RAMÓN DE CAMPOAMOR
Considerado un escritor
insignificante, insípido y anacrónico, fue –sin embargo- un eco,
en verso, de toda una sociedad y un tiempo.
Ramón de Campoamor y Camposoorio nació
en Navia el 24 de setiembre de 1817 y murió Madrid el 11 de febrero
de 1901. Poeta que gozó, en su tiempo, de gran estima y popularidad.
Su obra, no obstante, no superó la revisión de valores efectuada
por las generaciones del modernismo y la del 98. En cambio, refleja
fielmente las corrientes intelectuales de la época, tales como el
positivismo o el tradicionalismo religioso.
Huérfano muy
pronto de padre, fue educado por su madre durante su infancia, que
pasó en su tierra natal. Estudió latinidad en Puerto de Vega, en la
misma provincia, y de allí pasó a Santiago de Compostela, donde
cursó Filosofía. A los dieciocho años, en una crisis de
misticismo, decidió ingresar en la Compañía de Jesús, pero pronto
cambió de idea y, trasladado a Madrid, estudió lógica y
matemáticas en el convento de Santo Tomás.
Aficionado a la medicina, se matriculó
en el Colegio de San Carlos, pero no tardó mucho tiempo en revelarse
en Campoamor su verdadera vocación de poeta; abandonó los estudios
académicos, decidido a consagrarse a la literatura. Se pasaba largas
horas en la Biblioteca Nacional leyendo y estudiando las obras de los
clásicos españoles y universales. Mientras tanto frecuentaba las
tertulias literarias y se había dado a conocer con la publicación
de algunas poesías que merecieron elogios.
Sus primeras obras fueron un tomo
de Fábulas y otros dos titulados Ternezas y
flores (1840) y Ayes del alma (1842). Eran
versos fáciles y sentimentales que valieron a nuestro autor el
dictado de "poeta de las damas". Muy joven aún, manifestó
sus ideas políticas con la publicación de una serie de cuadernos
que tituló Historia crítica de las Cortes
reformadoras (1837). Pronto entró en la carrera
burocrática; se adscribió al partido moderado de Romero Robledo y
desde tal posición luchó contra los fundamentos del partido
democrático de Castelar. A fines de 1847, el conde de San Luis le
nombró jefe político de Castellón de la Plana, y más tarde fue
gobernador civil de Alicante y de Valencia (1584).
Campoamor continuaba escribiendo: en
1853 vio la luz El drama universal, poema de cierta
extensión al que siguieron otros dos títulos: Colón y El
licenciado Torralba. Pero sus obras más importantes y sobre todo
más características son las Doloras (1846), los
Pequeños poemas (1872-74) y las Humoradas (1886-88).
Campoamor se casó con Guillermina Gormande, que no le dio hijos, y
en 1861 ingresó en la Academia; en su discurso de recepción
desarrolló el tema La metafísica limpia, fija y da
esplendor al lenguaje.
Su mujer había aportado una apreciable
dote al matrimonio, con lo que Campoamor pasó a ser un pacífico y
acomodado burgués, de carácter afable y grata conversación, de
rostro simpático, ornado de blancas patillas que le daban el aspecto
de banquero acaudalado; vivió una prolongada ancianidad, sólo
perturbada por los ataques de gota, rodeado de la admiración de sus
contemporáneos, que veían en él a un genio de la poesía y a un
excelso filósofo; baste decir que fue comparado con Shakespeare,
Dante, Calderón, Goethe...
Lo cierto es que la obra de Campoamor
no resiste hoy un examen crítico. Su estilo es prosaico y su
pretendida filosofía es de lo más ramplón y superficial. Era un
hombre de talento, pero su concepto de la poesía, que expuso en
su Poética, es esencialmente equivocado; los aciertos
que pueda haber en su obra hacen excepción y pesan muy poco.
Su único mérito es el de haber sido
un eco, en verso, de toda una sociedad y un tiempo, pero ese tiempo
era, en cuanto a calidad poética, de lo más pobre que pueda darse
en cualquier época y país. El gusto y las ideas que entonces
predominaban en España sumieron a gran parte de la cultura hispana
en la más lamentable inanidad. El fracaso de las guerras coloniales
fue el revulsivo que produjo el movimiento intelectual y crítico de
la generación del 98. Campoamor y lo que el poeta representaba
quedaría superado por insignificante, insípido y anacrónico.
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