Este
artículo ya lo publicamos, pero cobra vigencia en esta edición especial, por
eso lo reeditamos.
Ernest
Hemingway y Horacio Quiroga
Las letras y la
muerte
Aldo
Roque Difilippo
No
se conocieron. Nunca se leyeron ni supieron de sus existencias físicas ni
literarias. Vivieron bajo casi los mismos influjos: la pasión por la literatura
y dominados por la casi enfermiza manía de la muerte.
El
2 de junio de 1961 se suicidaba Ernest Hemingway (1899-1961), 24 años antes
Horacio Quiroga (1878-1937) hizo lo mismo. Los dos, a kilómetros de distancia,
y de influencias culturales y literarias, parecen estar unidos en un destino
trágico.
Curiosos
paralelos emparentan a la distancia a estos dos escritores, cada uno a su
manera fundadores de un estilo. Ambos son hijos de suicidas, y los dos se
suicidaron. Los dos eligieron para vivir sitios alejados y exóticos de sus
lugares de nacimiento: Quiroga en Misiones (Argentina), Hemingway en San Francisco
de Paula (Cuba). Los dos sintieron pasión por la caza, tuvieron un especial
gusto por la violencia y una fascinación por la muerte.
Muchas muertes
Si
bien algunas diferencias los separaron: Hemingway recibió el Premio Nobel de
Literatura, y Quiroga nunca obtuvo ningún premio aunque es considerado hoy día
uno de los maestros del cuento latinoamericano, las coincidencias son más que
significativas. Los dos truncaron sus vidas casi a la misma edad: Hemingway a
los 61 años y Quiroga a los 59, y se casaron varias veces. El padre del
escritor norteamericano, Clarence, se suicidó en 1928 y su hermano menor,
Leicester , hace lo mismo de un balazo en la cabeza en 1982. El padre de
Quiroga, Prudencio, muere accidentalmente con su escopeta de caza en 1879,
cuando el escritor salteño tenía apenas dos meses de vida, y cuatro años
después su padrastro, Ascencio Barcos, semiparalítico por una hemorragia
cerebral, elige la muerte de un balazo de escopeta. Los dos parecían estar
atrapados por el misterio de la muerte, y jugaban con ella. Hemingway como
corresponsal de guerra, aficionado a la caza, Quiroga en sus incursiones por el
Paraná misionero, escopeta en mano, recorriendo ese paisaje agreste y hostil.
Ana
María Cires, la primera esposa de Quiroga, ingiere una fuerte dosis de
sublimado, muriendo tras una larga agonía, y años más tarde sus tres hijos
siguieron esa tradición suicida: Eglé, Darío, y María Ester (Pitoca). En tanto
la nieta de Hemingway, la bella modelo y actriz Margaux, coincidiendo con el
trigésimo quinto aniversario de la muerte del escritor, se suicida tras
sobrellevar la pesada herencia del alcoholismo y la depresión.
Paralelismos
Pero
las coincidencias no estuvieron solamente en lo trágico, sino también en lo
literario. Ambos hicieron su fama en revistas y publicaciones periódicas.
Hemingway publicó su primer libro a los 24 años, En nuestro tiempo (1924), y
Quiroga se inició en el libro con Los arrecifes de coral en 1901, a los 23 años. Los
dos publicaron en vida casi la misma cantidad de libros: Hemingway 12 y Quiroga
13.
Hemingway
publica en 1964 París era una fiesta, Quiroga viaja a París en 1900 y escribe
en su diario “París es una buena cosa, algo así como una sucesión de Avenidas
de Mayo populísimas”.
Ante
la pregunta ¿Qué libros debe haber leído un escritor? Hemingway responde:
“...todo lo bueno de De Maupassant, todo lo bueno de Kipling...”. Quiroga
expresa en el “Decálogo del perfecto cuentista”: “Cree en un maestro —Poe,
Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo”.
Hemingway
utilizó sus experiencias de pescador, cazador y aficionado a las corridas de
toros en sus obras. Quiroga utilizó su experiencia misionera plasmándola en su
obra.
Quiroga
expresa: “No adjetives sin necesidad. (...) Un cuento es una novela depurada de
ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea”. En tanto Hemingway
manifiesta: “Yo siempre trato de escribir siguiendo el principio del iceberg.
Hay siete octavos del iceberg bajo el agua por cada parte que se muestra sobre
la superficie. Cualquier cosa que uno sabe y puede eliminar, refuerza el
iceberg. Lo que vale es lo que no se muestra”.
Coincidencias
más que sugestivas de dos iconos que no se conocieron, no se leyeron, pero que
transitaron a su modo, por casi los mismos caminos literarios.
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