sábado, 23 de agosto de 2014

SALVATORE QUASIMODO, Y LA RECONSTRUCCIÓN MORAL DEL HOMBRE A TRAVÉS DE LA POESÍA



Salvatore Quasimodo nació en Siracusa el 20 de agosto de 1901 y murió en Nápoles el 14 de junio de 1968. Poeta y ensayista italiano que en sus inicios se afirmó como uno de los exponentes más significativos del hermetismo, para más tarde crear un lenguaje poético muy personal con el que profundizó en la infelicidad humana a través de un clima evocador de viejos mitos.
Después de realizar estudios técnicos en Messina, con dieciocho años se trasladó a Roma para inscribirse en ingeniería, pero, atraído por la literatura, abandonó pronto la carrera universitaria. Mientras estudiaba por sí mismo las lenguas latina y griega, ejerció trabajos tan distintos como dependiente, contable o diseñador técnico.
En 1929 se trasladó a Florencia, donde su cuñado E. Vittorini lo introdujo en los círculos literarios y le presentó a E. Montale, que enseguida intuyó sus dotes. Allí empezó a colaborar en la revista Solaria y a publicar sus primeras colecciones de poesía. Más tarde se trasladó a Milán, donde inició su actividad editorial como ayudante de Cesare Zavattini, quien también le facilitó su incorporación a la redacción de la revista Tempo.
En 1939 fue nombrado, por méritos propios, profesor de literatura italiana del conservatorio Giuseppe Verdi. Entre los numerosos premios que recibió destacan el San Babila en 1950, el Etna-Taormina junto a D. Thomas en 1958 y, sobre todo, el Nobel de Literatura en 1959.
Formado en los preceptos de los poetas clásicos, en sus primeros libros -Aguas y tierras (1930), Oboe sumergido (1932), Y llega pronto la tarde (1942)- mostró una gran predilección por las formas concisas y herméticas, poniendo especial énfasis en la búsqueda de la palabra precisa y de los valores musicales.
Temáticamente, estas composiciones se caracterizaban por una evocación nostálgica y conmovida de los paisajes de su tierra, Sicilia, entendida como lugar simbólico de una soñada serenidad. En esta época inició su intensa actividad como traductor, que resultó determinante para la formación de su estilo lírico. Además de autores clásicos como Virgilio, Homero, Catulo, Sófocles o Esquilo, tradujo también a W. Shakespeare, P. Neruda, Molière o P. Eluard.
La experiencia de la guerra y de la ocupación alemana marcó un giro decisivo en su poesía, ya que, convencido de que los poetas debían asumir un importante papel en la reconstrucción moral del hombre, se alejó paulatinamente del hermetismo y se abrió a una mayor sensibilidad humana y a la búsqueda de valores histórico-sociales. Así lo reflejaron los libros Con il piede straniero sopra il cuore (1946) y Día tras día (1947).
La última parte de su obra refleja un sentimiento intimista, consecuencia de cierta decepción ante la historia, y una clara conciencia de su propia soledad. A esta época pertenecen La vida no es sueño (1949), El falso y verdadero verde (1956), La tierra incomparable (1958), libros en los que el estilo se muestra más transparente y esencial pero lleno de sentido trágico y dramático. También Dare e avere (1966), su última obra, que significa una especie de balance de vida y testamento espiritual.
Además de su actividad poética desarrolló una importante labor de ensayista que le llevó a confeccionar las antologías Lírica de amor italiana desde su origen a nuestros días (1957) y Poesía italiana de la posguerra (1958). Sus ensayos críticos fueron publicados en el libro El poeta y el político (1960), que incluye el discurso que leyó cuando le entregaron el premio Nobel, mientras que en el volumen Escritos sobre el teatro (1961) se recogieron sus crónicas sobre el mundo del espectáculo aparecidas en la revista Tempo.



Refugio de pajaros nocturnos
  
En lo alto está un pino torcido; 
está atento y escucha al abismo 
con el tronco doblado cual ballesta. 
  
Refugio de pájaros nocturnos, 
en la hora más alta resuena 
desde un veloz batir de alas. 
  
Tiene pues un nido mi corazón 
suspendido en la oscuridad, una voz; 
está también, a la escucha, la noche. 







Otoño

  
Otoño manso, yo me poseo 
e inclino a tus aguas por beber el cielo, 
fuga suave de árboles y abismos. 
  
Aspera pena de nacer 
me encuentra a tí unido; 
y en tí me desgarro y resano 
  
pobre cosa caída 
que la tierra recoge. 





En el sentido de muerte
  
Cerúleos árboles 
donde el más dulce sonido emigra 
y nace gusto por las lluvias nuevas. 
  
En una frasca, dócil 
la luz oscila 
al casarse con el aire; 
  
en el sentido de muerte, 
heme aquí, asustado de amor. 

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