Borges, pinceladas de su pensamiento
El 24
de agosto de 1899 nació en Buenos Aires Jorge Luis Borges, uno de los más
destacados poetas, cuentistas y ensayistas del país y del mundo. Descendía de
una familia de próceres que participaron en las luchas de independencia y en
las guerras civiles. Su padre, Jorge Guillermo Borges, fue profesor de
psicología e inglés.
Influenciado
por su abuela materna, Fanny Haslam, Borges aprendió a leer antes en inglés que
en español y a los seis años ya había manifestado a sus padres su vocación de
escritor. Un año más tarde escribió en inglés un resumen de la mitología griega
y pocos años después una traducción de El príncipe feliz, de Oscar Wilde, que
un amigo de su padre publicó en un periódico.
En
1914, su padre se jubiló prematuramente debido a una ceguera, y decidió pasar
una temporada con la familia en Europa. Visitó Londres y París, pero tras el
estallido de la Primera Guerra Mundial, la familia decidió instalarse en la
neutral Ginebra, en Suiza. Allí Borges inició el bachillerato y aprendió
francés, latín y alemán. En 1919 los Borges se instalarán en Mallorca, España.
Más tarde vivieron en Madrid y en Sevilla, donde el joven Jorge Luis se unió a
un grupo de jóvenes ultraístas.
En
1921 Borges regresó con su familia al país, redescubrió Buenos Aires y quedó
fascinado con sus suburbios, tierra de malevos. Pronto conoció a Macedonio
Fernández, y asistió a su tertulia de los sábados. Bajo su tutela participó en
la fundación de varias publicaciones como Prisma y Proa. En 1923, antes de
partir nuevamente rumbo a Europa con su familia, publicó Fervor de Buenos
Aires. Más tarde publicaría Luna de enfrente, El tamaño de mi esperanza, El
idioma de los argentinos, y Evaristo Carriego. De esta época datan sus
relaciones con Ricardo Güiraldes, Victoria Ocampo, Silvina Ocampo, Alfonso
Reyes y Oliveiro Girondo.
Escribió
para Martín Fierro y Sur, y colaboró como asesor literario en el diario
Crítica. Publicó más tarde Historia universal de la infamia, una colección de
cuentos basados en criminales reales, e Historia de la eternidad.
En
1938 murió su padre y ese mismo año Borges sufrió un accidente que casi le
costó la vida. Logró salvarse, pero a partir de entonces comenzó a perder la
vista. En 1940 publicó junto a Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares una
Antología de la literatura fantástica. Más tarde aparecerán Seis problemas para
don Isidro Parodi, en colaboración con Adolfo Bioy Casares, y Ficciones, que
recoge cuentos publicados con anterioridad.
En
1937 había conseguido un puesto de primer ayudante en la Biblioteca Municipal
Miguel Cané, pero en 1946, tras algunas declaraciones antiperonistas, Borges
fue destituido de su puesto y nombrado inspector de aves y conejos en mercados
municipales. Comenzó entonces a dictar cursos y conferencias, y dirigió la
revista Anales de Buenos Aires.
En
1949 publicó El Aleph, Otras Inquisiciones y, tras el derrocamiento de Perón,
fue designado director de la Biblioteca Nacional, miembro de la Academia
Argentina de Letras y profesor de literatura inglesa de la Universidad de
Buenos Aires. También obtuvo en 1956 el Premio Nacional de Literatura. Publicó luego
El Hacedor, El informe de Brodie y El libro de arena.
En
1961 compartió el Premio Formentor con Samuel Beckett, y en 1980 el Cervantes
con Gerardo Diego. Murió en Ginebra, el 14 de junio de 1986. Para recordarlo
reproducimos aquí algunas pinceladas de su pensamiento recreadas a modo de
diálogo ficcional recogidas de prólogos, artículos, y entrevistas de distintos
momentos de su vida.
¿Qué
opina sobre el pasado?
Como
los drusos, como la luna, como la muerte, como la semana que viene, el pasado
remoto es de aquellas cosas que puede enriquecer la ignorancia —que se
alimentan sobre todo de la ignorancia. Es infinitamente plástico y agradable,
mucho más servicial que el porvenir y mucho menos exigente de esfuerzos. Es la
estación famosa y predilecta de las mitologías. 1
¿Cómo
fue su infancia?
Yo
creí, durante años, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio
de calles aventuradas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un
jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados
libros ingleses. Palermo del cuchillo y de la guitarra andaba (me aseguran) por
las esquinas, pero quienes poblaron mis mañanas y dieron agradable horror a mis
noches fueron el bucanero ciego de Stevenson, agonizando bajo las patas de los
caballos y el traidor que abandonó a su amigo en la luna y el viajero del
tiempo, que trajo del porvenir una flor marchita… 2
¿Qué
es la patria?
Tantas
cosas queridas. El joven amor de mis padres, los rostros y sus almas, una vieja
espada, las agonías, los destierros, una mano que templa una guitarra, el olor
de la madreselva, una enciclopedia, la galería de una biblioteca por la que
estuvo Paul Groussac, el sabor de una fruta, la voz de mi padre, la voz de
Macedonio Fernández… La patria es ahora todas las patrias, todos los árboles
que me dieron su sombra, todos los libros que he leído para mi bien, todos los
hombres de buena voluntad que serán, fueron y son… 3
¿Cómo
aprendió a leer y a escribir?
