Gabo: silencioso,
alegre y agorero
Se cumplieron 30 años del premio Nobel de Gabriel García Márquez. Es una
oportunidad para volver a hablar de él.
John Saldarriaga
"Oye,
Gabito, ¿tú sabes quién soy yo?". Le preguntó hace unos dos años a Gabriel
García Márquez, una de sus hermanas, Aída, preocupada por el rumor mundial de
que el escritor estaba perdiendo la memoria. Él la miró sonriendo y le dijo:
"¡cómo… ¿Así estás de mal que no sabes quién eres tú? -Y solo un momento
después, para su tranquilidad, le contestó-: Tú eres la monja".
Con
tal respuesta, la exreligiosa recordó la que su madre le dio años atrás, cuando
también estaba perdiendo la facultad de recordar: "Ay, mija, tú eres Aída.
Ahora dime: ¿tú también sabes quién soy yo?".
Es
que así son los García Márquez: mamagallistas. Tal característica la evidenció
desde la cuna el hombre que recibiría el premio Nobel el 10 de diciembre de
1982. Cuenta Margot (en Los García Márquez, el libro de Silvia Galvis), la
tercera y más tímida de los hermanos, que cuando eran niños, él la atormentaba
diciéndole: "¿te has fijado cómo eres de negrita. Bueno, es que a ti te
encontraron en un basurero". Ella lloraba e iba a buscar al abuelo
Nicolás, a quien llamaban Papá Lelo, y él la consolaba.
Gabriel
José, el mayor de los hijos del homeópata de Sucre, se crió con los abuelos,
Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán, en Aracataca, lo mismo que su hermana
Margot.
Uno de los
silenciosos
El
abuelo, oficial de la Guerra
de los Mil Días, estuvo en desacuerdo con el matrimonio de su hija, Luisa
Santiaga, con Gabriel Eligio, un aparecido de quien poco se sabía, que llegó a
la zona atraído por la bonanza bananera. Pero después mandó llamar a su hija y
a ese yerno, que se habían ido a vivir a Riohacha ante tal desprecio, se
convirtió en padrino del niño junto a la abuela Tranquilina y como se volvieron
compadres, la enemistad se extinguió.
Fue
tanta la alegría por el nacimiento del primer nieto, Gabriel José, el 6 de
marzo de 1927, que no le celebraba el cumpleaños, sino el cumplemés. Y lo hizo
su nieto preferido, al punto que podía tomar agua fría en su propio vaso de
plata.
El
abuelo no desamparaba al pequeño Gabriel, a quien desde niño le dijeron Gabito,
no Gabo, porque la forma familiar de llamar a quienes se llaman Gabriel es
Gabito -lo de Gabo vino después del Nobel, cuando la gente lo empezó a llamar
así-. El viejo Nicolás lo llevaba al comisariato de la compañía bananera a
comprar dátiles, ciruelas, chocolates. Nadie supo nunca por qué él tenía
derecho a comprar allí, siendo este un privilegio exclusivo de los trabajadores
de la multinacional. Y Gabriel salía corriendo a llevarle la mitad del
"botín" a su hermana Margot, que se quedaba en casa por disposición
del exmilitar, pues decía que las niñas no debían estar en la calle.
"Él
compraba ventiladores, sábanas de lino y de etamina suiza, aunque no éramos
aristócratas. Mi mamá y yo veíamos, al otro lado de la línea del ferrocarril, a
las esposas de los gringos, los libaneses y los italianos, portando sombreros.
Recuerdo que ella llegó a tener uno muy elegante", evoca Aída.
Era
tanto el apego del abuelo al nieto, que hacía retirar a los niños cuando se
sentaba a hablar de la Guerra
con otros veteranos, pero a él le permitía quedarse allí, escuchando. Así, Gabo
fue afianzando otra de sus características: el mutismo. Oía las historias
parpadeando tanto que los demás creían que le había entrado algo en los ojos.
Después, habría de aclararles que lo hacía para captar mejor todo cuanto
decían.
Los
García Márquez se clasifican entre los silenciosos y "los que hablamos
hasta por los codos", dice Jaime. Los silenciosos son Gabriel, Luis
Enrique, Margot y Gustavo. Los habladores, Aída, Ligia, Jaime, Hernando,
Alfredo y Eligio Gabriel (quien murió en 2001). "Si te parece que yo hablo
mucho -advierte Jaime-, Aída habla más que yo". A lo cual Aída, a quien
siguen diciéndole "la monja" aunque colgó los hábitos hace muchos
años, repone: "él no puede decir nada porque cuando hablamos tengo que
decirle cada rato: ‘espera, espera, déjame hablar a mí también un
momento’".
También
se dividen entre los que abrazan y los que no. Gabo está entre los últimos y
señala que quienes son como él siempre están esperando ser abrazados.
Rincón Guapo
Jaime
era un mocoso de siete años cuando vio llegar a su hermano Gabriel al puerto de
La Albarrada ,
en Sucre, en el departamento homónimo, a pasar las vacaciones de fin de año. El
recién llegado, un hombre alto y con bigote, de unos 18 años, apenas sí esperó
bajarse de la embarcación para gritarle: "¡Cuéntamelo… ¡Cuéntamelo…".
Lo
cargó en sus brazos y lo puso de pie sobre una mesa, de modo que los ojos de
ambos quedaron al mismo nivel. Jaime sabía a qué se refería: al reciente
carnaval. En la sabana sucreña se celebraba el 11 de noviembre, día de la Independencia de
Cartagena, porque ese departamento hacía parte de Bolívar.
Jaime
le relató con gracias y monerías las actuaciones de los saltimbanquis y, en
especial, la de un ruletero que hablaba con voz afeminada: "los dos
paticos", por decir veintidós. Y aflautaba más la voz para nombrar
"el trece, ese que a mí me esperaba"...
Luego
de hacer las delicias de su hermano mayor, este se convertía en la más grande
de las atracciones para él y los otros hermanos, cuando se reunían en el Rincón
Guapo.
"Rincón
Guapo es una reunión de los hermanos, en la que hablamos de todo y
especialmente de lo mismo". Así lo explica Aída. En esa conversación, los
García Márquez se cuentan y repiten con detalles las vivencias que tuvieron por
separado. Como han seguido caminos distintos desde niños, bien porque los
enviaron a estudiar a Zipaquirá y a Bogotá, como a Gabo, o a Barranquilla, como
a Aída, resulta un mecanismo efectivo para saber sobre los otros. Por eso,
Jaime no vacila en decir: "hemos sido muy unidos".
En
esos encuentros comentaban las interminables cartas que les enviaba su madre,
que los hacía sentir en casa. Ella las escribía por capítulos, y no de un solo
tirón sino en varios días. También salían a relucir los talentos de los once,
trece o dieciséis hermanos (once, porque esos fueron los hijos de Luisa
Santiaga y Gabriel Eligio; trece, porque dos hijos de él, nacidos fuera del
matrimonio, fueron integrados al grupo familiar, y dieciséis, porque cuando
Gabo huyó del país por persecuciones políticas en el gobierno de Turbay Ayala,
mandó una carta a los medios a explicar su situación, la cual terminó diciendo:
"no soy más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista de
Aracataca", y, como dicen los hermanos, él no se equivoca fácilmente).
Ligia
toca piano; Gustavo escribe en prosa poética; Luis Enrique toca guitarra... Tal
riqueza artística debe ser herencia de su padre, quien si bien se ganaba la
vida como homeópata y, durante un tiempo, como telegrafista, tocaba violín.
Aprendió a tocar el instrumento en Sincé, nada menos que con Adolfo Mejía
Navarro, el célebre músico que compuso la Pequeña Suite , según
relata Jorge Núñez, uno de los primos sabaneros de los García Márquez.
En
el Rincón Guapo, Gabriel José habló de su novia, Mercedes Barcha, a quien
conocieron luego como la mujer ordenada y pragmática.
"Mercedes
y Gabito me deben mucho a mí -dice entre risas Aída-. Yo era quien les
alcahueteaba esos amores. Cuando estaban de novios, en Barranquilla, él me
invitaba a los bailes para que yo bailara todo el tiempo con don Demetrio
Barcha y él pudiera bailar con ella".
Gabito, el
supersticioso
Jaime
tiene la tesis de que no es cierto que Gabriel Eligio no quisiera que su hijo
mayor fuera escritor, como algunos afirman. "La prueba es esta: el 6 de
marzo de 1948, Gabito estaba en Bogotá, donde estudiaba derecho, celebrando su
cumpleaños con Luis Enrique y unos amigos, cuando le llegó un paquete. Era el
regalo de mi papá: una máquina de escribir. Como se les había acabado el trago,
fueron al montepío a empeñarla. Cuando el dependiente movió el rodillo, salió
un papelito que decía: ‘cumples 21 años, así que hoy te suelto la perra’. Era
la forma de decir que ya era mayor de edad y podía decidir solo sus asuntos. Mi
pregunta es, ¿si no le gustaba que fuera escritor, por qué le dio una máquina
de escribir? El 9 de abril, en el Bogotazo, Gabito fue a la prendería a buscar
su máquina. En los disturbios, el local fue destrozado y su máquina
desapareció. Yo le dije: ‘¿por qué no escribes la crónica de la máquina de
escribir que nunca escribió?’".
Los
García Márquez también se clasifican entre los supersticiosos y lo que no lo
son. Gabo está entre los últimos. Tal vez por la ascendencia guajira -su madre
era de Barrancas- o por los indios que trabajaban en su casa cuando él era un
niño. Él cree, por ejemplo, que la entrada de un cucarrón a la casa es señal de
mala suerte; adornar la casa con flores artificiales trae ruina; cuando canta
el pigua habrá un muerto; que hay personas con pava, es decir, portadoras de
mala suerte, y de quienes entienden los sueños como anuncios de
acontecimientos, lo cual es propio de los wayúu.
"Él
sostiene la idea de que las mariposas y las flores amarillas dan buena suerte
-señala Aída-; aunque yo no sé si eso será por mamar gallo".
Extraído
de: http://www.elcolombiano.com
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