Independencia de la nostalgia
Aldo Roque Difilippo
Los uruguayos solemos utilizar la víspera del feriado por el Día de la Independencia como pretexto para salir a bailar al ritmo de viejas melodías. Una noche donde reaparecen canciones de otras épocas, algunas de ellas justificadamente olvidadas por su relativa calidad artística.
Es que los rioplatenses, y especialmente los uruguayos, hemos exacerbado esa máxima de “todo tiempo pasado fue mejor”, algo que más que nostalgia implica cierto desprecio al presente y especialmente al futuro. Que tiñe de rosa todo lo pasado como si en las anteriores décadas no hubieran existido jóvenes responsables y viejos drogadictos (o a la inversa).
Quizá porque somos una sociedad envejecida, y aparentemente seguiremos siéndolo, de acuerdo a las proyecciones estadísticas. Somos una sociedad y por consiguiente, una cultura dominada por generaciones de personajes que han superado las seis décadas, y eso indefectiblemente tiñe todas las manifestaciones, casi sin espacio para la rebeldía, el ímpetu, el desenfado característico de la juventud. Pero además, el mundo adulto, cuasi geronte en que vivimos, mira con desprecio lo que producen o generan los jóvenes, los relega a un segundo o tercer plano, sin posibilidades de expresarse con su propia voz, y si por casualidad aparece uno, lo hace repitiendo los moldes impuestos, y no marcando una impronta nueva. Piense, por ejemplo en el mundo de la política, qué personajes nuevos han surgido en las últimas décadas. Aunque todos los partidos políticos incluyen en sus discursos mensajes al mundo juvenil, los terminan relegando a repartir volantes, pintar carteles, o a los anuncios publicitarios que después no se traducen en los cargos electivos.
No está mal recordar el pasado, pero de ahí a exacerbarlo, a ponerlo en un plano que no tiene, es similar a decir que todo el presente carece de valor. Todo pasado es pasado, bueno porque lo vivimos pero no más que eso.
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