Viglietti: “Sigo cantando por la urgencia de hacer un mundo más justo”
La última entrevista que fuera publicada en LA REPÚBLICA a Daniel Viglietti fue el 11 de febrero de este año y fue la que concedió a la agencia de noticias estatal argentina Télam, en el marco de su regreso a la escena musical porteña con dos recitales en la Sala Caras y Caretas para presentar lo que definió como “canciones donde memoria y futuro bailan juntos”.
El cantautor, que era una consecuente voz de la canción popular latinoamericana, sostuvo en la oportunidad que “es como si hubiera un conjunto de ideas y sentimientos que llega conmigo a interpretar canciones que me vienen de la sensibilidad que me trasmiten gentes que se resisten al olvido. Gentes que defienden su amor a la verdad y su confianza en que llegará un día en que en el horizonte social será como una explosión de luz”.
El trovador, que aún tenía 77 años –ayer cuando falleció ya había cumplido los 78-, legó canciones emblemáticas como “A desalambrar”, “Canción del hombre nuevo”, “Declaración de amor a Nicaragua”, “A una paloma”, “Esdrújulo”, “Che por si Ernesto” y “Esta canción nombra”, por citar apenas algunas.
Aunque está habituado a los reconocimientos ¿Cómo vivió haber recibido la Orden de las Artes y de las Letras de parte del gobierno francés?
Me emocionó porque una parte de mi vida, los años de exilio, los viví en Francia, y porque mi madre, la recordada pianista Lyda Indart, vivió allí muchos años, adquirió la nacionalidad, como yo lo hice años más tarde, y me trasmitió su cariño por ese país que aprendí a sentir también como mío.
Además allá viven mi hija Trilce y mi nieto Gaspar, que cumple ahora un año. Y allí conocí a mi actual compañera, la psicoanalista mexicano-francesa Lourdes, y a la madre francesa de mi hija, Annie.
Y tuve amigos franceses muy solidarios. Cuando en Montevideo el embajador de Francia me otorgó esa condecoración, agradecí lo que sentí que me venía de la Francia del histórico resistente Jean Moulin, del cantor anarquista Leó Ferré, de un Jean Paul Sartre –que fue uno de los que firmó por mi libertad cuando estuve preso en Montevideo en 1972- de un Frantz Fanon, de una Marguerite Duras, autora del guión del filme “Hiroshima mon amour”.
Bueno sentí que esa condecoración me venía de la Francia libertaria, desde tantos seres con los que he compartido y comparto una concepción de la vida basada en un proyecto de verdadero socialismo.
¿Cambió su manera de enfrentar un escenario con el paso de los años?
Más que enfrentar el escenario, más bien me ubico en él. Mantengo mi estilo de atril y banquito, luz casi fija y entre canción y canción voy agregando palabras, situando las temáticas. Todo eso mientras respiro lo que me llega del público, que en general es un silencio atento y entrañable. Trabajo, musicalmente hablando, con claroscuros, trato de manejar muchos matices en la voz y en la guitarra.
Y también con contrastes en la narrativa que va surgiendo del recital. Allí pueden convivir una canción de cuna, como “Negrita Martina”, que ha sido versionada en Argentina por Mercedes Sosa y Liliana Herrero, entre otras voces, y “Ojaleando”, una suerte de resumen de algunos de los problemas que atravesamos los que nos mantenemos con la conciencia despierta en estos tiempos en que hay que seguir trabajando y cantando por una justicia verdadera.
¿Qué cosas lo motivan a seguir componiendo y cantando?
Es cómo si me preguntaran por qué respiro. Es una necesidad casi biológica, aunque te confieso que no soy de los que están todo el día concentrado en la música. Necesito salirme periódicamente de la condición de cantautor. Alguna vez he pensado que si por alguna razón no continuara cantando y componiendo -lo que da más trabajo que cantar- yo sería escritor, cineasta o psicoanalista, vaya a saber.
Todos caminos vinculados a una interpretación de la realidad con pluma, cámara o diván. Al decirlo me doy cuenta de que siempre se trata de conexiones con lo exterior, con los semejantes y su aventura de vivir luchando por lo más justo. Pero no soy ni escritor, ni cineasta ni psicoanalista.
Soy lo que soy, que no sé bien cómo definir, aunque si pienso en mi larga actividad creando programas de radio o de televisión, suele decirse comunicador, puede ser. Uno es muchos, y muchos paran la oreja para oírlo a uno. Desde esa dialéctica sigo dando gracias a la vida. Y a los amigos y amigas de Argentina, que no son pocos. No digo nombre ni seña, sólo digo compañeros.
¿Cómo definiría la actualidad de la canción social?
Las definiciones son todo un problema. Canción-protesta en una época, luego canción comprometida, a veces canción testimonial, aquí canción con fundamento. He terminado por adoptar el término con que titulo mis trabajos actuales: “Canciones humanas”. Pueden ser de opinión, de conciencia, de amor, de paisaje, de reflexión sobre el interior de nosotros mismos, pero que siempre nacen de una sensibilidad compartida con los que porfiadamente seguimos imaginando un mundo diferente.
¿Sobre qué cuestiones considera que hay que seguir cantando?
La realidad siempre va respondiendo esa pregunta. Uno canta apoyando las causas de los pueblos que resisten, como la Cuba que sin Fidel sigue su camino, como la Venezuela bolivariana, como los procesos de Bolivia, de Ecuador, de nuestro Uruguay, donde en medio de políticas progresistas hay que enfrentar la impunidad, ejercer justicia con los represores de la dictadura, avanzar mucho más en eso, como ocurrió en los últimos años en la Argentina.
Uno no es una máquina editora de canciones “políticas”, me parece que hay que tratar de ser leal a uno mismo, no traicionarse, saber que dentro somos un país con aduanas, con precipicios, con maravillas, con trampas. Adentro, en las entrañas del día a día, también hay un combate entre la memoria y el olvido, el valor y la cobardía, entre la transparencia y la niebla, entre el dolor y la alegría, todas parejas que bailan juntas este vals de estar vivos.
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