Del
último intento deste escriba por saberlo todo, y del convencimiento que tal
industria suele ser tan soberbia como inútil
Escriba Medieval
Amados Cofrades: antes de narraros mis andanzas por
algunas comarcas lejanas y no siempre pequeñas, debo manifestaros mis buenos
augurios para este año de 1514 que ha poco començado. Verdad es que cada inicio
los hombres renuevan esperanzas, y que no siempre tales expectativas se
cumplen, mas, mala cosa sería no pensar positivamente en torno destos asuntos
de la vida, pues en definitiva nuestro paso es tan efímero que tonto fuera
actuar como si acá nos quedáramos eternamente.
Recordad
entonces las palabras del filósofo Bías –uno de los siete sabios de Grecia-
quien al ver amenazada su ciudad de Priene por el ejército de Ciro y mientras
los ciudadanos huían cargando sus riquezas, les dijo al ser reconvenido por los
vecinos por no hacer ningún preparativo: “Omnia mecum porto” (llevo todo lo mío
conmigo).
Dese modo,
Nobles contertulios, cargando en mis alforjas algo de queso, una hogaza de pan
y un odre de vino, abandoné mi morada para echar una mirada (¿quién dice que no
sea la última?) a los hombres y mujeres de otras comarcas y conocer desa guisa
los modos y costumbres en que utilizaban o gastaban sus existencias.
No obstante os
advierto que no habré de cansaros relatando cada encuentro con otras gentes o
describiendo aldeas y pueblos visitados, primero porque no sería prudente
aburriros dese modo, y segundo porque mas allá de adaptaciones geográficas y
raíces étnicas, los hombres contienen en esencia las mismas virtudes y defectos
así sea que vivan en los helados países del norte o en las tórridas selvas
tropicales.
Una de las
aventuras que deseo relataros trátase de la visita a un pueblo donde –llegado
que hube un día- realizábase una justa de Arte. Habíanse allí reunidos un
centenar de escribas, pintores, músicos, y talladores variopintos para poner
sus creaciones a consideración de un grupo de críticos expertos que juzgarían
la calidad de cada artista. Por otro lado congregáronse otros artistas que no
participaban de la Justa, gentes del pueblo, y funcionarios de Palacio,
quedando entonces instalados dos Consistorios, el primero dellos secreto, y
público el segundo.
En el primero
fazían todos juramento de juzgar derechamente y sin parcialidad alguna según
las reglas del Arte, qual era la mejor de las obras allí esaminadas. Leídas
tales consideraciones por un escribano, cada uno dellos anotaba los vicios y
virtudes en ellas contenidos. E así que todas requeridas era fallada la que
carecía de vicios o por lo menos tenía menos cantidad dellos, y que sería
merecedora de la joya establecida como premio.
En el segundo
Consistorio y tras facer igual trabajo, anotóse el ganador de la presea, asunto
que no fue nada fácil y logróse luego de árduas discusiones en las que por
momentos temióse la salida de una daga de su vaina. Aquietáronse sin embargo
las aguas procelosas de los egos en pugna y todo concluyó sin que gota de
sangre cayera entre las piedras de aquel pueblo.
Culminado que
hubo tal evento marchamos todos a Palacio donde habría de conocerse el
resultado de la Justa. Allí instalóse la ceremonia presidida por un moço, con
ministriles y trompetas, confites y vino.
Naturalmente
podría contaros detalles de tal acontecimiento, mas no creo que tal industria
sea realmente de interés para vuesas mercedes. Sí deseo deciros que –abrumado
por la presencia y abundancia de cortesanos y alcahuetes palaciegos- busqué
tempranamente la salida hacia las caballerizas y huí hacia los aledaños
suburbanos en procura de una taberna donde beber una copa de vino pisado por
jóvenes aldeanas.
Instalado que
me hube en tal lugar y sentado en una mesa en las penumbras de un rincón,
deleitéme con el canto de un ignorado trovador cuyas virtudes superaban
largamente las exhibidas por el ganador de la joya instituída por el Rey.
Y fue al otro
día después de haber descansado mis huesos en una posada cercana que torné a
caminar por las calles empedradas de la aldea. Allí ví excelsos pintores
faciendo sus obras en cualquier esquina mientras los campesinos pasaban con sus
azadas hacia los campos circundantes; a los molineros marchando a moler el
trigo y a las lavanderas que portaban atados de ropa en sus cabezas.
Fue entonces
que la duda se instaló una vez mas en mi cabeza y corazón, al no poder
establecer dónde se encontraba la verdad, si en las creaciones de los artistas
de palacio o en las viscerales expresiones de los anónimos trovadores
callejeros. ¿Acaso ha sido vano el esfuerzo deste anciano en hurgar en antiguos
pergaminos? ¿Es que tal asunto no ha cumplido con el anhelado fin de encontrar
la sabiduría?...
Con mas dudas
que certezas partí al otro día hacia lejanas comarcas luego de gastar algunos
maravedíes en un viejo burro que pese a sus años no advertía por escaso mi peso
sobre el lomo.
Dos meses
anduve por caminos, senderos de montaña y verdes valles. Hablé con eremitas,
Caballeros, siervos y lacayos. Compartí con borrachos en tabernas de mala
muerte y escuché las quejas de mujeres que cambiaban un rato de amor por
algunas monedas en mugrientos lupanares, hasta que decidí regresar a mi morada.
Y acá estoy,
tal como me fui, con las mismas certidumbres e igual cantidad de interrogantes
que al partir, decido a continuar hurgando en viejos pergaminos, a sacudir el
polvo de antiguos papiros, a descifrar las palabras de los grandes Escribas
para encontrar que todo lo que fuíme a buscar quizá se resuma en estos versos: “¡Benditos aquellos que con el açada/
sustentan su vida e viven contentos/ e de quando en quando conosçen morada/ e
sufren pacientes las lluvias e vientos!/ Ca éstos non temen los sus
movimientos/ nin saben las cosas del tiempo pasado/nin de las presentes se
fazen cuidado/nin las venideras do han nasçimentos/”.
Moraleja:
Non
puede hombre alguno huir de sí mismo y tampoco puede conocerlo todo, intentar
facerlo lo lleva al abismo, y morirá ignorante…sí… de cualquier modo.
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