viernes, 29 de julio de 2011

Sobre la pintura mural

Damián Ibarguren, una escalera, y una pared gigante
Ángel Juárez Masares


Quizá no exista nada tan parecido como arrojar al mar una botella con un mensaje como pintar un mural, y si el paralelismo suena un tanto absurdo, detengámonos por un momento en algunos aspectos puntuales.
Una vez a merced de las corrientes la botella de marras deja de pertenecerle a quien la arrojó, y queda librada a la posibilidad que su contenido sea descubierto por otras personas.
La pintura mural deja de pertenecerle a su autor en el momento que la da por terminada, y queda librada a la interpretación de quienes se detengan frente a ella y capten el mensaje.
Si la carta de la botella llega a manos de un pescador, quizá tenga una lectura diferente a la que pueda encontrarle un poeta que camina por la playa.
El mural tendrá el mismo efecto entre la gente que pase frente a él, pues cada integrante del lugar donde se encuentre habrá de elaborar su propia concepción intelectual del asunto.
Por otra parte, la diferencia entre la pintura de caballete, y la muralística, es demasiado obvia para entrar en detalles sin agredir la inteligencia de nuestros lectores, de manera que –por un elemental sentido de respeto hacia ellos- no lo haremos.
Sí es oportuno insistir en el esfuerzo físico que implica pintar una pared de varios metros cuadrados, porque si bien la carga intelectual puede ser la misma, la realización de la obra pasa por innumerables ascensos y descensos de escaleras o andamios, y por igual número de caminatas que alejen al pintor del soporte para tener una visión de conjunto de la obra que –además- irá “alterando” sus colores a causa de la incidencia de la luz.
A lo anterior debemos sumarle el factor tiempo, porque por lo general el muralista –sobre todo en nuestro país- no cuenta con el suficiente para distenderse o distraerse, y debe trabajar bajo presión en ese sentido. Acotación la margen, nunca juzguemos apresuradamente a quien –o quienes- trabajan en un mural, si no dedican demasiado tiempo a evacuar las preguntas de la gente sobre la obra. Es verdad que todos quienes hemos practicado esa disciplina sabemos que “ese tiempo” forma parte del trabajo, pero muchas veces la necesidad de optimizarlo puede confundirse con soberbia o antipatía, actitudes que –generalmente- no forman parte de la personalidad del artista.

El sábado 23 estuvimos en la localidad de Nuevo Berlín, en el Departamento de Río Negro, observando el trabajo de nuestro colega y amigo Damián Ibarguren Gauthier, mientras daba vida a una pared del Centro Democrático de la mencionada localidad.
Con la amabilidad que lo caracteriza, Damián nos dedicó tiempo para darnos algunos detalles de la obra, y las circunstancias que hicieron posible su realización.
“Esto surge por interés de Sergio Milessi, que es el Alcalde de esta ciudad -comienza diciendo Damián- quien en marzo nos invitó a venir a Nuevo Berlín, conocer un poco la gente, y entonces comenzamos a pensar en una “movida” como la de Piedras Coloradas (*) para más adelante. Pero de todas maneras queríamos que los artistas locales se involucraran. Es como un Proyecto a largo plazo, pero concretamente este mural surge en el marco del Bicentenario, donde además estamos haciendo diferentes actividades”.
Consultado sobre la respuesta de la gente, Damián destacó el interés por la obra, y las consultas permanentes sobre la misma, actitud que calificó como enriquecedora y divertida.
También señaló algunos aspectos de una charla mantenida con alrededor de una docena de artistas locales, a quienes dijo haberles contado sus experiencias y su postura ante el arte, invitándoles a aprovechar el interés del Municipio en darles apoyo. En ese sentido nos permitimos agregar que el contacto con los creadores locales -y en este caso podemos generalizar- es más importante de lo que se puede suponer, pues siempre quedará el incentivo que implica ver a otro artista trabajar. Naturalmente, cada uno lo canalizará a su manera y de acuerdo a su personalidad, pero lo medular es que la botella ya está en el mar y alguien descifrará su mensaje.
Dejamos Nuevo Berlín con la imagen de Damián cubierto de pintura de pié a cabeza, cansado de subir y bajar de la escalera, de caminar al otro lado de la calle para tener esa visión de conjunto de la obra de la que hablamos, pero con la satisfacción de estar haciendo lo que le gusta y sabe.
En resumen: un obrero del arte poniendo con humildad y trabajo, un ladrillo más en la construcción de la educación y cultura de los pueblos.




(*) Durante los días 3 y 4 de octubre de 2008, la Intendencia Municipal de Paysandú apoyó la iniciativa del Centro MEC de la localidad de Piedras Coloradas -a cargo del artista Mario Sarabi- reuniendo en esa oportunidad a más de treinta pintores de diferentes puntos de nuestro país, Argentina, y Chile. Ese “Encuentro de Pintores” permitió un intercambio de experiencias muy enriquecedor, además de un relacionamiento interactivo que aún se mantiene entre muchos de quienes asistimos.
Al año pasado la experiencia se repitió -esta vez en la localidad de Chapicuy- con idéntica respuesta. Cabe esperar que los nuevos Gobernantes departamentales tengan la visión suficiente para continuar apoyando esos Encuentros y –por qué no- la idea sea adoptada por otros en beneficio de la sociedad.

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