El adiós a la más virtuosa del piano
A sus 95 años, falleció una de las
pianistas más virtuosas que dio Uruguay. Sus restos fueron velados en la tarde
en el Auditorio Nacional del Sodre y posteriormente recibieron sepultura en el
Cementerio del Buceo.
La
longeva artista, que siguió en actividad hasta sus últimos días, pasó la mayor
parte de su vida sentada al piano. Como niña prodigio, ofreció su primer
concierto cuando tenía apenas 6 años.
"Cuando
era muy chiquita, con 3 años, mis padres salían a caminar y me dejaban en casa
de mi abuela. Yo lloraba mucho, no quería quedarme. No sabían qué hacer para
calmarme. En la sala había un piano que siempre me llamaba la atención y le decía
a mi abuelita 'piano, piano'. En mi familia tenía una tía que tocaba muy bien
tango. Yo la oía y la empecé a copiar. Un día me escucha una de mis tías y
queda media sorprendida. No entendían cómo tocaba así siendo tan chica. Un día
va a casa un profesor de violín, mamá le dice que quiere que me escuche y se
sorprendió por mi tamaño. Me pone un ejemplo para que copie. Luego otro más
difícil. Quedó de boca abierta. A los seis años me pusieron a estudiar y a los
seis meses di mi primer concierto", explicó en una entrevista publicada
por el Sodre.
En
2013 fue homenajeada en el Sodre, al que siempre consideró su casa, con un
sello postal destinado a rendir tributo a grandes personalidades de la cultura
uruguaya. Además, se le ofreció estrenar el piano que adquirió la institución.
Cuando
tenía diez años tocó en el Teatro Solís un concierto de Mozart con orquesta.
Aseguraba que lo suyo era suerte. "No es fácil enseñarle a un niño. Tuve
una maestra muy inteligente, de una gran pedagogía que era Adela Piera. Después
como ella sufría mucho de asma pasé a Kolischer. Él era muy amigo de Arturo
Rubinstein, que fue quien me presentó en Buenos Aires a los once años. Fue un
concierto de Schumann en el Teatro Colón; después seguí tocando con Lamberto
Baldi desde luego".
Entre
sus principales influencias estaban Schumann, Chopin, Liszt, Beethoven, Mozart,
pero siempre se sintió especialmente atraída por Schumann, repertorio con el
que debutó en Buenos Aires. "Fue mucha gente, en barco, a seguirme. Yo era
una niño: lo que más me quedó grabado fue toda la gente que viajó para
escucharme", recordaba en diálogo con El País la última vez que actuó
acompañada por la Ossodre.
El
Sodre siempre fue su casa y la institución responsable de una de las
experiencias más enriquecedoras de su vida: vivir en Francia becada donde pudo
compartir escenario con grandes maestros.
"Toda
esa etapa en París, cuatro años estudiando y el concurso Ysaye, que fue un
desafío fantástico, fue lo mejor. Entre todos los países del mundo, porque
había representantes de 119 países quedamos doce, que fuimos instalados para
prepararnos. Vivimos encerrados, estudiando, y dimos un concierto para orquesta
inédito que preparamos todos en una semana. Tenía 18 años y fue una prueba
fantástica".
A
pesar de su avanzada edad, Mariño nunca pensaba en el retiro porque la música
era para ella una devoción, acompañada por constancia y mucha disciplina. Había
momentos en los que para ella ya no era fácil pero igual seguía. "Sufro
mucho de las cervicales, el día del concierto no podía mover la cabeza (se
refería a uno ofrecido en el Auditorio).
La
responsabilidad a veces pesa mucho. La gente es muy buena y generosa, pero uno
tiene que responder a eso. Uno no es una máquina, es humano. He visto a tantos
grandes detenerse en medio de un concierto. Nadie está libre de que le pase, es
un segundo que uno se pierde", comentaba al Sodre.
Mariño
tocaba siempre sin partitura porque le molestaba. Tenía todo en su cabeza y así
daba conciertos de varias horas, a menos que se tratara de un formato a dos
pianos.
Sobre
el público local opinaba que "escucha más murga que música". "Al
público hay que educarlo. Y si no se hacen conciertos a menudo para educar al
público, es muy difícil. Si usted no acostumbra a los chicos a escuchar algo
bueno no saben valorar, no saben diferenciar. En los tiempos de Hugo Balzo,
durante los ensayos de los sábados de mañana la sala estaba llena de
estudiantes por obligación. Como una clase. Se iban comunicando, aprendiendo,
eso no se hizo más. Es muy importante que los chicos vayan a los ensayos, que
oigan y que aprendan lo que están escuchando. Se van educando y van tomando el
gusto de oír buena música. ¿Cómo vamos a fomentar esto con las murgas?
Reconozco los valores de la gente que la hace, son muy talentosos, pero son
cosas bien diferentes", decía.
Su
lista de directores favoritos con los que había tocado era extensa, pero
destacaba a Erich Kleiber, Piero Gamba y Miguel Patrón Marchand.
Para
mantener buena salud su secreto era también la disciplina. "Por algo
llegué a esta edad", comentaba. "Estudio y rezo. Dios es la única
fuerza que uno tiene en este mundo. Sin eso, no vamos a ningún lado. Todo es
parte de Dios y el que no lo entienda está ciego, lamentablemente. Por eso el
mundo está como está, porque se olvidaron de Dios. Si todos hiciéramos caso a
las enseñanzas que nos dio el mundo sería una maravilla".
Cuando
estuvo al frente del ciclo Sábados de Otoño, el director de la Ossodre, Stefan
Lano, había calificado de "asombroso" el estado de la pianista, que
tenía 93 años y tocaba "con la energía de una chica de 17". Del Sodre
esperaba que en esta nueva etapa se reponga. "Tengo mucha esperanza. Por
suerte tenemos ahora esta sala. Una sala estupenda. Ha sido una gran suerte y
tiene una gran acústica, eso es importante. Muy linda sala".
Hoy
resulta emotivo citar cómo quería que la recordaran en el futuro. "Como
una persona de fe con valores cristianos, en definitiva como una persona de bien.
Más allá de la artista y de la música", fueron sus palabras.
extraído
de: http://www.elpais.com.uy/
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