Entre la vida y
la muerte
Aldo Roque Difilippo
“De tanto vivir frente/del cementerio/no me asusta la muerte/ni su
misterio” cantaba Alfredo Zitarrosa,
pero lo cierto es que el ser humano a lo largo de la historia se ha sentido
subyugado por ese misterio que significa dejar de existir. No hay civilización ni cultura sobre la tierra que no haya
intentado explicar esa interrogante: ¿qué
pasa después de la vida? Quizá por esa
necesidad implícita de los mortales que querer trascender más allá de su existencia
física.
Lo cierto es que con más o menos ostentosidad, con más o menos
histrionismo, las diferentes culturas
veneran a sus muertos. En el río de la
Plata cada 2 de
noviembre solemos ver los Cementerios abarrotados de personas depositando flores en las tumbas de sus seres queridos, como
pequeños mensajes hacia el pasado.
En la década de los años 40, 50
y quizá un poco más (del Siglo pasado) el Cementerio solía convocar a
una importante cantidad de la población cada
2 de noviembre, por lo menos en Mercedes. Las personas se ataviaban para
la ocasión y llevaba flores a sus
difuntos mientras la
Banda Municipal
interpretaba algunas melodías. Una suerte de paseo dominguero y mientras los músicos actuaban, la multitud
se agolpaba en torno a ellos. Una oportunidad que seguramente los muchachos
aprovechaban para aproximarse a alguna dama, al igual que en las retretas
domingueras en las plazas o en la rambla. Una costumbre muy difundida ya que la música era utilizada como
un vehículo de comunicación y sociabilización. “En esa época el batllismo era
sinónimo de pueblo y la música siempre fue el vehículo más rápido y efectivo
para llegar a las masas” (“Alfredo
Magliaca, educador musical del Pueblo, Lilia Armas Castro, Mercedes, 2005).
Cristianos y paganos
La muerte en una sociedad nostálgica como la rioplatense,
conformada mayoritariamente por
inmigrantes que añoraban su patria y los
afectos que allí dejaron, ha tenido y sigue teniendo un carácter de solemnidad,
a diferencia de otras culturas como la
caribeña o de otras latitudes donde el
sepultar a un ser querido es casi una fiesta (por lo menos para nuestra forma
de ver y concebir ese trance).
El poeta Octavio Paz esboza una explicación: “La indiferencia del
mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida”.
Para la
Iglesia Católica Romana (cultura dominante por estas
latitudes y con gran preponderancia en las primeras décadas del Siglo XX) cada 2 de noviembre se celebra el
día de los difuntos. “La celebración se basa en la doctrina de que las
almas de los fieles que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados
veniales, o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden
alcanzar la Visión
Beatífica , y que se les puede ayudar a alcanzarla por rezos y
por el sacrificio de la misa. [...] Ciertas creencias populares relacionadas
con el Día de los Difuntos son de origen pagano y de antigüedad inmemorial. Así
sucede que los campesinos de muchos países católicos creen que en la noche de
los Difuntos los muertos vuelven a las casas donde antes habían vivido y
participan de la comida de los vivientes” (de The Encyclopedia Britannica, edición de 1910). Y ese pensamiento atravesó y continúa en gran
medida atravesando toda nuestra cultura occidental y cristiana.
Con su característica ironía don Francisco de Quevedo y Villegas expresó: “Conviene vivir considerando que se
ha de morir; la muerte siempre es buena; parece mala a veces porque es malo a
veces el que muere”. En el otro extremo con su
pausado razonamiento criollo Atahualpa Yupanqui también dijo: “No le
tengo miedo a la muerte, a lo que sí le tengo respeto es al trance, el ir hacia
allá. Confieso que tengo curiosidad por saber de qué se trata”.
Sea como fuere, cada 2 de noviembre recordamos el Día de los Difuntos,
más allá de que es una costumbre que en las últimas décadas viene cayendo en
desuso; aunque algunos de estos rituales ante la muerte continúan vigentes.
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