El
cruel asesinato que desató la primera guerra entre primates no humanos de la
historia
Javier Salas
Se
cumplen 40 años del comienzo de un terrible conflicto bélico entre dos grupos
de chimpancés del Parque Gombe, el primero documentado por la ciencia y que fue
dado a conocer por Jane Goodall.
Godi decidió
alejarse de su grupo del valle Kahama hacia unos árboles frutales. Aunque son
muy sociales, los chimpancés suelen disfrutar de una buena comilona en
solitario. Mientras lo hacía, un grupo de ocho chimpancés del grupo vecino se
movía rápida y sigilosamente por la frontera de sus territorios. Esta partida
avanzaba en fila india, en silencio, parando cada vez que ganaban unos cuantos
metros para atender al olfato y al oído. Su pelo estaba erizado y se mostraban
ansiosos y excitados. El joven macho que disfrutaba de su merienda en las ramas
de un árbol no vio venir el ataque.
Súbitamente, los
machos más rápidos del escuadrón de ataque se lanzaron sobre Godi, derribándolo
bruscamente. Aunque logró zafarse del primer asalto, Humphrey, Figan y Jomeo,
el peso pesado del clan de Kasakela, corrían hombro con hombro tras él hasta
que el primero de ellos logró agarrarle por una pierna, tumbándolo de golpe en
el suelo, boca abajo. De un salto, Humphrey se sentó sobre su cabeza, sujetando
sus extremidades, para que los otros cinco machos adultos desataran la
violencia sobre su cuerpo desamparado. Un macho adolescente y una hembra, Gigi,
les jaleaban en un segundo plano.
Rodolf, el más
viejo de los machos del grupo de Kasakela, mordía al indefenso rival con sus
escasos dientes en cuanto veía ocasión mientras Figan, Jomeo, Sherry y Evered
golpeaban salvajemente la espalda de su víctima. Para siquiera imaginar la
violencia que sufría Godi, conviene recordar que incluso un chimpancé criado en
cautividad cuadruplica la fuerza de un hombre en buena forma. Los sonidos de la
selva quedaron silenciados con el griterío de los chimpancés: los chillidos de
Godi, ahogándose entre el terror y el dolor, y el frenesí furioso de los
alaridos de sus agresores.
La brutal paliza
duró diez minutos. Después, Humphrey soltó a su víctima, que quedó inmóvil,
gimiendo, durante un largo rato. Todavía tenía el rostro hundido en el barro.
En ese momento, Rodolf se acercó hasta el cuerpo dolorido de Godi con una roca
entre sus manos y la estampó sobre él. Era la tarde del 7 de enero de 1974.
“Estaba gravemente
herido, con grandes cortes en la cara, una pierna y el lado derecho de su
pecho, y debía estar seriamente dañado por la tremenda paliza que había
recibido. Sin lugar a dudas, murió a causa de estas heridas, porque nunca
volvió a ser visto por el equipo que estudiaba el grupo de Kahama”, relata la
prestigiosa primatóloga Jane Goodall en su libro A través de la ventana (1990).
La investigadora tituló Guerra el capítulo en el que narra este episodio, que
fue presenciado por un atónito colaborador de Goodall, Hilali Matama, y que
Goodall había dado a conocer inicialmente en su libro Los chimpancés de Gombe:
patrones de comportamiento (1986).
El asesinato de
Godi, como si se tratara del magnicidio del archiduque Francisco Fernando de
Austria de 1914, marcó el estallido de una guerra de cuatro años entre dos
clanes de chimpancés, el del valle Kahama y el del valle Kasekela, que será
recordado como el primer conflicto bélico entre primates no humanos. Sin duda,
enfrentamientos como aquel se habrían dado anteriormente, pero la muerte de
Godi —y las que le siguieron— fue la primera ocasión en que se tuvo
conocimiento de ese nivel de violencia premeditada y cruel, con el claro
objetivo de matar a los rivales, no sólo de vencerles.
El conflicto había
comenzado a gestarse un par de años antes, cuando un grupo de machos que
pertenecían al clan Kasakela —Hugh, Charlie, Dé, Godi, Willy Wally, Sniff y Goliath—
fueron poco a poco desligándose hasta constituir su propio grupo al sur, en el
valle Kahama. Desde que se consumó la división norte-sur en 1972, la escalada
violenta se desató, pasando de roces a escaramuzas y de golpes a ataques
orquestados. Pero fue a partir de 1974 cuando la espiral sangrienta tomó un
cariz espeluznante. El goteo de muertes terroríficas siguió adelante hasta que,
en 1977, los machos de Kasakela aniquilaron a Sniff, el último macho Kahama.
Incluso mataron a una de las hembras, Madam Bee, siempre en ataques del mismo
estilo cobarde, acorralando a una víctima entre muchos para matarla con un
terrorífico afán.
