sábado, 1 de febrero de 2014

La literatura hispana se convierte en potencia cultural en EE UU


Estados Unidos no se entiende si se ignora el español. El significado de toponímicos como Los Ángeles, El Paso, Colorado o Nevada es transparente. Otros conllevan una historia más recóndita, como California, término procedente de las novelas de caballerías, en cuya lectura se forjó la imaginación de los conquistadores, quienes proyectaban sus fantasías sobre la inasible realidad en la que se veían inmersos. California era el nombre de una isla habitada exclusivamente por mujeres donde se asentaban los dominios de la mítica Calafia, la reina negra de Las Sergas de Esplandián (1510). El origen de la latinización de Estados Unidos se remonta a 1848, año en que se firma el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, en virtud del cual México cede al poderoso vecino del norte más de la mitad de su territorio nacional a cambio de 15 millones de dólares. La cesión incluía la totalidad de lo que hoy constituyen los Estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, así como extensas zonas de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. Con las tierras, pasó a pertenecer a otra nación una población cuyo idioma era el español. Tan traumático trasvase selló de manera irreversible el destino bilingüe y bicultural del país, fenómeno reforzado por un flujo migratorio que mantiene permanentemente viva la fuerza de la lengua española y las culturas de que es vehículo.

Es en este vasto contexto donde, tras más de siglo y medio de pervivencia de la tradición literaria en castellano, surge la figura de Rolando Hinojosa-Smith, decano de las letras chicanas, cuyo nombre ha sonado en más de una ocasión como candidato al Premio Cervantes. La propuesta está doblemente justificada, ya que a sus méritos como escritor se añade su valor como representante de una forma de escribir que hunde sus raíces en lo más profundo de nuestra historia literaria.
La obra narrativa de Hinojosa-Smith, de una cohesión admirable, consta de 15 novelas que se integran en una serie conocida como Viaje de la muerte en Klail City. El lenguaje de Hinojosa-Smith remite directa y deliberadamente al de los prosistas castellanos del siglo XV. Un año después de su publicación, Hinojosa-Smith cambió el título originario de la segunda entrega de la serie (Klail City y sus alrededores) por otro tomado de una obra compuesta a mediados del siglo XV por el historiador Fernán Pérez de Guzmán. Imposible encontrar credenciales castellanas más prístinas que estas: Pérez de Guzmán fue bisabuelo de Garcilaso de la Vega, tío del marqués de Santillana y sobrino del canciller Pedro López de Ayala. El guiño de Hinojosa-Smith no se queda ahí. La cuarta novela de la saga lleva el título de una obra de Hernán Pérez del Pulgar que data de 1488 (y por tanto es, al igual que Generaciones y semblanzas anterior a la existencia misma del vocablo América). Hinojosa-Smith se limitó tan solo a cambiar un vocablo: Claros varones de Belken, en lugar del originario Claros varones de Castilla. Belken es el nombre de un condado ficcional de impronta faulkneriana cuya capital es Klail City, una de las ciudades de un vallesituado a orillas de la frontera entre Texas y México. Escenario de todas las novelas de Hinojosa-Smith, el valle es un lugar a la vez mítico y real.


