Cuentito medieval
La historia de Crates e Hiparquia; de como el amor existe y
comprobarse puede, y de lo prescindible y vano de los aditamentos con que los
hombres pretenden adornarlo
Escriba Medieval
Crates nació en Tebas, fue
discípulo de Diógenes y conoció a Alejandro. Su padre, Ascondas, era rico y le
dejó doscientos talentos, pero un día conoció la historia de Telefo, rey de
Misia, que vestía harapos y portaba una cesta de mendigo. Entonces Crates
anunció que repartiría los doscientos talentos de su herencia y que desde ese
momento las vestimentas de Telefo le serían suficientes. Los tebanos se
pusieron a reír, pero él les arrojó su dinero, tomó un manto de tela y una
alforja y se fue.
Al llegar a Atenas puso en
práctica todo lo que aconsejaba Diógenes, y vagabundeó por las calles en medio
de los excrementos. Vivió desnudo en medio de la basura y recogió cortezas de
pan, aceitunas podridas y espinas de pescado seco para llenar su alforja.
Aseguraba que ella era una ciudad donde no se encontraban parásitos ni
cortesanas y que producía para su rey suficiente tomillo, ajo, higos, y pan.
Así, Crates cargaba su patria en sus espaldas y se alimentaba de ella.
Crates fue amable con los
hombres. Nada lo inquietaba. Las llagas le eran familiares, y lamentaba no
tener el cuerpo flexible para poder lamérseles como los perros. Si la mugre le
molestaba, conformábase con frotarse contra las murallas (como había observado
lo hacían los asnos).
La vida no fue generosa
con él. A fuerza de exponer sus ojos al polvo acre de la Ática tuvo legañas, y
una enfermedad desconocida lo cubrió de tumores.
Cuentan que un día el gran
Alejandro fue a verlo, pero Crates no le dio importancia y no le dispensó mas
atención que a cualquier ciudadano de los tantos que se acercaban, pues en
realidad él no tenía opinión de la grandeza, y los reyes le importaban tan poco
como los dioses.
Dicen también que Crates
tuvo un discípulo llamado Metrocles, que era un joven rico de Maronea, pero
conocerlo también llevó a que conociera a su hermana Hiparquia. Bella y noble,
Hiparquia no tuvo mejor idea que enamorarse de Crates. Esta cosa parece
imposible, pero está comprobado que lo amó, y tanto que fue tras él. Nada la
desalentó, ni la suciedad del cínico, ni su pobreza absoluta, ni el horror de su
vida pública. El le previno que vivía como los perros, en las calles, y que
buscaba huesos en la basura. Le advirtió que nada de su vida en común sería
ocultado, y que la poseería en público cuando el deseo le asaltara, como los
perros hacen con las perras. Hiparquia ya sabía todo eso. Sus padres trataron
de retenerla, pero ella los amenazó con matarse y ellos tuvieron piedad.
Entonces abandonó el pueblo de Maronea con los cabellos colgantes y cubierta
apenas con una leve tela, para unirse a Crates y compartir su vida. Algunos
antiguos documentos aseguran que tuvieron un hijo, pero nada hay de certeza al
respecto.
Aseguran también que
Hiparquia fue buena con los pobres y compasiva con los enfermos, a quienes
acariciaba, y lamía sin repugnancia las heridas de quienes las sufrían.
Si hacía frío, Crates e
Hiparquia se acostaban apretados contra los pobres y trataban de darles calor
con sus cuerpos.
Nada se sabe sobre la
muerte de Hiparquia, pero sí que Crates murió viejo, y que había terminado por
permanecer siempre en el mismo lugar, echado bajo el alero de un almacén del
Pireo donde los marineros guardaban los bultos del puerto; que dejó de nadar
errabundo en busca de algo para roer y que –como ni siquiera quiso estirar un
brazo para recibir un hueso- un día lo encontraron muerto y desecado como un
pescado en sal.
Moraleja:
Cuando una
historia antigua alguna reflexión rondando deja, si hay que se hace
innecesario, es escribir una tonta moraleja.
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