecho inédito en la historia americana, que si bien podría catalogárselo como íntimo, denuncia el estado de excitación que se vivía en la campaña. Donde el cura de Villa Soriano, Tomás Xavier Gomensoro, registró en el libro de defunciones de la Parroquia, la muerte del poderío español en el R¡o de la Plata.
Al llegar noticias de la Revolución de Mayo, este cura
 gaucho, no contuvo su ímpetu, registrando entre las
 defunciones de la Parroquia la muerte "en esta Provincia del Río de la Plata, la tiránica
jurisdicción de los birreyes, la dominación déspota de la
 Península Española y el escandaloso infuxo de todos los
españoles" (ver recuadro aparte). De allí en adelante Gomensoro anota al comienzo de cada
 página, casi en un desafío: "Año I de la Libertad". El cura Gomensoro fue destituido y sustituido por Fray Ángel
Machado, y se pretendió ocultar esa original partida de
defunción, pero quien realizó la tarea, tachó lo escrito de tal manera que aún hoy puede leerse.

Invectivas arrancadas del dolor
El 16 de agosto de 1811, Tomás Xavier Gomensoro regresa a Villa Soriano, anotando: "Me recibí de este libro", y el 24 de setiembre, ya en ejercicio de sus funciones "año segundo de nuestra libertad", antes de registrar las defunciones; continuando con esta actitud hasta el final. Cinco meses después de registrar la inusual defunción Gomensoro escribe: "el día 20 del presente mes de Octubre me ví en la dolorosa necesidad de abandonar mi Parroquia huyendo de las persecuciones de los déspotas de Montevideo, su gobernador envía  aquella ciudad a sustituirme a Fray Ángel Machado, misionero recién llegado de España. Por sus partidos que son los que siguen se puede venir en conocimiento de la literatura, e idoneidad de este Religioso y para esta muestra de conocer  la calidad de esta factura que nos llega de España con la mayor frecuencia. Estas foxas dexó el padre en blanco, creyendo que faltaban mas partidas que asentar; no se estrañe pues este hueco de dos foxas".
Gomensoro debe huir de Villa Soriano ante la violencia "y  persecuciones de los Sarracenos y por aviso que se me dio en  la Capilla de Mercedes, mi ayudantía, que salía de allí ese mismo día una partida en busca mía de orden del indecente Michelena, que se hallaba en aquel destino para pasar al  Arroyo de la China en calidad de jefe", agregando más adelante, que (lamentablemente para nosotros) había arrancado tres hojas donde volcó algunas reflexiones. "Las tres hojas anteriores no tienen partida alguna sino ciertas invectivas que me había arrancado el dolor y por lo tanto las he arrancado".
"El día 12 de noviembre de este año 1811 me embarqué para la capital a consagrar el armisticio con Montevideo, -escribe Gomensoro- temiendo por persecuciones e insultos de los enemigos de la Patria traje conmigo los libros Parroquiales y habiendo renunciado a la Parroquia", agregando que entregó  estos libros al Obispado. En un documento fechado en 1813, en Buenos Aires, Gomensoro denuncia que ha sufrido "no sólo la absoluta privación de los emolumentos de la Parroquia sino también el saqueo y depredación de todos los bienes y muebles que allí poseía, sin que pudiera librar otra cosa que un poco de ropa, que en la precipitación de mi viaje, cargué con una balija y traje conmigo en la canoa en que escapé".


El Cristo articulado de
la Iglesia de Villa Soriano.