Hace unos meses, la editorial Xordica recuperó para los lectores españoles la primera novela de Hinojosa-Smith, Estampas del valle, obra publicada hace más de cuatro décadas, y con la que su autor obtuvo el Premio Quinto Sol. El retraso pone de relieve la falta de atención por parte de nuestro mundo editorial hacia la literatura de los latinos de Estados Unidos. Son varias las ramas que integran esta tradición. La de mayor peso, por razones históricas y de contigüidad geográfica, es la de origen mexicano, seguida de las de procedencia caribeña: puertorriqueños, dominicanos, y cubanos, cada una con sus rasgos distintivos. A ello se suma la producción, considerablemente irregular, que aportan las comunidades oriundas del resto de América Latina. El fenómeno más interesante en relación con los diversos grupos de origen hispánico es la erosión de las barreras que los mantenían separados, lo cual ha desembocado en la forja de una nueva identidad. En Estados Unidos hay inmigrantes de origen mexicano, caribeño, sur o centroamericano, pero todos se sienten latinos o hispanos. El catalizador de este proceso es el español, cuya fuerza se renueva de manera constante gracias al flujo incesante de emigrantes. Este fenómeno de fusión se aprecia también en la literatura, aunque es preciso señalar que el vehículo expresivo es (incertidumbres futuras aparte) mayoritariamente el inglés.
La primera obra de envergadura de las letras hispanas es The Squatter and the Don (1885), de Amparo Ruiz de Burton, escrita a la sombra de la derrota que infligió Estados Unidos a México, en la que se refleja la situación de los vencidos tras la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo. Para dar con un título que conecte con la sensibilidad literaria de la modernidad hay que trasladarse a 1936, fecha de publicación de Locos, sofisticada colección de cuentos del americaniard (español afincado en Estados Unidos, el término lo acuñó él) Felipe Alfau. Autor también de Chromos (1948), novela que narra las peripecias de los americaniards. Alfau es un outsider del canon latino, en el que ocupa un valor más bien simbólico y marginal. Publicada en 1945, Mexican Village de Josephina Niggli es una obra de considerable valor literario. Aunque nació en México, Niggli era de origen europeo tanto por línea materna como paterna, lo cual explica su visión, más idealizada que vivida, de la cultura mexicana. Mexican Village es un conjunto de 10 relatos que se entrecruzan configurando un artefacto narrativo sumamente ágil y de lectura muy amena. La obra del puertorriqueño Jesús Colón (1901-1974), una de las figuras más interesantes de la literatura hispana, es fascinante. Coetáneo de Alfau, de orígenes paupérrimos, Colón era negro, comunista, así como autor de una copiosa y brillante obra periodística tanto en inglés como en español. Un puertorriqueño en Nueva York y otras estampas (1961), su obra más emblemática, es una pequeña joya literaria. Lo más destacado de la visión de Colón es su inmensa humanidad, impregnada de un saludable sentido del humor. Colón fue precursor de la sensibilidad nuyorican, que en paralelo con la emergencia de una conciencia de la identidad chicana señala el comienzo de un movimiento de resistencia política y afirmación de los valores culturales latinos. A lo largo de la década de los sesenta, surgen en las dos costas del país obras de importancia parelela. El juez puertorriqueño Edwin Torres nos ofrece una interesante visión del mundo de la delincuencia neoyorquina que conoció de primera mano en la novela titulada Carlito’s Way (1963). Ese mismo año el chicano John Rechy publica City of Night, novela demoledorasobre el mundo de la prostitución masculina en las ciudades de Nueva York, Los Ángeles, San Francisco y Nueva Orleans. Down These Mean Streets (1967),sobrecogedor relato autobiográfico de Piri Thomas sobre la vida en Spanish Harlem, concitó el interés general del público hacia lo que ocurría en los barrios hispanos del Alto Manhattan. Aunque no vio la luz hasta 1984, la mejor crónica de la historia de la colonia puertorriqueña de Nueva York son Las Memorias de Bernardo Vega, documento de gran valor sociológico, además de literario.
A principios de la década de los setenta las letras chicanas experimentan una sacudida, con la aparición en años consecutivos de tres obras cumbre de la literatura mexicano-americana: …y no se lo tragó la tierra (1971), de Tomás Rivera; Bless Me, Ultima (1972), de Rudolfo Anaya, y Estampas del valle (1973), de Rolando Hinojosa-Smith. La primera y la tercera de estas novelas se escribieron originariamente en castellano. Muy diferente, aunque de innegable interés es la Autobiografía de un búfalo marrón (1972), del activista chicano Oscar Z. Acosta, personaje de vida y muerte intrigantes que gozó de la amistad de Hunter S. Thompson, quien trazó un perfil inovidable en Rolling Stone. Simultáneamente, se deja oír en Nueva York la voz de Nicholassa Mohr, autora de tres obras de gran valor testimonial y literario: Nilda (1973), El Bronx Remembered (1975) e In Nueva York (1977). La trilogía de clásicos de la literatura chicana escrita por Anaya, Rivera e Hinojosa-Smith tiene un precursor en Pocho (1959), de José Antonio Villarreal, y un continuador en Sabine Ulibarri, autor de una espléndida colección de relatos titulada Mi abuela fumaba puros y otros cuentos de Tierra Amarilla (1977).

