¿Puede un café con leche arreglar el mundo?
Ángel Juárez Masares
Si pensamos por un momento que el mundo nunca fue redondo en el sentido equidistante que eso podría significar, veremos que la diferencia entre quienes pagan sumas astronómicas para convertirse por unas horas en astronautas, está cada vez más lejos de quienes se mueren de hambre.
Esta semana asistimos a los rutinarios acontecimientos internacionales, en los cuales se destacó la alianza entre los congresistas Republicanos y Demócratas para elevar el tope de la deuda norteamericana y evitar –asunto impensable- que la economía cayera en default.
El miércoles, la noticia fue tapa de los diarios en forma casi unánime, y el casi lo marcó el poderoso New York Times, publicando la foto de un niño somalí desnutrido.
Entrar en los detalles de la hambruna que comienza a generalizarse en varios países africanos, sería improcedente a partir que hoy día cualquier ciudadano del mundo puede acceder a ellos y no es –además- el motivo de esta reflexión. También sería improcedente -por su complejidad- investigar las razones que llevaron al equipo de editores del diario aludido a optar por esa foto, apartándose así de la masificación informativa.
Desde el Tercer Mundo, nos limitamos a leer las noticias sobre los avances tecnológicos; los esfuerzos de la Unión Europea por salvar Grecia, la fuga radiactiva permanente del –casi olvidado- reactor nuclear de Fukuyima, y el cumpleaños de Barak Obama.
No obstante, geográficamente lejos de esos asuntos, no podemos evitar lanzar una mirada hacia adentro de nuestra América Latina, porque también en ella la historia se repite. La distancia que media entre las luces de San Pablo con sus galerías de arte, y las favelas colgadas de montañas, es igual a la que existe entre Puerto Madero y los riojanos o jujeños que pastorean ovejas en el norte argentino.
La misma que existe entre Montevideo y los pescadores de Bella Unión, o la que puede medirse entre Santiago de Chile y algún pueblo del norte.
Pero el tema que nos ocupa -y nos preocupa- es el hambre, y ya no en su versión eufemística acerca del hambre del alma, que es tan real como la otra pero tiene otro modo de matar. Queremos detenernos en el hambre que mata miles de personas; que hace tabla rasa entre los abandonados por gobiernos corruptos, y por las naciones mercenarias que explotan las riquezas existentes bajo la tierra de los que se mueren de hambre, llámense diamantes o petróleo.
Cierta vez, trabajando como recepcionista en un Hotel de primera categoría, un Gerente de esos que suelen aparecer a las tres de la mañana nos pilló “in fraganti” dándole un café con leche y sándwiches a “Chingolo”. Nunca supimos su nombre y en realidad poco importaba. Lo importante es que no pasaba de los siete años; estaba en la calle, y tenía hambre. El hombre nos miró y dijo: -¿Así que ustedes quieren arreglar el mundo?-
Esta madrugada, escribiendo esta inocentada -porque en definitiva lo es-
No pude evitar acordarme de esa anécdota y me entró la duda…¿no será que un café con leche puede contribuir a “arreglar el mundo”?
¿No deberíamos pensar por un momento en que la gente que se preocupa porque los niños tengan un vaso de leche y un trozo de pan, a través de merenderos o acciones parecidas, no se cuestionan si están o no arreglando el mundo?
¿No será esa tarea la manifestación de protesta más sublime ante las brechas sociales que prometen cerrarse durante las campañas electorales, pero que después siguen abiertas?
¿Quién dice entonces que un café con leche no sea la clave para “arreglar el mundo”?
1 comentario:
Cuanta verdad, estimado Angel, pero cuan poco podemos hacer...
Cuanta es nuestra impotencia ante tales males, todos teorizan, o teorizamos acerca de esto, pero acciones concretas ...pocas...muy pocas...
Para colmo de males muchas de las entidades de beneficecia solo se montan para beneficiarse a si mismos, pagado sueldos y regalias a sus directores y colaboradores y donando las migajas que quedan. En fin podemos hablar muchisimo, pero creo que hacemos poquisimo.
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