DE MI ENCUENTRO
CON “QUIZAPUEDA”, Y DE LAS INTERROGANTES QUE TAL PERSONAJE DEJÓ EN ESTE HUMILDE
ESCRIBA TRAS UNA JORNADA DE VIAJE EN LA INACABABLE BUSQUEDA DEL CONOCIMIENTO
Escriba
Medieval
Amados
Cofrades: heme aquí en esta madrugada donde el viento del sur sopla con fuerza
sobre esta pequeña, lejana, e ignorada comarca, intentando dirigirme a vuesas
mercedes con la claridad que vuestro intelecto merece.
Arrastro una
vez más la gastada pluma sobre un amarillento pergamino, mientras busco en mi
memoria palabras para contaros otra historia. Trátase esta vez de mi encuentro
con quien llamaré “Quizapueda”, apelativo que surge ante el imperio de la
necesidad, pues nunca supe el verdadero nombre del caminante que acompañóme
durante una jornada entera en el viaje de regreso a mi morada.
Bajaba ese día
hacia un verde valle llevando del ronzal a Oberon, mi burro, cuando encontré al
hombre de marras sentado bajo unos arbustos a la vera del camino. Ofrecíle
entonces un poco de agua de mis odres, obsequio que aceptó con gusto pues
carecía de ella en sus alforjas.
Sujeto de edad
indefinida, solicitó le permitiese acompañarme hasta el próximo poblado donde
–aseguró- visitaría algunos parientes que ha mucho no veía.
Fuese así que
emprendimos la marcha por la senda que a veces debíamos adivinar por estar
cubierta de maleza, y otras veces aparecía claramente marcada por huellas de
caballos y jumentos.
Hablaba el
hombre de manera pausada, y su prosa lindando la poesía atrajo de inmediato mi
atención. Relatóme angustias de su vida, efímeros momentos de alegría, habló de
noches pasadas procurando descifrar interrogantes de la vida, y sobre la ausencia
de respuestas ante el caso.
-Quizá pueda
algún día conocer la razón por la cual caminamos la existencia- dijo señalando
con un brazo extendido al horizonte, y ante mi silencio continuó:
-Quizá pueda
algún día saber si todo cuanto nos rodea es, o solo es aquello que vemos.
¿Cuánto hay de sueño en el soñar? ¿O acaso también es sueño la vigilia?-
¿Existe aquel
arroyo que al fondo del valle se avizora? ¿O existe en tanto se interponga en
el camino del viajero?-
-Quizá puedas
encontrar certezas economizando tus propias ansiedades- ocurrióseme decirle en
un momento.
-Quizá pueda-
respondió haciendo una pausa para sacar un guijarro introducido en su sandalia.
-Quizá pueda-
insistió mi ocasional acompañante
arrojando la pequeña piedra a un lado del camino--Quizá pueda comprender la
razón de la palabra, pues si el pensamiento no la necesita quizá su existencia
sea prescindible. –
-¿Y qué te
asegura que el pensamiento no la necesita? ¿Cómo haríais para poner en realidad las dudas que te
acucian? ¿De qué manera yo, caminando a tu lado en el sendero, podría saber de
tus angustias si no las haces cabalgar en el sonido de tu voz?-
Nada dijo el
hombre sin edad mientras nuestros pasos levantaban el fino polvo del camino.
Tomé provecho entonces del silencio y arremetí decididamente en defensa del
vocablo:
-Quizá no sea
la palabra signo de gran inteligencia, sin embargo los seres mas embrutecidos
la utilizan para manifestar su elemental necesidad. Sólo crece y cobra
dimensión cuando nace en cultivado pensamiento, se hace verso en la mente del
poeta, imagen en la pluma del escriba, mentira en los labios del Abad, perdón
en boca de la madre, y muerte en la sentencia de jueces-
La tarde
declinaba cuando llegamos al pueblo a cuya vera nos detuvimos para esperar la
noche en un establo abandonado.
Quizapueda
había ingresado en el mundo del silencio, y hasta allí estimé oportuno
acompañarlo. Compartimos pan y queso tirados sobre un poco de paja amontonada
en un rincón de aquel tablado mientras Oberón daba buena cuenta de otra parte,
y pronto el cansancio -aliado con el sueño- nos fue llevando hacia ese mundo
que a él tanto le inquietaba.
El canto de los
gallos regresóme del mundo de los sueños, y el dolor de mis huesos púsome en la
realidad de un golpe.
Prestamente
recordé el ínfimo lugar del universo que ocupaba y busqué en la aún oscuridad
noticias de mi compañero de viaje.
Ya no estaba.
Sobre mi talego
abandonado a los pies vivían mis sandalias, y sobre ellas un odre de vino
dejado por el hombre quizá como obsequio por haber permitido acompañarme.
Sin embargo
aquel encuentro habíame dejado algo más que un arrugado pellejo de piel de
cabra. También desde ese día cargo en mis alforjas el recuerdo de aquel hombre
-de cuya real existencia a veces dudo- y cuya duda eterna convertida en nombre
retorna con frecuencia implacable a mi memoria.
Sin embargo su
incesante deseo de poder comprender aún lo más simple no incomoda. He procurado
incorporarlo a mis quehaceres, y cada nuevo día al levantar mi osamenta del
camastro dígome a mí mismo: ¡quizá pueda!-
Moraleja:
Buscar en los
meandros de la mente la razón de una vida trashumante, quizá no logre hacer de
un hombre un sabio, pero sin duda que lo hará algo menos ignorante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario