Ruben
Darío es el seudónimo del gran poeta nicaragüense Félix Rubén
García Sarmiento. Nació el 18 de enero de 1867 y murió el 6 de
febrero de 1916. Fue el iniciador y máximo representante del
Modernismo hispanoamericano. Su familia era conocida por el apellido
de un abuelo, "la familia de los Darío", y el joven poeta,
en busca de eufonía, adoptó la fórmula "Rubén Darío"
como nombre literario de batalla.
Con
una notable facilidad para el ritmo y la rima creció Ru en medio de
turbulentas desavenencias familiares, tutelado por solícitos
parientes y dibujando con palabras en su fuero interno sueños
exóticos, memorables heroísmos y tempestades sublimes. Pero ya en
su época toda esa parafernalia de prestigiosos tópicos románticos
comenzaba a desgastarse y se ofrecía a la imaginación de los poetas
como las armas inútiles que se conservan en una panoplia de
terciopelo ajado.
Rubén
Darío estaba llamado a revolucionar rítmicamente el verso
castellano, pero también a poblar el mundo literario de nuevas
fantasías, de ilusorios cisnes, de inevitables celajes, de canguros
y tigres de bengala conviviendo en el mismo paisaje imposible. Trajo
a un idioma que estaba en tiempos de decadencia el influjo
revitalizador americano y los modelos parnasianos y simbolistas
franceses, abriéndolo a un léxico rico y extraño, a una nueva
flexibilidad y musicalidad en el verso y la prosa, e introdujo temas
y motivos universales, exóticos y autóctonos, que excitaban la
imaginación y la facultad de analogías.
En
brillantez formal, estilística y musical, apenas hay poeta en lengua
española que iguale al Darío de la primera etapa, la etapa
plenamente modernista de Azul (1888) yProsas
Profanas (1896). Cuando se aminora su esteticismo, y el
ideal del arte por el arte deja lugar a nuevas inquietudes, surge su
obra maestra, Cantos de vida y esperanza (1905), en
la que el absoluto dominio de la forma ya no tiene la mera belleza
como único objetivo, sino que sirve a la expresión de una intimidad
angustiada o de preocupaciones sociohistóricas, como el devenir de
la América hispana.
Al
valor poético intrínseco de esa segunda etapa, más perdurable que
el de la primera, hay que sumar el papel de Rubén Darío como núcleo
originario y aglutinador de todo un movimiento, el Modernismo, que
marcó un hito en la historia de la literatura: tras seguir
sumisamente durante tres siglos los rumbos de las letras europeas,
nace en América una corriente literaria propia cuya influencia
pasará incluso a la metrópoli. Conseguida a principios del XIX la
independencia política, Latinoamérica lograba, a finales del mismo
siglo, la independencia literaria.
Biografía
Casi
por azar nació Rubén en una pequeña ciudad nicaragüense llamada
Metapa, pero al mes de su alumbramiento pasó a residir a León,
donde su madre, Rosa Sarmiento, y su padre, Manuel García, habían
fundado un matrimonio teóricamente de conveniencias pero próspero
sólo en disgustos.
Para
hacer más llevadera la mutua incomprensión, el incansable Manuel se
entregaba inmoderadamente a las farras y ahogaba sus penas en los
lupanares, mientras la pobre Rosa huía de vez en cuando de su
cónyuge para refugiarse en casa de alguno de sus parientes. No
tardaría la madre en dar a luz una segunda hija (Cándida Rosa, que
se malogró enseguida) ni en enamorarse de un tal Juan Benito
Soriano, con el que se fue a vivir arrastrando a su primogénito a
"una casa primitiva, pobre y sin ladrillos, en pleno campo",
situada en la localidad hondureña de San Marcos de Colón.
No
obstante, el pequeño Rubén volvió pronto a León y pasó a residir
con los tíos de su madre, Bernarda Sarmiento y su marido, el coronel
Félix Ramírez, los cuales habían perdido recientemente una niña y
lo acogieron como sus verdaderos padres. Muy de tarde en tarde vio
Rubén a Rosa Sarmiento, a quien desconocía, y poco más o menos a
Manuel, por quien siempre sintió desapego, hasta el punto de que el
incipiente poeta firmaba sus primeros trabajos escolares como Félix
Rubén Ramírez.
