sábado, 5 de septiembre de 2015

DE COMO LA TURBA SIEMPRE QUIERE SANGRE SIN IMPORTAR QUIÉN LA PROVEA


Escriba Medieval


Amados Cofrades; Nobles Caballeros que honráis con vuestra atención las historias deste viejo Escriba, bellas Damas que seguís con bondadosa condescendencia estos relatos. Invítoles hoy a compartir mi crónica acerca de algunos sucesos acaecidos en esta pequeña y lejana comarca, y que han tenido como protagonistas a los mozalbetes prisioneros en las mazmorras de Palacio.
Ocurre que de un buen tiempo hasta el presente, un grupo destos desharrapados -que aún no han cumplido 216 meses de edad- ha venido atacando a indefensas ancianas que caminan las calles de la aldea faciendo sus compras domésticas. Suelen cometer sus fechorías en los alrededores de las plazas donde llegan carruajes públicos que traen y llevan viajeros hacia otras comarcas. Allí hay apostaderos con sombra y agua fresca para gentes y caballerías, artesanos que ofrecen sus productos, tejedoras voceando las bondades de sus telas, y otros que venden dulces y comidas. Ese entorno que algunos llaman “Terminal”, quizá porque allí acaba el viaje, pero que bien podría llamarse “Inicial”, pues también allí comienzan otros, es el sitio elegido por los susodichos para cometer sus fechorías.

Sin embargo –queridos contertulios- los desmanes destos pilletes no se remiten a tomar una bolsa de manos ajenas y echar a correr, también acuchillan hasta la muerte y sin misericordia para hacerse de unos pocos maravedíes, y suelen profanar la intimidad de jóvenes doncellas que luego asesinan sin piedad.
Entonces el pueblo sale a la calle, desborda las plazas públicas, rodea el palacio, esgrime picas, palos , y espadas, y quienes no poseen otras cosas que instrumentos de labranza los tornan en armas para manifestar su indignación y rabia.
El pueblo escribe en grandes papiros los nombres de sus muertos, los llora, grita por sus hijas mancilladas, por sus abuelos condenados a una silla a causa del ataque de los vándalos, y piden por los derechos que aseguran tener como seres humanos.
El pueblo todo quiere y desea la muerte de los que aún no tienen 216 meses, pero lo callan porque serán acusados de “barbarie”, por miedo al Cura y al Abad, pero sobre todas las cosas por pura hipocresía.
Entonces los recibe un Noble Ministro de la Corte que promete justicia, reúne soldados, los rearma, capturan algunos malhechores y los arrojan a las mazmorras más oscuras de Palacio.
Pasa un tiempo y la paz parece retornar a la pequeña y lejana comarca, hasta que un día el pueblo se entera que los guardianes de la prisión castigan a los condenados… y Troya arde nuevamente.
El pueblo sale a la calle, desborda en las plazas públicas, rodea el palacio, esgrime picas, palos , y espadas, y quienes no poseen otras cosas que instrumentos de labranza los tornan en armas para manifestar su indignación y rabia. Quieran la cabeza de los guardianes que castigan a quienes no hace mucho querían ver muertos.
La turba quiere sangre sin importar quién la provea. Los que ayer eran objeto del más absoluto desprecio y cuyas cabezas querían ver en la punta de las picas, hoy han adquirido los derechos como seres humanos que ayer les fueron negados.
La turba pide la sangre de los guardianes, verdad es, pero sólo será hasta el próximo crimen. La indignación no suele durar mucho tiempo en este convulsionado año del señor de 1515. Ojalá en un futuro lejano, quizá en 500 años, la humanidad encuentre la manera de educar a sus hijos en el bién, y queste no sea sólo el utópico deseo de un humilde Escriba Medieval.





Moraleja: Cuando la injusticia clave dolorosa daga en vuestra panza, inútil será disimular tus ancestrales deseos de venganza.

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