JOSÉ CLEMENTE
OROZCO, EL “GOYA MEXICANO”
José Clemente
Orozco nació en Zapotlán, actual Ciudad Guzmán el 23 de noviembre de 1883 y
murió en México el 7 de setiembre de 1949) Muralista unido por vínculos de
afinidad ideológica y por la propia naturaleza de su trabajo artístico a las
controvertidas personalidades de Rivera, Siqueiros, y Tamayo, José Clemente
Orozco fue uno de los creadores que, en el fértil período de entreguerras, hizo
florecer el arte pictórico mexicano gracias a sus originales creaciones,
marcadas por las tendencias artísticas que surgían al otro lado del Atlántico,
en la vieja Europa.
Orozco colaboró
al acceso a la modernidad estética de toda Latinoamérica, aunque la afirmación
tenga sólo un valor relativo y deban considerarse las peculiares
características del arte que practicaba, poderosamente influido, como es
natural, por la vocación pedagógica y el aliento político y social que informó
el trabajo de los muralistas mexicanos. Empeñados éstos en llevar a cabo una
tarea de educación de las masas populares, con objeto de incitarlas a la toma
de conciencia revolucionaria y nacional, debieron buscar un lenguaje plástico
directo, sencillo y poderoso, sin demasiadas concesiones al experimentalismo
vanguardista.
A los veintitrés
años ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Carlos para completar su
formación académica, puesto que su familia había decidido que aprovechara sus
innegables condiciones para el dibujo en "unos estudios que le aseguraran
el porvenir y que, además, pudieran servir para administrar sus tierras",
por lo que el muchacho inició la carrera de ingeniero agrónomo. El destino
profesional que el entorno familiar le reservaba no satisfacía en absoluto las
aspiraciones de Orozco, que muy pronto tuvo que afrontar las consecuencias de
un combate interior en el que su talento artístico se rebelaba ante unos
estudios que no le interesaban, y en 1909 decidió consagrarse por completo a la
pintura.
Durante cinco
años, de 1911 a 1916, para conseguir los ingresos económicos que le permitieran
dedicarse a su vocación, colaboró como caricaturista en algunas publicaciones,
entre ellas El Hijo del Ahuizote y La Vanguardia, y realizó una notable serie
de acuarelas ambientadas en los barrios bajos de la capital mexicana, con
especial presencia de unos antros nocturnos, muchas veces sórdidos, demostrando
en ambas facetas, la del caricaturista de actualidad y la del pintor, una
originalidad muy influida por las tendencias expresionistas.
De esa época
es, también, su primer cuadro de grandes dimensiones, Las últimas
fuerzas españolas evacuando con honor el castillo de San Juan de Ulúa (1915)
y su primera exposición pública, en 1916, en la librería Biblos de Ciudad de
México, constituida por un centenar de pinturas, acuarelas y dibujos que, con
el título de La Casa de las Lágrimas, estaban consagrados a las
prostitutas y revelaban una originalidad en la concepción, una búsqueda de lo
"diferente" que no excluía la compasión y optaba, decididamente, por
la crítica social.
Puede hallarse
en las pinturas de esta primera época una evidente conexión, aunque no una
visible influencia, con las del gran pin
tor francés Toulouse-Lautrec, ya que el
mexicano realizó también en sus lienzos una pintura para "la gente de la
calle", lo que se ha denominado "el gran público", y ambos
eligieron como tema y plasmaron en sus telas el ambiente de los cafés, los
cabarets y las casas de mala nota.
Orozco consiguió dar a
sus obras un cálido clima afectivo, una violencia incluso, que le valió el
calificativo de "Goya mexicano", porque conseguía reflejar en el
lienzo algo más que la realidad física del modelo elegido, de modo que en su
pintura (especialmente la de caballete) puede captarse una oscura vibración
humana a la que no son ajenas las circunstancias del modelo. Conservó este
sobrenombre para dar testimonio de la Revolución Mexicana con sus caricaturas
en La Vanguardia, uniéndose de ese modo a la tradición satírica inaugurada, a
finales del siglo XIX, por Escalante y Villanuesa.
on la clara voluntad de
ser un intérprete plástico de la Revolución, José Clemente Orozco puso en pie
una obra monumental, profundamente dramática por su contenido y sus temas
referidos a los acontecimientos históricos, sociales y políticos que había
vivido el país, contemplado siempre desde el desencanto y desde una perspectiva
de izquierdas, extremadamente crítica, pero también por su estilo y su forma,
por el trazo, la paleta y la composición de sus pinturas, puestas al servicio
de una expresividad violenta y desgarradora.
Su obra podría enmarcarse
en un realismo ferozmente expresionista, fruto tal vez de su contacto con las
vanguardias parisinas, a pesar de su consciente rechazo de las influencias
estéticas del Viejo Mundo; el suyo es un expresionismo que se manifiesta en
grandes composiciones, las cuales, por su rigor geométrico y el hieratismo de
sus robustos personajes, nos hacen pensar, hasta cierto punto, en algunos
ejemplos de la escultura precolombina. Hay que recordar al respecto que Orozco,
Rivera y Siqueiros, el "grupo de los tres" como les gustaba llamarse,
defendían el regreso a los orígenes, a la pureza de las formas mayas y aztecas,
como principal característica de su trabajo artístico.
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