ALBERTO DURERO, EL PINTOR
MONUMENTAL
Albrecht Dürer nació en Nuremberg,
actual Alemania, el 21 de mayo de 1471 y murió el 6 de abril de 1528. Pintor y
grabador, fue sin duda la figura más importante del Renacimiento en Europa
septentrional, donde ejerció una enorme influencia como transmisor de las ideas
y el estilo renacentistas, a través de sus grabados. Se formó en una escuela
latina y recibió conocimientos sobre pintura y grabado a través de su padre,
orfebre, y de Michael Wolgemut, el pintor más destacado de su ciudad natal.
Como era
habitual en la época, al concluir sus estudios realizó un viaje, que lo llevó a
diversas ciudades de Alemania y a Venecia (1494), ciudad a la que regresaría
entre 1505 y 1507 y en la cual recibiría las influencias de Mantegna y Giovanni
Bellini, además de asimilar los principios del humanismo. Previamente había
contraído matrimonio y abierto un taller en su Nuremberg natal, donde se dedicó
a la pintura (Retablo Paumgärtner) y sobre todo al grabado.
A esta época
pertenecen las series de grabados El Apocalipsis, La Gran
Pasión y la Vida de la Virgen, convencionales en cuanto a
temática pero revolucionarios por lo que se refiere a su concepción y su
complejidad técnica. Las figuras, plenas de expresividad, son esculturales y
están definidas por una multitud de detalles. La minuciosidad es precisamente
uno de los rasgos destacados del estilo de Durero, carácter que es probable que
heredara del oficio paterno.
Después de su
segunda estancia en Italia, pintó algunas obras de grandes dimensiones
como El martirio de los diez mil, en las que incorporó la riqueza
del colorismo veneciano en composiciones de gran dinamismo y repletas de
figuras. También por entonces pintó las figuras de tamaño natural de Adán
y Eva, pieza clave de su creación artística.
Tal era su fama
que fue nombrado pintor de corte del emperador Maximiliano I (1512); también
Carlos I lo reclamó. De Maximiliano realizó retratos de carácter, animados por
la riqueza y variedad de las texturas, que rivalizan en perfección con los
Autorretratos, quizá lo más conocido de su obra pictórica. Alberto Durero gustó
de retratarse a sí mismo desde la temprana edad de trece años y mantuvo siempre
esta costumbre, reflejo del nuevo interés renacentista por el hombre, y en
especial el artista.
Sin embargo,
son los grabados las realizaciones en que dio una muestra más cabal de su
genio; destacan los de 1513-1514, sobre temas imaginativos y que permiten
varios niveles interpretativos: El caballero, la muerte y el diablo, San
Jerónimo en su estudio y la triste Melancolía I, su obra cumbre
como grabador, que constituye una compleja alegoría sobre las dificultades con
que tropieza el artista en la realización de su obra creativa.
Durante los
últimos años de su vida, Durero se centró en la ejecución de un retablo para su
ciudad natal: Los cuatro apóstoles. Esta obra, de grandes
dimensiones e intenso colorido, refleja el trabajo de toda una vida, en
particular los numerosos estudios que había hecho sobre las proporciones y la
monumentalidad de la figura humana.
Se recuerdan
también como obras de un maestro algunos de sus dibujos de plantas y animales,
así como las acuarelas pintadas por puro placer a partir de paisajes que había
contemplado durante sus viajes, y los dibujos de gentes y lugares de los Países
Bajos, que constituyen un testimonio histórico inapreciable. Erasmo de
Rotterdam le dedicó la mejor alabanza que un humanista podía hacer de un
pintor, al definirlo como el «Apeles de las líneas negras».
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