SALVADOR DALÍ, LA
MEZCLA PERFECTA DE GENIO Y EXTRAVAGANCIA
Salvador Dalí
nació en Figueres, Gerona, el 11 de mayo de1904 y murió en Púbol el 23 de enero
de 1989. Dalí nació en una madrugada de la primavera de 1904 en el seno de una
familia burguesa, hijo de un notario bien pensante y de una sensible dama
aficionada a los pájaros. Más tarde escribiría: "A los tres años quería
ser cocinero. A los cinco quería ser Napoleón. Mi ambición no ha hecho más que
crecer y ahora es la de llegar a ser Salvador Dalí y nada más. Por otra parte,
esto es muy difícil, ya que, a medida que m
e acerco a Salvador Dalí, él se
aleja de mí".
Puesto que la
persecución sería incesante y el objetivo no habría de alcanzarse nunca y, dado
que en ningún recodo de su biografía estaba previsto que hallara el equilibrio
y la paz, decidió ser excesivo en todo, interpretar numerosos personajes y
sublimar su angustia en una pluralidad de delirios humorísticos y sórdidos. Se
definió a sí mismo como "perverso polimorfo, rezagado y anarquizante",
"blando, débil y repulsivo", aunque para conquistar esta laboriosa
imagen publicitaria antes hubo de salvar algunas pruebas iniciáticas, y si el
juego favorito de su primera infancia era vestir el traje de rey, ya hacia sus
diez años, cuando se pinta como El niño enfermo, explora las
ventajas de aparentar una constitución frágil y nerviosa.
Su precocidad
es sorprendente: a los doce años descubre el estilo de los impresionistas
franceses y se hace impresionista, a los catorce ya ha trabado conocimiento con
el arte de Picasso y se ha hecho cubista y a los quince se ha convertido en
editor de la revista Studium, donde dibuja brillantes
pastiches para la sección titulada "Los grandes maestros de la
Pintura".
En 1919
abandona su Cataluña natal y se traslada a Madrid, ingresa en la Academia de
Bellas Artes y se hace amigo del gran poeta granadino Federico García Lorca y
del futuro cineasta surrealista Luis Buñuel, de quien sin embargo se
distanciará irreversiblemente en 1930. En la capital adopta un extraordinario
atuendo: lleva los cabellos largos, una corbata desproporcionadamente grande y
una capa que arrastra hasta los pies. A veces luce una camisa azul cielo,
adornada con gemelos de zafiro, se sujeta el pelo con una redecilla y lo lustra
con barniz para óleo. Es difícil que su presencia pase desapercibida.
En los
revueltos y conflictivos meses de 1923 sufre un desafortunado contratiempo. En
la Academia de Bellas Artes a la que está adscrito se producen manifestaciones
en contra de un profesor, y antes de que dé comienzo el discurso oficial y se
desate la violenta polémica, Salvador abandona la sala. Las autoridades creen
que con este gesto ha sido él quien ha dado la señal de ataque y rebelión y
deciden expulsarlo durante un año. Después, de nuevo en Figueras, los guardias
vienen a detenerlo y pasa una temporada en la cárcel.
A la salida de
prisión recibirá dos alegrías. La primera, una prensa para grabado que su padre
le regala, y la segunda, la visita de su excelente compañero de la Residencia
de Estudiantes de Madrid Federico García Lorca, quien, en las calurosas noches
del verano de Cadaqués, lee a toda la familia Dalí sus versos y dramas recién
compuestos. Es allí, junto al Mediterráneo, donde García Lorca redacta la
célebre "Oda a Salvador Dalí", publicada unos años después, en 1929,
en la Revista de Occidente. Pronto será también Luis Buñuel quien llegue a
Cadaqués para trabajar con su amigo Salvador en un guión cinematográfico
absolutamente atípico y del que surgirá una película tan extraña como es El
perro andaluz.
En 1927 Dalí
viaja por primera vez a París, pero es al año siguiente cuando se instala en la
capital francesa y se une al grupo surrealista que lidera el poeta André
Breton. Este último terminará expulsándolo del movimiento algunos años después,
en una memorable sesión de enjuiciamiento a la que Dalí compareció cubierto con
una manta y con un termómetro en la boca, aparentando ficticiamente estar
aquejado de fiebre y convirtiendo así el opresivo juicio en una ridícula farsa.
La triple acusación
a la que tuvo entonces que enfrentarse Dalí fue: coquetear con los fascismos,
hacer gala de un catolicismo delirante y sentir una pasión desmedida e
irrefrenable por el dinero. A esto precisamente alude el célebre apodo
anagramático con que fue motejado por Breton, Avida dolars,
acusación que lejos de desagradar al pintor le proporcionaba un secreto e
irónico placer. De hecho, después de conocer a la que sería su musa y compañera
durante toda su vida, Gala, entonces todavía esposa de otro surrealista, el
poeta Paul Eluard, Dalí declaró románticamente: "Amo a Gala más que a mi
madre, más que a mi padre, más que a Picasso y más, incluso, que al
dinero."
Salvador se
enamoró de Gala en el verano de 1929 y con ella gozó por primera vez de las
mieles del erotismo. Es la época en que pinta Adecuación del deseo, Placeres
iluminados y El gran masturbador, pintura esta última que
fue atacada y desgarrada por el fanático grupo puritano los Camelots du Roy.
Mientras tiene lugar una exposición de sus obras en la Galería Goemans de
París, la joven y apasionada pareja se refugia y aísla en la Costa Azul,
pasando los días y las noches encerrados en una pequeña habitación de un hotel
con los postigos cerrados.