El
hogar del coronel Félix Ramírez era centro de célebres tertulias
que congregaban a la intelectualidad del país; en este ambiente
culto creció el pequeño Darío. Precoz versificador infantil, el
mismo Rubén no recordaba cuándo empezó a componer poemas, pero sí
que ya sabía leer a los tres, y que a los seis empezó a devorar los
clásicos que halló en la casa; a los trece ya era conocido como
poeta, y a los catorce concluyó su primera obra. En su ambiente y en
su tiempo, las elegías a los difuntos, los epitalamios a los recién
casados o las odas a los generales victoriosos formaban parte de los
usos y costumbres colectivos, cumplían con inveterada oportunidad
una función social para la que jamás había dejado de existir
demanda. Por entonces se recitaban versos como se erigían monumentos
al dramaturgo ilustre, se brindaba a la salud del neonato o se
ofrecían banquetes a los diplomáticos extranjeros.
Durante
su primeros años estudió con los jesuitas, a los que dedicó algún
poema cargado de invectivas, aludiendo a sus "sotanas
carcomidas" y motejándolos de "endriagos"; pero en
esa etapa de juventud no sólo cultivó la ironía: tan temprana como
su poesía influida por Bécquer y por Victor Hugo fue su vocación
de eterno enamorado. Según propia confesión en la Autobiografía,
una maestra de las primeras letras le impuso un severo castigo cuando
lo sorprendió "en compañía de una precoz chicuela, iniciando
indoctos e imposibles Dafnis y Cloe, y según el verso de Góngora,
las bellaquerías detrás de la puerta".
Antes
de cumplir quince años, cuando los designios de su corazón se
orientaron irresistiblemente hacia la esbelta muchacha de ojos verdes
llamada Rosario Emelina Murillo, en el catálogo de sus pasiones
había anotado a una "lejana prima, rubia, bastante bella",
tal vez Isabel Swan, y a la trapecista Hortensia Buislay. Ninguna de
ellas, sin embargo, le procuraría tantos quebraderos de cabeza como
Rosario; y como manifestara enseguida a la musa de su mediocre novela
sentimental Emelina sus deseos de contraer inmediato
matrimonio, sus amigos y parientes conspiraron para que abandonara la
ciudad y terminara de crecer sin incurrir en irreflexivas
precipitaciones.
En
agosto de 1882 se encontraba en El Salvador, y allí fue recibido por
el presidente Zaldívar, sobre el cual anota halagado en
su Autobiografía: "El presidente fue gentilísimo y
me habló de mis versos y me ofreció su protección; mas cuando me
preguntó qué es lo que yo deseaba, contesté con estas exactas e
inolvidables palabras que hicieron sonreír al varón de poder:
"Quiero tener una buena posición social".
En
este elocuente episodio, Rubén expresa sin tapujos sus ambiciones
burguesas, que vería dolorosamente frustradas y por cuya causa
habría de sufrir todavía más insidiosamente en su ulterior etapa
chilena. En Chile conoció también al presidente suicida Balmaceda y
trabó amistad con su hijo, Pedro Balmaceda Toro, así como con el
aristocrático círculo de allegados de éste; sin embargo, para
poder vestir decentemente, se alimentaba en secreto de "arenques
y cerveza", y a sus opulentos contertulios no se les ocultaba su
mísera condición.
De
la etapa chilena es Abrojos (1887), libro de poemas
que dan cuenta de su triste estado de poeta pobre e incomprendido; ni
siquiera un fugaz amor vivido con una tal Domitila consigue enjugar
su dolor. Para un concurso literario convocado por el millonario
Federico Varela escribió Otoñales, que obtuvo un
modestísimo octavo lugar entre los cuarenta y siete originales
presentados, y Canto épico a las glorias de Chile, por
el que se le otorgó el primer premio, compartido con Pedro Nolasco
Préndez y que le reportó la módica suma de trescientos pesos.
