A 481 AÑOS DEL ASESINATO
DE ATAHUALPA
Una historia de traiciones
y ambición.
El
inca Atahualpa nació en Cajamarca en 1500, actual Perú, y murió asesinado el 29
de agosto de 1533. Emperador desde 1525 a 1533, había nacido de la unión del
emperador Huayna Cápac y de Túpac Paclla, princesa de Quito. Fue favorecido por
su padre, quien, poco antes de morir, en 1525, decidió dejarle el reino de
Quito -la parte septentrional del Imperio Inca- en perjuicio de su hermanastro
Huáscar, el heredero legítimo, al que correspondió el reino de Cuzco. Aunque
inicialmente las relaciones entre ambos reinos fueron pacíficas, la ambición de
Atahualpa por ampliar sus dominios condujo al Imperio Inca a una larga y
sangrienta guerra civil.
En 1532, informado de la presencia de los españoles en el
norte del Perú, Atahualpa intentó sin éxito pactar una tregua con su
hermanastro. Huáscar salió al encuentro del ejército
quiteño, pero fue vencido en la batalla de Quipaypán y apresado en las orillas
del río Apurímac cuando se retiraba hacia Cuzco. Posteriormente, Atahualpa
ordenó asesinar a buena parte de los familiares y demás personas de confianza
de su enemigo y trasladar al prisionero a su residencia, en la ciudad de
Cajamarca.
En ese momento, el emperador inca recibió la noticia de
que se aproximaba un reducido grupo de gentes extrañas, razón por la que
decidió aplazar su entrada triunfal en Cuzco, la capital del imperio, hasta entrevistarse
con los extranjeros. El 15 de noviembre de 1532, los conquistadores españoles
llegaron a Cajamarca y Francisco Pizarro, su jefe, concertó una
reunión con el soberano inca a través de dos emisarios. Al día siguiente,
Atahualpa entró en la gran plaza de la ciudad, con un séquito de unos tres o
cuatro mil hombres prácticamente desarmados, para encontrarse con Pizarro,
quien, con antelación, había emplazado de forma estratégica sus piezas de
artillería y escondido parte de sus efectivos en las edificaciones que rodeaban
el lugar.
No fue Pizarro, sin embargo, sino el fraile Vicente de
Valverde el que se adelantó para saludar al inca, y le exhortó a aceptar el
cristianismo como religión verdadera y a someterse a la autoridad del rey
Carlos I de España; Atahualpa, sorprendido e indignado ante la arrogancia de
los extranjeros, se negó a ello y, con gesto altivo, arrojó al suelo la Biblia
que se le había ofrecido. Pizarro dio entonces la señal de ataque: los soldados
emboscados empezaron a disparar y la caballería cargó contra los desconcertados
e indefensos indígenas. Al cabo de media hora de matanza, varios centenares de
incas yacían muertos en la plaza y su soberano era retenido como rehén por los
españoles.
A los pocos días, temeroso de que sus captores
pretendieran restablecer en el poder a Huáscar, Atahualpa ordenó desde su
cautiverio el asesinato de su hermanastro. Para obtener la libertad, el
emperador se comprometió a llenar de oro, plata y piedras preciosas la estancia
en la que se hallaba preso, lo que sólo sirvió para aumentar la codicia de los
conquistadores.
Unos meses más tarde, Pizarro decidió acusar a Atahualpa
de idolatría, fratricidio y traición; fue condenado a la muerte en la hoguera,
pena que el inca vio conmutada por la de garrote, al abrazar la fe católica
antes de ser ejecutado, el 29 de agosto de 1533. La noticia de su muerte
dispersó a los ejércitos incas que rodeaban Cajamarca, lo cual facilitó la conquista
del imperio y la ocupación sin apenas resistencia de Cuzco por los españoles,
en el mes de noviembre de 1533.
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