Iniciada la siguiente década, en 1982 se publican dos obras que ocupan un lugar central en el imaginario de la literatura latina. La primera es Hunger of Memory, autobiografía que sigue los pasos de Richard Rodríguez desde un barrio pobre de San Francisco hasta Harvard. A su vez, en la Costa Este, el puertorriqueño Edward Rivera publica Family Installments, novela elegantemente escrita que nos ofrece un vívido retrato de una familia de Spanish Harlem. En 1983 debuta en la escena literaria una de las figuras esenciales de las letras hispanas, Oscar Hijuelos, cubano del Bronx, con la excelente Our House in the Last World. Se empiezan así a alinear los nombres mayores de la literatura latina actual. En 1984 Sandra Cisneros, chicana de Chicago, publica A House on Mango Street, una obrita para niños en apariencia menor pero cuya influencia sigue perdurando hoy. La década se despide con la aparición de dos novelas de gran calibre: The Long Night of White Chickens, que marca la aparición de un escritor de primer orden, el guatemalteco-americano Francisco Goldman, y Los reyes del mambo tocan canciones de amor, novela que al obtener el Premio Pulitzer al año siguiente, pondría en el mapa a la literatura hispana.

Las consecuencias no se hicieron esperar. En 1990, además del Pulitzer de Hijuelos, son finalistas del National Book Award Chromos (casi medio siglo después de su publicación),de Felipe Alfau, y Paradise, de la española Elena Castedo. La nómina de primeras obras que vieron la luz aquellos años es abultada. Se abre en 1991 con How the García Girls Lost Their Accents, de la dominicana Julia Álvarez. La cosecha de 1992 fue excelente: Abraham Rodríguez, Jr. publica The Boy Without a Flag: Tales of the South Bronx (1992), libro de cuentos a la altura de los de Junot Díaz. El colombiano Jaime Manrique irrumpe en la escena con Latin Moon in Manhattan, divertida farsa sobre drogas y amoríos homosexuales en el barrio neoyorquino de Queens. La lista de primeras obras notables del año la cierra Dreaming in Cuban, de Cristina García. En 1993 uno de los escritores chicanos más interesantes de las últimas décadas, Dagoberto Gilb, confirma su talento con The Magic of Blood (1993) y en 1994, Abraham Rodríguez publica Spidertown, novela sobre el mundo de las drogas en la zona norte de Nueva York. 1997 es un año importante. Marinero raso ratifica a Francisco Goldman como autor de talla internacional, mientras que en la Feria del Libro de Fráncfort, editores de todo el mundo pujan por hacerse con los derechos de Drown, libro de cuentos de un desconocido que responde al nombre de Junot Díaz. Un año después, al filo del nuevo milenio, Rolando Hinojosa-Smith publica Ask a Policeman, con la que pone fin a la serie de Klail City un cuarto de siglo después de haberla iniciado con Estampas del valle.
Nacido en Mercedes, Texas, el 21 de enero de 1929, Rolando Hinojosa-Smith era hijo de un campesino que había luchado en la revolución mexicana y Carrie, su mujer, ama de casa. Como ocurrió con numerosos latinos de su generación, la guerra de Corea lo dejó marcado. Ávido lector durante su infancia, el español fue el idioma de su entorno durante sus años de formación. Su primer encuentro con el inglés tuvo lugar cuando inició sus estudios de secundaria. Al igual que su abuela, su madre y tres de sus hermanas, Hinojosa-Smith se hizo maestro, siendo después profesor de instituto en Brownsville y ulteriormente llegó a ejercer la docencia universitaria. La escritura de Rolando Hinojosa-Smith es el resultado de una formidable amalgama de influencias, que incluye a los clásicos castellanos, Galdós, Anthony Powell (autor de Dance to the Music of Time, saga narrativa en 12 volúmenes), Heinrich Böll, los americanos Faulkner y Twain y el escritor polaco-americano de origen judío Bashevis Singer. Su visión coral se traduce en el empleo de innumerables voces, con las que busca dotar de representatividad a la comunidad del valle. Un profesor alemán que llevó a cabo un censo de los personajes de Klail City contabilizó cerca de un millar. El castellano que utiliza Hinojosa-Smith en los cinco primeros libros de la serie es bellísimo y de un corte clásico que se ha perdido en la mayor parte del ámbito literario panhispánico. A partir de la sexta entrega, Rites and Witnesses, Hinojosa-Smith utilizó solo el inglés.