Escenas de
pesadilla
“Durante años luché
para aceptar este nuevo descubrimiento. A menudo, me despertaba en medio de la
noche y venían a mi mente terribles imágenes: Satan [un macho Kasakela]
ahuecando la mano debajo de la barbilla de Sniff para beber la sangre que
manaba de una gran herida de su rostro; el anciano Rodolf, por lo general
bondadoso, completamente erguido para lanzar una roca de dos kilos sobre el
cuerpo postrado de Godi; Jomeo arrancando a tiras la piel del muslo de Dé;
Figan golpeando una y otra vez el cuerpo tembloroso y malherido de Goliath, uno
de sus ídolos de infancia. Y, tal vez lo peor de todo, Passion atiborrándose
con la carne del hijo de Gilka, con la boca manchada de sangre como un grotesco
vampiro de las leyendas infantiles”, describe una afectada Goodall.
Este último
episodio de canibalismo, el de Passion y su hija Pom secuestrando crías de su
propio clan para devorarlas, se convertía en el paradigma de los años de terror
que se vivieron en el Parque Nacional de Gombe (Tanzania) y que, en cierto
modo, puso fin al idilio de los primeros años de Goodall entre los chimpancés.
A Goodall le dolió
especialmente la muerte de Goliath, uno de sus primeros amigos en Gombe.
Emilie, una estudiante que colaboraba con el grupo de Goodall, presenció el
ataque que llevó a su muerte. Esta joven estaba sorprendida por la rabia y la
terrorífica hostilidad de los cinco agresores: “Sin duda querían matarlo. Faben
incluso retorció su pierna una y otra vez como si quisiera desmembrar a su
presa tras una cacería”, relató posteriormente a su jefa.
Tras el shock
inicial por este descubrimiento, la comunidad científica puso estos episodios
en cuarentena y solo recientemente, cuatro décadas después, se han reconocido
como lo que fueron: una demostración del lado más violento de estos primos
hermanos de los humanos. “Por aquel entonces, los chimpancés de Gombe estaban
siendo aprovisionados con comida, una práctica de duró meses, tal vez incluso
años”, explica a Materia el primatólogo Josep Call, recordando que Goodall
comenzó a dar plátanos a los chimpancés en 1965. “Es posible que algunos
investigadores atribuyeran este episodio en cuestión a causas no naturales. El
paso de los años y la acumulación de conocimiento han demostrado que dichos
episodios también ocurren en ausencia de aprovisionamiento”, resume Call,
director del centro de investigación en grandes simios más importante del
mundo, ubicado en Leipzig.
“Fue la primera
prueba de que el conflicto entre grupos existe y que a veces se manifiesta de
forma muy violenta. Como a menudo sucede en el campo de la investigación, la
verdadera importancia de un primer episodio o de un descubrimiento inicial se
aprecia mejor cuando pasan unos años y se acumulan (y repiten) episodios
similares”, defiende este reconocido investigador barcelonés.
Un hito de la
primatología
Hoy por hoy, la
expansión del territorio y los recursos que conllevan —incluidas las hembras—
se citan como las principales fuerzas subyacentes en este tipo de conducta. Uno
de los investigadores que más ha trabajado en esta pauta expansionista es el
antropólogo John Mitani, de la Universidad de Michigan, que en 2010 publicó un
estudio decisivo tras años de observación de la gigantesca comunidad de
chimpancés de Ngogo (150 ejemplares), en el Parque Nacional de Kibale (Uganda):
su equipo observó 18 ataques mortales que finalmente tuvieron como consecuencia
la ampliación del territorio de los atacantes.
“Es muy raro que
los animales vayan por ahí matando a otros de su especie. Por eso genera tanto
interés. Lo que ha quedado claro durante tantos años después de la primera
observación en Gombe es ¿por qué los chimpancés matan a miembros de otros
grupos? Nuestro trabajo en Ngogo ha demostrado, creo, de forma bastante
concluyente que se trata de una estrategia a largo plazo para lograr el dominio
sobre los grupos vecinos”, explica Mitani a esta redacción. “Si tiene éxito,
los chimpancés son capaces de ampliar sus territorios a costa de sus vecinos”,
resume.
Sin embargo, y a
pesar de que es la propia Goodall la que usa el término “guerra”, ni a Mitani
ni a Call les gusta la terminología bélica para los comportamientos de los chimpancés.
“Creo que la guerra humana es algo que es muy diferente de lo que los
chimpancés hacen cuando matan a otros”, reivindica Mitani. Y añade: “En
cualquier caso, también es importante recordar que existen muchos otros tipos
de animales en el mundo, además de los chimpancés y otros primates, que
participan en este tipo de comportamiento: las hormigas, por ejemplo”.
Call también
recurre a estos insectos sociales: “Hormigas de diferentes especies han
demostrado un agonismo intenso hacia otras colonias, que en algunos casos creo
que pueden llegar al exterminio total. En general, el conflicto entre grupos
vecinos de animales es mucho mas común en el mundo animal de lo que cabría
pensar. Pero claro, cuando se trata de chimpancés, tal vez nos parece más parecido
a un acto bélico”.
“Durante muchos
años”, escribe Goodall, “yo había creído que los chimpancés, al tiempo que
mostraban asombrosas similitudes con los humanos en muchos sentidos eran, en
general, ‘más bonitos’ que nosotros. De pronto, me di cuenta de que, en
determinadas circunstancias, podían ser igual de brutales, que también tenían
un lado oscuro de su naturaleza. Y eso duele”.
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