Mi
madre me enseñó esas primeras letras; acaba de repetirme que las aprendí casi
con alacridad e impaciencia. Debe ser la verdad, porque yo no he recuperado
ningún recuerdo de ese gradual proceso asimilativo. Me consta que su escena fue
un dormitorio… Afuera –tiempo del novecientos cuatro o novecientos cinco, esquinas
de Serrano y de Guatemala- rondaba el incipiente Palermo de las arduas banderas
de remate y de la precaria honradez, de las tormentas amarillas de tierra y del
compadrito enlutado, de los juiciosos balconcitos mirones a ras de la vereda y
de las parradas mostrencas. Esas imágenes me gustan, ahora que han ascendido a
memorias. Entonces no pasaban de realidad
y yo las ignoraba con decisión, porque las selvas de la India y del
África eran lo que prefería mi pensamiento, incalculables, populosas y crueles.
Tuve una institutriz inglesa después. Su pedagogía fue deletérea o inútil,
porque al ingresar yo en 1909 al cuarto grado de la escuela primaria, descubrí
con temor que no me podía entender con mis condiscípulos. Carecía del léxico
más común: “biaba”, “biaba caldosa”, “otario”, “piña”, “muy de la garganta”,
“ganchudo”, “faso”, “meneguina”, “batir”. Las obscenidades de primera necesidad
también no faltaban. Las estudié y pronto me curé del contrario error
pedantesco de menudearlas mucho. 4
¿Por
qué escribe?
Porque
no puedo no escribir sin ese peculiar sentimiento de desventura que engendran
la cobardía y la deslealtad. Me creo mejor razonador, mejor inventor, que otros
escritores; sé que casi todos escriben mejor que yo, que a casi todos los
asiste una espontánea y negligente facilidad que me está vedada y que no
lograré ni por la meditación ni por el trabajo ni por la indiferencia ni por el
magnífico azar. Escribo, sin embargo, porque para mí no hay otro destino. (Eso
lo sé, desde la ya remota niñez). Para mi salvación, de nada me serviría ganar
batallas como mi bisabuelo Suárez, ni morir en la cruz como el Redentor, ni
traicionar por treinta dineros al Redentor como Judas Iscariote lo hizo. Cada
hombre tiene su destino, más allá de la ética; ese destino es su carácter, (…);
ese destino es la ética secreta del hombre… 5
¿Qué opinión tiene de sí mismo?
La
respuesta varía según la hora, según la temperatura, según el régimen
dietético, según las personas que espero ver. De una a siete de la tarde —mis
horas oficiales o teóricas de "trabajo"— me confieso un impostor, un
chambón, un equivocado esencial. De noche (conversando con Xul Solar, con
Manuel Peyrou, con Pedro Henríquez Ureña o con Amado Alonso) ya soy un
escritor. Si el tiempo es húmedo y caliente, me considero (con alguna razón) un
canalla; si hay viento sur, pienso que un bisabuelo mío decidió la batalla de
Junín y que yo mismo he consumado unas páginas que no son bochornosas. Me pasa
lo que a todos: soy inteligente con las personas inteligentes, nulo con las
estúpidas.6
¿Cómo
se le ocurren las cosas que escribe?
Al
otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y
me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta
cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de
profesores o en un diccionario biográfico. (…) Sería exagerado afirmar que
nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda
tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que
ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar,
quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del
lenguaje o la tradición.7
¿Sobre
la Guerra de Malvinas?
Ingenua
o maliciosamente (opto por el primer adverbio; la mente militar es sencilla) se
han confundido cosas distintas. Una, el derecho jurídico sobre un territorio;
otra, la invasión de ese territorio. 8
¿Cree
usted que se actuó en función de una actitud política?
Temo
que sí. El gobierno militar quería distraer la atención de la gente. Quería que
olvidaran, tan siquiera por un tiempo, las desapariciones, la ruina económica y
ética. 9
¿Qué
opina de los gobiernos de facto?
Un
gobierno de militares no es menos arbitrario y singular que un gobierno de
astrólogos, de escritores, de carpinteros, de diabéticos o de buzos. (…) La
democracia es, por ahora, nuestra única esperanza; nunca será tan insensata
como un golpe de estado. Sé harto bien que los políticos son hombres que han
contraído el hábito de mentir, el hábito de prometer, el hábito de sonreír, el
hábito de sobornar, el hábito de estar de acuerdo con cualquier auditorio y el
hábito de la profusa popularidad. Son, creo, un mal menor. 10
¿Qué
piensa usted del nacionalismo?
Es el
mayor de los males de nuestro tiempo. Desdichadamente para los hombres, el
planeta ha sido parcelado en países, cada uno provisto de lealtades, de
queridas memorias, de una mitología peculiar, de derechos, de agravios, de
fronteras, de banderas, de escudos y de mapas. Mientras dure ese arbitrario
estado de cosas serán inevitables las guerras. 11
Referencias:
1
Megáfono, Nº 12, Buenos Aires, abril de 1934.
2
Prólogo a la segunda edición de Evaristo Carriego, en Emir Rodríguez Monegal,
Borges por él mismo, Buenos Aires, Caracas, Monte Ávila Editores, 1981, pág.
20-21.
3
Néstor J. Montenegro, Diálogos. Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Quadrata Editor, 2003, págs.
13.
4
Diario La Razón, Buenos Aires, 31 de agosto de 1931.
6
Leoplán, Buenos Aires, Año II, N° 24,11 de diciembre de 1935.
7
Jorge L. Borges, El Hacedor, en Prosa Completa de Jorge. L. Borges, Barcelona,
Bruguera, 1985, vol. 3, págs. 257-258.
8
Néstor J. Montenegro, Op. Cit., pág. 13.
9 Op.
Cit, pág. 14
10
Op. Cit., págs. 13 y 17.
11
Op. Cit., pág. 15.
Extraído de: http://www.elhistoriador.com.ar/
Extraído de: http://www.elhistoriador.com.ar/
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