Conducta luciferina
La actitud revolucionaria de aquellos curas fue vista con desprecio por Vigodet, que al escribirle al Obispo de Buenos Aires le expresa que "es preciso remediar estos desórdenes". Exparesándole: "­Qué doloroso me es decir a V.S.I. que ésta es la conducta general de casi todos los párrocos y eclesiásticos seculares y regulares que sirven la cura de almas en esta campaña!; partidarios del error, lo difunden con vergüenza audaz, muy ajena a su sagrado carácter; inspiran el odio contra los buenos vasallos del rey; los amenazan con otra nueva invasión de las tropas de esa ciudad, y conspiran por todos los medios imaginables a hacer odiable el superior gobierno", catalogando esta actitud como "¡conducta luciferina!". Agregando que "el de Colonia, y el clérigo Arboleya, que estuvo en el Colla, y cuyo actual paradero ignoro, promueven con  instancia la división; el de las Víboras hace lo mismo; el de Santo Domingo  Soriano le imita; el de San José es tan reprensible como éstos; y de una vez, todos, si exceptuamos al del Arroyo de la China, y al que hoy está  interino en la Colonia, en lugar del revolucionario Enrique de la Peña. Los religiosos mercedarios fray Casimiro Rodríguez y el maestro fray Ramón Irrazábal, y el dominico fray José Rizo, el primero, teniente de San Ramón, y el último de Canelones, abandonados a su capricho y locura, obran como los párrocos a quienes sirven, de modo que las ovejas de la grey de V.S.I. se hallan entregadas a lobos carniceros".

Un Cristo clavado a la  cruz
Actitud que no solamente pasó por hechos dialécticos, sino que estos curas gauchos no dudaron en empuñar las armas. Aunque "jamás había pensado en esa eventualidad" como lo confiesa Francisco Ayarza. "Recuerdo que casi sin darme cuenta, me ví entreverado con un grupo de jinetes que no poseían otras armas que las lanzas, arremetiendo contra un casco de estancia desde donde el enemigo, comodamente parapetado, nos diezmaba con su fusilería", expresa Ayarza. Agregando: "sabíamos que la guerra estaba irremediablemente perdida, que en Montevideo hacía ya tres años que gobernaba Carlos Federico Lecor en nombre de Juan VI con la aquiescencia del Cabildo y que, para colmo de males, Don José peleaba del otro lado del Río Uruguay contra los gobernadores que hasta ese momento habían sido sus aliados (...) -nadie nos había ordenado atacar ese casco de estancia ni se hallaba ningún oficial entre nosotros- nos vimos de repente arrastrados en una desaforada carrera contra aquella especie de fortaleza humeante y mortífera, la lanza  en ristre, como si un viento de locura colectiva nos impulsara a eso que sólo podía llamarse suicidio. Y yo, el ex seminarista de Córdoba y de Roma, el ex cura de la capilla de la Caridad de Montevideo el ex escribiente en la secretaría del presbítero Monterroso, metido entre todos ellos, como si no hubiera tenido otra finalidad en la vida que ir detrás de aquella lanza que parecía tener vida propia; yo iba detrás de esa lanza, la lanza me arrastraba detrás suyo, como lo hacía aquella veintena de desesperados de un ejército en ruinas que atacaba un baluarte donde los uniformes, los morriones y las puntas de las bayonetas brillaban con fúnebre fulgor. (...)y ya con el primer impulso nos metimos con caballo y todo en la galería donde prácticamente arrollamos entre las patas de los caballos a los que no habían tenido tiempo o no habían previsto (¿y quién podía prever aquello?) retirarse del edificio. El impulso de aquella masa enloquecida rompe la puerta de entrada como si hubiera sido de cartón y as¡, con caballo y todo, irrumpimos en la amplia sala de la casona. Y allí, en ese infierno limitado por muebles y paredes, comienza la lucha cuerpo a cuerpo. Se desploma mi caballo, herido de bala, y al mismo tiempo evito con un ágil salto el precipitarme junto al animal y acaso quedar debajo, veo de donde proviene el disparo; y lo veo al hombre, que perdido el morrión, cargar febrilmente el arma para rematarme. Pero no le doy tiempo: arremeto con la lanza como una sobra furiosa, sin ver nada de lo que me rodea, y allí se la introduzco por la boca, y siento que la punta atraviesa el paladar y la piel y se incrusta contra el marco de la ventana. Entonces unos ojos horriblemente abiertos me miran; una marea de sangre brota de esa esclusa abierta, se desliza por la lanza, viborea por el brazo y llega hasta mi mano. Vagamente tengo conciencia que el hombre no ha muerto, que tardar  en morir, y es espantosa su agonía, clavado al marco de la ventana; no tengo un arma de fuego para despenarlo de una vez por todas; no me doy cuenta que hay muchas pistolas y trabucos desparramados por el piso, con la carnicería que está provocando ahora nuestra gente metida dentro de la casa y  alcanzando ya la azotea, y no me atrevo a retirar la lanza de aquella caverna abierta de la cual sigue manando sangre. Entonces, ya completamente fuera de mi, extraigo el cuchillo que llevo cruzado en la parte posterior del cinto y comienzo a acuchillarlo; así lo hiero cinco, diez veces, pero no por odio ¡no por odio!, Dios es testigo que no fue por odio, quiero que me entiendas, Simón, sino para que aquel desventurado dejara de sufrir. Porque clavado con la lanza a aquella ventana me llegó a parecer un Cristo clavado a la  cruz. Cuando termino aquel horrible sacrificio y compruebo que por fin esté muerto y que a mi alrededor casi todos están muertos, y que los que no están muertos se arrastran con sus desgarradoras heridas y que pronto también ellos estarán muertos, de manera artera y sorpresiva me doy cuenta que vuelve a surgir en m¡ el hombre que Dios, el pastor de hombres, y entonces les cierro los ojos, les doy la bendición y los absuelvo. A los nuestros y a los otros. A los portugos y a los criollos. La muerte los ha igualado; ya no son unos de aquí y otros de all , ya no son vencedores y vencidos, mon rquicos y republicanos, sino almas despojadas del cuerpo que se tendrán que presentar ante Dios".
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Notas:
(1) "Historia de la sensibilidad den el Uruguay", Tomo 1, José Pedro Barrán, Banda Oriental, 1992.
(2)"Artigas y los curas rebeldes", Alfonso Fernández Cabrelli, Grito de Asencio, 1968.
(3) "Artigas y el federalismo en el Río de la Plata", Washington Reyes Abadie, Banda Oriental-La República, 1998.