Las distintas entregas del Viaje de la muerte nos ofrecen un retrato panorámico de la vida en el South West a lo largo de medio siglo. Estampas del valle no es más que el primer acercamiento al condado de Belken y Klail City, aunque todos los ingredientes que se desarrollarán en los restantes episodios de la serie se encuentran en embrión allí. La novela, de apenas cien páginas, obtuvo el Premio Quinto Sol cuando se publicó. En ella hacen su primera aparición Rafa Buenrostro y Jehu Malacara, personajes centrales de la saga. En la segunda parte el lector se tropieza con una gran variedad de textos y documentos con los que se intenta encontrar claves que permitan resolver un asesinato. La tercera es una selección de semblanzas de personajes procedentes de los distintos estratos sociales de Klail City. Como ocurre con las buenas series de televisión, tras Estampas del valle Hinojosa-Smith supo mantener en vilo a los lectores, que a veces tenían que esperar años para averiguar qué sucedía en el siguiente episodio del Viaje de la muerte.
Rolando Hinojosa-Smith publicó la que presumiblemente será su última obra, We the Happy Few, una novela de campus que no forma parte del Viaje de la muerte, en 2006. ¿Quiénes, además de él, son importantes en el panorama actual de la literatura hispánico-norteamericana. Por su extensión y el alto nivel de calidad medio de su obra, Oscar Hijuelos, autor de una decena de títulos, es uno de los valores más sólidos. Lo difícil, en la mayoría de los casos, es mantener el interés despertado con la primera obra en los títulos siguientes. Dos autoras que lo han conseguido, aunque con altibajos, son Julia Álvarez y Sandra Cisneros. Algunas de las obras más interesantes publicadas en lo que va de siglo son Bodega Dreams (2000), del ecuatoriano Ernesto Quinonez; The Republic of East L.A. (2002), del veterano Luis J. Rodríguez, autor de la emblemática Always Running: La vida loca (1993), y The Devil’s Highway (2005), de Luis Alberto Urrea. En 2007 aparece La maravillosa vida breve de Óscar Wao, con la que Junot Díaz se convierte en el segundo hispano en obtener el Premio Pulitzer. A su vez, el autor de origen peruano Daniel Alarcón publica Radio Ciudad Perdida. Autor de cuentos en inglés y en español, Alarcón publicó en octubre y con excelentes críticas At Night We Walk in Circles. Entre los autores de no ficción destaca Rubén Martínez, cuya obra más reciente, Desert America (2012), examina aspectos importantes de la cultura latina en su compleja fricción con la dominante. En el campo de la narrativa, mientras que la obra de Francisco Goldman ha tomado una dirección muy diferente desde que publicó Di su nombre (2011), Junot Díaz ha vuelto a demostrar su talento con Así es como la pierdes (2012).


Extraído de: http://cultura.elpais.com/

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