Ángel Juárez Masares
Quizá podría asegurarse que no existe hombre o mujer que no haya
escrito alguna vez algunos versos, y tampoco sería descabellado asegurar que la
mayoría sintió pudor de compartirlos.
Poner en palabras un amor adolescente, la pérdida de alguien a quien
amamos, o vislumbrar que el ciclo vital nos aproxima al final de los días,
dispara un mecanismo interior que nos impulsa a poner en palabras tales
angustias.
¿Por qué “tales angustias”?
Porque como si fuera una ley establecida, la poesía es –por regla
general- hija del dolor. Rara vez llevamos al papel nuestras alegrías. Basta
lanzar una mirada a los grandes poetas que ha dado la humanidad, para comprobar
que la mayoría de ellos ha dejado en versos sus tragedias personales,
compartidas luego por sus semejantes por un puro acto identificatorio.
Personalidades referentes en el mundo de las letras han opinado sobre
el tema. Muchos con una mirada fría sobre un asunto tan caliente, han centrado
sus críticas sobre los conceptos técnicos que transforman un sentimiento
visceral en un poema.
No seremos nosotros quienes tomemos partido en asunto tan delicado,
pues hacerlo no sería ya un acto de soberbia, sino una torpeza de proporciones.
La idea es reflexionar juntos sobre estas cuestiones para ir desbrozando los
caminos hacia la perfección, aunque seamos conscientes que nunca la hallaremos.
“No basta para ser poeta, peinar en ritmo y rima el chorro de una
fuente que suena; hay que ser fuente, manantial, profunda veta de humanidad que
resume energía estética, renovadora, impulsora…” dice Ortega y Gasset en su
Estética de la Razón Vital ”.
¿Significa esto que la poesía mal rimada del adolescente que no se
atreve a decirle de su amor a la vecina carece de valor? Y…en todo caso, ¿Tiene
alguien potestad para tasar un sentimiento?
En su “Filosofía del Arte”, Virgil Aldrich se pregunta: ¿cuáles son los materiales del arte?
Luego dice que “esta pregunta se confunde a menudo con la que se
refiere al medio, así que se les da a
ambas una simple respuesta: el lenguaje.
Esta falta de discriminación deja bastante nublados otros conceptos clave en la
estética de la literatura”.
Más adelante Aldrich señala que “con la simple pronunciación de una
palabra se producen los fonemas a través una correcta combinación de morfemas.
Para poder hacer esto (pronunciar correctamente una palabra) se necesita
aprendizaje y práctica.
Sin embargo esto resulta muy distinto al uso, y al acto oratorio
comunicativo o expresivo que aporte significado a la imagen. Saber el empleo de
la palabra es conocer su significación. Desde este punto de vista, el lenguaje
tendrá un tipo básico de “estática”. Esto es la distribución temporal de
fonemas y morfemas propiamente formados, en palabras (vocabulario) y con la
sucesión -gramaticalmente ordenada- de esas palabras en frases.”
Para Aldrich, “el manejo del lenguaje pasa fundamentalmente por el uso
correcto del conjunto de palabras llamado frase, y de su “estática” y
“dinámica”.
La estática implica normas de sonidos hablados. Algunos más sonoros
que otros, y esta sonoridad se observará por el artista en la combinación de
palabras, que además deberán acomodarse para hacer más impresionantes los
fonemas mediante la aliteración. La consonancia, o la rima. Tal asunto pone en
juego la dinámica del lenguaje. Esto es en parte asunto de los acentos,
intervalos, y sobre todo de los ritmos.
La norma rítmica podrá volverse métrica, siempre que nos ayude este
tipo de regularidad. Así obtenemos el metro poético que –junto a los valores
tonales de la estática- realiza las calidades musicales del lenguaje”.
Se podría concluir entonces que el poeta es simplemente un músico cuyo
medio no es sólo la sonoridad de tonos en una escala, sino de sonidos hablados
medidos por ese metro”.
Aldrich dice que “algunos formalistas en estética literaria nos hablan
de la significación como si fuese un asunto menor, hasta descuidable. “No es lo que usted dice como poeta, sino
cómo lo dice”.
Retomaremos algunos conceptos generales vertidos por Ortega y Gasset
sobre la estética, en el entendido que pueden aportar –por su propia
generalización- un poco de luz a las intrincadas reflexiones de Virgil Aldrich.
“Cada arte –dice Ortega y Gasset- responde a un aspecto radical de lo
más íntimo e irreductible que encierra
en sí el hombre.
La historia del arte es una serie de ensayos para expresar ese tema
ideal que justifica sus diferencias de las otras artes: es la trayectoria que
recorre, como una alada flecha para –más allá- al fin de los tiempos, clavarse
en su meta. Ese punto en el infinito marca la dirección, el sentido, la razón
de ser de cada arte.”
La complejidad de estos asuntos quizá ha sido puesta en discusión
desde que el hombre comenzó a expresarse a través de signos grabados sobre
tabletas de arcilla. Sin embargo, finalmente nos remitiremos a algunos conceptos vertidos por Leonardo Da Vinci, para quien “en el fingir
de las palabras la poesía supera a la pintura, y en el fingir de los hechos la
pintura supera a la poesía; la misma proporción que existe entre los hechos y
las palabras existe entre la pintura y la poesía, porque los hechos afectan a
la vista y las palabras al oído”.
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