Enterado el
padre de Salvador de la vida disoluta de su hijo por un artículo de Eugenio
d'Ors aparecido en La Gaceta Literaria, rompe relaciones con su vástago;
pero ello no debió afectarlo demasiado, o quizás sí, puesto que es en esa época
en que el artista realiza lo mejor de su obra, como el célebre cuadro Persistencia
de la memoria (1931), donde blandos relojes cuelgan de la rama de un
árbol, del borde de un pedestal y sobre una misteriosa forma tendida en la
vasta extensión de la playa.
En 1934 viaja
con su ya inseparable Gala a Estados Unidos, donde desembarca y se presenta
ante los periodistas con un enorme pan cocido por el cocinero del trasatlántico
que les ha transportado. En sus erráticas manifestaciones no duda en asociar el
mito hitleriano con el teléfono y a Lenin con el béisbol. Son todas bromas absurdas
que tratan de quitar hierro a una situación política amenazante. Dos años
después se desata la atroz guerra civil en España y una de las primeras
muestras de la probidad de los militares insurrectos es el infame asesinato de
su amigo Federico García Lorca, crimen que conmocionó a la opinión pública
internacional. Dalí escribió: "Lorca tenía personalidad para dar y vender,
la suficiente para ser fusilado, antes que cualquier otro, por cualquier
español."
En 1938 conoce
por fin, gracias al escritor vienés Stefan Zweig, a Sigmund Freud, quien había
sido el gran inspirador de la estética surrealista, de la que Dalí no se siente
marginado pese a las bravatas de Breton, sino que por el contrario se considera
el único y más genuino exponente. El padre del psiconálisis había dado pábulo a
la nueva indagación del inconsciente con su libro La interpretación de
los sueños (1900), pero nunca se había tomado demasiado en serio a sus
jóvenes admiradores de París.
No obstante, el
20 de julio de 1938, tras el encuentro, Freud anotó en su diario: "Hasta
entonces me sentía tentado de considerar a los surrealistas, que aparentemente
me han elegido como santo patrón, como locos integrales (digamos al 95%, como
el alcohol puro). Aquel joven español, con sus espléndidos ojos de fanático e
innegable dominio técnico, me movió a reconsiderar mi opinión". Por su
parte, el artista realizó asombrosos y alucinantes retratos del "santo
patrón" de los surrealistas.
A España
regresó en 1948, fijando su residencia de nuevo en Port-Lligat y hallando en el
régimen del general Franco toda suerte de facilidades. El gobierno incluso
declaró aquel rincón catalán que tanto fascinaba al pintor "Paraje
pintoresco de interés nacional". Para muchos historiadores del arte lo
mejor de su obra ya había sido realizado y, sin embargo, aún le quedaban
cuarenta años de caprichosa producción y de irreductible endiosamiento y
exhibicionismo, con apariciones públicas del estilo de la que protagonizó en
diciembre de 1955, cuando se personó en la Universidad de la Sorbona de París
para dar una conferencia en un Rolls Royce repleto de coliflores. En vida del
artista incluso se fundó un Museo Dalí en Figueras; ese escenográfico,
abigarrado y extraño monumento a su proverbial egolatría es uno de los museos
más visitados de España.
Durante los
años setenta, Dalí, que había declarado que la pintura era "una fotografía
hecha a mano", fue el avalador del estilo hiperrealista internacional que,
saliendo de su paleta, no resultó menos inquietante que su prolija indagación
anterior sobre el ilimitado y equívoco universo onírico. Pero quien más y quien
menos recuerda mejor que sus cuadros su repulsivo bigote engominado, y no falta
quien afirme haberlo visto en el Liceo, el lujoso teatro de la ópera de
Barcelona, elegantemente ataviado con frac y luciendo en el bolsillo de la
pechera, a guisa de vistoso pañuelo, una fláccida tortilla a la francesa.
En su
testamento, el controvertido artista legaba gran parte de su patrimonio al
Estado español, provocando de ese modo, incluso después de su muerte, acaecida
en 1989, tras una larga agonía, nuevas y enconadas polémicas. El novelista
Italo Calvino escribió que "nada es más falsificable que el
inconsciente"; acaso esta verdad paradójica y antifreudiana sea la gran
lección del creador del método paranoico-crítico, de ese maestro del
histrionismo y la propaganda, de ese pintor desaforado y perfeccionista, de ese
eximio prestidigitador y extravagante ciudadano que fue Salvador Dalí. El
chiflado prolífico del Ampurdán, la llanura catalana barrida por el vertiginoso
viento del norte que recoge las suaves olas del mar Mediterráneo en una costa
tortuosa y arriscada, descubrió el arte de la mixtificación y el simulacro, de
la mentira, el disimulo y el disfraz antes incluso de aprender a manejar su
lápiz con la exactitud disparatada y estéril de los sueños.
Su longeva
existencia, tercamente consagrada a torturar la materia y los lienzos con los
frutos más perversos de su feraz imaginación, se mantuvo igualmente fiel a un
paisaje deslumbrante de su infancia: Port-Lligat, una bahía abrazada de rocas
donde el espíritu se remansa, ora para elevarse hacia los misterios más
sublimes, ora para corromperse como las aguas quietas. Místico y narciso,
Salvador Dalí, quizás uno de los mayores pintores del siglo XX, convirtió la
irresponsabilidad provocativa no en una ética, pero sí en una estética, una
lúgubre estética donde lo bello ya no se concibe sin que contenga el
inquietante fulgor de lo siniestro. Dalí exhibió de forma provocativa todas las
circunstancias íntimas de su vida y su pensamiento.
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