Pero
fue en 1888 cuando la auténtica valía de Rubén Darío se dio a
conocer con la publicación de Azul, libro encomiado
desde España por el a la sazón prestigioso novelista Juan Valera,
cuya importancia como puente entre las culturas española e
hispanoamericana ha sido brillantemente estudiada por María Beneyto.
Las cartas de Juan Valera sirvieron de prólogo a la nueva reedición
ampliada de 1890, pero para entonces ya se había convertido en
obsesiva la voluntad del poeta de escapar de aquellos estrechos
ambientes intelectuales (donde no hallaba ni el suficiente
reconocimiento como artista ni la anhelada prosperidad económica)
para conocer por fin su legendario París.
El
21 de junio de 1890 Rubén contrajo matrimonio con una mujer con la
que compartía aficiones literarias, Rafaela Contreras, pero sólo al
año siguiente, el 12 de enero, pudo completarse la ceremonia
religiosa, interrumpida por una asonada militar. Más tarde, con
motivo de la celebración del cuarto Centenario del Descubrimiento de
América, vio cumplidos sus deseos de conocer el Viejo Mundo al ser
enviado como embajador a España.
El
poeta desembarcó en La Coruña el 1 de agosto de 1892, precedido de
una celebridad que le permitiría establecer inmediatas relaciones
con las principales figuras de la política y la literatura
españolas, pero, desdichadamente, su felicidad se vio ensombrecida
por la súbita muerte de su esposa, acaecida el 23 de enero de 1893,
lo que no hizo sino avivar su tendencia, ya de siempre un tanto
desaforada, a trasegar formidables dosis de alcohol.
Precisamente
en estado de embriaguez fue poco después obligado a casarse con
aquella angélica muchacha que había sido objeto de su adoración
adolescente, Rosario Emelina Murillo, quien le hizo víctima de uno
de los más truculentos episodios de su vida. Al parecer, el hermano
de Rosario, un hombre sin escrúpulos, pergeñó el avieso plan,
sabedor de que la muchacha estaba embarazada. En complicidad con la
joven, sorprendió a los amantes en honesto comercio amoroso,
esgrimió una pistola, amenazó con matar a Rubén si no contraía
inmediatamente matrimonio, saturó de whisky al cuitado, hizo llamar
a un cura y fiscalizó la ceremonia religiosa el mismo día 8 de
marzo de 1893.
La
obra de Rubén Darío
La
poesía de Rubén Darío, tan bella como culta, musical y sonora,
influyó en centenares de escritores de ambos lados del océano
Atlántico. Darío fue uno de los grandes renovadores del lenguaje
poético en las letras hispánicas. Los elementos básicos de su
poética los podemos encontrar en los prólogos a Prosas
profanas, Cantos de vida y esperanza y El
canto errante. Entre ellos es fundamental la búsqueda de la
belleza que Rubén encuentra oculta en la realidad. Para Rubén, el
poeta tiene la misión de hacer accesible al resto de los hombres el
lado inefable de la realidad. Para descubrir este lado inefable, el
poeta cuenta con la metáfora y el símbolo como herramientas
principales. Directamente relacionado con esto está el rechazo de la
estética realista y su escapismo a escenarios fantásticos, alejados
espacial y temporalmente de su realidad.
Enteramente
inquieto e insatisfecho, codicioso de placer y de vida, angustiado
ante el dolor y la idea de la muerte, Darío pasa frecuentemente del
derroche a la estrechez, del optimismo frenético al pesimismo
desesperado, entre drogas, mujeres y alcohol, como si buscara en la
vida la misma sensación de originalidad que en la poesía o como si
tratara de aturdirse en su gloria para no examinar el fondo admonitor
de su conciencia. Este "pagano por amor a la vida y cristiano
por temor de la muerte" es un gran lírico ingenuo que adivina
su trascendencia y quiere romper el cerco tradicional de España y
América: y lo más importante es que lo consigue. Es necesario
romper la monótona solemnidad literaria de España con los ecos del
ímpetu romántico de Victor Hugo, con las galas de los parnasianos,
con el "esprit" de Verlaine; los artículos de Los
raros (1896), de temas preponderantemente franceses, nos
hablan con claridad de esta trayectoria.