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Expiró la tiránica jurisdicción de los virreyes

"El día 25 de este mes de Mayo expiró en ésta Provincia del  Río de la Plata, la tiránica jurisdicción de los birreyes, la dominación déspota de la Península Española y el escandaloso influxo en la capital de Buenos Ayres por el voto unánime de todas las corporaciones  reunidas en Cabildo abierto una Junta Superior independiente de la Península y de toda otra dominación extranjera bajo el solo nombre de D. Fernando 7°. De éste modo se sacudió el insoportable yugo de la más injusta y arbitraria dominación y se echaron los cimientos de una gloriosa independencia, que colocar  a las brillantes Provincias de América del Sud en el rango de las  naciones libres y les dará  una representación nacional a la par de los más grandes y gloriosos imperios del globo".


Libro de Defunciones de la Parroquia de Villa Soriano, folio 85, año 1810.



"En la Parroquia de Santo Domingo de Soriano a los cinco días del mes de marzo de 1869, el excelentísimo señor Don Jacinto por la gracia de Dios y de la Santa Sede, Obispo de Megara,  Prelado Domestico de la Santísima Trinidad, Vicario Apostólico y Gobernador del ECeCO en toda la República Oriental del Uruguay y continuando su Santa y General visita la hizo  especial de este libro y habiendo reconocido  y examinar las partidas de difuntos anotadas en el advirtió, a folios 91 y 19 y 95  tres partidas sin concluir por el Padre Francisco José Segu¡ y en su consecuencia dijo SS que debía facultar, y de hecho autorizó al Sr. Cura actual don Martín Orrozuno para que el oportunamente y en cuanto sea posible concluya dichas partidas defectuosas = Habiendo encontrado a fojas 85, 87 y 89 tres notas que no corresponden al objeto de este libro las mandó testar aprobándolo en todo lo demás que corresponde colo (como) lo hizo por  ante mi el infrascripto secretario de visita  de que certifico".

         Jacinto Obispo o Megara

Por mandato de SS Ilustr¡sima
enterado A de León
Secretario de visita


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