Pero
también América hispánica se está encerrando en un círculo
tradicional, con lo norteamericano por arriba y los cantos a Junín y
a la agricultura de la Zona Tórrida por todas partes; y allá van
sus Prosas profanas, con unas primeras palabras de
programa, en las que figuran composiciones tan singulares y
brillantes como el Responso a Verlaine, Era un
aire suave... y la Sonatina. Ha triunfado el
modernismo: había que reaccionar contra la ampulosidad romántica y
la estrechez realista; las inquietudes de Casal, de James Freyre, de
Asunción Silva, de Martí, de Díaz Mirón, de Salvador Rueda, son
recogidas y organizadas por el gran lírico, que, influido por el
parnasianismo y el simbolismo franceses, echa las bases de la nueva
escuela: el modernismo, punto de partida de toda la renovación
lírica española e hispanoamericana.
Pero
él rechaza las normas de la escuela y la mala costumbre de la
imitación; dice que no hay escuelas, sino poetas, y aconseja que no
se imite a nadie, ni a él mismo... Ritmo y plástica, música y
fantasía son elementos esenciales de la nueva corriente, más
superficial y vistosa que profunda en un principio, cuando aún no se
había asentado el fermento revolucionario del poeta. Pero pronto
llega el asentamiento. El lírico "español de América y
americano de España", que había abierto a lo europeo y a lo
universal los cotos cerrados de la Madre Patria y de Hispanoamérica,
miró a su alma y su obra, y encontró la falta de solera hispánica:
"yo siempre fui, por alma y por cabeza, / español de
conciencia, obra y deseo"; y en la poesía primitiva y en la
poesía clásica española encontró la solera hispánica que
necesitaba para escribir los versos de la más lograda y trascendente
de sus obras: Cantos de vida y esperanza (1905), en
la que corrige explícitamente la superficialidad anterior ("yo
soy aquel que ayer no más decía..."), y en la que figuran
composiciones como Lo fatal, La marcha triunfal,
Salutación del optimista, A Roosevelt y Letanía
de Nuestro Señor don Quijote.
El
gran lírico nicaragüense abre las puertas literarias de España e
Hispanoamérica hacia lo exterior, como lo harán en seguida, en
plano más ideológico, los escritores españoles de la generación
del 98. La Fayette había simbolizado la presencia de Francia en la
lucha norteamericana por la independencia; las ideas de los
enciclopedistas y de la Revolución francesa habían estado presentes
en la gesta de la independencia hispanoamericana: ¿qué tiene de
sorprendente que Rubén Darío buscara en Francia los elementos que
necesitaba para su revolución? Quiso modernizar, renovar,
flexibilizar la grandeza hispánica con el "esprit", con la
gracia francesa, frente al sentido materialista y dominador del mundo
anglosajón y, especialmente, norteamericano.
Otras
composiciones trascendentes figuran en otros libros suyos: El
canto errante(1907), Poema del otoño y otros
poemas (1910), en el que figuran Margarita, está
linda la mar... y Los motivos del lobo, y el libro
que contiene su composición más extensa, el Canto a la
Argentina, que con otros poemas se publicó en 1914. La prosa
suya, además de en Azul y en Los raros,
podemos encontrarla en Peregrinaciones(1901), La
caravana pasa (1902) y Tierras solares (1904),
entre otros trabajos de menor interés concernientes a viajes,
impresiones políticas, autobiográficas, etc.
Rubén
Darío es un genio lírico hispanoamericano de resonancia universal,
que maneja el idioma con elegancia y cuidado, lo renueva con vocablos
brillantes, en un juego de ensayos métricos audaces y primorosos, y
se atreve a realizar con él combinaciones fonéticas dignas de fray
Luis de León, como aquella del verso: "bajo el ala aleve de un
leve abanico"; pero la aliteración es sólo un aspecto parcial
de la musicalidad del poeta, maestro moderno y universal del ritmo,
la imagen y la armonía.
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